Las cucarachas son las únicas que sobrevivirán al apocalipsis. Da igual que el mundo tal y como lo conocemos ahora termine por la explosión de una bomba atómica, por los efectos devastadores del cambio climático, por una guerra bioquímica o cualquiera que sea la desgracia letal. Ellas seguirán campando a sus anchas por el escenario resultante, con sus patitas cortas, sus antenas intuitivas y sus cuerpos crujientes, como reinas del planeta. Es un hecho nunca comprobado pero que la sociedad en su generalidad no cuestiona, un ejemplo de esa frase tan resultona: “No tengo pruebas pero tampoco dudas”. Aunque esa condición de invencibles, posiblemente, no consiga hacerlas menos repulsivas para el ser humano. Al menos, no en la distopía que la escritora Agustina Bazterrica (Buenos Aires, 1974) ha desarrollado en su novela Las indignas, publicada por Alfaguara en 2023.
Según escribo estas líneas, mi cuerpo pide que cambie de tema para frenar el rechazo físico que me genera el mero pensamiento de ese bichejo. Pero, pese a mi percepción y para mi enorme sorpresa, no toda la población comparte esta repulsión, e incluso hay quien les tiene cariño. “Una lectora sacó fotos de Las indignas con su cucaracha de Madagascar, que solamente come frutas. Hay gente que las tiene como mascotas”, explica la escritora argentina por teléfono a COOLT. La autora se encuentra en plena gira de presentación de su libro, un título muy esperado por su legión de seguidores. Su anterior obra, Cadáver exquisito, ganó el Premio Clarín Alfaguara de Novela en 2017 y Bazterrica entró a formar parte del grupo de autores súper ventas con más de medio millón de ejemplares despachados y traducciones a más de 25 idiomas.
Pero el caso de esa lectora es una curiosa excepción. El asco que provocan las cucarachas es tan común que no resulta extraño que los personajes del libro puedan comerse una rata pero no una cucaracha. La protagonista vive las situaciones más atroces mientras vaga por una tierra en la que ya no hay electricidad, ni agua corriente ni alimentos ni seguridad, hasta que llega a lo que parece un refugio pero en realidad es una mazmorra. Un convento que antes había sido la residencia de unos monjes a los que desalojó el mesías de una nueva religión bastante parecida a la católica, con toques de Margaret Atwood. Todo es fatal y el menú diario está basado en grillos, aunque si hay una cucaracha se tira; hay límites que no se pueden traspasar.
La narradora, de la que nunca se llega a saber el nombre, pasa a ser una novicia en la categoría de ‘indigna’, un escalafón desde el que puede optar al ascenso a otras categorías superiores a base de sacrificios y buen comportamiento. Es la madre superiora, una antigua luchadora de las guerras por el agua, quien decide qué aspirantes suben de nivel o cuáles son los castigos que se aplican a las desobedientes: cualquiera de las opciones supone dolor físico, mutilaciones, incapacidad permanente y, sobre todo, falta de libertad. Y, aún encima, ni siquiera la comida es mucho mejor que en el exterior. Pero la esperanza es lo último que se pierde, dicen por ahí —y sugiere Bazterrica—.
- La religión con la que se encuentra la protagonista de Las indignas recuerda a las ya existentes —sobre todo al catolicismo— en sus aspectos más negativos, como la estructura patriarcal y el sometimiento ¿Realmente podría existir una religión que sea todo lo contrario a esto?
- Sí, pienso que puede haber una religión basada realmente en la solidaridad, en el amor y no en juegos de poder, que no sea patriarcal. Yo no la conozco todavía, pero me parece que sí. Bueno, de hecho, el mensaje de los grandes líderes y lideresas de la humanidad como Jesús, Buda, María Magdalena y un montón más es el mensaje del amor como energía universal. Pero la novela está todo el tiempo bordeando el catolicismo porque me crié en esa religión.
- Dice que el catolicismo es la religión que usted conoce y que por eso se inspiró en ella. Su experiencia no parece haber sido muy buena...
- Yo siempre aclaro que mi madre fue a un colegio de monjas jesuitas y las amó, la pasó muy bien. Por eso me mandó a un colegio de monjas alemanas, pero el cálculo le falló, porque mi experiencia fue muy diferente. Igual, también conocí monjas en Santiago del Estero, que es una provincia de Argentina muy pobre, y las vi ayudando a comunidades. Tenés todo tipo de monjas.
Pero mi caso con las monjas alemanas fue muy negativo, sacaban lo peor de vos. Se generaba un control entre las compañeras, nos reprimíamos unas a otras, nos criticábamos y nos juzgábamos, como pasa en la novela. Aparte, había una cosa medio perversa de alegrarte cuando a alguna le pasaba algo; ni hablar de compañerismo ni de sororidad. Y estaba esta cuestión de la doble moral, de “ama a tu prójimo como a ti mismo”, pero después, si venía alguna sin recursos al colegio —era de clase alta—, la discriminaban por pobre. Este clima de opresión y de violencia psicológica era permanente, no podías cuestionar nada. Si lo hacías eras prácticamente una hereje, una indigna.
- En el libro describe de forma hiperbólica ese clima de rivalidad extrema, pero personajes como el de Lucía aportan un poco de esperanza en el ser humano.
- Sí, a diferencia de Cadáver exquisito, en este libro quise trabajar el amor como energía vital. Pero no solo el amor romántico: en la novela nunca está la palabra amor —lo hice adrede eso—, sino la esperanza. De hecho, la protagonista está en un cuarto sin ventanas y va haciendo una grieta con un cuchillo en la pared que se abre justo en el momento en que aparece Lucía y entra la luz. Eso simboliza la posibilidad de esperanza.
Una de las cosas que trato de plantear en el libro es dónde está lo sagrado, dónde está realmente ese Dios o qué es Dios. Y mi lectura —que no implica que sea la única o verdadera, sino que es una más— es que eso sagrado está en la conexión y en la empatía con las otras personas y con los animales. Por eso el personaje de Circe y la naturaleza. Por eso ella, al final, habla del bosque como una catedral viva.
- Precisamente la palabra ‘bosque’ está tachada cuando se refiere al espacio que rodea el convento. Ya no existe, es otra cosa.
- La simbología del bosque en la literatura universal es súper fuerte porque se puede relacionar con el inconsciente, con lo prohibido, con la oscuridad, con la brujería. En muchos cuentos infantiles los niños entran al bosque y salen transformados en adultos, es como un pasaje de la niñez a la adultez. Para ella también es esto: lo sagrado, la unión con la naturaleza, que es algo que perdimos a lo largo de estos años y que algunas personas ahora están recuperando. Antes los humanos trataban a la naturaleza como algo sagrado, justamente porque era lo que les permitía vivir. De hecho, hubo momentos en los cuales se juzgaba a los animales, se les hacían juicios porque consideraban que estaban al mismo nivel que las personas. Ahora la naturaleza sirve para extraer cosas. Como lo que están haciendo con el Amazonas, uno de los grandes pulmones del planeta, que lo están destruyendo.
- Al respecto de esa unión con los animales está la unión de la protagonista con Circe. Cuando aparece esta perrita, ella está muerta de hambre, pero no se la come.
- De hecho, es una gata. La confusión es adrede: hay gente que piensa que es una niña, hay gente que piensa que es una gata y otros que piensan que es un perro. Depende de las lecturas.
Ella no se la come primero por si la ataca. Pero también porque una de las cosas que también trabajo en la novela es el tema de pertenecer a una tribu. Por una cuestión instintiva del ser humano, nos olvidamos que somos animales, pero lo somos. Necesitamos pertenecer a una tribu porque así tenemos más chances de sobrevivir, es así de básico. La protagonista pierde a su primera tribu, que son los niños Tarántula, y está sola. Si Circe la ataca y la infecta no tiene para curarse, hace rápidamente ese cálculo. Después se genera un vínculo y cuando amas a alguien eventualmente no te lo comes.
- Siguiendo con la gastronomía del libro, los personajes comen ratas y grillos pero no cucarachas ¿Por qué?
- Porque la cucaracha está asociada con enfermedades.
- Bueno, las ratas un poco también.
- Pero en el inconsciente colectivo las cucarachas están asociadas más a enfermedades, a pestes, esta cosa de que están en las cañerías. Pero bueno, supongo que habrá países donde se comen cucarachas. De hecho, una lectora sacó fotos de Las indignas con su cucaracha de Madagascar, que solamente come frutas y que hay gente que las tiene como mascotas. Te juro que yo no sabía, pero cuando vi la foto dije: “No, pará esto, tenés una cucaracha”. Y me dijo que sí, que era su mascota. Me parece raro tener ese vínculo, pero bueno, el ser humano es así. Hay gente que tiene de mascotas a boas constrictoras.
- La mamá de la niña vio el mundo antes y después del Apocalipsis. Nosotros podríamos vivir lo mismo si el cambio climático se acelera un poco, que parece que no vaya a ralentizarse. No parece una distopía tan lejana.
- Absolutamente. De hecho, cuando yo estaba terminando y corrigiendo la novela, en Buenos Aires hubo cambios de temperatura extremos de un día para el otro. Un día era verano, con un calor agobiante, y al día siguiente, frío extremo. Si te ponés a mirar el tema de las consecuencias del cambio climático, en las redes tenés mil videos que muestran. Por ejemplo, mi hermana vive en Brasil y tiene una casa en la playa. Un día llovió tanto que hubo mansiones construidas en la montaña que se cayeron al mar enteras.
- La Inteligencia Artificial sale solo de pasada y con un punto Frankenstein. Cuando el creador ve que se está teniendo demasiado poder, la desenchufa. Al final, es el ser humano el que se mata a sí mismo, no es la IA.
- De hecho, en Cadáver exquisito, una de las frases que dice uno de los personajes es que el ser humano es su propio virus. Por ejemplo, sabemos cómo se produce la carne, cómo tratan a los a los animales en las megafactorías de cerdos de China que quisieron poner en Argentina. La contaminación absoluta ambiental que generan y los virus zoonóticos que van saltando interespecies.
Uno de los libros importantes que leí para escribir esta novela fue Primavera silenciosa de Rachel Carson, que analiza de dónde surgen los pesticidas y cuáles son las consecuencias. El título es porque no hay más pájaros, no hay más insectos porque los pesticidas matan todo. En muchas provincias y pueblos de la provincia de Buenos Aires, que están a cuatro o cinco horas de donde yo vivo, mucha gente se murió de cáncer por los pesticidas, porque siguen usando el glifosato, que en muchos países está prohibido. Y ves a los aviones tirando glifosato en las cosechas y que también va al agua que toma la gente.
- ¿Es tan difícil imaginar un futuro que no sea una distopía?
- Yo personalmente voy a tratar de confiar en la humanidad hasta el último segundo. Por más que venga un ataque zombi producto de todos los desastres con los pesticidas y los químicos. Pero bueno, la literatura que me interesa trabaja con los temas que por ahí le preocupan al escritor o a la escritora. Y eso es lo que yo hago.
En contraste con todo lo que te digo, también está lleno de gente que está ayudando a retrasar un poco la catástrofe. Un ejemplo es el de una persona en Argentina que logró, con todos los remanentes de las frutas con las que las empresas hacen dulces o sidra, crear un objeto para que la gente lo use para hacer fuego en lugar de madera. Ese señor está ayudando concretamente. La destrucción va más rápido que estas personas, pero el ser humano es muy resiliente. Yo confío en esa resiliencia y en que seamos un poco más conscientes de que el único planeta que tenemos es este.
- La protagonista ama los libros y se enfada cuando ve vacía la biblioteca del convento. ¿La literatura es una forma de salvación en medio de la catástrofe?
- Totalmente. De hecho, yo voy a muchas escuelas en Argentina, y conocí a un profesor, doctor en Filosofía especializado en romanticismo alemán, que me dijo: “A mí la literatura y la educación pública me salvaron”. Su padre es un policía que prácticamente no terminó el secundario y su destino era ser policía como él, pero el tipo terminó teniendo un doctorado en Filosofía. En el caso del libro, también la literatura es como una salvación. Por algo ella escribe: “Estas palabras contienen mi respiración, mi sangre”.
En esta gira que empezó en Guadalajara y después siguió en Sofía, Madrid, Sevilla, Málaga y ahora Madrid de nuevo, estuve leyendo a Reinaldo Arenas, un autor cubano que escribió Antes que anochezca. Es un testimonio de su experiencia en Cuba como escritor gay al que persiguieron y encarcelaron. Todo el tiempo queda muy claro que sin la literatura él no hubiese resistido. Hasta en la cárcel intentaba escribir con lo que fuera.
- Justo ahora acaba de mencionar la educación pública y los libros como salvación. No sé cómo ve la situación de su país. Con el Gobierno de Javier Milei, el futuro de los servicios públicos no parece muy alentador. Usted que es especialista en distopías...
- Creo que va a haber una reacción de parte del pueblo, porque el nuevo presidente se la ha pasado hablando de que la casta política iba a pagar el ajuste y por supuesto que la casta política no solo que no lo va a pagar, sino que lo está pagando el pueblo. A nada menos de una semana de haber asumido el puesto ya le van a sacar el subsidio al transporte público y el boleto que salía, por ejemplo, por 60 pesos va a salir por 600.
Estudié Historia del Arte en la Universidad de Buenos Aires, que es pública. Si lo hubiese tenido que pagar, probablemente no hubiese podido estudiar. La educación pública es una de las cosas que admiro de mi país. Me parece fundamental. Y también, obviamente, los derechos de las mujeres, como el derecho al aborto, que también están amenazados. La vicepresidenta es simpatizante de genocidas y niega prácticamente la dictadura militar. El mismo presidente actual, en el debate presidencial, llegó a decir que [lo que hizo la dictadura] eran excesos y no crímenes de lesa humanidad. Me parece que el uso de las palabras no es inocente. Es una situación desesperante, porque cuando vos negás la memoria, podés repetirlo. Pero bueno, seguiremos luchando.