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‘Ciclón’: una revista cubana en dos tiempos

La publicación literaria fue un símbolo de libertad creativa en los años cincuenta, pero su espíritu transgresor chocó con la Revolución.

'Ciclón', la revista cubana impulsada por Virgilio Piñera y José Rodríguez Feo. ELENA CANTÓN

En 1962, el escritor mexico-cubano Fayad Jamís publicó su libro La pedrada. Aparecido bajo el sello de Ediciones La Tertulia, en el volumen se aclaraba que “La pedrada había sido publicado por primera vez en la revista Ciclón. No. 3, V. 1, mayo de 1955”. Las ilustraciones de cubierta, hechas por el propio Jamís, eran líneas muy finas que representaban guerrilleros entre flores, en un guiño a la efervescencia de la entonces joven Revolución cubana. Diez años después, en 1972, Ediciones Manjuarí volvió a publicar La pedrada. Entonces Jamís escribió en el prólogo de la nueva edición: “A finales de 1954… me salieron de un tirón, en dos noches de febril escritura, las verdeantes estampas de La pedrada”. A lo que agregó: “Más tarde, ya en otras tierras, pasé en limpio muchos de aquellos textos y los envié a una revista literaria habanera que los publicó a mediados de 1955”.  El nombre de Ciclón había desaparecido de sus referencias para volverse “una revista literaria habanera”. En la siguiente versión del libro, que apareció en 1981 publicada por La Giraldilla, cualquier alusión directa o indirecta a Ciclón había desaparecido por completo. No se trató, para nada, de un error, sino de un síntoma. La revista representaba la producción de un arte libre, una mirada abierta al homosexualismo, una crítica al comunismo. Representaba, en resumen, todo aquello con lo que la Revolución cubana no quería que sus intelectuales se identificaran.

A partir de abril de 1962, cuando Fidel Castro declaró el carácter socialista del nuevo proceso, las instituciones culturales emprendieron un proceso de radicalización ideológica que inició con la disolución de medios de prensa independientes y concluyó con la censura abierta a obras de arte que se consideraran no comprometidas ideológicamente. Una de las consecuencias más graves fue la parametrización de artistas homosexuales o anticomunistas, quienes fueron “reubicados” laboralmente o impedidos de publicar sus obras a partir de 1968. 

Por eso, la desaparición de las alusiones a Ciclón en La pedrada de Fayad Jamís se puede interpretar como síntoma de un proceso mucho más profundo. Si el poeta se comprometió pronto con la Revolución como diplomático y profesor en sus escuelas de arte, secretario de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba; Ciclón desapareció definitivamente en 1959 y sus fundadores fueron censurados en los años sucesivos, apartados de los centros de producción cultural.

Los intentos por borrar el rastro de la revista se explican si entendemos que esta se creó en 1955 como un espacio artístico que abogaba por la libertad creativa, sin ataduras políticas y, más, que intentó mantener su postura en 1959. El primer número de Ciclón salió de la imprenta de Vega y Cía., ubicada en la calle Empedrado de La Habana, a finales de enero de ese año. Inició con ella un cambio de paradigma cultural en el país, la arrancada del neo-vanguardismo, una espontánea insurrección cultural a mitad de siglo.

La representación recurrente de sexualidades no heteronormativas y la crítica a instituciones de la cultura nacional fueron algunos de sus principales objetivos. En su número inicial apareció la primera traducción al español que se publicó en Cuba, y probablemente en América Latina, de Las 120 jornadas de Sodoma, del Marqués de Sade. Pero también fue publicada, en su número 6, una obra de teatro como Los siervos, abierta crítica a la Revolución soviética, escrita por Virgilio Piñera.

Los siervos —una de las mejores pruebas del temprano auge y maduración del teatro del absurdo en el continente— recreaba un momento hipotético en el futuro, cuando los ideólogos soviéticos quisieran declararse “siervos serviles”, para demostrar que la Revolución comunista no era equitativa, sino que, como regímenes pasados, tenía sus esclavos. La presencia de un héroe, encarnado en el camarada Nikita, y la declaración abierta de servilismo eran las únicas acciones que podrían originar una nueva revolución. Pero como los jefes soviéticos habían sido obreros, conocían tales artimañas y detenían el avance de la lucha. La pieza ensayaba sobre las formas de poder ocultas en una aparente equidad. Denunciaba la esclavitud promovida por cualquier forma de dictadura. El discurso fue determinante para que, seis años después de su publicación en Ciclón, Piñera decidiera excluir Los siervos de la primera edición de su Teatro completo, que él mismo preparó para Ediciones R.

Pero si su autor se retractó en algún momento de su postura, la aparición de Los siervos en Ciclón sí representó muy bien el espíritu de la revista. Ciclón fue ideada por el traductor, crítico de arte y mecenas José Rodríguez Feo, quien fungiría como su director, y por el propio Piñera, quien, a partir del número 4 de 1955, recibió crédito como secretario de redacción. Los dos compartían una abierta homosexualidad y una inconformidad política a las que no renunciarían en ningún momento de sus vidas. La revista se hizo desde el número 1516 de la calle 23 en el Vedado habanero, en el moderno penthouse de su director, distanciándose así, simbólica y temáticamente, de su antecesora Orígenes, que había sido producida, desde 1944, en la antigua casona de José Lezama Lima, en la calle Trocadero de la zona más antigua de la ciudad, La Habana Vieja.

El primer número tuvo 45 páginas y una tirada de 600 ejemplares. Apareció con carácter trimestral hasta 1957. Desapareció en 1958, debido a la tensa situación social y económica que vivía el país bajo la dictadura de Fulgencio Batista. Pero su número final fue publicado en marzo de 1959, para celebrar precisamente el triunfo de la Revolución. A pesar de su corta vida, Ciclón y el grupo que se nucleó en torno suyo son imprescindibles para comprender la historia cultural de dos períodos muy diferentes, República y Revolución.

Ejemplares de la revista 'Ciclón'. E.C.

En 14 de sus 15 números tuvo como subtítulo Revista literaria. Pero, en realidad, inició un proyecto cultural más ambicioso, que rechazaba la institucionalización del arte y cuestionaba el estado general de la cultura cubana, no solo de la literatura. En la voluntad renovadora que presentó en su primer editorial, ‘Borrón y cuenta nueva’, se encontraban sus verdaderas intenciones: descentrar la producción artística nacional, mediante las publicaciones de autores nóveles y la crítica a cualquier forma de oficialismo. Para seguir ese camino, la revista se enfrentó abiertamente al magisterio cultural de importantes figuras como los poetas Gastón Baquero y Lezama Lima, y a las publicaciones que estos representaban, como Diario de La Marina y la ya mencionada Orígenes, de la cual Rodríguez Feo había sido codirector y cofundador hasta 1954.

Para concretar su visión, Ciclón publicó a creadores cubanos muy jóvenes; pero también a autores extranjeros que no habían sido editados hasta entonces en la isla. En el primer grupo sobresalen los nombres de quienes residían entonces en el interior del país, como Severo Sarduy, José Triana, Calvert Casey, César López, Nivaria Tejera, Luis J. Cruz, Ambrosio Fornet, o de periodistas como Guillermo Cabrera Infante. En el segundo grupo aparecieron el Marqués de Sade, pero también Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Aunque el mayor número de colaboraciones extranjeras llegó desde Argentina, España y Francia, también se publicaron autores de Paraguay, Perú, Puerto Rico, Venezuela, Grecia o Guatemala, hasta sumar 19 países, un número poco común para las publicaciones de su tipo.

Entusiasmados por el triunfo de la Revolución en 1959, Rodríguez Feo y Piñera valoraron retomar la revista, e incluso abrir una editorial anexa. Las ideas de expansión fueron comentadas por el segundo en su texto ‘Homenaje’, publicado en octubre de 1960 en el suplemento cultural Lunes de Revolución. Pero la política cultural que se imponía, terminó por vencerlos: Ni ellos ni sus intereses artísticos tendrían cabida en la isla del “hombre nuevo”, esa idea heteronormativa de ser superior, siempre comprometido con una causa política, que Ernesto Guevara pautó en su discurso de ‘El socialismo y el hombre en Cuba’ (1965).

No es que las esperanzas de Piñera y Rodríguez Feo por el nuevo proceso revolucionario no estuvieran basadas en acciones concretas. El impulso de una revolución cultural fue inmediato con la fundación de la Imprenta Nacional, la construcción del Teatro Nacional y la legalización de periódicos de izquierda antes clandestinos, como fue el caso de Revolución, dirigido por un miembro del ejército rebelde, Carlos Franqui. A todo ello se unió la casi inmediata puesta en vigencia de la Ley de Reforma Agraria. Pero la tematización de la Revolución, su representación simbólica en todas las manifestaciones artísticas, se impuso implacablemente en poco tiempo.

Cuando apareció el último número de Ciclón, dicho proceso daba sus primeras señales, pero aún no contaminaba todo el campo cultural. Por eso en la revista encontraron espacio cuentos como ‘Insubordinación’ y ‘Un hecho histórico’, del entonces joven escritor cubano Manuel Díaz Martínez. Narraciones cortas, alejadas de los convulsos sucesos que se vivían en Cuba, concentradas en conflictos familiares. En este caso también se hallaba el cuento de René Jordán, ‘Más barato por pareja’, una fábula sobre el sexo adolescente de pago, que tenía mucho que ver con la mirada que Ciclón había desplegado con constancia en sus ediciones anteriores. El poema de Calvert Casey que fue incluido en dicha edición, ‘En San Isidro’, estaba dedicado a la zona de tolerancia más grande de La Habana, y convivía con tres composiciones líricas de Rolando T. Escardó, quien murió en 1960, habiendo alcanzado el grado de teniente por sus actividades revolucionarias.

En la diversidad de este último número de marzo de 1959 sobresale, sin embargo, el ensayo de Pedro de Oraá ‘Expresión y Revolución’, donde ya se advertía el riesgo que se estaba corriendo en Cuba al fomentar una escisión entre las artes y la representación de los rebeldes, a partir del intempestivo sentimiento político desatado. De Oraá alertaba: “no podemos constituir una innovación de estilo, dada la brusquedad de los destinos de la expresión, que pueda ejercer este estado revolucionario, al desconocer las raíces esclarecidas que conforman una posible tradición”. Al autor le preocupaba que se negara a la tradición en aras de reflejar solo el cambio que se vivía. Sus miedos se tornaron ciertos muy pronto. Ciclón, sus fundadores y sus anhelos de libertad creativa fueron mal vistos en una nueva sociedad donde todo debía girar en torno a los logros políticos.

Mas ningún silencio impuesto puede sostenerse por mucho tiempo. Y la importancia de la revista volvería como un vendaval a finales de la década de 1980. Ante la crisis provocada por la inminente caída del muro de Berlín y el consecuente cese del apoyo económico de la Unión Soviética a Cuba, la intelectualidad comenzó a cuestionar los paradigmas establecidos, los discursos oficiales que exigían cada vez más sacrificios en un país que iba de fracaso en fracaso.

La inconformidad que reflejaba la poética de Piñera, los gestos irreverentes de Ciclón, emergieron como respuestas antiguas a aquellas nuevas inquietudes. Publicado en La Habana en 1995, el libro Tiempo de Ciclón, por el investigador Roberto Pérez León, fue trascendental para el resurgimiento de la revista. El volumen recogía una breve reconstrucción histórica de su fundación y textos de algunos colaboradores, rememorando su participación en el proyecto. Algunos de esos testimonios se habían estado publicando en distintos medios en aquellos años, así que puede decirse que Ciclón estaba en el ambiente.

En diciembre de 1998, a cinco años de la muerte de Rodríguez Feo y casi 20 de la de Piñera, Los siervos fue finalmente estrenada en Cuba. Durante el Festival de Teatro de La Habana, la versión dirigida por Raúl Martín llenó de público una sala que se colmó tanto de aplausos como de asombros. La obra que acaso mejor explicaba la situación política que vivía Cuba no había desaparecido, el discurso de Nikita no podía silenciarse, y todo el que se preguntara de dónde había salido aquella premonición se encontraría irremediablemente con el nombre de Ciclón y sus escandalosos textos.

Escritora, periodista e investigadora literaria. Autora de los libros de cuentos Las noventa Habanas (2019) y Retratos de la orilla (2022) y del ensayo El estruendo de Ciclón (2021). Ha colaborado en medios como Cuadernos Americanos, Hemisférica y Decimonónica, Revista Horizontum y La Gaceta de Cuba. En 2021 la revista Granta la incluyó en su número dedicado a Los mejores narradores jóvenes en español.