Traten de imaginar una novela de viajes que funcione como una espiral en la que el mismo sujeto retorna al momento clave en diferentes décadas de una dilatada trayectoria. Estarían viajando entonces hacia distintas dimensiones con el ancla de un cuerpo en el que resuenan emociones y política. Ese es el ambicioso proyecto de la escritora chilena Cynthia Rimsky en La revolución a dedo (Literatura Random House, 2021).
En esta obra —publicada en la colección Mapa de Lenguas, que promueve el trabajo de autores de habla hispana más allá de sus respectivos países—, no solo sorprende el uso del cuerpo, sino también especialmente el de los diarios. Concretamente dos: el que Rimsky (Santiago de Chile, 1962) escribió con 22 años visitando una revolución y el que redactó a los 45 en un viaje repleto de pasión, ambos revisitados por la experta voz de la mujer de 52 que escribe el manuscrito.
En sus apuntes, vemos que cuando la escritora llegó a la Nicaragua sandinista en 1985 encontró que, allá donde iba, nadie terminaba de elogiar la revolución, y que los exguerrilleros se habían colocado en altos cargos. Ese tipo de encuentro con la revolución fallida puede recordar por su temática al fiasco de André Gide frente a la URSS, pero hay grandes diferencias en el estilo y la escritura. Rimsky tiene pequeños detalles de atención poética y se enfrenta en todo momento a los riesgos de la mujer viajera. Comparte las críticas hacia los artistas que cedieron al favor de los lujos, pero la autora chilena va más allá al abordar en su narración los problemas derivados del narcotráfico. Su escritura también está repleta de detalles contemporáneos, como la relación con las búsquedas digitales o las preguntas sobre la diferencia entre viajero y turista.
Cuando Rimsky aborda el cuerpo y la memoria en su libro no es que deje la revolución sandinista en un segundo plano, es que procura hablarnos de esta del mismo modo que un satélite refleja la luz de una estrella, o como las notas ausentes de una canción de jazz. Los diálogos con personal de los Comités de Defensa Sandinista resultan más evocadores que la explicación de su desarrollo histórico. El terremoto que desencadenó el proceso que puso fin a la dictadura de los Somoza es una de esas notas ausentes en la medida que la joven autora de los diarios busca por un centro de la ciudad que no puede creer que simplemente haya podido dejar de existir. La relación amatoria con el guerrillero honesto refleja los privilegios de los que no lo fueron y se dejaron corromper por el poder.
Con una trayectoria muy ligada a la literatura de viajes —ahí están Poste restante (2001), La novela de otro (2004) y Los perplejos (2009)—, Rismky actualmente reside en un pueblo argentino y se dedica principalmente a los talleres de escritura, a la docencia y al columnismo. Se nota siempre cierta solidaridad entre los que alguna vez trabajaron como periodistas, pues procura atenderme con total atención. La videollamada con ella es un tranquilo diálogo con sorpresas para ambas partes.
- ¿Cómo se siente que esta novela tan políticamente latinoamericana se publique dentro la colección Mapa de las Lenguas, que va dirigida a los distintos países del continente?
- Ese es el segundo libro mío que se incluye en esa colección, el otro fue El futuro es un lugar extraño (Literatura Random House, 2016). Me parece interesante, porque todavía hoy cuesta mucho la circulación de los libros entre Latinoamérica. Lo interesante de esta colección es que mi libro puede llegar a Colombia, Argentina, Uruguay, México…
- He sido incapaz de catalogar la obra como autoficción o como literatura de viajes. Es horrible preguntar por las porciones de veracidad de un texto, así que a lo mejor me puedes iluminar con la etiqueta correcta.
- El libro salió en Chile en 2020, justo cuando empezó la pandemia, y las reseñas que le hicieron los medios la trataban como novela. Ahora ganaba el Premio Municipal de Santiago en el género referencial. Así que me parece que esa es una duda insoluble. Cuando yo la escribí tuve esa mala intención, tratando que fuera un libro que no se pueda catalogar porque generalmente trabajo todos mis libros con esa provocación. La de intentar situarse en un no-género o, como lo llamamos en Chile, mezcoloncho, o sea, una mezcla en la que no se sabe cuáles son los bordes. Con esa intención busco que se produzca cierta perplejidad y cuestionar un poco los límites de la ficción y lo real. Entonces, no podría decirte a qué género pertenece.
- Sobre el propio texto, el uso de los diarios en la narración me ha recordado al uso casi místico que tienen ese tipo de escritos para volver una y otra vez a detalles del pasado.
- Esos diarios nacen de una necesidad tremenda de tener un lugar privado en el que poner los pensamientos y sensaciones no adecuados en el contexto revolucionario de Nicaragua. Cuando los leí ya vieja, me daba mucho pudor, pues era el lugar en el que esa chica de 22 años podía decir todo lo que ella sentía incorrecto. En ese sentido, tenían una fuerza muy potente. El desafío del libro era tomar un material antiguo y pueril, o ingenuo, y aprender a contar eso. Me demoré como 20 años.
- Mencionas el pudor, que yo relaciono con la parte más amorosa del texto. Justo quería preguntarte por ese desplazamiento hacia el cuerpo en una novela sobre revolución política.
- Una de mis preocupaciones es la memoria tomada como el olvido. ¿Cómo construir en ese espacio vacío que es el olvido con unos destellos? Con este libro no quería reconstruir una historia, quería saber qué pasaba entonces por mi cuerpo. Me interesaba lo pequeño, lo no importante… Buscaba que hubiera un momento en que tú sintieras qué era estar con 22 años sintiendo una revolución, ser de izquierdas, ver que nada se ajustaba y, sin embargo, estar ahí. No tenía ningún interés en contar la historia de Nicaragua. No me interesaban la revolución ni las anécdotas, quería construir ese momento sensible.
- ¿Puede hacerse turismo durante una revolución?
- Justo hace unos días me llamó una amiga que quería ir de vacaciones a Cuba con sus dos hijos adolescentes pero que tenía susto de que sus hijos se aburrieran. ¿Cómo ser turista en un lugar que casi no hay alimentos e ir a disfrutar de las playas tropicales? Es una dificultad. Uno puede ir, pero con la conciencia de que se está en un lugar de tensión.
- Hay un momento en el libro en el que la joven que escribe los diarios expresa cierta “envidia chilena”. ¿Sigue esa comparación?
- Ir a otro país es la única manera de ver tu país. Para mí, se necesita distancia. Ahora estoy viviendo en Argentina y descubro que este es un país mucho más relajado y más abierto, más desopilante y menos racional que Chile, y eso me ha hecho crecer mucho. Cada país te va dando otra mirada.
- A mí ese nivel de detalle por lo que se va a olvidar me ha recordado a Patrick Modiano.
- No es una influencia. En Chile hay un diarista que se llama Luis Oyarzún, autor de Diarios de Oriente (1960), y va más bien por ahí. Nunca nadie me pregunta por el segundo relato…
- ¿El de la Pantera y el Elegido? Pensaba que cuando hablaba del cuerpo y el pudor se refería a esa segunda parte, en la que hay adulterio. Lo único que no queda claro de esa parte es si el tono es de nostalgia, desencanto o cinismo.
- Sí, la segunda parte es mucho más sensorial porque ya no hay sentido. Cuando ya no quedan motivos y mueres por una revolución sin sentido entonces lo que queda son esas hilachas de cuerpo, las sensaciones, lo que pasa día a día, las minucias… Cosas que no se enhebran en nada superior porque ya no hay sentido; quería crear esa atmósfera.