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La democracia frustrada en Venezuela

El escritor Francisco Suniaga analiza la lucha contra el autoritarismo en su país: “No hemos sido consistentes en una idea de Estado”.

El político y diplomático Diógenes Escalante, en campaña presidencial en Venezuela, en 1945. FOTOGRAFÍA DE LUIS FELIPE TORO ©ARCHIVO FOTOGRAFÍA URBANA

Venezuela es un lugar donde tradicionalmente los hombres a caballo, héroes, caudillos y militares han truncado la civilidad y cerrado el paso al Estado moderno con sus asonadas y conspiraciones. Como recuerda la escritora Ana Teresa Torres, en 128 años de historia nacional, desde 1830 hasta 1958, cuando se inicia el período democrático en el país, la presidencia estuvo en manos de civiles solo durante 10 años.

En este contexto, varias generaciones han intentado abrirle paso a la civilidad, a la democracia, pero la herencia caudillista suele regresar con nueva nomenclatura. 

A través de su trabajo como articulista y novelista, el escritor Francisco Suniaga (La Asunción, 1954) ha indagado sobre los diversos líderes venezolanos que han combatido el autoritarismo, desde la denominada Generación de 1928 hasta estos tiempos del chavismo.

Suniaga atiende a COOLT desde Berlín, Alemania, en donde reside temporalmente por invitación del Instituto Iberoamericano. El autor —que también es abogado y ha ejercido como profesor en universidades como la Central de Venezuela— acaba de finalizar una nueva novela, de la cual aún no puede dar detalles, y está comenzando otro proyecto literario. Al terminar su compromiso académico, volverá a su tierra natal, la isla de Margarita, escenario de su primer libro, La otra isla (2005), con el que descubrió que podía ser escritor y comenzó a dar rienda suelta a su creatividad, alimentada por las historias que escuchaba desde niño.

A ese título le seguiría en 2008 El pasajero de Truman, un éxito de crítica y público del que ha vendido más de 60.000 ejemplares y que aborda un pasaje clave de la vida política venezolana: cuando, en 1945, una generación intentó una transición del país hacia la democracia. El libro cuenta la historia del diplomático Diógenes Escalante, personaje que aglutinó el consenso entre civiles y militares, pero que a última hora quedó fuera del juego del poder, prolongando los regímenes militares en el país por 15 años más.

El episodio relatado por Suniaga ofrece claves que hoy tienen gran vigencia. En una mirada a las generaciones posteriores, se observa cómo a los nuevos protagonistas de la política venezolana que se enfrentan al chavismo “los ha dejado el tren”.

El escritor venezolano Francisco Suniaga. CORTESÍA

- ¿Qué te motivó a escribir El pasajero de Truman?

- Yo crecí en un ambiente muy politizado. Mi papá tenía una sastrería, en la isla de Margarita. Era militante del partido Unión Republicana Democrática (URD), que lideraba Jóvito Villalba, y su sastrería era como un centro de reuniones en donde se debatía mucho sobre esos temas. Visto desde la distancia, yo llamo a aquellas tertulias “la sociedad de los poetas muertos”. Crecí en ese ambiente, y la historia de Diógenes Escalante me la contó mi papá, la versión medinista del episodio: es decir, el punto de vista del general Isaías Medina Angarita, quien entonces era el presidente de la República.

Cuando era niño, percibía que la cosa más importante en la política era ser presidente, y la historia de ese señor, Diógenes Escalante, era la de un hombre que estuvo a punto de serlo y que, justo antes de lograrlo, sufrió un ataque de demencia. Eso me pareció un golpe de mala suerte increíble. Las circunstancias hicieron que siempre me llamara la atención esa historia y la asimilara con gran voracidad. Fue un tema que me fue fascinando y fui investigando. Ya en el nivel académico, en cursos de Ciencias Políticas, encontré que la versión de aquellos tiempos quedaba mal parada porque el general Medina Angarita no fue un presidente democrático. Era el último presidente militar de un régimen dictatorial que tenía 46 años en el poder.

El golpe del 18 de octubre de 1945 que derrocó a Medina Angarita fue una revolución democrática porque llevó al establecimiento de un régimen democrático, ya que por lo menos hubo elecciones en un país que nunca las había tenido. Si bien no fue un modelo electoral, fue un hecho relevante para un país en donde la democracia era un concepto y una conducta nuevos, que todo el mundo desconocía. Todos estaban aprendiendo a ser demócratas, incluyendo los que se llamaban así mismos demócratas.

- Diógenes Escalante, muy amigo del presidente estadounidense Harry S. Truman, significó una esperanza en aquellos años y fue recibido como un héroe a su regreso a Venezuela, luego de varios años como diplomático en Gran Bretaña y EE UU para venir a protagonizar la transición a la democracia en Venezuela.

- De todo ese período político salió la idea de escribir el libro. El episodio de Diógenes Escalante fue extraordinariamente importante porque abrió una expectativa y, sobre todo, porque fue el eje de un consenso en un país en donde solo ha habido dos o tres consensos en toda su historia. Ese acuerdo de 1945 se rompió lamentablemente ese mismo año. Lo volvimos a tener en 1958 tras la caída del general Marcos Pérez Jiménez, pero se rompió a finales de los años noventa. Otro consenso, al que se debe hacer referencia, fue durante la guerra de independencia, en torno a Simón Bolívar, que también se resquebrajó. No hemos sido consistentes en una idea de país, de un Estado, de una forma de Gobierno y de unos planes de desarrollo, como lo que fuimos en los 40 años de democracia que finalizaron con Hugo Chávez en 1999.

- En El pasajero de Truman se refleja cómo una generación muy joven, sin experiencia y conocimiento práctico de lo que era una democracia, tenía la perspectiva y la necesidad de encaminar al país hacia ese destino. Esos jóvenes participaron en el consenso con el general Isaías Medina Angarita y con Diógenes Escalante, pero al mismo tiempo tenían vínculos con un sector militar.

- Lo que caracterizó a esa generación es que comienza muy joven en la política. Los protagonistas de la llamada Generación de 1928 que se levanta contra la dictadura del general Juan Vicente Gómez, como Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, tenían 20 años de edad. De inmediato comienzan un proceso acelerado en la política que termina con Villalba preso durante siete años y con Betancourt en el exilio; igual pasó con otros líderes de ese grupo. Con la muerte del general Gómez regresaron a la lucha política buscando más apertura frente a los siguientes regímenes militares.

Con Medina Angarita continúa la herencia gomecista, pero se abre la posibilidad de un proceso de apertura con la selección de un nuevo presidente, esta vez civil. Lo que se le puede reconocer a Medina Angarita es que buscó el consenso y al hombre del consenso, que era Diógenes Escalante. Pero, al romperse el acuerdo por la enfermedad repentina de Escalante, acudió al viejo esquema de “voy a poner uno de los míos” y optó por proponer a alguien de su equipo para la continuidad: Ángel Biaggini López. Con esa decisión, el consenso no fue posible y eso condujo al golpe militar de 1945. Era un golpe militar que ya venía en camino porque los militares y los civiles tenían distintos proyectos de modernización del sistema político venezolano.

A tres años del nuevo proceso de apertura se realizaron elecciones, y ganó Rómulo Gallegos (de Acción Democrática) con el 75% de los votos. Ese resultado hubiera dado la base para un Gobierno sólido. Sin embargo, apenas duró 11 meses. Eso demuestra que, aunque se hubiese optado por Escalante y este no hubiese sufrido un ataque de demencia, esa transición tenía su destino ya señalado, que era el golpe militar. Es una especulación y no es posible saber qué hubiese pasado, pero es lo que creo que era lo lógico.

La actuación militar en Venezuela a lo largo de toda su historia, como lo refiere Marco Tulio Bruni Celli en su libro El 18 de octubre de 1945, ha sido una constante en el intento de la toma del poder, incluso en los Gobiernos que son militares. A Gómez le conspiraron los militares, a Medina Angarita le conspiraron los militares, e incluso a Pérez Jiménez lo derrocaron los militares.

El general Marcos Pérez Jiménez, en la inauguración del Centro Simón Bolívar de Caracas, Venezuela, en 1954. ARCHIVO

- Una parte de la generación que participó en las luchas contra la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez fue impactada por la Revolución cubana, así que la democracia venezolana se inició con una etapa de violencia por la lucha armada que buscaba implantar este modelo. Parte de esa izquierda rectificó 10 años después a partir de los que se conoció como la Primavera de Praga, y volvió a las filas de la convivencia democrática.

- Aquella decisión de ir a la lucha armada fue catastrófica para la izquierda venezolana y para América Latina. Cuando se estaban desarrollando dos proyectos paralelos, la Revolución cubana y la democracia en Venezuela, iniciada con la presidencia de Rómulo Betancourt en 1959, la izquierda optó por ir detrás de la Revolución cubana, una línea equivocada, como obviamente demostró la historia.

El mérito de rectificar fue de una parte de la izquierda venezolana. La otra, ortodoxa, nunca rectificó, se quedó allí y años después revivió en la alianza perfecta con un teniente coronel, Hugo Chávez, que intentó un golpe militar en 1992 contra un Gobierno electo democráticamente que lo estaba haciendo muy bien. La destrucción del Gobierno de Carlos Andrés Pérez (Acción Democrática) fue una gran conspiración en la que participó un abanico de diversos partidos políticos desde la izquierda extrema hasta la extrema derecha. Triunfaron, sacaron a Pérez del Gobierno, lo metieron preso e iniciaron este proceso de inestabilidad política que no ha terminado todavía.

La izquierda liderada por dirigentes como Teodoro Petkoff, inspirados en las nuevas corrientes que surgían en Europa, como la izquierda francesa e italiana, buscaron caminos distintos, más democráticos y participativos. En su momento añadieron más estabilidad al sistema político venezolano. En el período presidencial de Rafael Caldera (1969-1974), ideólogo de la democracia cristiana, con la política de pacificación se conformó un sistema estable donde todos participaban con representación parlamentaria y luego con gobernadores y alcaldes. Quizás fue una de las épocas más robustas de la democracia venezolana. Pero, lamentablemente, parte de esa izquierda se fue nuevamente detrás de “un hombre a caballo” y los viejos marxistas, que rompieron con la URSS y la lucha armada promovida por Cuba, se quedaron nuevamente solos. Por cierto, no han pedido perdón por esa barbaridad.

La élite que creó la democracia se negó a comportarse democráticamente

- Se ha señalado que los constructores de la democracia venezolana no dejaron una generación política de relevo como alternativa frente al ascenso de figuras antipartidos que, además de Hugo Chávez, compitieron por la presidencia en 1999. 

- En el año 1973, Rómulo Betancourt, primer presidente de la era democrática (1959-1964), no aceptó la propuesta de su partido ni de otros factores políticos y económicos de volver a lanzarse como candidato a la presidencia. Ese hecho le dio nuevos aires a la democracia. En su lugar, el candidato fue Carlos Andrés Pérez  (1974-1979). Pero ni Pérez ni Caldera pudieron resistir la tentación de volver a ser presidentes después de 10 años de haber salido de Miraflores. Caldera lo intentó cuatro veces y obtuvo dos presidencias. En 1993, con 77 años, cuando ganó la segunda presidencia ya el sistema democrático estaba en crisis.

Jóvito Villalba solía decir que la reelección era un mal expediente en América Latina, que donde había habido reelecciones había inestabilidad política. La élite que creó la democracia se negó a comportarse democráticamente y a entender que le tocaba el turno a otra generación. Hubo una generación que terminó frustrada, como Eduardo Fernández, Oswaldo Álvarez Paz, Humberto Celli, Luis Raúl Matos Azócar, Marco Tulio Bruni Celli. Políticos muy preparados.

-La nueva generación de políticos surgida en estos 23 años de chavismo comienza a irrumpir desde hace más de una década. Pero se observa que no logran perfilarse con un proyecto de país ni una estrategia unificadora. ¿Cómo ve esta nueva generación política venezolana?   

- Yo creo que ha sido una generación lamentablemente destruida por el chavismo. En algún momento, la razón del chavismo era destruir al adversario que surgió de lo que era un proceso político normal, con figuras como Henrique Capriles Radonski, Leopoldo López y Julio Borges, entre otros. El chavismo los convirtió en “polvo cósmico”, como decía Hugo Chávez. Creo que a esa generación completa la dejó el tren, a todos. Entre otras cosas, porque fueron incapaces de superar sus propias aspiraciones. El egoísmo se supone que existe en la política, y tiene que existir: el espíritu de competencia y las rivalidades existieron en la década de los cincuenta, cuando enfrentaban a Pérez Jiménez. Pero allí hubo una visión de Estado, hubo un consenso político. Se entendió cuál era el sacrificio y, sobre todo, la idea de tener muy claro quién era el adversario. Ahora con esta generación ocurre que ni siquiera se hablan entre ellos. Están bravos.

Un hombre vota en las elecciones regionales de Barinas, Venezuela, el pasado 9 de enero. EFE/RAYNER PEÑA

- Hablan a través de las redes sociales.

- Se bombardean. Se niegan el agua y la sal. Cuando los representantes del Departamento de Estado de Estados Unidos visitaron Venezuela para reunirse con el chavismo, hecho que causó mucha sorpresa, cada uno dio una declaración distinta. Ni siquiera fueron capaces de llamarse, de reunirse, para emitir una opinión más o menos coherente.

Betancourt y Villalba no dejaron nunca de hablarse y no podían ser más adversarios políticos. Betancourt y Caldera se consultaban. Gonzalo Barrios y Caldera, que también fueron grandes adversarios, conversaban, hablaban, negociaban. Eso es lo que los políticos tienen que hacer. Esta generación tiene una ruptura y para que se hablen tiene que haber un tercero, un mediador. Yo creo que eso los acabó.

- Tiempos de cambios...

- Es evidente que en Venezuela está pasando algo muy raro. Hay un hecho que a mí me llamó muchísimo la atención en las elecciones regionales de noviembre de 2021. Tres de los cuatro opositores que ganaron gobernaciones fueron Alberto Galíndez, Morel Rodríguez y Manuel Rosales. Rodríguez, de 81 años, ya había sido gobernador en seis ocasiones. Galíndez, de 66 años, fue gobernador en 1996 y Rosales, de 69 años, también había sido dos veces gobernador, además de alcalde dos veces.

Lo que quiero destacar es que el electorado opositor, entre las generaciones presentes, pasadas y futuras, escogió a la generación pasada. Eso es una cosa anormal. La gente prefirió votar por estos señores retirados. Y también es un mensaje muy claro para esa nueva generación política que yo creo que los dejó el tren. Ese es un fenómeno curioso y poco analizado. No se ha querido hablar mucho de ese tema pero allí está. En Barinas, la cuna de los Chávez, fue una experiencia distinta.

-Cada líder opositor tiene su propio movimiento en Venezuela. Estamos hablando de 50 partidos políticos y movimientos en donde cada dirigente es el que decide. No hay democracia interna en estas organizaciones.

- Son como 50 partidos, pero en el ámbito ideológico no van más allá de cuatro o cinco partes. En efecto, no son jefes de los partidos sino sus dueños. En la era democrática surgieron dirigentes muy destacados y reconocidos que, aparte de los jefes de los partidos, eran dirigentes nacionales. Tenían disputas dentro de las instancias establecidas por el partido, pero con democracia interna.

- Los partidos opositores comenzaron a hacer congresos de unificación. ¿Hay esperanza de rectificación?

- En este momento están haciendo unos congresos que, por ahora, no aportan nada nuevo. No hay mucha información sobre eso. Pareciera un saludo a la bandera. Pienso que los electores los castigaron en este último proceso electoral de noviembre de 2021 y, si no rectifican y encuentran un camino, los van a volver a castigar igual.

Periodista y consultor. Ha trabajado en medios como El Diario de CaracasEl Universal, donde fue editor del área de Investigación. En 1995 ganó el Premio Nacional de Periodismo por el libro Las cuentas ocultas del presidente. Es autor de otros títulos como Las balas de abril (2006), Afiuni, la presa del comandante (2012) y Los últimos días de Hugo Chávez (2020).