Gabriel está cansado, sudoroso, como en el box después de un round, aunque yo sé que es porque estuvo escribiendo. Lo hace desde temprano hasta el mediodía, usa tapones para los oídos, corta el wi-fi y trabaja en silencio.
Tiene manos de artesano, grandes, gruesas, aunque lo único que haga sea picar las teclas blancas de la laptop que ch’alló por primera vez en 2022, después de casi perder la vida por un cuadro crónico de coronavirus. Lo único que pidió —en silencio— fue poder escribir un libro más, y es lo que hacía segundos antes de prender la cámara, difuminar el fondo y atender la llamada.
Gabriel Mamani Magne (La Paz, 1998) es uno de los mejores escritores de Bolivia, ganador del Premio Nacional de Novela de ese país en 2019 con Seúl, São Paulo, recién publicada en España por Periférica. Migración, juventud, familia, servicio militar, mujeres, sexo. Bolivia-Brasil. Se podría decir que esta es una novela binacional, como la vida de Gabriel y la de muchos bolivianos que, lejos de las montañas, comienzan a soñar en portugués.
Hace poco se lanzó la segunda edición de su segunda novela, El rehén (2021), gracias a Dum Dum Editora. Alcohol, violencia, infancia, trufis frenéticos recorriendo la ciudad al ritmo del güiro. Una mentira es el eje del libro, y sospecho que también el de la historia.
Gabriel narra espacios que otros escritores bolivianos no (o no tanto). La ciudad de El Alto, bares oscuros llenos de cumbia melancólica, casas de adobe iluminadas por un sol pulverizador, prostíbulos escondidos. Una Bolivia distinta, paralela, alterna, aunque para él no lo sea.
A menudo se le hace una entrevista a un escritor cuando está presentando un nuevo libro o recibe un premio. Esta entrevista solo es un intento de entender.
- En otras entrevistas dijiste que comenzaste a escribir para generar en otras personas lo que los libros generaban en ti, ¿sigue siendo así?
- Creo que cuando empecé a escribir tenía muy claro lo que quería generar, ahora es diferente, me conformo con hacer un poco de ruido. Mi fin es simplemente crear una historia que, primero, me guste; y segundo, que le produzca algo a alguien, pero ese algo producido yo nunca voy a saber qué es. Hay millones de escritores que tienen cierta relevancia en su momento y luego son olvidados, o al contrario, que en su momento no tienen mucha relevancia y luego son redescubiertos. Yo entiendo la escritura como una apuesta a la nada.
- También explicaste que cuando eras niño ponías libros en tu lista de útiles escolares para que tus padres los compraran pensando que eran una petición de la escuela.
- Mi acercamiento a la literatura siempre ha sido medio ilícito, medio marginal. Primero por eso que cuentas, sí, aumentaba libros a la lista de útiles; a veces también leía los libros en las librerías para no tener que pagar por ellos, en Bolivia son muy caros. Al mismo tiempo, sobre todo al inicio, me causaba cierto rubor admitir que escribía, o que era lo que más me gustaba hacer. He conseguido libros así, de forma poco honesta, unos 10 ó 15.
- Ese rubor por la literatura que mencionas se asemeja a un pasaje de El rehén, en el que uno de los protagonistas pide libros y enseguida se retrae cuando los demás niños lo miran extrañados, ¿hay alguna relación?
- Es la primera vez que encuentro un enlace entre esa experiencia personal y el libro, eso es algo llamativo de la literatura: los lectores encuentran conexiones que el autor ni había pensado, o quizás sí, pero estaba en el fondo de su subconsciente.
Un tema que yo trabajo mucho en lo que escribo, tanto en lo que está publicado como en lo que voy a publicar el año que viene, es el tema de la vergüenza. Creo que un gran problema de la bolivianidad es el rubor, la timidez, el no hablar alto. Y eso a veces se manifiesta en la propia negación de la identidad, ya sea una identidad étnica o una identidad nacional.
- Tuviste que aclarar en otras entrevistas que no habías sido secuestrado y que por lo tanto no eras el protagonista de El rehén, pero al principio del libro también dices que es una historia que has oído tantas veces que pareciera que estuviste ahí. ¿De dónde proviene la idea del libro?
- Yo atesoro algo que decía Vargas Llosa: que el personaje más importante de un libro no es el protagonista sino el narrador. Y el narrador es un personaje más, no soy yo, obviamente.
La idea viene de esta predilección que tengo sobre la mentira; me gustan mucho las historias sobre los mentirosos crónicos. Recuerdo que tenía la historia de El rehén ya armada en la cabeza mientras vivía en Río de Janeiro. Antes de escribir Seúl, São Paulo incluso, ya estaba en mi mente todo lo que pasaba, al punto que cuando ya me tocaba escribir la novela, en 2018, la escribí de un tirón y terminé las últimas 20 páginas en 2020. Lo que más me motivó fue intentar entender las consecuencias de las mentiras, porque un falso secuestro es una mentira monumental.
- En Seúl, São Paulo el protagonista se encuentra realizando el servicio militar. ¿Tú lo hiciste? ¿Cómo fue la experiencia?
- Mi plan original era no hacer el servicio premilitar, pero recuerdo que un día estaba durmiendo feliz en mi casa y mi papá me destapó y me dijo que me alistara porque íbamos a ir a la Fuerza Aérea. Resulta que ahí había un grupo de rescate que tenía entrenamiento militar, llamado SAR, y estar dos años en esa unidad equivalía a tener la libreta de servicio militar. Era prácticamente lo mismo que el servicio premilitar, solo que con más horas, más trabajo y con gente adulta. Es de ahí que saco mucho de la experiencia de Seúl, São Paulo, sobre todo la cuestión de los aviones de la Fuerza Aérea.
Sin embargo, lo militar nunca se me hizo muy atractivo, por eso me chachaba de las sesiones y me iba con esos libros que a duras penas había conseguido y leía por ahí. Así conocí El Alto. Yo vivía por la terminal de buses en La Paz, subía por la autopista, fingía que entraba a la Fuerza Aérea, salía, me quitaba el uniforme en algún baño público y vagabundeaba. En ese vagabundeo, hubo tantas imágenes que se me quedaron de El Alto... No de El Alto entendido como La Ceja o la feria de la Avenida 16 de Julio, todo el mundo habla de eso, ni siquiera de los cholets; sino de El Alto como un barrio más de cualquier ciudad boliviana. Con el sol ahí, las caseras vendiendo en la calle, los perros tomando el sol, pasillos polvorientos. Una ciudad, un barrio que podría ser cualquiera de los Andes.
- En otras entrevistas explicaste que empezaste a concebir Seúl, São Paulo por una visita que hiciste al barrio boliviano en São Paulo. ¿Qué viste ahí?
- Fui para un partido del Tigre, que jugaba contra el Santos F.C. Era mi primera vez en São Paulo y un amigo mío me llevó al barrio boliviano, en la feria de Coimbra. Me sorprendieron mucho los sonidos, se escuchaba mucha cumbia boliviana, chicha peruana, la gente hablaba un español superkolla, pero también se escuchaba un portugués superfluido. Los que lo hablaban eran hijos de esos bolivianos que emigraron y que, por lo menos desde el genotipo, desde el prejuicio, parecían un tipo más de La Paz, pero eran brasileños. Esa mezcla, esa potencia de la cultura boliviana para apropiarse espacios, me llamó la atención.
Y, sobre todo, la novela ganó más forma cuando empecé a hablar con la gente. Me contaban sus historias. En aquel tiempo estaba tramitando mi visa de estudiante y mucha gente me preguntaba: “¿Y tú, Gabriel, en qué taller de costura trabajas?”. A mí me parecía interesante hablar de eso porque es una cuestión que sabemos que existe (la explotación de bolivianos) pero que no se la mira demasiado.
- Hiciste una maestría en Literatura Comparada en Brasil, hablas y escribes en portugués, también está Seúl, São Paulo, que rescata mucho de ese país. ¿Qué significa Brasil para ti?
- Pues muchas cosas. Para mí, es un país-persona, porque es como alguien al que le tienes cariño y a veces también le tienes bronca. Es un país que me ha enseñado mucho, que me ha abierto las puertas, me ha dado muchas oportunidades en todos los sentidos y creo que le debo bastante. Aquí he experimentado una reinvención tanto literaria como política.
Lo que me gusta de Brasil es que hay muchos movimientos, no solo partidos: el movimiento negro, el movimiento Sin Tierra, los movimientos feministas... Hay un debate intenso, un debate que no necesariamente se lleva siempre a la práctica, pero que sí está ahí. Algo que siempre digo es que a mí me gustaría combinar las formas de hacer política de los brasileños con las formas de protestar bolivianas. Los brasileños debaten mucho, problematizan todo, pero creo que a veces falta la rabia de los bolivianos. Por ejemplo, si en Bolivia pasa algo con lo que no estamos conformes, pues hacemos una superbloqueada [de carreteras] y ya. Pero también siento que a los bolivianos nos falta reflexión fuera del ámbito académico.
- Fausto Reinega decía que existían dos Bolivias: la Bolivia europea, blanca, urbana y la otra Bolivia; india, rural y periférica ¿Crees que narras a esa otra Bolivia?
- Yo creo que no, porque en todo caso, si vamos a hablar de otra Bolivia, la otra Bolivia sería esa otra minoritaria y privilegiada. Existe una especie de folclorización por parte de muchos críticos, que lo hacen con buena intención, pero que con ello, en vez de ayudar, a veces creo que perjudican. Consolidan la estigmatización en positivo. No sé si narro la otra Bolivia porque no conozco más Bolivias.
- En tus libros podemos encontrar expresiones como: “¡qué waso!”, “¿no ve?”, “eres un cojudo”. ¿Crees que es importante escribir como hablamos los bolivianos?
- Algo que siempre me hacía ruido en algunas obras bolivianas es que cuando había diálogos los personajes paceños no decían “sentate”, decían “siéntate”; no decían “andate”, decían “vete”; y para mí, agarrarme de esa habla es ser más verídico en lo que cuento.
Me encanta andar con audífonos mientras escucho música, pero cuando escribía hacía un ejercicio: me sacaba los audífonos en lugares clave —en el micro, en el minibús, en el taxi, en la fila del supermercado— para escuchar lo que la gente decía. Porque el lenguaje que utilizo, las cosas que digo, los términos que uso, no son los que utilizan todos. Solo en La Paz hay como tres tipos distintos de acentos, la forma como se pronuncia la ‘r’ por ejemplo es superproblemática, hay tres tipos de ‘r’.
- Iván Apaza Calle ha empleado el término “escritores p’asp’as” para referirse a una nueva camada de escritores y ensayistas bolivianos entre los que te ha nombrado a ti, Rodrigo Urquiola, Carlos Macusaya y otros. Es un término que también tú empleas con frecuencia en Seúl, São Paulo. ¿Qué significa ser p’asp’a?
- Lo p’asp’a es interesante porque no tengo ni la remota idea de su origen etimológico, solo sé que viene del aimara, pero sé lo que se siente. Me acuerdo cuando era niño y hacía mucho frío, mi mamá nos decía que nos pusiéramos crema porque sino la cara se nos iba a hacer p’asp’a. P’asp’a es como lo raspado, lo desgastado por las inclemencias del tiempo. Haciendo una analogía también serían las condiciones sociales, el contexto de las personas. Es un término que me gusta mucho porque me remite a la infancia, a esos rostros quemados por el sol, ese sol andino que, en vez de broncearte, te quema.
Ahora vuelvo a lo que te decía antes. Muchos críticos, mucha gente, te va asociando a ciertos autores no por la obra, no por el contenido. No sé qué de común puedo tener con tal autor o con tal autora. Esto lo digo por los críticos, a veces te van uniendo por tus amistades. Por una fotografía en Facebook ya eres parte de una generación.
- Para terminar, antes dijiste que el tema central de tu nuevo libro sería la vergüenza, así como el tema central de El rehén fue la mentira. ¿Podrías contarnos un poco más?
- Tengo ahorita dos proyectos acabados: un libro para niños que va a tener ilustraciones y otro que va a ser de cuentos. La mitad de ellos son inéditos y la otra mitad son cuentos que ya han sido publicados en antologías o en internet y que creo que merecen ser parte del libro.
Lo que une a los cuentos es la sensación de perder cosas, perder a alguien. Y en ese perder también están las pérdidas que son por el qué dirán, por la vergüenza. Ese gran ojo que es la opinión pública y que ahora se ha extendido a las redes sociales. Si antes sentíamos vergüenza de hacer cosas en la vida real, ahora sentimos vergüenza de hacer cosas en las redes, o de mostrar ciertas cosas en ellas. Entonces, el libro va por ese lado.