La primera entrevista promocional que dio la escritora chilena Constanza Gutiérrez (Castro, 1990) por la salida de su libro Pelusa Baby fue en el diario La Tercera, y allí dijo: “Pensé en que tenía que sacar otro libro, porque soy escritora, si no saco otro libro, dejo de ser escritora”. Una frase que, dentro de su simpleza, guarda profundidad y una bella idea sobre el oficio: como algo que se construye día a día, lejos de la fantasía de un ser iluminado.
En definitiva, una escritora lo es porque escribe, tal como una carpintera lo es cuando construye una mesa.
“Cuando leí esa entrevista me llamó la atención de mí misma haber usado la palabra sacar, porque en general, cuando lo pienso, es escribir. A veces me pongo un poco floja, no escribo un mes y pienso, ‘ya, tengo que escribir si soy escritora. Si no escribo no soy escritora’. Y eso tiene que ver con que tengo que mantener el oficio. Creo que una es lo que está haciendo, y tengo que mantener el hábito, porque, si no, soy otra cosa que encima no soy, porque hago pocas cosas más; si no tengo eso no tengo nada”, responde y ríe Gutiérrez a través de una videollamada desde Temuco, en el sur de Chile, la ciudad donde reside.
“Ahora me cuestiono haber usado esa palabra porque lo inicial de esa reflexión es que, si no escribo, el acto mismo, no soy escritora. Y después, para la sociedad, claro, no soy escritora, porque la sociedad te valora como tal en la medida en la que lo estés vendiendo. No lo cuestiono, solo lo estoy constatando”, dice, riendo de nuevo.
Constanza debutó en el 2014 con la novela Incompetentes; tres años más tarde publicó Terriers, libro que fue finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. En 2020 publicó una biografía sobre el músico Jorge González, líder de Los Prisioneros. Y ahora es el turno de Pelusa Baby (Alfaguara, 2021), su tercer libro de narrativa, que se compone de 19 cuentos brillantes, donde a través del humor, personajes o situaciones pícaras y referencias a la cultura pop, subyacen ideas sobre la identidad, el oficio y el amor (a una misma, a los demás y a la falta de), entre otros giros vitales universales.
La escritora que escribe es muy clara al explicar cómo fue el proceso de creación de Pelusa Baby. Tres o cuatro cuentos los escribió en el 2019, antes de la pandemia. “Después me metí a escribir una novela y me olvidé de esos cuentos. Empezó la pandemia, me olvidé de mi novela que no era tan novela, la verdad, eran cuentos”, dice. Desde Alfaguara le preguntaron qué estaba escribiendo, ella mostró esos primeros relatos y en la editorial gustaron.
A Constanza le atrae el cuento, sobre todo, porque “tiene que ver con las cosas que se cuenta la gente”. Las novelas son muy pensadas, dice “pero los cuentos son cosas más rápidas que una se cuenta por ahí”. De hecho, su libro “está lleno de chismes”, de historias que le contaron de verdad. “Algo que me gusta mucho del cuento es que une a la gente. Las personas nos contamos historias y las novelas son muy largas para contarlas aquí en un ratito”.
Encuentro bien importante el desafío de escribir sucinto, de quitarle todo lo que sobre.
Muchas veces se piensa en la novela como el camino final para quien se ocupa de escribir, como si el cuento fuera un paso intermedio para llegar a ese punto. O como un formato menor. Gutiérrez dice que la explicación que más ha escuchado sobre esa idea — “no sé si es real o no”, adelanta— “es que las novelas se venden más que los libros de cuentos, entonces, las editoriales buscan más novelas”. También, apunta, la mayoría de la gente tiende a creer que “escribir largo” es un mayor desafío. “Yo creo que ambos son desafíos distintos, pero encuentro bien importante el desafío de escribir sucinto, de quitarle todo lo que sobre y dejar que la gente pueda completar. Resumir es trabajo, son muchas horas”.
Sobre seguir explorando el formato, la respuesta de la autora es positiva. “No sentí que hubiese logrado dominar los cuentos ni tampoco creo que los vaya a dominar, pero creo que estaba muy al inicio de la carrera del cuento y quería seguir ahí”, dice. Pero algo que sí domina mucho, y está claro en Pelusa Baby, es la oralidad, junto al talento de relatar en simple para hacerlo transversal.
Respecto a esas habilidades, Gutiérrez se muestra humilde: “Yo me siento en el camino, pero creo que en Terriers estaba muy en el inicio y probablemente, en unos meses más sienta que Pelusa Baby también lo está”.
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En Pelusa Baby se pueden encontrar pequeñas pistas desperdigadas sobre armar una vida para poder escribir, como en el relato que abre el libro, ‘En la colonia tolstoiana’, en el que una joven escritora es enjuiciada por Augusto D’Halmar y Fernando Santiván, dos Premios Nacionales de Literatura.
En la realidad, Gutiérrez se despierta temprano por las mañanas y lee o escribe entre las seis y las ocho. “En general, nunca escribo todo el día, ni sé quién podría hacer eso”, dice la autora, que siempre tuvo claro que la literatura podía ser un oficio.
La autora explica que cuando tenía siete años se puso a escribir con la idea de que iba a publicar un libro: “Nunca lo dudé, no lo vi como algo que no pudiera suceder o que fuera algo reservado para alguien especial”. Esa idea se le quedó fija, y desde entonces fue buscando la manera de encajar la escritura en su vida, según sus circunstancias. Cuando estaba en el colegio escribía escondida debajo del banco, en las clases. “En la universidad alguna vez también, aunque estudié Literatura, así que me interesaba más”. Y después, tratando de no trabajar tanto para otros y de vivir con lo justo. “No necesito mucho y con eso puedo tener tiempo”, dice. “Con la licenciatura en Literatura tampoco me estaría haciendo millonaria si trabajara más, pero es darle mucha prioridad a tu tiempo y usarlo en eso, así lo intento. Conejeando en la calle de la vida para escribir y leer más tiempo”, dice, riendo.
La crianza del esfuerzo es un tema que aparece en los relatos del libro. Una cuestión crucial sobre todo para quienes han sido educados en un experimento neoliberal como Chile. ¿Hay que matarse trabajando porque eso nos llevará a una vida mejor? ¿Acaso el trabajo dignifica? ¿Somos realmente lo que hacemos? ¿La vida es lo que sucede cuando no estás trabajando?
“De esto yo no tengo respuesta, pero el trabajo está muy bien visto” dice Gutiérrez. “Yo a veces pienso que soy escritora, quizás esto no es un trabajo, yo no le ayudo en nada a nadie. Si el mundo se acaba, cuando haya que reconstruir las cosas para los humanos —si tenemos suerte, para todos— nadie me va a llamar a mí al principio, yo vengo al final”. La autora no bromea, pero ríe: “Estar en ese lugar hace que una se cuestione el tema del trabajo”.
Yo a veces pienso que soy escritora, quizás esto no es un trabajo, yo no le ayudo en nada a nadie.
La generación de Gutiérrez está marcada por el fenómeno nini: jóvenes que ni estudian ni trabajan. Esto también hace que la autora se interrogue respecto al valor del trabajo. “Para mí es súper importante trabajar, por eso me levanto temprano a escribir, pero hay gente a la que de verdad no le importa y lo encuentro valioso. Me parece bien curioso ese desorden de los valores”, dice.
Le comento a Gutiérrez algo curioso, pero que está muy lejos de ser un estudio sociológico serio, a partir de la reflexión sobre el valor del trabajo: el 1 de mayo, en Instagram, vi un meme que se repetía de diferentes formas. Decía algo así como: “¿Cuál es tu trabajo soñado? / Perdona, yo no sueño con trabajar”.
“¡Yo también vi esos memes!”, responde. “Feliz día. Yo no trabajo. Feliz día por ser tan bonita. Y así muchos”.
¿Será esto producto, acaso, de las infinitas crisis y la sensación de fin de mundo la que le hace pensar a la gente que no vale la pena vivir por trabajar o que no es algo de lo que hay que sentir orgullo?
“En realidad, no sé si es tan bueno trabajar”, dice Gutiérrez. “Es una duda que exploré en esos cuentos”.
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“Delirios, parodias, ganas de convertirse en una gata, fantasmas de escritores, entre muchas otras cosas, hacen de Pelusa Baby un libro feliz”, consigna el escritor Gonzalo Maier en la solapa posterior del libro. Y tiene toda la razón. Pelusa Baby es un libro alegre.
“La idea de hacer un libro alegre la tenía hace tiempo”, dice la autora. “Leí El rumor del oleaje de Mishima y es un libro súper feliz, una historia de amor muy bonita. Desde ahí quedé con la idea de que yo quería escribir eso, porque me pareció un buen desafío. En general, cuando uno lo tiene muy tomado un problema, es fácil escribir de eso porque lo tienes en la cabeza y tienes que vaciarlo. Cuando estás feliz no tienes tanto esa idea, por eso creo que hay menos libros felices”.
Eso sí, las circunstancias que rodearon a Pelusa Baby no eran especialmente amables: “Estaba en medio de la pandemia, había recién vuelto a la casa de mi mamá, estaba en la incertidumbre, así que también me sirvió a mí alegrarme al estar pensando en esos chistes, con la voluntad del humor”.
Además de ser un libro feliz, Pelusa Baby transmite la sensación de estar frente a una autora que no renuncia a su imaginación, que es capaz de crear personajes que permiten a quien lea terminar de construir las historias en su cabeza. Libertad de imaginar, para ambas partes.
Y también se encuentra algo grandioso en historias que se podrían calificar de poco solemnes. Incluso críticas, como en ‘La buena estrella de Isabel Mebarak’. Sí, Isabel Mebarak, como el nombre real de Shakira.
“Yo soy fan de Shakira, de su música, pero me parece que no hay mejor momento que este para defender que la gente pague sus impuestos y deje de robar para que tengamos hospitales y colegios”, dice Gutiérrez, en referencia al fraude millonario al fisco de la cantante colombiana. “Nada personal contra Shakira, pero su posición de persona afortunada que hace esto, me dio risa”.
Gutiérrez explica que su cuento es “una copia, o una relectura de ‘Cuánta tierra necesita un hombre’ de Tolstói, que se trata de un hombre que tiene suerte, igual que Shakira, y cada vez se le va dando más, hasta que muere”.
“Me había gustado ese cuento y pensé, 'oh, es como Shakira, a ambos, todo se les da'. Escribí el cuento y lo que copié fue esa idea de una persona con suerte a la que se le da todo lo material, pero después de eso ya no lo iba a copiar más, hice mi versión. En el cuento de Tolstói, el personaje muere, pero en el mío, ella logra fundar su ciudad propia, porque así están las cosas”.
Gutiérrez dice que su intención no es “ser mala con nadie” ni juzgar a la gente, pero… “En el caso de Isabel Mebarak, aunque sea su fan, igual la repasé (risas). Cabe todo dentro de un libro. Ese dicho antiguo de que el papel aguanta todo… Bueno, de manera positiva realmente aguanta todo, desde tu cyber love a tu ida a Hogwarts”.
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Constanza explica que, así como irse de Temuco para estudiar literatura en Santiago fue una decisión trascendental después de terminar el colegio, dejar la capital en medio de las cuarentenas también lo fue. “Volví a Temuco porque acá puedo estar más cerca de mi familia y durante la pandemia me pareció bien, porque no sabemos cuánto va a durar esto. Me pareció mucho mejor que estar sola y encerrada en Santiago”.
En su regreso a Temuco, Gutiérrez ha encontrado una ciudad amable. “Es tranquilo, está todo cerca. Se me había olvidado todo eso, porque pasé 10 años en Santiago”, dice la escritora, que destaca la vegetación del lugar: “Cuando salgo a andar en bici, puedo ver siete tonos de verde pasando por los árboles. En Santiago todos los árboles son iguales, porque son planificados. Acá no es así y ¡hay muchas flores! Temuco está lleno de camelias y calas y también hay unos cerezos muy bonitos”.
¿Y cómo le explicaría qué es Temuco a alguien que no conoce la ciudad? A una persona que vive en España, por ejemplo, le pregunto, como si le estuviese pidiendo que me contara un cuento en vivo y en directo, a modo de improvisación.
Y así lo hace:
“Lo primero que les contaría es que cuando sus antepasados invadieron Chile, llegaron hasta Temuco. De ahí no pasaron. Y si se fijan en el mapa, es bien arriba. Hay mucha fuerza aquí. También les contaría que es una ciudad joven, tiene poco más de cien años. Y que está en una región (La Araucanía) en la que existe un conflicto armado. La fundó el Estado de Chile para tener algo en esta zona del país y, con esa excusa, le quitó y compró a precio de huevo sus tierras a las personas que estaban antes aquí, el pueblo mapuche. Todo Temuco, toda la ciudad en la que vivo, eran campos mapuche. Y bueno, muchas más tierras por toda la región, que actualmente continúan en disputa”.
“Esa disputa es por las tierras, es decir, por justicia, pero también por reconocimiento, porque al Estado de Chile le ha gustado enseñarnos por años que somos algo así como ‘blancos’ y que los mapuche ‘eran’, como que ya no hubiesen. Después de quitarles esas tierras o comprarlas muy baratas, se las regalaron o vendieron, también muy baratas, a colonos alemanes y franceses que vinieron con la costumbre de poner cercos. Los mapuche no cercan sus tierras, no pensaban ni piensan como un europeo, y estos otros llegaron y pusieron cercas donde quisieron y dijeron “todo esto es mío”. Así que Temuco es un poco raro, es un fuerte fundado aquí por Chile para pelear con los verdaderos dueños de este lugar, y al mismo tiempo también es hogar de mucha gente mapuche que ha venido aquí (o sus padres vinieron) para trabajar y de bisnietos de unos colones alemanes que insisten en decir ‘danke’ al comprar en el comercio y postularse a cargos públicos (hemos tenido aproximadamente 97 alcaldes de apellido Becker)”.
“Como verán, españoles, la lógica colonial no ha cambiado. Bueno, y está la gente como yo, mestiza y sin claridad en su árbol genealógico, que tiene apellido español y sangre mapuche y española y quién sabe qué más porque nadie sabe nada”.