Imaginen las costas peruanas seis siglos atrás. Imaginen cómo se veían esas playas, cómo lucía aquel paisaje natural al que todavía no llegaban grandes barcos, ni veleros, mucho menos los espectaculares cruceros que navegan las aguas en la actualidad. Era un mundo en que Lima, la única capital sudamericana a orillas del mar, no era Lima aún, y el Perú no era Perú, sino parte del Imperio incaico. De hecho, para los naturales de estas latitudes solo existían la tierra, el sol, la luna, las estrellas y ellos. No había mapamundis, ni sextantes o brújulas que orientaran a quienes se aventuraran a la mar intentando conquistar el horizonte, ni siquiera embarcaciones capaces de alejarse mucho de la costa en busca de los secretos del poniente. La concepción del universo era cuestión de fe… o de imaginación. A pesar de esto, no existían aún manifestaciones visuales capaces de mostrar cuán grande era el mundo, con otras orillas, otras playas y otras costas donde otros hombres y mujeres también se preguntaban: ¿qué habrá más allá?
Hacia 1465, un joven príncipe lleno de iniciativa y ambición se hizo justo esa pregunta tras ver arribar a las costas de su imperio extraños visitantes, llegados en navíos imposibles. “Él era un hombre que no había tenido nada que ver con el mar hasta que lo conoció cuando conquistó el golfo de Guayaquil y descubrió las balsas. [...] Y siguiendo además las corrientes y los vientos, entendió que estas podían llegar a cualquier parte”, le declaró al diario peruano El Comercio José Antonio del Busto sobre Túpac Yupanqui, hace algunos años. Precisamente, el fallecido historiador peruano fue autor de Túpac Yupanqui. Descubridor de Oceanía, libro publicado en 2000 que reúne más de 30 pruebas sobre la llegada del príncipe inca a aquel remoto continente. Entre ellas, relatos de cronistas difundidos ya durante la época colonial —como los de Miguel Cabello de Balboa o Pedro Gutiérrez—, leyendas orales que transmitieron aquella gesta de generación en generación, toponimias de posible origen peruano halladas en países como Papúa Nueva Guinea o cierto tipo de embarcaciones y de medición de corrientes y vientos presentes en un continente y otro. El reconocido estudioso sostuvo la teoría de que Yupanqui, con solo 25 años, recorrió más de 4.000 millas marinas desde el Imperio incaico hacia la Polinesia, convirtiéndose en el primer hombre no originario en pisar aquella región del mundo.
Casi 600 años después, en 2019, Raúl Diez Canseco Harting (Lima, 1976), apasionado de la navegación y de su historia, se decidió a emprender un viaje para comprobar —y comprender— cómo fue posible realizar lo que, para la época de Yupanqui, era una proeza marítima sin parangón. Lo hizo a bordo del velero Speil Vinden, con la compañía de Augusto Navarro, Daniel Bacigalupo y César Chávez. Su experiencia se recoge ahora en un libro, Yupanqui. La ruta del sol. Odisea en el Océano Pacífico, publicado por la Universidad San Ignacio de Loyola. “La razón fundamental por la que hice esta travesía fue porque supe que ese cruce ocurrió. Esa convicción me llevó a organizar mi propio viaje”, explica Diez Canseco a COOLT.
Sobre las olas
“Toda mi vida me preparé para este viaje. Ahora que recupero episodios de mi infancia, veo que hice cosas para ir de la tierra al mar y pasar cada vez más horas en medio de esa masa azul de agua donde el tiempo no se detiene, sino que parece retroceder y moverse más lentamente”, escribe Diez Canseco al inicio de su libro, el cual reúne no solo textos que explican su visión y testimonios de los personajes que conoció en la ruta entre Perú y Oceanía, sino también fotografías tomadas durante una travesía que, la mayor parte del tiempo, solo deja ver alrededor el encuentro cotidiano entre el cielo y el mar bajo un cielo sin filtros, pero con los colores más espectaculares que el mundo es capaz de permitir, entre amaneceres, días de ardiente sol, serenos atardeceres y noches estrelladas.
“El príncipe era intrépido, osado”, escribe Diez Canseco. “Un guerrero templado en el campo de batalla. Creció viendo a su padre —el gran inca Pachacútec — edificar un imperio. Era alto, de buen cuerpo, diestro en el arte de la guerra. Por eso, muchas veces, su padre lo dejaba actuar libremente. Túpac Inca Yupanqui, cuyo nombre significa ‘el que resplandece’, hacía honor a su identidad”.
Diez Canseco explica cómo la experiencia de Yupanqui con los huancavilcas lo llevó a conocer la navegación fluvial, lo que sería clave para la futura expedición. Navegando entre la región de Manta (actual Ecuador) y la isla Puná, en el golfo de Guayaquil, se encontró con un grupo de comerciantes que navegaban en balsas más grandes que las que él conocía. Estas eran impulsadas por el viento con velas triangulares amarradas a enormes palos. Cuenta la leyenda que el Auqui —título dado al príncipe heredero del Imperio inca— conversó con los forasteros. Venían de unas islas que serían conocidas en la tradición oral como Ahuachumbi y Ninachumbi, tierras que prometían riquezas.
Pese a su juventud, Yupanqui había presenciado y ganado batallas, había hecho suyas nuevas tierras y era un líder admirado. La posibilidad de realizar un viaje a través del mar hacia aquellos territorios desconocidos era algo que no podía rechazar. Sin embargo, como recogió en sus estudios la historiadora María Rostorowski, antes de emprender la ruta, consultó a un adivino de su confianza. Cuando el brujo le confirmó la existencia de las islas, Yupanqui seleccionó cuidadosamente a su gente, construyó la flota necesaria para llevar a los más de 20.000 elegidos y zarpó hacia lo desconocido, en la vastedad del Océano Pacífico.
“Lo que es hoy para nosotros conquistar el espacio era entonces la inmensidad del mar”, dice Diez Canseco. “Este viaje fue muy importante para él. Debió haberse preguntado varias veces si valía la pena, pero finalmente se decidió a hacerlo con una flota de más de 100 barcos que le llevó tiempo preparar. Entonces no teníamos ninguna tecnología para la navegación de largas distancias. Apenas caballos de totora o balsas que podían llevar de un punto a otro, pero básicamente costeando. El mismo Thor Heyerdal demostró que se podía ir hacia la Polinesia en la balsa, pero no necesariamente volver en ella”. Y otro punto clave: esta vez Túpac Yupanqui no viajaba para conquistar, sino para establecer alianzas.
Más allá de la leyenda
“Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si este viaje realmente se realizó o si solo es un recuerdo que el tiempo ha convertido en leyenda. Pero lo cierto es que, cuando los hombres originarios de Castilla llegaron al viejo reino del Pirú, los naturales hablaban con asombro y orgullo de este viaje fabuloso al mando de Túpac Yupanqui, que salió de estas tierras, cruzó el gran océano y regresó victorioso tras encontrar otros pueblos y culturas”, escribe Diez Canseco en su libro.
Según la versión en la que se respalda el autor, el viaje de Yupanqui duró algo más de un año. Trajo consigo nuevos forasteros, algo de oro, una silla de latón y una quijada de caballo, animal hasta entonces desconocido en territorio inca. ¿Hasta dónde llegó? ¿Qué peripecias superó en su viaje? ¿Cómo sobrevivió? Son preguntas que los historiadores se hacen hasta hoy.
La travesía de Diez Canseco duró 24 días, en los cuales él y su equipo llegaron, desde El Callao, a las Islas Marquesas, el Atolón de Ranguiroa, Tahití y sus islas, Tonga y Nueva Zelanda. El primer punto en el que vieron tierra fue en Nuku Hiva, la más grande de las Marquesas. Diez Canseco se pregunta si aquel fue el mismo lugar al que llegó el príncipe inca casi 600 años antes.
Diez Canseco explica que, en otra isla cercana, Mangareva —posiblemente la Ahuachumbi o Ninachumbi de la que le hablaron los primeros polinesios que conoció Yupanqui —, hoy todavía se cuenta la leyenda de un rey que llegó del este en balsas con doble vela y que trajo muestras de cerámica, orfebrería, textiles y hasta objetos de piedra labrada. Incluso hay una danza en la que los hombres bailan con una máscara de madera en nombre de aquel legendario monarca extranjero.
“Los navegantes de aquellos años son como los astronautas de la actualidad. No cualquiera tenía el privilegio de subirse a las embarcaciones”, afirma Diez Canseco. Había una gran logística que implicaba buscar los árboles adecuados —de más de 50 o, incluso, 100 años de antigüedad—, cortarlos, tallarlos; y configurar una tripulación con hombres destacados en sus rubros —militares, constructores o agricultores, por ejemplo—y fuertes, para soportar una travesía marítima por tiempo indeterminado.
“Yupanqui era como un superhéroe, los españoles quisieron acallar su historia porque sabían que se seguía hablando de ella con admiración durante la Conquista”, sostiene el autor. Diez Canseco también explica que, al llegar a la Polinesia y contarles a los lugareños que venía de Perú, estos no sabían bien de qué les hablaba, pero cuando aclaraba que venía desde la orilla opuesta del mismo mar, donde quedaba la tierra de los incas, lo trataban con mucha familiaridad y cariño. Incluso le contaron que un tipo de papa de las Marquesas —presumiblemente llevada hasta allá por Túpac Yupanqui— se pronuncia “peru peru”. ¿Es, acaso, otra prueba más del paso del inca?
Para agregarle algo de polémica al asunto, Diez Canseco recuerda que los peruanos no se caracterizan por ser altos o tener la imponente constitución física de los maoríes, por mencionar a un pueblo oceánico. “¿Qué sucedería si otros llegaron al Perú antes de los que vio Túpac Yupanqui?”, se pregunta. Y agrega: “Llegaron, penetraron la agreste geografía hasta llegar al lago Titicaca, y fueron ellos quienes engendraron a quienes se convertirían en Manco Capac y Mama Ocllo, otorgándole en sus genes a los incas la altura que las leyendas siempre les atribuyeron. No está probado, pero ¿podría ser posible?”, lanza el autor.