Libros

La escritura colectiva de Brenda Navarro

La autora mexicana habla de ‘No hay lugar en este país’, un libro construido por familiares de personas desaparecidas.

Ciudad de México
La escritora mexicana Brenda Navarro. ARCHIVO

Hay libros que te cambian la vida. Hay libros que te enseñan a viajar, amar más intensamente, mirar a través del ojo de la cerradura la vida de los otros para entender mejor la tuya. Y hay libros que te enseñan a cuidar el dolor, aún cuando hablan de una experiencia muy lejana a lo que estás viviendo. Entre estos últimos está No hay lugar en este país (Fundar, 2021).

“Jamás pensé poder escribir, pero yo quería ayudar a otras personas que están pasando por esta situación”; “cuando acabé de escribir, volví a leer y lloré con mi propio texto”; “es mi esposa la que me acomoda las comas, los puntos, porque ella sabe usar la computadora”; “antes pensaba contar lo de mi hija y después conté de mí misma, cuál es mi urgencia, qué quiero decir yo”.

Son palabras de Barby Arredondo, José Ugalde, Laura Curiel; algunas de las madres y padres que buscan a sus hijas e hijos desaparecidos en México y que —juntas— han tejidos sus dolores en un único libro. No son los protagonistas de la historia, sino que ellas y ellos han escrito su propia historia porque otra literatura es posible. Este experimento literario, audaz y acrobático, nace gracias a un taller organizado por la escritora mexicana Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982). Una experiencia de escritura colectiva donde escribir significa entenderse afectivamente e interactuar concretamente.

Traducida al italiano, holandés y portugués, premiada con el prestigioso English PEN Translation Award 2019 en el Reino Unido, en el actual escenario literario latinoamericano Brenda figura entre las escritoras que más incomoda por tratar de reconocer todo lo horrible que nos rodea. Su escritura vive y se nutre de la imposibilidad de separar el arte de la política y la política del arte, pero también, como siempre subraya, “la literatura no quiere hacer arte o ser panfleto político sino hacer lo que es”.

Brenda no solo escribe, sino que crea espacios de escritura colectiva y de amorosa complicidad. Espacios donde no importan las faltas de ortografía, pero sí desahogar el dolor o la tristeza y reencontrarse con la alegría. En sus talleres, el juego que propone es de lo más ambicioso: escribes tú, yo te paso el bolígrafo para que puedas encontrar, con tus propias palabras, el hilo conductor de la telaraña narrativa. En el mientras, tu mano no estará sola enfrentándose a una página en blanco. Un espacio para alternar acrobáticamente escritura colectiva y escritura individual: cada uno escribe su propia historia, pero socializándola constantemente para afinar, cambiar, seguir creando.

La primera novela de Brenda, Casas vacías (Kaja Negra, 2018), fue definida como una obra fundamental sobre el estereotipo de la maternidad como pura felicidad. Narra la maternidad de una mujer cuyo hijo desaparece en el parque donde estaba jugando, y la de aquella otra mujer que se lo lleva para criarlo como propio. Cuando en 2020 la organización civil Fundar la invita a armar un taller para familiares de personas desaparecidas, Brenda acepta el desafío.

- Bajo diferentes aristas, en tu obra literaria la desaparición es un tema que siempre te interpeló, pero ¿cómo lograr interpelar al otro?

- Justo esta es la pregunta que nos hicimos. En plena pandemia, Fundar me invita a dar un taller de escritura creativa en línea para los familiares de personas desaparecidas. El objetivo era ofrecerles un lugar de ocio. Durante el taller, cualquier modalidad de escritura era posible: hubo personas que estaban con el teléfono móvil y me enviaban una foto de los textos que escribían a mano. Mi intención siempre fue escuchar qué necesidades tenían, saber qué era lo que sentían, qué pensaban, sin llegar con un plan totalmente armado y estático. El primer día el ejercicio era: vamos a hablar de cuál es nuestra canción preferida y por qué. Creamos un espacio lúdico, para acompañarnos y pasarla bien. Y la pasamos realmente bien, porque todas las sesiones acababan con una sonrisa a pesar de los momentos dolorosos.

Brenda recuerda que se creó una sinergia muy estimulante, capaz de diluir, romper, invadir otros espacios más allá del taller: al acabar la sesión en línea, seguían escribiendo juntas en el chat. Escuchar y escucharse es un potente ejercicio sanador y creador, pero ¿qué significa, es necesario escuchar para escribir?

- Después de la parte de ocio y recreación, vino lo que realmente necesitaban: sacar sus historias, sus puntos de vista y saber que su voz estaba siendo escuchada. La frase con las que empieza el libro fue nuestro punto de partida: “este es mi libro y lo estoy escribiendo con mis propias manos”. Nunca les dije por dónde ir, siempre traté de ser muy respetuosa. Son mis colegas y siempre quise que se enunciaran como tal. El primer día, la mayor parte de las personas decía: “no sé expresarme, no sé escribir”. El último día, estoy segura que todas pensamos en ser escritoras y que todas teníamos esta sensación de que se nos escuchaba. Muchos de los relatos que estaban compartiendo eran sobre la ineficacia del sistema de justicia, que no escucha. Creo que el hecho de escribir en colectivo, leerse y leer el relato de la otra, sirvió mucho para reanudar este sentido de justicia.

Otra literatura sí es posible, pero el trabajo para crearla no es ni fácil ni rápido. Brenda también recuerda lo difícil que es gestionar un espacio donde el juego no es la suma de voces diferentes, sino dar vida a una creación realmente original:

- En las primeras sesiones nos enfocamos en la parte teórica, los elementos generales de cómo se escribe un relato. Siempre había muchos ejemplos, videos, canciones. Todo el tiempo era una experiencia muy lúdica, se podía hablar de cualquier cosa. Entramos en esta dinámica: yo les pasaba las herramientas y ellas escribían cuando se sentían listas. Había algunas que escribían de inmediato después el taller, otras que lo hacían durante la semana, otras que me enviaban mensajes de voz y yo los transcribía. Cada uno en su momento. Siempre en un grupo hay quien toma más la palabra. Pero al final todo el mundo quería participar, todo mundo sentía que tenia una voz propia. Había una señora que tenia necesidad de hablar por más tiempo y el grupo le dice “te vamos a escuchar, pero también nosotros queremos”. Son personas que tienen tanta experiencia en trabajar en comunidad, en exigir justicia, que las reglas para organizar el grupo las ponían ellas y funcionaban. Se autoorganizaban. La que salió realmente beneficiada de este taller fui yo, porque transformaron mi punto de vista. Hay narraciones literariamente muy buenas más allá de cualquier canon literario, porque estas personas son no solo víctimas y personas que están luchando, sino escritoras que tienen otras cualidades artísticas.

Brenda se pone siempre en discusión consigo misma. Cuando piensa que se equivoca, lo dice y lo enfrenta, baraja las cartas no para trucarlas, sino para encontrar posibilidades inesperadas. La experiencia de escribir un libro con madres y padres que buscan a sus hijas e hijos desaparecidos le cambia hasta el punto de reconocer que su novela Casas vacías no la habría escrito si hubiera conocido antes a estas personas:

- Fue tanto el cambio que generó en mi esta experiencia que no me hubiera atrevido a escribir lo que escribí, sabiendo que no tiene nada a que ver con la realidad. Me hubiera conflictuado de otra forma. Por ejemplo, cuando escribí la novela pensaba que si sufres tanto dolor, la clase social no es determinante. Ahora cambié totalmente idea. Solo las personas que saben que si no lo hacen ellas no lo va a hacer nadie más, son las que siguen adelante en busca de verdad y justicia. Yo pensaba que tenia un contexto muy político y que sabía muchas cosas, pero no. Para esas personas escribir no era una reparación del daño, sino decir y escribir lo que estaban sintiendo. Una piensa que no tiene sesgos, pero los tiene. Estas personas tienen un conocimiento que nosotras no tenemos porque no estamos viviendo eso. Si las escuchamos, si vemos cómo viven, cómo van haciendo las cosas, creo que sería útil porque tengo la sensación de que lo estamos haciendo mal desde el Derecho. A mí me preocupa mucho el tema de reparación del daño, pero tenemos que escucharlas para saber de ellas qué reparación quieren.

- ¿Qué nos permite ver la creación de narrativas colectivas, de una literatura diferente?, ¿qué potencialidades tiene?, ¿por qué tendría que ser útil para explorar el presente?

- Por ejemplo, para enseñarnos la importancia de la vida comunitaria, del hacer en colectivo, de generar fuentes que no se salvan de otra manera. Son personas justamente como las que han escrito este libro las que están sosteniendo el estado mexicano y están haciendo lo que el estado mexicano no va a hacer, no quiere y ni siquiera tiene la capacidad de hacer. Ellas nos se están demostrando que solo en colectividad se pueden transformar las cosas y son ellas las que están salvando el país. No nos estamos dando cuenta de eso porque seguimos con una visión muy neoliberal.

Antes del éxito internacional con Casas vacías, Brenda publica los cuentos El asalto a Raúl Castro (2011) y Jauría de perros ( 2015). Es escritora, vive entre Madrid y Ciudad de México, y es también socióloga y economista feminista. Participa en talleres como ¿Mi casa es un campo de batalla? y ¿Escribiremos el mundo o el mundo nos reescribirá?, organizados por La Casa Encendida en Madrid. Forma parte de la red Ellas Cuidan, que busca visibilizar hasta qué punto el trabajo creativo implica para las mujeres una triple jornada de trabajo. Hasta 2020 fue directora del maravilloso proyecto digital Enjambre Literario, que abrió espacios editoriales de difusión para voces de mujeres en América Latina.

- Tu trabajo literario siempre está contaminado y cruzado por experiencias de trabajo colectivo. Hoy en día, ¿hacía donde estás mirando?

- Hasta hoy, yo pienso haber tenido la capacidad de mirar de frente ciertas cosas que estaban pasando en mi país y me he querido unir a ellas porque es como cuando haces un pastel o una comida: si la receta dice que es un gramo de azúcar, pero tú la cambias gracias a tu experiencia porqué sabes que es mejor un gramo de azúcar moreno o un poco de vainilla. Este pequeño conocimiento que viene de la experiencia es lo que yo he usado en la mayoría de los proyectos en que me he involucrado. En los trabajos colectivos o en los talleres no soy tan proactiva como me gustaría, más que nada señalo grietas que sería interesante explorar, o acompaño. Lo que hago es escuchar lo que se hace en las clases y las reacciones. Creo que estamos en un momento en el que creemos que sabemos tanto de tantas cosas, que ya no podemos aprender más, cuando en realidad no es así, porque me parece que nos están quedando cortos los conceptos para describir la realidad que nos rodea y que tenemos que poner otros conceptos, y eso solo lo podemos construir escuchando otras personas.

- En los últimos años te mudaste a vivir a Madrid. Entre dos ciudades tan diferentes, ¿hay similitudes posibles?

- Estamos viviendo un momento pandémico en el que estamos a fuerza en casa. En México hay muchas casas sin mujeres porque las están matando o porque están buscando a sus hijos, o porque están cuidando a sus parejas en las cárceles porque no tienen sentencia. Siempre hay casas vacías porque las mujeres estamos sosteniendo el Estado, y también en España, porque nos están haciendo trabajar más y estamos deshabitando la comunidad como tal. Siento que todo se esta vaciando últimamente.

- En tus obras describes el hogar como espacio de resistencia y rescatas el trabajo de las personas que viven en una condición de mayor vulnerabilidad, pero ¿en qué tema tenemos que insistir más, o nos estamos equivocando? 

- Dentro de la literatura creo que nos estamos equivocando porque más que de cuidado, hablamos de auto cuidado y eso puede ser una trampa porque no lo colectivizamos. Es importante ver las diferencias que sí hay entre mujeres. Todas tenemos un dolor, a todas nos han hecho daño porque vivimos en una estructura donde todas las mujeres hemos sido dañadas por acción o omisión. Sin embargo, no es lo mismo llegar a nuestras casas cansadas, pero con una cama donde dormir. En este momento yo aprendo mucho mas de periodistas que de la literatura, porque son más propositivas y trabajan en colectivo. Si este mundo se mantiene es porque hay un hogar sostenido por una mujer. También creo que somos muy duras con nosotras mismas, porque estamos haciendo muchas cosas, sin ninguna arma, sin declarar la guerra a nadie y lo venimos haciendo desde que somos niñas. Compartimos nuestros saberes y eso ha permitido que este mundo se sostenga.

Investigadora y periodista especializada en feminismo. Colaboró con el Senado italiano para tipificar el delito de feminicidio y actualmente forma parte del comité multidisciplinario e interinstitucional de seguimiento de la alerta de género para la Ciudad de México. Es autora de diversos ensayos y estudios sociopolíticos sobre  el aborto, la violencia feminicida y los derechos sexuales, entre otros temas.