En su ensayo sobre Lo raro y lo espeluznante (Alpha Decay, 2018), el crítico cultural Mark Fisher apuntaba que uno de los significados arcaicos de la palabra weird —raro, en español— era destino. Un concepto misterioso sobre el que no tenemos aparentemente ningún control por mucho que los gurús de la autoayuda hayan convertido nuestras vidas en un “elige tu aventura”, y que plantea otra temporalidad y causalidad que escapan a la mirada corriente.
Lo extraño, dicho de otra forma, es lo más normal del mundo… Nuestra existencia es rara, el afán por imponer un orden sobre el caos que reina es todavía más raro aún. Y, sobre todo, peligroso, especialmente cuando una de las infinitas narrativas para ordenar el mundo acaba siendo sinónimo de verdad.
En esa mediana de autopista fantasma entre lo fantástico, la ciencia ficción y el terror, la literatura extraña escrita por mujeres es la frontera en la frontera. Un lugar desde el que volver a adueñarnos de la realidad cuando parecía que la mirada masculina era “esa verdad”, y destruir para crear.
Historias como las de la insólita mexicana Amparo Dávila, la prosa extrañada y feminista de Armonía Somers o las mujeres muertas más vivas y lúcidas que los vivos de María Luisa Bombal alimentaron estos umbrales.
Ahora es el turno de una nueva generación de narradoras en español que ha hecho de lo espeluznante y extraño, de lo erróneo, a fin de cuentas, la mejor forma de explicarnos, o de perdernos. De desnaturalizar a través de la literatura lo que no es natural y nunca debió serlo.
Desde la fantasía oscura y las narraciones apocalípticas de escritoras como Ariana Castellarnau, Paulina Flores o Ana Llurba (Premio Celsius 2021), al reino sombrío en el que la argentina Mariana Enríquez es soberana absoluta; las perturbadoras historias de Elvira Navarro y Tamara Romero, o la imaginación más allá de esta galaxia de la asombrosa Laura Fernández.
Pero, ¿cuál es realmente el poder de estas escritoras?
Hacer posible lo imposible
Definida por el crítico cultural Nadal Suau como “una dominatrix de lo INSÓLITO” y comparada con autores de la talla de Kurt Vonnegut y Thomas Pynchon, la “extraña” Laura Fernández (Terrassa, 1981) es una de las grandes madrinas de este umbral entre géneros que rebasa una novela tras a otra para, dice, “mezclar todas las narrativas posibles con una realidad concreta de cartón piedra”. Una realidad, asegura la escritora, que idealiza y boicotea al mismo tiempo, que deconstruye para que se le vean las costuras.
Tras cinco novelas —o mejor dicho, “mundos”— a sus espaldas, su última obra, La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Random House, 2021), es un libro tan redondo como esos pisapapeles que encierran pueblos nevados y que al agitarlos provocan ventiscas. Una historia de historias donde la autora nos sitúa en una pequeño pueblo, cuyo único atractivo es haber sido el escenario de un clásico infantil, que se ve obligado a reinventarse cuando cierran su única tienda de souvenirs.
Pero si creen que eso es todo, amigos, es que aún no han leído a Fernández, porque el poco hospitalario y gélido Kimberly Clark Weymouth es también el escenario de una reflexión sobre el arte, la soledad, la maternidad y el —a veces tan absurdo pero gratificante para quienes lo practicamos— proceso de escritura. Una novela que no tiene horma para una autora que no conoce fronteras…
“Mi literatura bebe de la literatura postmoderna americana, que no veía fronteras entre la alta literatura y el pulp”, sostiene la escritora barcelonesa, en cuyas historias TODO —“realidad, fantasía… lo que ha sido creado por el ser humano y está ocurriendo”, dice— es un instrumento para la ficción.
Para la escritora “extraña” Tamara Romero (Barcelona, 1982), la inspiración suele llegar de muchos lugares: una conversación ajena, la anécdota de un amigo, una novela, e incluso —y eso le ocurre a menudo— un vídeo de Youtube. “Trabajando dentro del ámbito especulativo, la realidad no te ayuda mucho para inspirarte pero sí te da detalles. Por ejemplo, algo mínimo que aparece en un documental”, subraya.
De hecho, en sus dos últimas novelas, La estatua que tiembla (2020) y Respiración de fuego (2021), Romero usa el motivo del vídeo para llevarnos hacia lo espeluznante. En la primera, unos estudiantes de Bellas Artes se reúnen en una casa abandonada para ver un documental sobre una cantante folk que se retiró a vivir en el bosque y cómo poco a poco se fue transformando en un ser casi monstruoso, al tiempo que, como hechizada por la voz de la cantante, una de las estatuas de piedra del jardín empieza a moverse. Mientras que en Respiración de fuego, el umbral a lo desconocido viene de la mano de un extraño vídeo de ocho horas de una tormenta nada relajante…
“Una de las cosas que me gustan del ámbito especulativo es que tienes un margen muy amplio para inventarte todo mientras sea creíble dentro del juego que planteas”, dice Romero. “Lo que intento es que el lector pacte con lo que planteo sin que piense si es realista o no”.
Demasiado rara...
…para ser española. Hace casi dos años, Laura Fernández publicaba en el diario El País un artículo dando cuenta del viraje de la “llamada literatura seria” hacia lo siniestro, raro y paranormal. Un terreno abanderado por mujeres como la ya mencionada Mariana Enríquez —Premio Herralde 2020 por Nuestra parte de noche— o su compatriota Samanta Schweblin —cuya novela Distancia de rescate acaba de ser llevada al cine por la directora Claudia Llosa—.
Si bien lo extraño ocupa ya su lugar en sellos grandes y medianos no de género de la mano de autoras como la estadounidense Carmen María Machado, la rusa Anna Starobinets, la japonesa Hiroko Oyamada o la ecuatoriana Mónica Ojeda, la “rareza” española sigue siendo percibida como un territorio en los márgenes. Vamos, poco español…
“Es una construcción de la literatura española muy poco costumbrista, muy realista y muy poco aventurera en el sentido narrativo. Muy poco rompedora en el sentido experimental… Los pocos casos que ha habido incluyendo a Cervantes llegan imponiéndose ante un montón de restricciones y prejuicios, y se demuestran como lo más valioso que se ha hecho…”, opina Fernández, quien cita al escritor Manuel Vilas, que dijo del Quijote que no huía de la realidad sino de España.
Y como el de La Mancha, la escritora y periodista está a años luz de los temas habituales de la literatura “patria”: la guerra civil, el precariado, el drama rural, la maternidad como trending topic y lugar común…
“Mis historias están ambientadas en lugares que no son España precisamente porque en España no tiene sentido contar lo que cuento…”, sostiene. Y recuerda con cierta nostalgia la libertad creativa y experimental de la llamada Generación Nocilla, algunos de cuyos máximos exponentes aún siguen acometiendo la hazaña de situar sus “mundos maravillosos” en ciudades como Barcelona.
“Vivimos en un sistema editorial muy cerrado que acepta todo lo que viene de fuera y no acepta la rareza española, lo que nos empobrece como escritores y lectores”, concluye la también crítica cultural, que, como diría el actor Hovik Keuchkerian, ha hecho mucho más que muchísimo y muchísimo más que más por visibilizar a quienes escriben al margen de los corsés creativos que impone su documento de identidad.
Resistentes e incontroladas
Así son las cada vez más numerosas pequeñas editoriales que están tejiendo alianzas a un lado y otro del charco para traer el riesgo y la singularidad a las librerías apostando por autoras extrañas. Como la decana del weird Aristas Martínez, Sigilo, Trampa, Eterna Cadencia, la bizarra Orciny Press o InLimbo.
Aunque la insurgencia y la entropía siempre tiendan y tiendan a aumentar…
A Tamara Romero, la ‘Alaska del weird’, los complejos del mercado español le importan bastante poco. Con el foco puesto en lo que ocurre en países como Estados Unidos, donde la autopublicación no es la salida vergonzosa de quien no ha logrado colocar su manuscrito en un sello sino un circuito paralelo, la autora empezó a autopublicarse hace años por la libertad que le daba. “Puedes controlar todo el proceso y olvidarte de un proyecto cuando lo has terminado, o incluso decidir no publicarlo”, afirma Romero para quien la autocensura y los prejuicios son la peor lacra de una escritora.
Lo raro nos fascina. Lo raro nos repele. Lo raro no debería estar allí. Pero está…
Que la última en salir NO cierre la puerta. Aún hay más por llegar.