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La fábula trans y obrera de Alana S. Portero

La escritora española presenta su primera novela, ‘La mala costumbre’, un cuento de hadas adulto que ha causado sensación en el mundo editorial.

La escritora española Alana S. Portero, autora de 'La mala costumbre'. JAIME LLAMAS & BÁRBARA LARA

Hay muchas primeras novelas que pasan sin pena ni gloria y otras, más afortunadas, que empiezan su trayectoria con un récord. Por ejemplo, ahí están David Foster Wallace escribiendo La escoba del sistema con 21 años, o Bret Easton Ellis publicando Menos que cero con la misma edad. La primera novela de Alana S. Portero (Madrid, 1978) merece también una mención al convertirse en fenómeno editorial internacional antes de su publicación en España, con aparición prevista en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Holanda, Brasil, Grecia y República Checa.

¿Cómo lo ha logrado? Es evidente que la trayectoria de la escritora como activista articulista, dramaturga y poeta han ayudado muchísimo, pero, sobre todo, la clave está en la solidez de un texto que desde la primera línea golpea al lector con el bálsamo de belleza que ha preparado la autora para su novela. En ella, los personajes, especialmente las mujeres, se convierten en seres de historias mitológicas para crear un mundo de hadas adulto.

Este es un ejemplo del tipo de transformaciones feéricas que pueblan La mala costumbre (Seix Barral, 2023):

Él era Oberón: por sus ojos de duende malo, por los brillos de sus túnicas, por su cabello largo y cardado, por su sonrisa ambigua y por sus labios siempre pintados de colores preciosos. Se había ganado un espacio en mi legendarium de mujeres de cuento, diosas, damas y otras criaturas hermosas”.

Nada escapa al hechizo al que somete Alana a la ciudad de Madrid, escenario en el que transcurre ese libro de marcado carácter obrero. Hay ángeles enganchados a la heroína, Lady Godivas que luchan contra el maltrato, arpías, galanes caballeros y reinas hadas prostitutas. A todo ello se suma la dureza de la infancia trans, narrada con una visión afilada y testimonial que evidencia el valor necesario para salir del armario en ciertos contextos.

- ¿Qué esperas de que el libro se venda como fenómeno internacional? ¿No te causa nervios?

- Mucho, mucho, estoy intentando pensar que, en este sentido, es una cosa que escapa de mis manos. Yo he escrito el libro con el deseo de que funcione, pero toda esta expectativa, que sí que pesa y se hace complicada, se resolverá por sí misma ahora que ha salido a la venta. Evidentemente, estoy supercontenta de como lo han acogido los editores extranjeros, y sobre todo de la confianza de Seix Barral, que es una editorial en la que no hubiera imaginado publicar jamás. Pero toda esta expectativa escapa de lo que puedo controlar, por eso tengo los pies en el suelo. He trabajado algunos años en librería, conozco cómo funciona el mundo del libro, y al final todo esto se soluciona una vez los lectores deciden hacer la novela tan grande como dicen que va a ser o tan pequeña como se merece.

- La mala costumbre es una fábula obrera, pero es que además se señala tu condición de obrera en la sinopsis y la contraportada. ¿Por qué era tan importante mencionarlo para ti?

- Para la novela, la clase es un tema central. Y a nivel personal también, porque me ha influido en mi manera de ver el mundo, de enfrentarme con todo en esta vida. Pertenecer a la clase obrera me ha hecho como soy: me ha enseñado la importancia de tejer lazos, del compañerismo, de entender lo común, de que las luchas deben estar hermanadas… Lo ha significado todo para mí, y además estoy orgullosa de pertenecer a la clase obrera. El barrio de San Blas, que es otro de los grandes protagonistas de la novela, se conformó así, es un lugar adonde mandaron a muchos trabajadores a vivir y se hizo un tejido vecinal súper fuerte.

- ¿En qué condiciones materiales escribiste la novela?

- Condiciones duritas. Me ganaba la vida aceptando los trabajos que me iban saliendo de cualquier cosa, sin hacer mucha criba, porque, por edad y condición —es decir, una mujer trans de 43 años cuando empezó a redactarse la novela—, no es nada fácil encontrar trabajo. Yo me ganaba la vida gracias a mi Patreon y a colaboraciones en medios, que afortunadamente no me han faltado en los últimos años, así que fui sumando pequeñas cosas. La novela la escribí en mi piso de alquiler, y de hecho tuve que pedir ayuda y permiso para dedicarme a una redacción continua.

- Es un libro muy político y con mucha ternura. ¿Sabías que iban a aparecer esos dos componentes al escribir?

- Esos dos elementos son consustanciales a mí. Lo de la ternura es algo que se señala a menudo en mi trabajo, así que parece que va conmigo lo quiera o no. Incluso me sucede cuando escribo artículos. Lo político está muy relacionado con lo de la clase obrera, es decir, eso te obliga a tener una vida política. En ese sentido, también influye lo trans. Todo forma una manera de estar en el mundo que es obviamente política y eso se debe decantar en mi escritura, lo quiera o no. 

- Escribes en la novela: “Todas las chicas trans crecemos solas”. ¿Crees que eso ha cambiado?

- Siempre pienso que hay un punto de soledad inevitable. Por mucho que ahora se visibilice más, no es habitual encontrar otras infancias trans cerca. Además, cuando la condición trans se descubre muy pronto, obliga a crear mucho mundo interno, a reflexionar. No quiero generalizar, pero las infancias trans suelen ser bastante maduras, porque pasan tiempo con sus pensamientos. Están viendo que algo no encaja y, antes de contarlo, hay mucha reflexión para buscar palabras con las que definirse o maneras de contarse. Quiero creer que ese camino está más allanado, pero un periodo de reflexión es casi inevitable.

- Supongo que el libro es una autobiografía...

- No, no lo es. Hay elementos que he sacado de mi propia experiencia, como hace cualquiera, pero de hecho no es una autobiografía, es una ficción.

- El primer capítulo, con los niños y la heroína, me recordó mucho a la literatura de Dennis Cooper. ¿Qué influencias has tenido?

- Lo de Cooper me gusta que me lo digas porque no es buscado, pero lo he leído mucho, entonces algo ha debido de quedarse ahí. Mis influencias principales son Marguerite Yourcenar, porque conjuga muy bien el mundo de la mitología con la realidad, con lo teatral; y Truman Capote, por su prosa maravillosa. Cuando le daba por escribir buena narrativa me parece insuperable, es uno de los escritores que de manera más bonita ha contado las cosas duras. Y Carmen Martín Gaite: no creo que tenga nada de ella, pero siempre he procurado aprender de su punto de vista, me parece una de las escritoras más inteligentes que he leído nunca. Entre visillos siempre está en mi cabeza, es obligación mencionarlo.

- ¿Cómo gestionas los préstamos de intimidad con el libro?

- Hay mucha menos intimidad mía de la que parece. Hay algo de mí, es inevitable, pero también entiendo así la escritura, si no estuviera dispuesta a ese punto de exposición me hubiera dedicado a otra cosa. Me parece un pacto especial con los lectores y lectoras, un punto de honestidad que creo pueden agradecer.

- ¿Y cómo se te ocurre el imaginario feérico que cruza el libro?

- Me crié como lectora con la mitología y luego estudié Historia Medieval; ese ha sido un interés que ha durado para siempre. Luego tuve un paso por la literatura romántica. Eso está presente en casi todo lo que escribo, mis libros de poesía anteriores están llenos de eso. Es mi imaginario personal, casi como un santoral. Era inevitable hacer eso porque también es mi forma de pensar fuera de la literatura: a veces me cruzo con alguien y pienso que tiene cara de heroína romántica, de semidioses o de personajes que me he cruzado leyendo mitos. Si hay una una impronta personal, esa sería la mía.

Periodista, traductor y guionista. Autor del ensayo Panero y la antipsiquiatría (2017) y de las novelas Samskara (2019) y Díptico Espiritista (2022).