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El día más feliz en la vida de Perón

En 1972, el político volvió a Argentina tras 17 años de destierro. El artífice de ese regreso fue Juan Manuel Abal Medina, quien publica sus memorias.

Buenos Aires
Perón, a su regreso a Argentina, el 17 de noviembre de 1972, con José Ignacio Rucci (con el paraguas) y Juan Manuel Abad Medina (derecha). ARCHIVO

En sus últimos meses de vida, Juan Domingo Perón llevaba dos fotos en el bolsillo interior del saco. Una es del 17 de octubre de 1951. Eva termina de hablarle a una multitud amuchada debajo del balcón del edificio del Ministerio de Obras Públicas. El cáncer avanza sobre su cuerpo y la aleja de la carrera electoral por la vicepresidencia. Emocionada y de pie, al cerrar su discurso de cara al pueblo argentino, gira y se abraza con Perón, que escuchaba atento detrás. Eva es la única mujer en el balcón; la rodean más de una decena de hombres que la observan con admiración. La imagen del abrazo entre Eva y Perón la tomó Pinélides Fusco.

La segunda fotografía que Perón guardaba en el bolsillo del lado del corazón es del 17 de noviembre de 1972. Perón acaba de pisar suelo argentino luego de 17 años y dos meses de destierro, tras el golpe de Estado en 1955 de la Revolución Libertadora, comandada, sucesivamente, por los generales Lonardi y Aramburu. En ese paréntesis temporal, Perón estuvo asilado en Panamá, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana y España, donde pasó 12 años morando en una quinta cercana a Puerta de Hierro, en Madrid. La foto fue tomada en Ezeiza, cerca del Aeropuerto Internacional. Perón viajaba en un Fairlane junto a su esposa, Isabel Martinez, y Juan Ignacio Rucci y Juan Manuel Abal Medina, pilares políticos y sindicales de su retorno a la Argentina. En los primeros metros del recorrido al auto lo rodeaban colaboradores y dirigentes cercanos del Movimiento. Perón hace detener la caravana que lo conduce hacia Buenos Aires. Cuando baja del Fairlane, sonríe y saluda a las caras conocidas. A su lado están Jośe Ignacio Rucci, líder de la Central General de Trabajadores, agitando un paraguas negro, y un joven Juan Manuel Abal Medina, de gesto adusto, con los ojos negros escudriñando, calibrando la mirada, observando el paisaje como si fuese un tablero de ajedrez. En ese instante, un dedo anónimo gatilla la cámara e inmortaliza el momento.

Ambas fotos coinciden en el protagonista y en un número: el 17. Son dos momentos en la vida de un hombre que fue armado y desarmado y vuelto a armar por distintas generaciones de argentinos que lo amaron y odiaron en espejo. La primera foto es una síntesis de la primera década peronista (1945-1955); la segunda, un rayo de luz que irrumpía luego de 17 años de destierro, proscripción y persecución a todo lo que olía a peronismo. En palabras de Perón al propio Juan Manuel Abal Medina, “ese 17 de noviembre, cuando los vi a ustedes dos (Rucci y Abal Medina) y nos abrazamos, fue el día más feliz de mi vida”.

La segunda foto aparece en la tapa de Conocer a Perón, el libro de memorias que escribió Juan Manuel Abal Medina (Buenos Aires, 1945) y que circula de mano en mano, de boca en boca entre argentinos, como si fuese el último tanque de Netflix. Un libro que es un manual de estrategia y conducción; un libro que devela una dimensión íntima, criolla, humana, paternal de Perón; un libro que, narrando imágenes y rulos del pasado, tiene la capacidad de conectar con nuestros días de antipolítica y peronismo derramado.

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El apellido Abal Medina es rápidamente reconocido en las mesas familiares de argentinos, en asambleas sindicales, en pasillos universitarios, en reuniones de feligreses católicos atravesados por la política partidaria y social. En especial, si va asociado a los hermanos Fernando y Juan Manuel, “parientes lejanos” de cualquier peronista, como nombra el historiador Hernán Brienza en el prólogo. Ambos procedían de una familia gorila, como se llama al antiperonismo en Argentina, pero, formados en los valores políticos del nacionalismo y el catolicismo, acabaron encontrando en la cosmovisión del peronismo del escritor Leopoldo Marechal un movimiento que agrupaba sus inquietudes. Es decir, un peronismo que incluía el “vanguardismo revolucionario”, la “necesidad de dinamizar culturalmente a la Argentina”, el “antioligarquismo profundo, una concepción radicalizada del cristianismo y un antimaterialismo riguroso”, como sintetiza Brienza.

A Fernando Abal Medina los libros de historia lo recuerdan como uno de los fundadores de la agrupación guerrillera Montoneros en los tempranos setenta. Pero, sobre todo, quedó asociado al secuestro, juicio político y muerte del general Aramburu, un hito que movió tierra y aire y fuego y que fue vengado por la cúpula militar con su asesinato. A Juan Manuel, el mayor de los dos hermanos, se lo recuerda por ser el último secretario general del Movimiento Peronista y, en particular, por haber sido elegido por Perón, con solo 27 años, para construir la estrategia del regreso a la Argentina.

Juan Manuel no venía de la rama sindical ni juvenil —como su hermano—, ni de la vieja guardia del peronismo (nació en 1945, el mismo año que Perón asumió su primera presidencia). Si bien se movía por entornos peronistas, el acercamiento al líder desterrado fue a través de un informe que le hizo llegar a Madrid en 1971, donde describe y analiza la situación de “empate” entre la dictadura de Lanusse y la ebulleciente situación política. Juan Manuel entiende que, ante semejante revuelo, estaban dadas las condiciones para el regreso de Perón, legitimado por elecciones democráticas.

“El general vio en mí una óptica muy similar a la que él creía adecuada. Por otro lado, entendía que no tenía compromisos con ningún sector. En enero de 1972 me encarga tareas cada vez más complejas. Integro la comisión del regreso y tengo diversas gestiones, como evitar enfrentamientos entre la juventud encabezada por Rodolfo Galimberti y el sindicalismo de José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel. Yo creía en la política y en la idea central del general: teníamos que dar la batalla donde éramos más fuertes, que era el terreno electoral”, dice Juan Manuel Abal Medina al diario El País, en una de las pocas entrevistas que ha concedido a los 78 años.

El recuerdo y el juicio que Perón y Juan Manuel tenían sobre las acciones de su hermano terminó de sellar con afecto el encuentro entre el líder y el joven estratega en Madrid. Juan Manuel era la pieza necesaria que Perón encontró para dialogar con la juventud masiva y radicalizada, con el sindicalismo histórico, con la vertiente femenina que había pregonado Eva, con sectores de las fuerzas militares, con los viejos caudillos del peronismo y, también, del radicalismo. Como si fuese un Aleph peronista, Juan Manuel hablaba y era escuchado por todos los nombres y representantes. Su voz era recibida por partes sueltas u orgánicas al Movimiento que, con el tiempo y las negociaciones, podrían convertirse en piezas de un rompecabezas o en esquirlas de una bomba.

Héctor Cámpora, flanqueado por Juan Manuel Abal Medina y José Ignacio Rucci, en la campaña electoral justicialista de 1973. ARCHIVO

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En Conocer a Perón, Juan Manuel Abal Medina narra una tragedia en primera persona. Mejor dicho, los años previos donde se fue tramando la tragedia nacional que abriría la dictadura cívico-militar en Argentina en 1976. También su precuela: el comando Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) en 1974, creado por José Lopez Rega —cercano al matrimonio Perón e Isabel desde el destierro en Madrid— para combatir a los sectores de izquierda al interior del peronismo luego de la muerte de Perón el 1 de julio del 74.

Sentado en el panel de presentación de las memorias en la última Feria del Libro de Buenos Aires, Hernán Brienza retoma la metáfora de la tragedia griega para explicar los años setenta en la Argentina: “Si uno analiza a sus personajes, observa que no pueden hacer otra cosa que la que hacen en virtud de su pasado, de su mirada ideológica, de su posicionamiento político”, dice. “Todos saben que van al choque. Perón es el único que ve todo el mapa político y sabe que no puede frenar esa dinámica”.

Brienza subraya la palabra que ordena todas las palabras de Juan Manuel Abal Medina en sus memorias: política. En tiempos de antipolítica, en donde la bronca por la desigualdad generada por la democracia toca a las mayorías, donde las derechas fascistas y libertarias se alimentan del malestar general ofreciendo recetas mágicas, donde los Estados nacionales conservan un poder debilitado, el testimonio de Abal Medina recupera la política: la contrapone a lo que está afuera, a la magia, el esoterismo (se decía que Perón no era Perón, que, debilitado, estaba embrujado por Lopez Rega), al ocultismo, que fueron los marcos teóricos que se utilizaron para explicar las acciones del último Perón. Abal Medina pone a la política sobre el esoterismo “como herramienta de acción, de negociación, de transacción de intereses, como encuentro y desencuentro de personas, de seres humanos”.

Al lado de Brienza, en la mesa de presentación del libro, está sentado Juan Manuel Abal Medina hijo, politólogo y jefe de gabinete de Ministros desde 2011 hasta 2013, entre otros ítems de su largo currículum. Él también recupera el testimonio de su padre como una ponderación de la política. Dice: “Acá se reivindica a la política, como acción, como obra, pero también como tarea de construcción popular. Entender el 17 de noviembre es reivindicar la política. Porque haber traído al general es terminar con un ciclo trágico que tenía la historia argentina, donde sus principales héroes, Artigas, San Martín, Rosas, morían solos y abandonados en el exilio echados por la oligarquía. En cambio, cuando Perón vuelve a la Argentina con el pueblo, muestra que la historia se puede cambiar. Se reivindica a la política como poder de transformación. Reconocer eso es lo central”.

Seguidores de Perón lo reciben a su regreso a Argentina, el 17 de noviembre de 1972. ARCHIVO

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Hay una escena que narra Juan Manuel Abal Medina en sus memorias que condensa las dimensiones trágicas, shakesperianas, de los setenta en la Argentina. Sucede en 1971, la última vez que ve a su hermano Fernando. Luego de varios rodeos por la ciudad de Buenos Aires, para despistar a la paranoia y a posibles seguidores, los Abal Medina se encuentran en un auto, un Dodge chico. Juan Manuel le pregunta a Fernando si el rumor del asesinato de Aramburu por Montoneros era cierto. Su hermano le responde: “Sí, sí, claro”. Y luego agrega: “Matar es terrible… es tremendo”. Luego Fernando, sentado en el asiento de atrás, le aprieta los hombros a Juan Manuel, inquieto en el lugar del copiloto. Se sostienen las manos y se despiden en silencio. 

Dos hermanos, dos seres políticos, dos humanistas contradictorios por encima de los heroísmos, dos hombres comunes en medio de la encrucijada política, del quiebre histórico que iba a cambiar a la Argentina. “Es terrible lo que hice, pero está bien igual”, interpreta Brienza, encontrando en la escena el zeitgeist, el punctum, el tono, la pregunta de los setenta en la Argentina: “Cómo algo puede ser justo y terrible al mismo tiempo. Quizás esa es la mejor metáfora de los setenta. Años justos y terribles, injustos y hermosos, buenos y malos al mismo tiempo”. El Perón que conoció Juan Manuel Abal Medina en los setenta, el Perón del libro, “es el que entiende que la unidad nacional no es una unidad boba que se junta a tomar mates”, dice Brienza. “Es una unidad de los dos grandes partidos populares para enfrentar a un sector minoritario de la sociedad que es el liberalismo conservador. Abal Medina no nos viene a contar el pasado, sino que les habla a los que vienen”.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.