El nombre de Emilia Pardo Bazán puede encontrarse hoy fácilmente en titulares, librerías, obras de teatro y exposiciones. En el año en que se cumple el 170 aniversario de su nacimiento y un siglo de su muerte, a la escritora gallega se la sitúa en el corazón de la historia de la literatura en castellano; o, mejor dicho, se recupera para ella el privilegiado lugar que se granjeó en vida y perdió al comenzar la dictadura franquista, extendiéndose más allá de ese oscuro período. Aunque el reciente interés que suscita su figura no puede explicarse de forma sencilla, como resultado de una protocolaria conmemoración, especialmente si se tiene en cuenta que hace unos años a Pardo Bazán no se la nombraba ni como referente feminista, ni como una figura política clave de su época, ni como la autora de cuentos —escribió más de 600— más prolífica de las letras españolas. Prácticamente hasta entrados en los 2000 esta autora apenas era para el público general unas líneas breves en los libros de escolares de Lengua y Literatura, la escritora naturalista de Los pazos de Ulloa, un nombre fácil de olvidar entre horas de estudio.
“Maria Aurèlia Capmany escribió en sus Cartes Impernitents sobre lo mucho que le había sorprendido la lectura de Pardo Bazán a una joven iconoclasta como ella. El paso de los años y del franquismo la habían convertido en una figura acartonada, conservadora, relegada en su papel de novelista regional gallega. A Capmany le impresionó el buen sentido, la inteligencia y la vasta cultura. Se temía, sin embargo, que su influencia hubiese sido nula: ‘nadie se acuerda de sus ideas, de sus denuncias, de sus esperanzas, que fueron de hecho todo un programa’”. Estas palabras, que definen a la perfección la recepción sesgada y empequeñecedora que se ha hecho de la obra y la figura de Pardo Bazán, pueden leerse como colofón de la extensa exposición sobre la autora que acoge estos meses la Biblioteca Nacional de Madrid. Bajo el nombre El reto de la modernidad, la muestra propone un recorrido por su vida con una amplia y cuidada selección de materiales literarios, toda una declaración de intenciones desde la presentación inicial: “Emilia Pardo Bazán fue una de las grandes escritoras europeas de su generación. Alcanzó una notable celebridad y fue una de las autoras más leídas en España, traducida en vida a una decena de idiomas. Declinó en femenino un término netamente moderno, el de intelectual (...) Atrevida y mordaz en sus juicios, amante de las polémicas”.
Ya en vida, Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851 - Madrid, 1921) estuvo siempre en el punto de mira: esas polémicas que tanto amaba hicieron que fuera admirada y criticada por igual por sus contemporáneos, quienes la consideraban demasiado aguda, culta y llamativa para ser una mujer. Hija de un matrimonio gallego adinerado, católico y liberal en lo político, desde pequeña cuenta que leía todo lo que caía en sus manos. Aunque se consideraba autodidacta, recibió una educación inusual tratándose de una niña gracias al aliento de su padre. Pero eso no le valió para escapar de un matrimonio temprano: a los 16 años se casó con José Quiroga Pérez de Deza y juntos tuvieron tres hijos.
Su vida familiar se fue fraguando mientras viajaba por Europa y se granjeaba sus propias opiniones políticas, que no dudaba en publicar allí donde fuera posible. Fue en esos años cuando también dio los primeros pasos de su proyecto literario: además de algunos poemas de escaso valor, comenzó a destacar como escritora de relatos —recientemente la editorial Nórdica ha publicado una cuidada selección de sus cuentos de terror con ilustraciones de Elena Ferrándiz— y como prolífica autora de novelas. En total, publicó 20 largas y 21 cortas. Una de sus obsesiones fue siempre exigir cobrar por sus obras: nunca le bastó el simple reconocimiento, también quería –y necesitaba– ganar dinero para poder vivir. Su primera incursión en este género, aunque ya contaba con otros escritos publicados, salió a la luz en 1879: Pascual López, autobiografía de un estudiante de medicina; y en menos de dos años su nombre estaba de nuevo en las librerías, anunciando un ritmo de publicación vertiginoso que mantendrían toda su carrera. En Un viaje de novios, considerada ahora casi una novela de tesis, denunciaba el martirio que suponía para una mujer joven el matrimonio por conveniencia con un hombre mucho mayor que ella. Un tema que a sus contemporáneos gustó solo a medias: le afearon, entre muchos otros reproches, que utilizase demasiados galleguismos y largas descripciones; ella contestó con sorna y cierto sarcasmo, asegurando que eran rasgos que estaban de moda y que además se le daban “perfectamente bien”.
Como argumentaba en una carta que data de 1882, no se trataba de que a Pardo Bazán no le agradase la crítica literaria, sino más bien que no creía que su futuro dependiera de tal cosa. Doña Emilia tenía una visión bastante esencialista del oficio de escritora, pues estaba convencida que se trataba de un don, una virtud que corría por las venas. Por ello, prefería dejar su futuro a merced de los lectores, y no en manos de unos críticos cortos de miras, ceñidos a las modas literarias y muy probablemente celosos de su arte. “Yo no soy hipócrita: aspiro a la gloria de las letras, único consuelo de mi vida después de mis hijos”, escribía, “¿pero cree usted que creo que eso se compra dictando bombos, efímeros si en algo no se fundan? (...) Nuestros clásicos no se ofendían por llamar al pan, pan y al vino, vino! Si es cierto que tengo esas facultades, con y sin galicismos, arabismos, neologismos, italianismos y otros ismos, bien. Si no las tengo (y bien podría ser que no, a pesar de esta voz que me grita aquí dentro) y si es cierto que me atraso, que no sé crear caracteres, ni copiarlos, ni hacer nada de provecho, entonces que haya un fracaso más, ¿qué importa al mundo?”.
Las primeras publicaciones de Pardo Bazán tuvieron una repercusión destacable, concediéndole cierta fama y amistades dentro del mundo de la literatura, como la que mantuvo durante toda su vida con Benito Pérez Galdós —la extensa correspondencia puede leerse en el volumen “Miquiño mío”. Cartas a Galdós (Turner, 2020)—. Entre sus logros menos conocidos destaca el haber incorporado, por primera vez en la novela española, a personajes que provienen del proletariado, describiendo sus indigentes condiciones laborales, sin olvidarse de las madres de clase obrera que trabajaban fuera y dentro del hogar. La escritora también fue pionera en la introducción de reflexiones sobre la falta de libertad y la ignorancia con la que las mujeres jóvenes llegaban al matrimonio. Pero será La cuestión palpitante, ensayo publicado en 1883 sobre la literatura de Émile Zola, la obra que la situará de manera definitiva para sus colegas como una provocadora nata que disfrutaba del escándalo público. Aunque si se mira ahora desde la distancia, sería quizá más correcto decir que a Emilia Pardo Bazán no le quedó más remedio que convertirse ella misma en su mejor defensora. De ahí que fuera conocida como La Inevitable: “La llamaban así sus colegas porque hacía lo mismo que hacían ellos, ni más ni menos, era igual de ambiciosa”, explica Marina Mayoral en una presentación para el Instituto Cervantes, “por un lado ella quiere ser femenina, pero por otro lado quiere ser una escritora junto a sus colegas. Hacía falta mucho temple para resistirlo, Doña Emilia era una mujer de carácter y eso fue lo que la salvó y le permitió llegar hasta el final”.
En realidad, la mayoría de críticas que por aquel entonces y hasta muchos años más tarde recibió la escritora gallega no solían referirse a su talento narrativo —por el que existía una admiración casi unánime—, sino a los temas que retrataba y sobre todo, a su personalidad desbordante. “Por desgracia, en mi opinión, la Pardo Bazán no es una excepción como algunos creen; puesto que no es una escritora: es un escritor más. Literariamente, explora, describe, analiza y domina con su pensamiento el mundo de los hombres. Su pluma es viril y sus adjetivos tienen bigotes. Como escritora, digámoslo por última vez, gasta barba corrida”. Así se refería a ella el crítico literario Isidoro Férnandez Florez. A pesar del éxito que tenía su obra, una y otra vez se repetían los mismos juegos lingüísticos misóginos. El mismo Zola, al saber de la existencia de La cuestión palpitante, diría años después en una entrevista a La Época: “No parece libro de señora: aquellas páginas no han podido escribirse en el tocador. El libro tiene capítulos de gran interés y, en general, es una buena guía para todos cuantos viajan por los mundos del naturalismo y no se quieren perder en sus encrucijadas y oscuridades. Pero no puedo ocultar que me extraña una cosa y es que la señora Pardo Bazán sea mujer, católica convencida, batalladora y al mismo tiempo naturalista”.
No debe considerarse un asunto menor en su biografía: las detracciones que recibió la autora fueron determinantes incluso para que su marido no volviese a vivir con ella después de pedirle encarecidamente —después de que el público la identificase con la protagonista obrera de La Tribuna o que se la describiera mordazmente como una mujer interesada en el ateísmo y la pornografía francesa— que abandonase la escritura de novelas. A lo que ella contestó, como hoy sabemos por su legado, que no lo haría jamás. A continuación, publicó sus novelas más características —hoy pueden encontrarse en diferentes ediciones—: Bucólica, Los pazos de Ulloa, Insolación y Morriña. Todo antes de entrar en 1890.
En un tiempo en el que la mayoría de mujeres literatas que han pasado a la posteridad firmaban con seudónimos (Georges Eliot, George Sand, Fernán Caballero), ella lo hizo en nombre propio. Y este no es un hecho anecdótico: si se la describía como a un hombre ante la perplejidad de que una mujer pudiera alcanzar tal virtuosismo, cada año que pasaba Emilia Pardo Bazán fue aposentándose más en la idea de que ella debía reclamarse como escritora, terminado en “a”. La atención al asunto de las mujeres y a su falta de derechos frente a los hombres apareció primero en sus novelas y después se formalizó como militante de la causa. “Yo soy una radical feminista”, declaraba en una entrevista para La Esfera en 1914. “Creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer. En los países menos adelantados, es donde se considera a la mujer bestia de apetitos y carga. Los hombres en España alardean de aparecer siempre preocupados por el amor de las mujeres y no puede haber mayor obstáculo para este que el avance de la mujer; porque mantiene el estado de guerra entre el macho y la hembra de los tiempos primitivos”.
Tal y como se explica en el estudio preliminar de Algo de feminismo y otros escritos combativos (Alianza, 2021) —donde se recogen diversos textos de la escritora para ofrecer una visión panorámica de su pensamiento feminista—, el primer trabajo de Pardo Bazán en este ámbito fue La mujer española, un encargo publicadado inicialmente en inglés en 1889, donde debía describir con detalle el estado de las mujeres españolas. Allí, añadiendo dosis de indignación, la autora denuncia la moralidad distinta que se aplica según el género de la persona, señala el apego de los intelectuales a la tradición cuando se trata de sus esposas, repasa las diferencias entre las mujeres según su clase social y la región a la pertenecen y, sobre todo, apuesta por una solución que no alcanza a entender por qué no se ha aplicado hasta el momento: una educación igualitaria. “Para el español todo puede y debe transformarse; solo la mujer ha de mantenerse inmutable y fija como la estrella polar”, escribe. “Preguntad al hombre más liberal de España qué condiciones tiene que reunir la mujer, y os trazará un diseño muy poco diferente del que delineó Fray Luis de León en La perfecta casada o Juan Luis Vives en La institución de la mujer cristiana. Al mismo tiempo que dibuja tan severa silueta, y pide a la hembra las virtudes del filósofo estoico y del ángel reunidas, el español la quiere metida en una campana de cristal que la aísle del mundo exterior por medio de la ignorancia”.
De aquí se desprende una de las batallas más recordadas que libró doña Emilia en su carrera literaria: los varios intentos de entrar en la Real Academia de la Lengua. Ninguna de las veces tuvo éxito, pero sus enfrentamientos permitieron visibilizar una injusticia que la autora no dudó en denunciar abiertamente, cuestionando las excusas cargadas de machismo que le negaron la entrada. “Si a título de ambición personal no debo insistir ni postular para la Academia, en nombre de mi sexo creo que hasta tengo el deber de sostener, en el terreno platónico, y sin intrigas ni complots, la aptitud legal de las mujeres que lo merecen para sentarse en aquel sillón”. Bazán no hablaba solo por ella: también trabajó incansablemente en la defensa de la admisión de la pensadora Concepción Arenal en la Academia de Ciencias Morales y Políticas —una lucha que tampoco llegó a buen término—.
“A doña Emilia no hay que tomarla en serio en este asunto ni en muchos otros. Tiene ingenio, cultura y sobre todo singulares cuestiones de estilo pero, como toda mujer, tiene una naturaleza receptiva y se enamora de todo lo que hace ruido, sin ton ni son y contradiciéndose cincuenta veces”, argumentaba el escritor Marcelino Menéndez y Pelayo en una carta dirigida a su colega Juan Valera. Los prohombres de las letras consideraban su propuesta ridícula en esencia. “¿Por qué quiere doña Emilia ser académica?”, se preguntaba Leopoldo Alas Clarín, que a pesar de admirarla y haber prologado La cuestión palpitante no creía que la Academia fuese lugar para mujeres. “¿Cómo quiere que sus verdaderos amigos le alabemos esa manía? Más vale que fume. ¿Ser académica? ¿Para qué? Es como si se empeña en ser guardia civila o de la policía secreta”. Pero Pardo Bazán no necesitaba pedir permiso para fumar, porque de hecho ya lo hacía, y sabía que el valor de su literatura acabaría dejando en ridículo a sus homólogos. “¡De aquí a ochenta años la gente se reirá de tantas cosas! Y nuestros huesos estarán reducidos a polvo. Queda lo escrito. Todo lo demás, no queda”, escribió ella en sus Apuntes autobiográficos.
Se ha dicho en numerosas ocasiones, igual que con tantas otras mujeres que nacieron antes del siglo XX, que Pardo Bazán fue una adelantada a su tiempo. Pero, si atenemos a su encarnizada defensa feminista, quizá es mejor apuntar que doña Emilia vivió justo en el tiempo que le tocó vivir: solo así tenemos hoy constancia evidente de muchas de las injusticias institucionalizadas y normalizadas de la época. Ese era el papel político de La Inevitable: no callarse nunca, escribir en el tono que merecía la cuestión, hablar alto sobre asuntos de toda índole en privado y en público, contestar a los que antes nadie se atrevía a contestar y demostrar, si es que hacía falta, que tanto el intelecto de sus compañeros como el de sus adversarios estuvo igualmente limitado por la misoginia.