“Mi historia con Corín Tellado tuvo un comienzo muy propio de una novela de Corín Tellado”. Con estas palabras Gabriela Wiener comienza a contar en su libro Llamada perdida (Malpaso, 2015) cómo fue entrevistar en su casa de Gijón a una Corín Tellado de 81 años. Esta sería la última entrevista que la escritora española daría en vida y el encuentro estuvo a punto de cancelarse porque Tellado no se encontraba demasiado bien. Pero, igual que el incierto comienzo fue típico de una de sus novelas, por esta y otras dificultades que cuenta Wiener, también lo fue el final feliz: la charla se produjo.
La intención de Wiener es conocerla, dar voz a la autora y presentarla en primera persona, para que los lectores también puedan hacerlo; y, sobre todo, se propone cuestionar los motivos del injusto olvido al que ha sido sometida la novelista. Con este fin, cuenta al comienzo algunas anécdotas que suceden antes del encuentro. Wiener busca sin éxito sus novelas en la zona de duty free del aeropuerto antes de coger el vuelo a Gijón: a la dependienta ni siquiera le suena el nombre de la escritora. ¿Conoce a Corín Tellado? Le pregunta después a la mujer que va sentada a su lado en el avión, quien de mala gana responde interrogativamente que si se refiere a “la de las novelitas románticas”, asumiendo que si tal escritora había vendido muchos ejemplares sería en Sudamérica y no en España. Al llegar a su tierra, Wiener se aventura de nuevo en la búsqueda de una de esas “novelitas” y corre la misma suerte: ni rastro de Corín.
Su ausencia sorprende —e incluso resulta absurda— porque Tellado es, después de Miguel de Cervantes, la persona más leída en lengua castellana de la historia de la literatura. También es la autora (o autor) que más libros ha vendido en esta lengua: 400 millones de copias. Una cifra apabullante cuyo origen se encuentra en Bruguera, la editorial que publicó su primer libro, Atrevida apuesta. Aquello sucedió en el año 1946, al tiempo que Tellado firmaba con Bruguera un contrato en apariencia beneficioso para ella como autora novel, pero que finalmente se convirtió en un martirio que la obligaba a trabajar sin descanso. 24 años pasó escribiendo exclusivamente para la misma editorial, obligada a presentar cuatro títulos como mínimo al mes, es decir, 48 libros al año. En total, escribió y publicó en vida más de 4.000 novelas, todas ellas historias de amor. No por casualidad, corría el rumor de que en realidad Corín Tellado era el nombre de una fábrica de escritores asalariados unidos bajo este seudónimo. “Su carrera empezó en la República, sobrevivió durante la Guerra Civil, atravesó la dictadura de Franco, continuó en los años de la Transición, y cuando llegó la democracia ella todavía estaba allí”, explica Wiener. Y estuvo aquí hasta el año 2009.
¿Cómo es posible entonces que sus obras hayan sido borradas tanto de las mesas de las librerías como de la historia de la literatura? Respuestas hay muchas y variadas, aunque sin duda fue determinante el hecho de que la mayoría de críticos, la propia editorial y el público tratase sus novelas —textos de no más de 100 páginas en torno a una relación pasional y tortuosa entre un hombre y una mujer— como un género menor, “literatura rosa”. También lo fue para que hoy, que apenas han pasado unos años tras su muerte, haya quedado relegada a un estatus similar al de un personaje del corazón y no como un hito dentro de la historia. “Esas novelitas de amor de Corín” no era una ocurrencia despectiva de la mujer del avión, sino la descripción estándar con la que se ha catalogado su obra. Una categoría a la que ella siempre se opuso: “No soy ni frívola, ni vanidosa, ni tonta, ni presumida [...] mi literatura es sencilla pero no acepto el término pseudo-literatura”, declaraba la escritora en el programa Autorretrato de Televisión Española, donde apareció para que, según cuenta, dejasen de manipular su vida personal y la vieran como una persona discreta y recelosa de su intimidad, que no introvertida.
En este sentido, llama la atención que en los textos publicados que resumen su biografía se cite siempre el caso de Mario Vargas Llosa —lo hace también Gabriela Wiener— como el gran defensor de la autora y su obra. De hecho, cuenta la periodista que Tellado guardaba en su casa una fotografía del encuentro que mantuvieron ambos escritores en 1981, cuando el premio nobel peruano la entrevistó para la televisión. Pero cuando Wiener le preguntó cómo fue aquel día, ella se negó a contar nada: “Sería esnob”. La manifestación de ese cariño puede comprobarse también en el extenso texto que Vargas Llosa le dedicó en El País tras su muerte y que finaliza con estas palabras: “Aunque nunca la leí, siempre la respeté y la traté con cariño y gratitud. Porque gracias a ella, cientos de miles, acaso millones de personas que jamás hubieran abierto un libro de otra manera, leyeron, fantasearon, se emocionaron y lloraron y por un rato o unas horas vivieron la experiencia maravillosa de la ficción. Ella no podía sospecharlo, pero fue probablemente la última escribidora popular, en el sentido más cabal de la palabra, la que llevó una variante (fácil, elemental, sensiblera y truculenta, ya lo sé) de la literatura al vasto pueblo, ese que no entra jamás a las librerías y pasa como sobre ascuas por las secciones culturales de las revistas, y piensa que la literatura seria es larga y soporífera”.
Resulta como mínimo llamativo que el respeto que afirma profesar Vargas Llosa a Tellado se traduzca en afirmar sin pudor no haber leído ni una sola novela suya —ofensa mayor teniendo en cuenta las 4.000 opciones de elegir y que la mayoría de sus libros no conllevan más de hora y media de lectura—. También que en un ejercicio de volteretas lingüísticas, Vargas Llosa acabe por disculparse ante los lectores de El País —en contraposición a los lectores de Corín, estos serían los serios, los que sí entran a las librerías— por hablar bien de la asturiana aun sabiendo que es “fácil, elemental, sensiblera y truculenta”. Si todo esto lo escribe quien es nombrado habitualmente como su máximo defensor, es fácil imaginar lo mucho que la ridiculizaron el resto de nombres respetados de la literatura iberoamericana: poner en diminutivo a sus libros parece el menor de los agravios que recibió. Y eso cuando no era directamente ignorada: Tellado no recibió nunca ningún premio literario más allá de los que reconocían su hiperproducción —en 1994 entró en el Libro Guinness de los récords y en 1998 le concedieron la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo—.
“Gracias a sus historias miles de mujeres creyeron estar conociendo el amor, los besos, las caricias en tiempos de contención y freno, mientras los literatos “de verdad” las calificaban de cursis, moralistas y alienantes”, escribe Wiener en una defensa que va más allá de la simple venta de ejemplares. Tellado fue un entretenimiento para muchas, además de una forma de escapar de la educación femenina más rígida de la época. Que hoy su figura sea arrinconada es paradigmático de cómo se construye el canon literario, así como del tipo de crítica que define quién merece ser o no recordada y del sesgo de clase y género sobre el que se construye el gusto literario. En definitiva, sobre lo que se considera que los lectores —en su mayoría mujeres— deben o no leer para divertirse o instruirse. “¿Envidia y machismo por parte de sus compañeros escritores? Por supuesto. Era mujer y escribía novelas de amor”, afirmaba su hija Begoña en una entrevista al diario El Mundo en 2019.
Pero no es la única razón: el hecho de que Corín Tellado fuera una mujer con una vida que ella misma calificaba como corriente también parece acrecentar este desprecio. María del Socorro Tellado Lópea —Socorrín para su familia, y de ahí Corín—, nacida en 1926 en Viavélez, Asturias, fue la única hija entre cinco hermanos de una ama de casa y un maquinista. A a los 17 años ya estaba publicando libros para poder ayudar económicamente a su familia tras la muerte de su padre. Ella era lo opuesto al tópico del escritor atormentado. A pesar de la rebeldía que suponía el simple hecho de escribir para una mujer bajo el régimen franquista, y ganarse la vida con ello, es innegable que Tellado también se adaptó a las imposiciones de buena gana: era católica practicante, se casó, tuvo dos hijos y adaptó siempre su escritura a lo que le imponía la editorial y la censura franquista. Nada de feminismo, ni denuncias políticas, ni, en definitiva, otra cosa que no fueran matrimonios (felices) para parejas heterosexuales. Por supuesto que brotaba de ella una magnífica e inaudita imaginación para contar historias desde pequeña, pero publicar libros era su oficio e implicaba una tediosa rutina —se levantaba a las cinco de la mañana cada día para escribir—; aún más cuando se divorció, una absoluta rareza en los años sesenta, y el dinero se tornó imprescindible para el sustento de sus hijos. “No es misterio. Es mi naturaleza. Yo qué sé, yo escribo, soy novelista. Tengo 81 años y todavía escribo y escribo con ansiedad. Hago esquemas cada semana y cuando voy a escribir la novela ya está casi hecha”, le contaba Tellado a Wiener, prefiriendo no mitificarse ni romantizar un trabajo que consideraba igual que cualquier otro y que le proporcionó tantas alegrías como tristezas.
Entre estas últimas no cuentan solo las críticas constantes. La escritora no olvidó nunca el sonado conflicto editorial que mantuvo con Bruguera: la demandaron por irse con otro editor y ganaron el juicio de su exclusividad, obligándola a volver. "Fue el gran disgusto de su vida”, diría su hija Begoña. Únicamente después de que Bruguera quebrase en 1986, Tellado pudo abrir su estilo literario en cierta forma: además de escribir el mismo tipo de relatos románticos con protagonistas modernizadas para la revista Vanidades, también publicó cuentos infantiles y libros más largos y trabajados. En el año 2000 daría el salto digital con su propia web, convirtiéndose en una de las primeras escritoras en castellano en publicar una novela íntegra en Internet, Milagro en el camino. En resumen, Tellado, que nunca tuvo asesor ni agente literario y se administraba ella misma las cuentas —después de enfermar lo harían sus hijos—, cumplió siempre con la exigencias de sus lectoras, pero nunca llegó a obtener el rédito económico justo por haber vendido 400 millones de copias.
El último episodio respecto a de los derechos de su obra se produjo este pasado mes de mayo, cuando saltó la noticia de que el grupo Planeta, que edita actualmente el extenso catálogo de la escritora, había llegado a un acuerdo con Telemundo Global Studios por el que cedía a la cadena estadounidense los derechos en exclusiva de la obra completa de Corín Tellado para ser explotados en todos los formatos: series y películas que, según la nota de prensa, serán “adaptaciones contemporáneas de sus historias intemporales”.
A partir de aquí, para los periodistas que consiguieron entrevistarla a pesar de su reticencia aún quedan muchas preguntas por resolver. ¿Cómo fue la vida amorosa de Corín Tellado? ¿Realmente todas las historias salieron de su cabeza solo en base a un trabajo esforzado y metódico? ¿Cuál era en realidad su ideología política? Estas mismas preguntas aparecen también en la charla con Gabriela Wiener, y no es que Tellado no quiera responderlas, sino que se afana una y otra en la sencillez de su persona: quiere ser conocida por su obra y no por lo que hace en su vida cotidiana. Pero, antes de marcharse a tomar unos vinos con una amiga suya, se produce un diálogo que resume bien la escritura, y por ende la vida, de Corín Tellado.
—¿Corín, por qué siempre finales felices?
—Si no haces finales felices te las rechazan. En este tipo de libros hay que ir con el lector.
—¿Nunca has querido escribir otro tipo de libros?¿Por qué siempre tener éxito?¿Por qué no fracasar de vez en cuando?¿Por qué no escribir historias que acaben mal?¿Por qué siempre has querido ser…?
—¿Amable? No sé, no se me ocurrió y cuando se me ocurrió ya estaba enferma.