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Cristina Rivera Garza, lenguaje para subvertir el horror

La escritora mexicana habla de ‘El invencible verano de Liliana’, el libro que pone palabras al feminicidio de su hermana.

La escritora Cristina Rivera Garza, su hermana Liliana y un recorte de prensa con Ángel Gónzalez Ramos. ELENA CANTÓN

Liliana Rivera Garza tenía 20 años y estudiaba arquitectura cuando fue víctima de un feminicidio. Ángel González Ramos se coló una noche en su habitación y la mató allí mismo: Liliana quería ser libre y él quería que fuese solo suya. En 1990 estos hechos fueron contados como un crimen pasional más. Pero lo que expone hoy su hermana, la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, es que aquello fue un acto de violencia de género que quedó impune. El invencible verano de Liliana (Literatura Random House, 2021) nace 30 años después del asesinato porque es ahora cuando Rivera cuenta con un lenguaje feminista para hacer frente a lo ocurrido. Palabras que le faltaron a ella en su momento, y también a Liliana, que no pudo reconocer que estaba siendo víctima de un maltratador. “Uno no aprende a callar; uno es forzado a callarse. A uno le callan la boca”, escribe Rivera.

A partir de documentos jurídicos, entrevistas con sus padres, sus amigos y sobre todo recuperando los diarios y cartas que escribió Liliana, Rivera consigue devolverle la palabra y restituir su experiencia y dignidad más allá del asesinato. También expone el dolor que ella y su familia han tenido que vivir en silencio, con culpa y vergüenza: “Ángel ejerció una violencia letal espeluznante sobre el cuerpo de mi hermana guiado por el odio. El odio de género. El odio contra la independencia y la libertad de las mujeres. El odio contra Liliana, la estudiante universitaria que siempre se puso del lado del amor. Las respuestas son pocas y, los hechos, incontrovertibles: desde hace treinta años, extraño a Liliana cada día, y dentro de cada día, cada hora de cada día. Y dentro de cada hora, cada minuto. Cada segundo. El duelo para los que han perdido a seres queridos, mujeres queridas, debido a actos de terrorismo de pareja es una cosa torcida. Las familias se fugan hacia adentro, escondiéndose hasta de sí mismas”.

En un trabajo casi detectivesco, con una estructura narrativa precisa que tensa las emociones y envuelve al lector, la escritora mexicana no solo consigue hacer justicia a la memoria de su hermana, también a tantas otras que fueron y siguen siendo asesinadas por hombres de su entorno. Frente a la impunidad y el silencio social y jurídico, Rivera aporta lenguaje y sentido al horror. Sobre ello ahonda en esta entrevista que tuvo lugar en Barcelona, donde la autora recaló hace unas semanas con la colaboración de la librería Finestres y el Centro de Cultura Contemporánea.

- ¿Por qué escribir este libro ahora y no antes o después?

- Fíjate que el primer impulso de escribir este libro está en el movimiento zapatista. Hace unos tres años me invitaron a participar en unos semilleros zapatistas, una suerte de conversaciones en el estado de Chiapas, y para mí fue algo muy significativo. Allí había una energía de liberación y de posibilidad de otro tipo de mundo. Fue en ese contexto que empecé a pensar que escribir este libro que tanto había intentado escribir en el pasado sí tendría caso, podría ser entendido y recibido de otra manera. También por el trabajo colectivo que han hecho infinidad de mujeres tomando las calles en los últimos años, reclamando justicia, pero a la vez han ido produciendo un lenguaje cada vez más preciso para nombrar a la violencia de género por su nombre. Y sobre todo tiene que ver con haber abierto las cajas donde guardamos las pertenencias de mi hermana y encontrarme ahí el archivo tan meticuloso y abundante que ella dejó sobre sí misma: su voz hecha y redonda que pueden tomarse por las instrucciones acerca de cómo su historia tenía que ser contada.

- Una frase del libro dice: “Uno no puede no saber por muchos años, pero una vez que quiere saber, uno quiere saberlo todo de inmediato”. ¿Cuánto tardaste en armar toda esta investigación?

- Normalmente trabajo mucho tiempo en mis libros, ya antes de este publiqué Autobiografía del algodón y me llevó más o menos cinco años entre recorridos, archivos, entrevistas, investigación de campo y el proceso de sentarme a escribir. En el caso de El invencible verano de Liliana, su escritura comenzó justo hace algo más de un año, cuando la pandemia hizo que nos asaltara la idea de la mortalidad, la sensación de que podemos morir en cualquier instante. Esto contribuyó mucho en la urgencia de la escritura de este libro: me senté, llevé los documentos en una maleta de México a Houston, y me pasé toda la pandemia dando clases por Zoom y transcribiendo estos documentos. Mi marido, Saúl Hernández-Vargas, se convirtió en el detective privado de la familia, me ayudó a localizar a los amigos de mi hermana, algo por cierto nada sencillo, inclusive con Facebook y todas estas herramientas de conexión que tenemos ahora. Fue un trabajo coordinado. Mientras yo hacía entrevistas y las corregía, íbamos encontrando más documentos y los transcribíamos. También iba pensando en la estructura del libro. Aquí quería rehuir del lugar común del memoir, la biografía o la autobiografía, quería una pieza de estructura documental donde lo que importara fuera la voz de mi hermana.

Uno debe escribir y leer libros para transformarse radicalmente

- Imagino que ha sido un proceso doloroso a nivel personal. ¿Cómo describirías emocionalmente ese proceso de búsqueda, de rascar en una herida del pasado?

- Es una buena pregunta. Todo libro que vale la pena escribir es un libro profundamente personal y yo sigo creyendo que uno debe escribir y leer libros para transformarse radicalmente. Esa era mi disposición y esa era la apuesta. Tenía que enfrentar la verdad de la historia más importante de mi vida, y ha sido apabullante, abrumador, terrible y extremadamente liberador también. He tenido que aceptar la destrucción completa de quien era y ver poco a poco la reconstrucción de la persona que seré de ahora en adelante. No estoy segura de qué es o será, pero sigo muy dispuesta a ver el proceso, a experimentarlo estando consciente de que las heridas no cierran, pero ciertamente son muy distintas cuando las llevas acompañadas de otros, cuando las llevas dentro de un abrazo.

- También ha tenido que ser un proceso parecido para tus padres, ¿les enseñaste el libro antes de publicarlo para que pudieran hacer modificaciones?

- Claro, tanto con ellos como con los amigos de mi hermana el trato siempre fue que yo les iba a entrevistar pero que no se publicaría lo que ellos no quisieran. En mi caso, era muy importante saber que los estaba escuchando bien, no solo entendiendo los hechos que me contaban sino su interpretación. Entonces, aun cuando las entrevistas parecieran ser esto que Svetlana Alexiévich denominó “los originales”, quedarse solo con lo que capturas en un momento concreto, para mí fue todo lo contrario, por eso llamo a estas entrevistas “los no originales”. Es decir, hay un proceso de negociación, de mediaciones varias con el texto hasta que se convierte en lo que aparece en el libro. Todo lo que está aquí escrito ha sido conversado, pactado y firmado con el acuerdo de los testimoniantes, los amigos, conocidos y también mis padres. Aunque en ningún momento ejercieron censura de ningún tipo.

- El libro opta por hacer justicia otorgándole dignidad a la vida de Liliana, haciendo que el lector pueda conocerla en profundidad, un trabajo crucial para que las víctimas de violencia de género no queden reducidas precisamente a su condición de víctimas. ¿Crees que es algo que faltaba con ella, que había que describirla así todavía?

- El gran problema y peligro al hablar de víctimas es retratarlas como víctimas pasivas, porque el que sean víctimas no quiere decir que hayan sido mujeres pasivas. Parte de mi alegría al descubrir los documentos de Liliana, acompañando la pesadumbre de la rabia, fue comprobar que, a pesar de las circunstancias tan peligrosas de su vida, fue capaz de formar comunidades alternativas de amigos, de enamorarse y de que otras personas se enamoraran de ella; capaz de pensar activamente, de imaginar y de materializar otras formas de amor. Estamos viendo una persona que está tratando por todos los medios de vivir una vida en libertad; y a mí me parece que, cuando hay tanto pesar y rabia, se nos olvida que estas mujeres no son nada más su forma de morir, sino su forma de vivir. Me ha tentado mucho la idea de que Liliana iba de salida de la relación cuando ocurrió el asesinato; [Ángel González Ramos] no la mató por estar dentro, sino por querer salir, precisamente. Creo que eso es importante recordarlo, es fundamental en estos casos.

Las mujeres asesinadas no son nada más su forma de morir, sino su forma de vivir

- De hecho, dices que simplemente ella fue asesinada porque tuvo peor suerte que tú al encontrarse con él en su vida.

- Exacto, no hay una patología que lo explique como lo quisiera ver el lenguaje patriarcal y como lo ha normalizado. Por eso, en ese sentido, es tan importante esta cura de lenguaje patriarcal para poder contar estas historias.

- También hay en el libro una búsqueda a nivel institucional y penal, una necesidad de que el asesino pague por lo que hizo. De ahí que muestres su nombre completo y su foto. ¿Crees en la posibilidad de que ocurra?

- La impunidad es rampante y es lo que permite que un feminicida sepa y esté muy consciente de que puede salirse con la suya. En 1990 una jueza consideró que tenía suficientes evidencias para levantar un acta de aprehensión contra Ángel González Ramos y, como sabemos, en ese momento él se dio a la fuga y continúa estándolo. Pero los asesinos tienen vecinos, familiares y amigos y creo que el que no denuncia es culpable también junto al poder judicial. Como sociedad civil, necesitamos cuestionar nuestro sistema de alianzas con los asesinos: mientras la madre, el padre, la hermana, el primo, el amigo o el vecino no denuncien, estos feminicidios van a seguirse escabullendo. Entre otras cosas, el libro deja abierta la posibilidad al menos de que pueda provocar en alguien esa denuncia. Entonces sí, sigo con la idea de que la justicia puede venir a sentarse en nuestra mesa, como decía un poema de Rosario Castellanos.

Ángel Gonzalez Ramos, el presunto asesino de Liliana, en un recorte del diario 'La Prensa' de 1990. RANDOM HOUSE

- ¿Recuerdas cuál fue tu reacción en aquel momento? Si pensaste a nivel político que su asesinato era violencia de género o también te faltó ese lenguaje.

- La cuestión es que este tipo de hechos son tan inimaginables que te rompen de una manera radical. Yo era una mujer feminista en esa época y, sin embargo, el poder conceptualizarlo me sobrepasó por completo. Me encantaría poder decir que desde el inicio lo supe, algo de heroísmo personal, pero no es cierto. Para eso existe la violencia, para eso son estos actos, lo decía Adriana Cavarero: el fin del horror es dejarnos sin lenguaje y paralizarnos. Y yo creo que eso es lo que producen los feminicidios: las familias nos rompemos y todos estos años lo único que nos ha acompañado es la culpa y la vergüenza. De ahí también los 30 años. Si fuera sencillo lo hubiera podido conceptualizar y contar tal vez más pronto, pero es un trabajo que requiere mucho tiempo y, sobre todo, un encuentro con otras. Por eso el libro cuenta la historia de Liliana en relación con otros y en un territorio, eso nos ayuda a acercarnos a su vida. Creo que esto es lo más importante del texto.

Tener un lenguaje feminista no es una cuestión metafórica, es una lucha absolutamente material y diaria

- Precisamente se repite mucho desde la teoría feminista la necesidad de romper el silencio y contar las violencias que nos ocurren, pero para ello antes se necesita un lenguaje común.

- Exacto, porque no nada más es el grito, sino las palabras, la sintaxis, el significado que vamos produciendo juntas. El lenguaje del poder, que viene de arriba hacia abajo, nadie te lo va a regalar, nos lo tenemos que ganar día a día en los foros públicos, en nuestros lugares de trabajo, en la actividad doméstica, es un toma y daca constante. Y todo esto no es una cuestión metafórica, es una lucha absolutamente material y diaria.

La escritora Cristina Rivera Garza y su hermana Liliana. RANDOM HOUSE

- ¿Hemos mejorado en esta cuestión en estos 30 años?

- Tenemos un montón que hacer aún. Hace dos o tres años hubo en México una especie de #MeToo, igual que en otros países, donde se hicieron muchas denuncias de casos de acoso, hostilidad u hostigamiento. Se utilizaron todos estos términos que hoy ubicamos con escenas muy particulares de nuestras vidas. Pero recuerdo también comentarios de algunas chicas de ahora, nacidas en el siglo XXI, inteligentes, brillantes, que de repente dijeron lo que me pasó a mí fue eso, esto se llama así. Viendo esa reacción te das cuenta de que todavía muchas mujeres están pasando por este tipo de toma de conciencia. A pesar de todo el trabajo feminista, ahora tampoco puedes darte cuenta sola, hay que aprenderlo en algún lugar.

- Precisamente lo que parece terrorífico es que, a pesar de los esfuerzos feministas, de que acabar con la violencia contra las mujeres sea un tema de conversación habitual en muchos espacios, como describe Rita Laura Segato, seguimos inmersas en una guerra contra las mujeres, ¿por qué crees que ocurre esto?

- Lo que dices es importantísimo, porque claro que se han producido logros, y no se puede negar, pero hay un debate constante sobre lo que seguimos permitiendo y lo que nos falta por hacer. El problema es la reacción continua de negar o minimizar esa violencia, y no solo a nivel cultural, sino a nivel institucional. También se dicen muchas cosas que luego no se hacen, o que incluso se instalan legalmente pero no se respetan. Es decir, los logros no se logran para siempre, los logros se tienen que defender constantemente en el día a día y tenemos que hacerlos valer. Ahora mismo en México se ha creado una fiscalía de feminicidios, pero, ¿tiene presupuesto? ¿Cuántas personas están trabajando en investigaciones sobre violencia de género? ¿Corresponde eso a la cantidad de personas que viven en la Ciudad de México? Esas son las otras preguntas sobre las que tenemos que estar vigilantes. Ojalá que este libro pueda articularse con esas múltiples colectividades de las que depende llegar a un mundo distinto al presente.

La escritora mexicana Cristina Rivera Garza. PIA RIVEROLA

- Hay quien defiende que los libros testimoniales o biográficos le restan valor “literario” a un texto. ¿Cómo te posiciones ante ese debate?

- Para empezar, esto no es una literatura del yo, no es una autobiografía ni una biografía, ocupa su lugar dentro de lo que se conoce como escrituras documentales. Es cierto que la literatura convencional descalifica o busca descalificar libros como este y muchos otros que yo llamo comprometidos, en el sentido de que estoy utilizando un lenguaje de todos los días y adquiero así deudas con el mundo. Mis libros no viven dentro de una torre de cristal, sino que tienen conexiones con las comunidades a las que se debe su existencia. Este en concreto es un texto que atraviesa disciplinas y campos del saber, pero también de la experiencia, y que entraría dentro de los libros en los que, como decía Segato, la estructura y el lenguaje han pasado por un trabajo largo, detallado, complejo, lo que hace que sea literatura, pero sin esa mayúscula molesta y estática. Y, por otra parte, a todos estos autores de la vieja guardia que tanto se quejan de la literatura del yo, les diría que creo que ya hemos oído suficiente sobre su obsesión con senos turgentes como para cambiar de tema.

- Preparando esta entrevista pensaba en que debe ser abrumador para ti contestar una y otra vez cuestiones sobre el asesinato de tu hermana y revivir su historia. Entiendo que la escritura del libro fue más bien un trabajo introspectivo, pero, una vez se hace público el texto, no sé si sentiste cierto vértigo a la exposición de todos los detalles, a las críticas de cualquier tipo.

- Al inicio tenía mucho temor pensando que no iba a poder llevar a cabo ni siquiera una entrevista sin caer otra vez, sin llorar. La primera conversación que tuve sobre el libro fue con la autora argentina Selva Almada. Era la primera vez que ella hacía una entrevista y la primera vez que yo hablaba del libro, entonces las dos estábamos muy vulnerables. Pero con ese proceso entendí que explicarme sobre el libro es otra manera de atravesarlo. Cada vez que hago una entrevista, aunque pareciera ser lo mismo, nunca es exactamente igual. Cada vez es una nueva posibilidad de ponerlo en escena desde distintas perspectivas. No te voy a mentir, no es como si estuviera hablando de otros libros que he escrito, pero creo que la búsqueda por la justicia es tan urgente y necesaria que cada una de estas interacciones me parece que nos acerca un poco más a esa posibilidad. Lo interesante para mí es que, en lugar de provocar que me haya roto, siento que me hago más parte de la restitución. Ahorita que estamos hablando tú y yo de ella, estamos contribuyendo a otro cachito en la materialización de su experiencia, y esto es mucho mejor que el silencio que conlleva el luto en privado que mantuvimos mis padres y yo por tanto tiempo.

Periodista especializada en feminismo y cultura. Ha sido editora jefa en Play Ground y colaboradora de medios como Pikara Magazine, eldiario.esS Moda y El Salto. Recomienda libros de mujeres en el programa Tardeo, de Radio Primavera Sound. Cocreadora y coeditora de la revista digital la Fronde Mag.