Nació en Entre Ríos, una provincia del noreste de Argentina que oculta en la obviedad de su nombre —es, para quien no lo conozca, efectivamente un pedazo de tierra enmarcado por los ríos Paraná y Uruguay— una colección de secretos a la vista. Con Selva Almada (Villa Elisa, 1973) sucede algo parecido: todo está ahí, nada está ahí. El espejismo de la sencillez ronda. Tanto que, con ella, la escritura se vuelve engañosamente simple. Un fenómeno natural. Como una de esas aguas salvajes que se desbordan cada tanto en su tierra natal y se filtran hasta lugares que no llegamos a ver. Recién entonces Almada los muestra, los expone, y la sensación que nos queda como lectores es siempre la misma: “¿Cómo no lo vi venir?”.
Lo hizo una y otra vez, sobre paisajes siempre distintos: el monte chaqueño por donde un predicador busca almas perdidas en una camioneta destartalada en El viento que arrasa (2012); los pueblos del interior de la región Litoral en Ladrilleros (2013); las provincias argentinas de Chaco, Entre Ríos y Córdoba en su libro de no ficción Chicas muertas (2014); y la costa entrerriana (con sus yuyos, sus bisbiseos en medio del verde y sus presencias sobrenaturales) en su última novela, No es un río (2020), que fue finalista del Premio Booker Internacional 2024. Publicada por Random House tras el punto álgido de la pandemia pero escrita durante el encierro, esta obra tiene la naturaleza hipnótica del último tramo de la selva amazónica. Justo en ese colgajo de bosque que llega hasta Entre Ríos, donde la escritora se crió, la naturaleza sigue siendo reina. O tirana, según se vea.
Entre la constelación de autoras argentinas con proyección internacional (Mariana Enríquez, Samanta Schweblin, Gabriela Cabezón Cámara), Selva ocupa un lugar único. Será que logró encantar a lectores y lectoras de todos lados susurrándoles al oído cosas y casos que no podrían ser más de aquí. Ni más argentinas ni más entrerrianas, pero al mismo tiempo comunes a todos, por aquello de la aldea, la pintura y el mundo. Con todo, la mirada —pero, sobre todo, el oído fino de Almada— se mantiene firme en su decisión de respetar las voces, los nombres y los giros locales. Traducirla es, también, un pasaje a la selva de la que la autora no parece querer mudarse.
Un mate. Se hace un mate en silencio. Se acomoda el pelo plateado como la panza de un pez, y ceba. Está en su casa, feliz de no haber tenido que salir para la entrevista y feliz con su mate perfecto, uno de esos célebres mates entrerrianos que la gente de su provincia toma por litros. Por algo a los entrerrianos les dicen “panzas verdes”, como si el color de la yerba terminara tiñéndolos. Delatándolos. Sin embargo, a Almada no le hacen falta ni el ritual ni el gentilicio para saberla venida de algún otro lado, lejos de Buenos Aires. Se lo digo y se asombra. Mejor dicho: se alegra.
- ¿Sabés qué me gusta? Que nunca perdiste tu “entrerrianez”.
- ¿En serio? Ay, ¡qué bueno! Porque yo ya no me distingo la tonada, hace muchos años que estoy acá. No noto mi propia tonada.
- Estás muy camuflada pero cada tanto hay una marca, un giro delator. A propósito de eso, ¿cómo te escuchás cuando te escuchás leída en otro idioma?
- Me han traducido ya a 10 ó 12, y a raíz del Booker también salieron otras traducciones que vendrán en el futuro de países más “raros”, como Polonia o Emiratos Árabes. Así que sí, buenísimo eso. Pero es también lo que provoca el Booker. Ya con la lista larga [de nominados al premio] empezaron a abrirse otras posibilidades; y con la lista corta, todavía más. Lo de escucharme es raro, porque la verdad es que la única lengua que más o menos chapuceo es el francés, así que es ahí en donde sí he intentado leer el texto. Igual, en francés tengo una traductora que es medio un lujo porque es Laura Alcoba, que también es autora. Y ahora los del Booker sacaron una especie de videíto donde un actor inglés lee un fragmento de la novela.
- ¿Y? ¿Qué te pareció?
- Realmente se escucha precioso. Igual también tengo un amigo, Diego Puig, que es un escritor tucumano, que estuvo hace unos días acá, que vivió en Estados Unidos y que habla perfecto inglés. Entonces se llevó la traducción para leerla y me dijo que está buenísima, impecable. Y a mí la verdad es que me tranquiliza que esté Annie MacDermott, que es la traductora de este libro. Ya es el tercer libro mío que traduce. Empezó con Chicas muertas, siguió con Ladrilleros —que es un texto bastante difícil, por la cantidad de giros y cosas bien locales que tiene— y ahora tradujo No es un río. Es una traductora muy buena, muy cuidadosa y muy trabajadora. Me manda listas de consultas y vamos charlando. No sé, de repente, frente a algún dicho, me explica que la traducción literal sería una, pero me manda también otras opciones. Me dice: “Está este dicho pero también está este otro que no es exactamente lo mismo pero se acerca y me parece que la música que le da al texto iría mucho mejor que si lo traducimos tan literalmente”.
- Es trabajo en equipo, pero de verdad.
- Claro, sí. De hecho, la otra entrevista que tuve hoy, justo antes de esta, fue a las dos, y ella contaba que un poco tuvo que inventar una especie de lengua para poder traducir el texto y que conservara las características que tiene en español. Por eso, por ejemplo, hubo palabras que eligió dejar en español. Lo mismo con los nombres de los árboles y de los animales, que en mi libro están en guaraní.
- Decías recién de la traducción al árabe. Pero tus textos son muy... líquidos. Hay ríos, lagos, selvas.
- No sé qué ira a pasar ahí, con tanto desierto [risas]. Igual, me encanta que las novelas hagan su camino por lugares tan impensados. Porque la verdad es que, cuando estás escribiendo, no pensás en todo eso, no pensás en si se puede llegar a traducir o a qué lenguas, o si se hará película.
- ¿No?¿Nunca?
- No, te juro que no. El otro día justo tuve una charla con un productor que está interesado en la adaptación de No es un río. Me decía: “Pero vos, cuando escribís, ¿te imaginás al personaje encarnado en un actor?”. Y la verdad es que no, para nada. Si venís del cine o si escribís guiones tal vez sí pase eso, pero la literatura va por otro lado. Entonces, que después sucedan este tipo de cosas, que el libro genere interés en países muy diferentes al nuestro, obviamente que me encanta, pero muchas veces ni te enterás de eso. Nunca sabés qué sucede, ni siquiera con las traducciones. Y aún cuando quizá los libros no se vendan mucho en esas lenguas, está bueno que se abra la posibilidad a lectores tan distintos a los que tengo en Argentina.
- Siempre decís que a vos no te interesan los temas. ¿Cómo sería eso? Porque la mayoría de quienes escriben piensa justamente en un tema antes de cualquier otra cosa…
- Sí, siempre insisto bastante en eso. Y me acuerdo que insistía mucho sobre todo cuando daba talleres, porque hay como una inclinación en la gente que escribe, sobre todo cuando empieza. Me acuerdo que venían y me decían, no sé: “Quiero escribir una novela sobre la maternidad”. Entonces yo les preguntaba qué es “una novela sobre la maternidad”, porque eso es algo muy en el aire. Tráeme una escena, tráeme un párrafo, tráeme una imagen. Así es como yo escribo. No digo que sea la única manera, pero la manera en la que yo ingreso a la escritura siempre es por algo que me llama la atención, me da curiosidad.
- ¿Cómo es el proceso ?
- A veces, muchas veces, son cosas que escucho, anécdotas que me contaron, o una imagen que aparece. Yo creo, y creo fervientemente, en que escribiendo se empieza a revelar ese mundo, ese tema. Después comienzan a aparecer ejes. De hecho, en mis novelas hay ejes que se repiten, pero eso no es lo primero en lo que pienso. No pienso: “Voy a escribir sobre tal cosa”. Me gusta más empezar a escribir y ver qué aparece ahí, qué va develando el propio texto, qué universo posible se abre. Quiénes son esos personajes, ir conociéndolos a medida que los voy escribiendo.
- ¿Te hablan?
- [Risas] No sé si me hablan, pero sí que en algún punto del proceso de escritura empiezan a tener una voz y de repente deciden rumbos de la trama. Eso sí me ha pasado. En esta novela [No es un río], por ejemplo, el último personaje que ingresa es el de Xiomara, la madre de las chicas. Cuando empecé a escribir, sólo estaban las chicas, no sabía si tenían familia o no. Pero después, cuando me siento a escribir definitivamente esa novela que la tenía medio escrita, medio abandonada, medio vuelta a empezar, aparece el personaje de Xiomara y toma una dimensión que yo no había planificado. Lo mismo con el personaje de Aguirre, que al principio aparece casi te diría que es como parte del paisaje, como uno más de la gente que vivía ahí, y que de repente se convierte en un protagonista.
- Es tranquilizador eso de que el texto pueda dejarse o retomarse. ¿Cómo es en tu caso?¿Lo abandonás vos?¿Te abandona él?
- En general, más que decisión es imposibilidad, porque estás con algo pero no termina de encontrar su voz, su tono. En esos momentos, lo mejor es apartarse y dejarlo estar. Si eso que me atrajo, eso por lo que empecé a escribir, sigue llamándome la atención, voy a volver, no importa cuánto tiempo pase. Eso pasó con esta novela: entre que la empecé y la terminé de escribir pasaron como seis años, y en el medio, otros libros. Sin embargo, había algo en esa primera escena, que es la escena de la pesca, que seguía llamándome.
- Esa primera escena de la pesca o caza de la matarraya en el río es terrible, muy violenta. ¿La viste o te lo contaron?
- Me lo contaron. En realidad, no me lo contaron a mí, sino que yo estaba en un asado con varias personas y de repente escuché que en la otra punta de la mesa alguien estaba escuchando esa anécdota. Y paré la oreja porque, aunque yo nunca lo había visto la escena, sí tenía el recuerdo de la foto en los diarios de la zona de donde yo me crie de los tipos que habían pescado a una raya gigante. En Colón o en Paraná, donde yo me crie y viví muchos años, una vez —la primera vez que fui invitada como escritora a un lugar— volví a ver esa foto. Para ese entonces yo ya había publicado libros, habrá sido por 2008. Yo tenía como 35 años, me invitaban a lecturas y esas cosas, pero esa fue la primera vez que me pagaron los pasajes, el hotel, todo. Era la Feria del Libro de Concordia, en Entre Ríos. Y en ese hotel de Concordia había un recorte de diario en la pared con esa imagen, porque se ve que hacía poco que esos tipos habían pescado una raya gigante ahí, en el río Uruguay. Después, como 10 años más tarde, me vuelven a invitar a esa feria, vuelvo a ir y es el mismo hotel. Obviamente, yo había olvidado ese recorte, pero lo vi y me acordé. “Claro, esto estaba acá”, pensé. Y ahí yo ya estaba con la novela y queriendo retomarla, eso fue como una especie de señal.
¿Viste cuando pensás que habías comenzando a escribir una novela no cuando escuchaste una anécdota, sino 10 años antes, cuando viste una foto que después olvidaste? Esas cosas como misteriosas sobre de dónde salen las novelas, que siempre es de lugares impensandos. El tema es que yo escuché esa conversación, esa anécdota, y les pregunté cómo se podía pescar un bicharraco así, que tampoco es un pez, es una cosa rarísima, que suele pesar 100 kilos o más. Entonces, cuando me explicaron cómo se pescaba —que llevaba mucho tiempo, muchas horas, porque había que despegarla del fondo del río—, me contaron lo que finalmente fue —nunca más literal— el disparador de la novela. Porque me dijeron que cuando se la trae a la superficiel del agua “se la mata de un tiro”. Y efectivamente es así: le disparan.
- Después de tanto salvajismo, ¿la aprovechan, al menos?
- Sí, sí, se come. Yo nunca comí, pero se hacen milanesas de raya, por ejemplo. Son bastante famosas. Por eso el conflicto en la novela parte de que ellos no la comen. La dejan pudrir, la tiran. Después de tanto sufrimiento de ese bicho, de todas esas horas siendo tironeado para que salga, después del disparo, a estos tipos no les interesa ni comerla ni regalarla para que coman otros, nada. La terminan devolviendo al río, y ese es uno de los focos de conflicto.
- ¿Cómo hacés para mantener tu cabeza de selva, selvática, digamos, viviendo en la ciudad? Porque hay algo ahí que no se fue nunca...
- Sí, hay algo del provincianismo que funciona un poco así. Esto lo conté hace poco en una charla, en la Feria del Libro de Buenos Aires, hablando sobre un escritor también paranaense como yo, Ricardo Zelarayán. Es un escritor al que admiro muchísimo. Él se fue muy joven a Buenos Aires, nunca más volvió y, sin embargo, hasta el último día de su vida fue provinciano. Se reivindicaba como tal. Hay mucho de lo que él hace con el lenguaje, con su manera de nombrar, que es bien de las provincias. Algo que tiene que ver con la manera de hablar, de pensar, de estructurar las frases. Es algo que a mí me importa mantener. Es casi como una cosa política eso de decir: “Soy entrerriana”. Pero también mis padres y mis hermanos siguen viviendo ahí, así que voy seguido a Entre Ríos. Y hay otra cosa que es verdad, ¡y es que Buenos Aires está llena de provincianos! [risas].
-Contame de Salvaje Federal, la librería que abriste en plena pandemia para difundir a escritores y escritoras de las provincias. ¿Sigue adelante?
- Sí, sigue, sigue. Era una librería on line, pero hace ya casi dos años que tenemos un espacio en Almagro. Y está buenísimo, hacemos presentaciones de libros con autores que son de afuera de Buenos Aires, hacemos lecturas. Estuvimos participando de festivales, programando cosas. Incluso en la última Feria del Libro programamos dos charlas. Hay un montón de proyectos, así que sigue creciendo.
- ¿Te definirías como “ambientalista”? Porque en varias de tus novelas la naturaleza juega un rol central, hay siempre una marca verde. A veces, hasta la naturaleza se venga de lo que le hacen los humanos.
- Tengo una inquietud con eso, porque, a esta altura de las cosas y con todo lo que ya sabemos del daño ambiental que hemos provocado en plantas y animales, mirar para otro lado sería un poco absurdo. No estoy militando en el tema, tengo otras amigas escritoras que sí son realmente activistas, pero yo no. De todos modos, me interesa el tema no ya como escritora, sino como habitante del planeta Tierra, como persona. Amén de que en esta novela el tema aparece como con más importancia, siempre en todos mis relatos la naturaleza es algo que está muy presente. De alguna manera, siempre aparece. Aparecen los estragos que causamos los humanos sobre ese paisaje, las modificaciones, aun cuando no sea una bajada de línea ecologista, porque tampoco me interesa mucho ese tipo de cosa.
- ¿La bajada de línea, decís? ¿La declaración de intenciones?
- Claro, y me pasa lo mismo con el feminismo. No me interesa en realidad hacer una bajada de línea sobre ningún tema. Cuando esta novela estaba por salir, en septiembre de 2020, fue todo lo de los incendios en las islas [del delta del río Paraná]. Era un tema que estaba en súper relación con esta novela que todavía no se había editado, pero que ya estaba escrita. También la escritura tiene eso: como radares que una ni siquiera llega a pensar conscientemente. Hay algo que capta ciertas cosas, cierta electricidad ya presente en el aire sobre algunas cuestiones, y eso a veces aparece en las novelas antes de que la propia autora tome consciencia.
- La nominación de No es un río al Booker ha coincidido con el estreno de una película basada en El viento que arrasa, tu novela anterior. ¿Cómo te relacionaste con la adaptación? ¿Te “bancaste” los cambios para el pasaje del texto a lo audiovisual?
- Sí, porque entendí que la cosa era así desde que cedí los derechos para la adaptación al cine. Yo había hablado en su momento con la directora, Paula Hernández, porque ella tomó el proyecto para dirigirlo varios años después de que yo hubiera cedido los derechos. Los tiempos del cine son muy largos. Entonces, cuando a ella la convocan para dirigir, nos encontramos, tomamos un café, me contó un poco de por dónde pensaba ir y me preguntó un poco de la trama. Y ese fue todo mi contacto hasta el estreno de la película. El año pasado, antes de que la película saliera para el circuito de festivales, ella me invitó a una proyección privada. Ahí la vi y fue como… Me gustó mucho. Me gustaron las decisiones que tomó. Que decidiera cambiarle el final, por ejemplo, o que hubiera escenas nuevas como la de las ovejas. Me pareció, sobre todo, que el casting fue excelente. Y te diría más: me parece siempre mucho más interesante que haya cosas que no están en el libro. Que el libro sea como una plataforma de despegue para dar el salto hacia otra cosa.