La vida y la obra de Gabriela Wiener (Lima, 1975) parecen articularse en una sola cosa, siempre plural, que no puede sino desarrollarse en el intersticio entre una y la otra. Por eso, clasificar sus textos según las etiquetas habituales del mercado editorial —“literatura del yo”, “autobiografía”, “memorias”, “autoficción”— resulta demasiado simplista e impreciso como para llegar a captar el sentido de sus publicaciones. Los ejercicios literarios de Wiener son, en realidad, mucho más complejos: desentrañan vivencias y pensamientos con una perspectiva política, que es llevada hasta sus últimas consecuencias, tanto ideológicas como literarias. A su vez, es un proceso de escritura que afecta de manera inevitable y cíclica a su vida personal: basta con acercarse a Dicen de mí (Esto no es Berlín, 2018), un libro anfibio en el que Wiener entrevista a personas de su entorno más cercano para que le hablen de sí misma, en un gesto que no tienen nada de egocéntrico —al menos no del todo—, sino que busca explorar cómo se articula la propia identidad, así como las relaciones humanas siendo mujer, migrante, madre y viviendo una relación no monógama.
Dentro de ese compendio de textos publicados, que van desde un poemario hasta decenas de columnas periodísticas, Nueve lunas es uno de los pilares principales: es el libro donde narra su embarazo —incluyendo los cambios físicos, emocionales y económicos que implica— con todo tipo de detalles. Diez años después de su publicación original, la obra vuelve a las librerías revisada y reeditada en el sello Literatura Random House, que ahora acogerá los títulos de la autora. “Durante estos años mis libros estuvieron dando vueltas en varias editoriales de España y América Latina, tanto multinacionales como independientes, y estaban demasiado dispersos. Además, la mayoría eran muy difíciles de encontrar, así que me propuse reunirlos todos como hermanitos que son”. Así pues, este es sólo el primer escalón de un plan de relanzamiento, que se llevará a cabo durante 2021 y 2022, y que tendrá como colofón final la publicación de una nueva novela que indaga en “el viaje de Charles Wiener al Perú, una historia ancestral de paternidades coloniales e identidades fantasmas que llega hasta el presente”. Por el momento, ya está en librerías la reedición de Nueve lunas en la que, más allá de los motivos prácticos, como no podía ser de otra forma, Wiener también ha aprovechado para repasar su propio recuerdo, editarlo y añadir una carta dirigida a sus dos hijes: Coco, de quien se cuenta el embarazo en el libro y Amaru, recién llegado a su familia.
- ¿Por qué era necesaria esa carta a tus hijes al comienzo del libro?
- Primero, tenía que pedirle perdón a mi hije por mencionar mil veces en el libro su deadname, porque hace un tiempo elle me dijo que era una persona de género fluido y que su nombre es otro. Como se trata de un libro sobre un embarazo paso a paso, más bien tropezón a tropezón, hay muchos pasajes dedicados a la preocupación por la genitalidad del bebé y a la elección de su nombre. Ahora eso ha quedado como documento de una época. Me da, claro, la medida de lo obsesionada que estaba en ese embarazo por cosas que ahora ya no me obsesionan, de ahí que la carta también esté dirigida a mi otro hijo Amaru, que nació ya en un contexto muy diferente, de desaprender cosas que respondían a mandatos machistas, normas y estereotipos.
- ¿Ha habido ediciones en el texto original más allá de la carta en la nueva reedición?
- Los cambios, cortes, borrados y agregados que he hecho no son demasiados, pero van en ese sentido y son importantes. Había alusiones al volumen de mi cuerpo, por ejemplo, que lindaban con lo gordofóbico y las he quitado porque me parecían insoportables de leer. He editado todo lo que me parecía insoportable, algunos pasajes excesivamente cursis, alguna mención a una web que ya no existe, cosas que envejecieron mal, lo normal.
- El proceso de escritura y edición parece especialmente complejo en Nueve lunas: vives el embarazo, lo cuentas, se edita y 10 años después lo vuelves a leer y editar de nuevo. ¿Qué sensación te queda de esa vivencia después de repasarla una y otra vez?
- A estas alturas la escritura sobre mí misma es mi TOC. Hay mucha gente que no me respeta por eso, pero si fuera una señora nacida en Lillebonne o en Nueva York seguro que no tendría nada de raro que construyera una obra abierta a través de los años a partir de mi experiencia personal, es más, sería lo deseable. Si tienes que tragarte la experiencia de una mujer al menos que sea blanca, ¿no? Entiendo mi trabajo como una sola pieza que se va modificando en cada nueva reescritura. Toda mi obra es un diario abierto y en progreso. No soy alguien que quiera abarcar mucho, me gusta más ahondar. Podría decir que mi relación con la escritura se parece mucho a una tarea obsesiva, de repetición, de mantra, de volver a pasar por la vida, de exprimir el sentido del momento, de mirar esta vez lo que antes no vi.
- En Dicen de mí le preguntas a Coco si va a leer Nueva lunas y te dice que no. ¿A ti te gustaría que lo leyese?
- Ya ha pasado lo increíble, no sólo lo ha leído, sino que acaba de acompañarme a presentarlo en Madrid en la librería Lata Peinada. Ese día dije que quizá había cometido el error de mi vida por invitar a hablar de mi libro a mi hije adolescente, que siempre es el peor hater o crítico literario y literal de una madre. Pero no, fluimos como un tiktok cómico de esos de madre-hije en que el hijo le pega falsamente a la madre y ella se hace la dolida y luego se parte el culo.
- ¿Qué sentiste teniendo a tu hije al lado hablando de un libro que cuenta cómo se formó dentro de ti?
- Para mí fue algo loquísimo, como de ciencia ficción. Podríamos llamarle cerrar un ciclo que el bebé intrauterino protagonista de Nueve Lunas que ha salido de mí, crecido, forjado sus propias opiniones, esté a mi lado interpelándome, preguntándome cómo me sentí al verme convertida en “el monstruo de franqueza brutal y pesada ironía” que soy actualmente y preguntándome que si “entiendo a mi madre ahora que soy ella”. Ahí estaba elle, que no me iba a leer, con más razones que nunca para ponerme contra las cuerdas, reprochándome el nombre que soñé para elle, juzgando alguna frase mía misógina, preguntándome qué pienso de los ataques a la Ley Trans [que se está tramitando en España] y a sus derechos como chique. Aunque el libro es un catálogo de hipótesis y vaticinios, nada, pero nada, me preparaba para Coco. Aproveché para entrevistarle, que es lo suyo.
Más allá de una experiencia personal, lo que describe Wiener en Nueve lunas es un trazado del embarazo que sirve para despejar el silencio sobre decenas de asuntos que las madres, por una vergüenza impuesta o por falta de un lugar para hacerlo, quedaban bajo un relato de la maternidad donde el embarazo era el comienzo de un viaje de ensueño. Hoy puede sonar rimbombante, pero la publicación de este libro hace diez años fue prácticamente un escándalo literario. De Nueve lunas se dijo que era un relato “poco común” de la maternidad, “completamente irreverente” o incluso que no había nadie a quien le interesase más “tensar el límite” que a Gabriela Wiener.
Sin embargo, no dejan de parecer ahora palabras algo desfasadas, lo que puede ser visto como una buena noticia: precisamente gracias a libros como el suyo, contar el embarazo en primera persona ha empezado a ser reconocido como un ejercicio literario por derecho propio, y no desechado y menospreciado como una forma de pseudoescritura confesional. “Hoy, gracias al feminismo, hay todo un corpus de libros sobre el embarazo y la maternidad, es un momento estupendo para la literatura de madres escrita desde el yo que enriquecen y complejizan la experiencia. Pero cuando publiqué Nueve lunas hace 10 años no existía y fue duro. Nuestra experiencia era contada sobre todo por otros que no la vivían” comenta Wiener, para quien ese vacío, lejos de desanimarla, se convirtió en uno de los principales motivos para contar su embarazo.
“Mi personaje acude con la panza hinchada cada día a una biblioteca buscando referentes y solo encuentra manuales ridículos, mal escritos. Y sólo algunas veces, gran poesía, Sharon Olds o Blanca Varela. Nueve lunas es un libro que partió de mi deseo de recuperar una experiencia tratada históricamente con mucho desprecio por el canon literario, o directamente enterrada, y con la idea de tumbar algunos tópicos hirientes que llevaban siglos despojándolo de toda su complejidad”. Pero su atrevimiento le costó ser cuestionada posteriormente de manera reiterada: “Fue lamentable tener que explicar por qué el embarazo y la maternidad son temas perfectamente abordables desde lo literario, pero esa era la lucha en ese momento. Muchas veces me dijeron: escribes tan bien, ¿por qué no escribes sobre otros temas? Me pasa con el sexo, con el género, con la maternidad, con la identidad. Me encantaría escribir terror gótico, ¿pero por qué tendría que hacerlo? ¿por qué no puedo hacer esto y hacerlo bien?”
Ahora, sin embargo, también puede hablar de todo lo positivo que vino después, de cómo se rompió el silencio gracias a muchas otras escritoras que vieron la grieta en el relato hegemónico que ella había abierto y se instalaron allí para narrar desde el yo. “Es hermoso que ahora haya tantas mujeres abocadas a contar sus aventuras maternales sin miedo a la misoginia. Hoy Silvia Nanclares, por ejemplo, da un taller de escritura que se llama ‘Nosotras parimos, nosotras escribimos’. Daniela Ortiz escribe contra las quitas de custodia. María Llopis entrevista a personas que encarnan maternidades y crianzas subversivas. Lina Meruane tiene un ensayo liberador, Contra los hijos, en el que se cuestiona el mandato de la maternidad sobre las mujeres. Andrea Jeftakovic y la española Natalia Carrero también revisan la experiencia desde la ficción. Se han incorporado a las reflexiones sobre el embarazo, la crianza, la no-maternidad, la maternidad no deseada, e incluso la maternidad arrepentida. Y hasta la matricida. Y hay libros recobrados fundamentales que no se leyeron aquí en su momento como Apegos feroces o El nudo materno, porque también hubo un borrado”.
- ¿Qué queda de subversivo en Nueve lunas?
- Creo que Nueve lunas sigue siendo transgresor hoy porque no habla de una maternidad hegemónica. Porque está escrito desde la experiencia de una migrante sudaka en España, de la precariedad con la que afrontamos nuestras historias de vida en estos contextos aún tan violentos para nosotras. Sí, toca hablar de eso también, de maternidades precarias y no blancas.
- De hecho, en el libro le dedicas muchas páginas al dinero, más bien a qué pasa cuando falta y te quedas embarazada. ¿Cómo fue después enfrentarte a la maternidad en esa situación precaria? ¿Añade culpabilidad o incertidumbre a la crianza?
- Para entonces estaba muy habituada a que todo me costara el doble que a los ciudadanos españoles, estaba acostumbrada a la precariedad de ser una peruana migrante sin papeles de trabajo en Barcelona y sufriendo la Ley de extranjería. Pero sí me recuerdo en agonía con siete meses de embarazo en la cuerda floja luchando para que me dieran trabajo y poder así completar una baja maternal y renovar mi NIE [número de identidad de extranjero]. Menos mal, aparecieron, como en todos estos años, redes de afectos, familia elegida que nos sostuvo en lo peor. La precariedad añade incertidumbre y caos a todo, y el sistema no hace nada al respecto. El capitalismo les hace la vida imposible a las madres y las precariza. Cuidar sigue considerándose algo vocacional, gratuito y femenino. La violencia es estructural especialmente contra las madres pobres, migrantes y racializadas. Es una vergüenza que institucionalmente se juzgue a estas madres como malas madres y que incluso el Estado les quite a sus hijos, o las esterilice de manera forzada, como ha ocurrido entre poblaciones indígenas.
- Siguiendo con esa comparación entre el momento actual y el de hace 10 años, cuando se publicó originalmente este libro, ¿crees que los discursos sobre cómo ser una buena madre son menos opresivos que antes?
- A nivel mainstream creo que sí, ahora hasta mola ser mala madre, se reivindica la imperfección y se hacen clubes de madres para darse apoyo mutuo en esa tarea que es titánica. Muchos estereotipos sobre lo que es ser madre han caído o se combaten cada día. Sin embargo, a nivel estructural, la maternofobia está on fire, la opresión sigue intacta. Nos siguen negando el aborto en muchos países, obligan a las mujeres a tener hijos, aunque sean niñas violadas, pero cuando somos madres no nos cuidan: ni el Estado ni las empresas hacen lo necesario. Esta maternofobia se vio con claridad en la pandemia. Los gobiernos se desatendieron de los cuidados: se dejó la responsabilidad absoluta de madres y padres conciliar el teletrabajo con el cuidado de los niños confinados sin colegio y sin parques. Y el peso mayor de los cuidados, también de enfermos y gente mayor, cayó como siempre en las mujeres. Fue un desbarajuste físico y emocional que aún estamos pagando. Como dice Jaqueline Rose en su libro Madres, a nosotras nos exigen como a nadie a la vez que nos siguen culpando de todos los males del mundo. Pero con nuestros relatos estamos dándole la vuelta a todos esos clichés. Desde que las madres han empezado a hablar y a alzar la voz ya no existe un único retrato reductor e injusto de las maternidades.
- Hablas también en Nueve lunas de lo que podría resumirse como las complicaciones de “politizar” la vida personal. Se refleja, por ejemplo, en ese debate mental que sucedió en tu cabeza durante el parto: las voces de mujeres feministas contra el mandato “oficial” de cómo parir en un hospital. ¿Aun vives la maternidad en una contradicción constante?
- Todo esto es un mareo y por momentos no se ve la salida. No me he vuelto a sentir tan vulnerable y débil mental como en esos días de embarazo y postparto escuchando, en lo mejor y lo peor de mi delirio oxitocínico, el fuego cruzado y la organización en bandos para decisiones a veces ridículas. Lo hace el sistema hospitalario, lo hacen hasta nuestras propias madres y amigas de la liga de la leche. Cuestión de Estado todo, de la teta al babero, del ombligo al moco. Es una agonía, un hervidero de culpas y miedos. Y nadie habla lo suficiente del horror del postparto mientras se sigue romantizando el proceso para vender productos para bebés. Tu pregunta me hace pensar en cómo sentimos presión y hostilidad también dentro de espacios supuestamente seguros como los grupos de crianza, los feminismos, etc. Se siente como un viaje hacia la libertad cuando por fin empiezas a ganar autonomía, cesa el ruido de fuera y empiezas a escuchar tus propios deseos e intuiciones y los de tus hijes.
- Relacionado con esa presión, ¿crees que existe una forma de ser buena madre desde una perspectiva feminista, o debería eliminarse precisamente desde el feminismo cualquier forma de mandato sobre qué es ser una buena madre?
- A ver, me encantaría que buena madre fuera sinónimo de madre feminista. De hecho, es algo en lo que creo profundamente. Pero si eso va a servir para que una sola mujer se sienta más agobiada, teledirigida, no escuchada de lo que ya está por vivir su maternidad, y dado el desmadre, nunca mejor dicho, de posicionamientos que hay al interior del feminismo en este momento sobre absolutamente todo, mejor no hagamos eslóganes. En cualquier caso, sí me atrevo a decir que hay tantas maternidades como feminismos. Así, todo en plural.
- También dentro tu relato pareces tener ciertas dudas sobre si hay un componente esencialista en la maternidad, ¿crees que existe algo en este cúmulo de experiencias que nunca podrá ser vivido por un hombre cis?
- He transitado por maternidades diversas: de la maternidad de la mujer migrante sudaka, sin red, aislada, a la maternidad feminista que encuentra la tribu, esa comunidad que la sostiene, en la que se colectivizan los cuidados. De la maternidad biológica en un contexto heterosexual monógamo, a la maternidad de un hijo que no parí yo, una maternidad elegida de familia ampliada en un núcleo no normativo de vida, no monógamo y diverso. Pero a veces no eres tú la que cambia, cambian ellos. Hablo de la madre que fui y sigo siendo de Coco, porque tus hijes crecen y prometen nuevas metamorfosis también maternales. Y habiendo pasado todo eso: no, no creo en nada esencialista, ni biologicista, y me parece un peligro hablar en esos términos. Es más, la ultraderecha está en auge y va a por nosotras. Hoy estoy convencida de que la maternidad está bajo ataque, sobre todo las no tradicionales. Hay intentos de controlar la natalidad desde el fundamentalismo religioso. Nos quieren como en el Cuento de la criada, pariendo hijos para otras.