Gabriela Consuegra, palabras que capturan el duelo

La periodista venezolana rememora la muerte de su padre en su debut literario, ‘Ha pasado un minuto y queda una vida’.

La periodista venezolana Gabriela Consuegra, autora de 'Ha pasado un minuto y queda una vida'. ANDRÉS RODRÍGUEZ MORADO
La periodista venezolana Gabriela Consuegra, autora de 'Ha pasado un minuto y queda una vida'. ANDRÉS RODRÍGUEZ MORADO

Con tan solo 16 años, Gabriela Consuegra (Caracas, 1993) tuvo que enfrentarse a la enfermedad de su padre, Álvaro. Un enfisema pulmonar que acabaría causando su muerte por cáncer de pulmón siete años después, en 2016. Para afrontar el dolor que le supuso la larga enfermedad y posterior desaparición de su progenitor, esta periodista venezolana afincada actualmente en La Coruña, España, decidió ponerse a escribir. Su experiencia acabó plasmada en un libro de título evocador: Ha pasado un minuto y queda una vida (Temas de Hoy, 2021). 

Consuegra se estrena como autora con este testimonio poético con el que empatizará todo aquel que haya pasado por un duelo. Una obra que sorprende por su madurez —“parece de todo menos un debut”, ha afirmado el periodista Manuel Jabois— y que consigue reflejar el dolor que supone no solo la pérdida de un padre, sino también la dureza de la enfermedad y la complejidad de asumir el rol de cuidadora a una edad tan temprana y durante tanto tiempo.

Una obra para subrayar y releer muchas de sus frases. Algunos ejemplos:

Recuerdo entonces que la vida es más grande que cualquier cosa, incluso que la muerte, aunque sea menos escandalosa

Aunque me lo hubieran dicho miles de veces, nunca habría creído que crecer y morir se parecieran tanto

Los funerales no son para los muertos, son para nosotros, que todavía no podemos dejar ir, que necesitamos cinco minutos más, otra oportunidad, un último te quiero, te amo, gracias, perdón, adiós

Ha pasado un minuto y queda una vida destila verdad: describe de manera clara muchos de los sentimientos de las personas que conviven con la enfermedad y muerte de un progenitor. ¿Qué respuesta te llega por parte de los lectores?

- Cuando publicas autoficción, y sobre todo en mi caso, que no había escrito nada antes, no te imaginas que puedas conectar con otras personas de la manera que ha sucedido. Más cuando es algo tan personal, ya que incluso dentro de la familia ha sido difícil encontrar puentes para saber lo que sentía el otro. Es un proceso muy solitario y, en cierta manera, escribes con la esperanza de que haya una persona al otro lado con la que conversar. Con la salida del libro, tantos años después, ha llegado ese momento de encontrar un interlocutor. ¡Y son muchos! Me emociona haber recibido tantos comentarios de gente que se identifica con lo que explico. Y me siento muy afortunada de poder acompañar a alguien en su duelo de la única manera que sé hacerlo, que es escribiendo.

- En tu caso, además de ayudar a los demás con tu testimonio, la escritura también ha sido terapéutica.

- Totalmente. Empecé a escribir como un ejercicio para un curso de crónica periodística que estaba haciendo cuando ingresaron a mi padre y le diagnosticaron el enfisema pulmonar. No tenía la cabeza para hacer nada, pero tampoco quería llegar con las manos vacías, y me decidí a escribir sobre su enfermedad. Ahí cambió alguna cosa. Entendí que era una manera de permanecer conectada conmigo misma y de comprender lo que me está pasando. Era tanto el dolor que estaba sufriendo que corría el riesgo de pasar de lado y evadirme de él. No estaba preparada para perder a esa gran persona que era mi padre y me zambullí en la escritura a sabiendas de que iba a implicar muchísimo dolor. Hoy no me arrepiento de ello, al contrario.

- En tu caso, empezaste a prepararte para el duelo con la enfermedad. Imagino que el hecho de escribir también te ayudó a enfrentarte a ello.

- Sí, sin duda. Pero pese a escribir durante mucho tiempo sobre ello, cuando murió mi padre, no me pude anticipar a nada. Y eso me hizo sentir insegura con el trabajo que había estado haciendo hasta entonces porque vi que por mucho que escribiera, no había forma de describirlo. Entiendo que me ayudó a ir pasando de manera muy consciente por cada etapa. El duelo es algo fundamental. Entender la enfermedad, entender la muerte como lo que es, una despedida. El problema es que tienes que aceptarlo. En mi caso, hubiese sido mucho más complicado sin el proceso del libro ya que me ayudó a asimilar mi duelo y a reencontrar a mi padre en mi vida, una vez muerto.

'Ha pasado un minuto y queda una vida', de Gabriela Consuegra. TEMAS DE HOY

- En el libro escribes: “La ausencia comienza a tomar forma en los detalles prácticos. La muerte de tu padre se convierte en tener que hacer tus propias facturas”. ¿Es en la cotidianidad donde te das cuenta realmente de que esa persona ya no está?

- Sí, y eso todavía me pasa. Mi vida está llena de primeras veces, no tan agradables. Y ahí lo entiendes. La muerte, que parece algo muy filosófico, se convierte en algo práctico. Si no descongelas tú el pollo que te vas a comer para el almuerzo, no te lo hará nadie. Esa red que siempre has tenido en la que puedes reposar, de repente ya no está.

- Tu padre enfermó en 2008 cuando tenías 16 años. ¿Cómo te enfrentaste a todo lo que se te venía encima?

- Llamé a un amigo que era médico y le pedí que me dejara entrar en una planta del hospital y hablar con los pacientes que estaban muy mal a causa de un enfisema, porque quería saber hacia dónde iba todo.

- ¡Qué valiente!

- Necesitaba saberlo porque me agobiaba mucho no poder ayudar a mi padre, no poder entenderlo. Siempre he creído que afrontar las cosas en soledad es casi lo peor que te puede pasar, por lo que me he volcado mucho en encontrar la forma de acompañar a alguien, especialmente si se trata de un familiar muy cercano. La única forma que hay es intentar entenderlo. Mi hermana se tenía que ir a España. Ella es médico y yo no. Y no entendía nada. Y necesitaba darle a mi padre esa comprensión que ella le daba. Además, yo era la pequeña y, para protegerme, no querían decirme todo lo que sucedía, así que me tuve que poner al día por mi cuenta. Los pacientes me explicaron que empezaría a caminar cada vez más despacio, que estaría de mal humor, que tendría que tomar siempre la medicación y alimentarse bien, que dormiría peor... Ellos me contaban sus cosas del día a día, y así yo me pude hacer una idea de lo que le sucedería a mi padre.

La enfermedad tiene sus códigos. Si quieres conocerlos, tienes que hacer un esfuerzo de inmersión

- Tu padre estaba separado y no tenía una pareja que se pudiera ocupar de él. Y tu hermana se marchó, así que tuviste que adoptar el rol de cuidadora muy pronto. Uno asume que tendrá que cuidar de sus padres cuando sean mayores. Pero tu padre murió con tan solo 62 años...

- Sí, era muy joven. Y eso lo empeoraba todo, porque yo no estaba preparada para ver, de repente, a mi padre enfermo. ¡Él, que era una persona con una forma de estar tan vivo! Era muy difícil integrar esas dos imágenes. Además, sabía que se iba a hacer el fuerte y que, pese a la enfermedad, iba a querer seguir viviendo exactamente igual. Recuerdo que solía caminar muy rápido, y lo que comenzó a hacer para no reconocer que se cansaba era pararse de repente y coger el móvil como si estuviese viendo algo. Aunque él no me lo dijera, yo ya sabía lo que estaba pasando. Le decía que estaba fatigada y que fuéramos a tomar algo para que él pudiera descansar. Si no hubiera hablado antes con la gente que estaba enferma en el hospital, no me hubiera dado cuenta. La enfermedad tiene sus códigos. Si quieres conocerlos, que era lo que yo quería desesperadamente, tienes que hacer un esfuerzo de inmersión importante.

- Tu hermana se marchó a España en 2009 y tú decidiste irte con ella en 2016, el año en que murió tu padre. Entiendo que estuviste poco tiempo ahí.

- Un mes exacto, hasta que se murió mi padre.

- ¿Te costó tomar la decisión de marcharte?

- Sí, pero los doctores me ayudaron mucho. Mi padre no quería que yo estuviera en el final de su vida. Me decían que no iba a asimilar su muerte mientras estuviera con él. No podía. Era su hija pequeña. Necesitaba ver que yo seguía mi vida. Y así fue. Al cabo de un mes. Solo llegué para despedirme de él en el último momento. Pero ese mes en el que no estuve, mi hermana se quedó con él.

- El hecho de saber que te habías mudado a España con tu hermana le debió dar cierta tranquilidad...

- Totalmente. También lo hizo el ver que podía hacerlo todo sola, cómo me convertía en adulta y conseguía llevar a cabo todo tipo de trámites sin su ayuda. Le inquietaba mucho cómo iba a asimilar su pérdida. Me conocía muy bien y se anticipó perfectamente a que iba a sentirme destruida. Por ello, tuve que darle esa tranquilidad de ver que podía seguir adelante sin él.

Mantengo la idea de que la felicidad es algo raro. Para mí está totalmente reservada a la infancia

- ¿Te ayudó el hecho de empezar una nueva vida en España después de la muerte de tu padre?

- No del todo, ya que, lo que estaba haciendo sola, habíamos planeado hacerlo juntos. La idea era que mi padre se viniera y siguiera viviendo conmigo. Pero luego la vida tiene sus planes. Siempre nos repetía —incluso antes de enfermar— que mi hermana y yo seríamos sus ojos en el futuro. Pero yo sentía un poco de rabia con mi nueva vida, porque no me permitió terminar de cerrar ciertas cosas con mi padre. Durante mucho tiempo, esa nueva vida no tuvo ningún valor. Fue muy difícil asimilar que mi vida en España era lo que yo quería y no algo impuesto por la enfermedad.

- Ahora estás trabajando de periodista.

- Sí, en La Voz de Galicia.

- ¿Y estás feliz con tu vida?

- Bueno, sí… Mantengo la idea de que la felicidad es algo raro. Para mí está totalmente reservada a la infancia. Eso para mí fue la verdadera felicidad, pero la realidad es que ahora me encuentro muy bien.

- En el libro no hablas demasiado de tu país, Venezuela. Sí que hay varios pasajes en los que describes la falta de medios en el sistema sanitario, de ambulancias, de sillas de ruedas; las farmacias, en su mayoría cerradas y sin medicamentos.

- Quise evitar el tema de Venezuela porque era muy fácil que eclipsara todo lo demás. Pero no puedes ser honesta si no explicas algunas cosas. La enfermedad ya de por sí es terrible, pero vivirla en ese contexto tan particular y miserable lo hace insoportable. Por lo que siento que era necesario contar este tipo de cosas.  

- ¿Tu padre quería quedarse en Caracas pese a la situación del país?

- No. El tema es que en casa somos muy familiares y a él le hubiera costado y dolido mucho despedirse de sus hermanos. Vivía entre sus hijas que adoraba y sus hermanos, que para mi padre eran una religión. Y, de hecho, ese es un dolor que hemos heredado mi hermana y yo; el estar lejos de mis tíos. Mi madre también se vino a España. ¡Y mi perro! Pero mis tíos no están. Creo que a mi padre le hubiese encantado vivir aquí, pero la enfermedad no se lo permitió. Él no era de autoflagelarse. Sabía muy bien que le hubiera gustado irse. El problema era que no podía llevarse a toda la familia con él.

- En tu caso, al dolor por la enfermedad se suma el hecho de emigrar. Tú pudiste volver a Venezuela a despedirte de tu padre. Con la pandemia, probablemente no hubieras podido llegar a tiempo. De hecho, con la covid-19, hay mucha gente que, incluso sin esa distancia transoceánica, no ha podido despedirse de sus seres queridos.

- ¡No te imaginas cuánto hemos hablado de este tema en casa! Un viaje trasatlántico parece mucho pero cuando va a morir tu padre, al final un viaje de este tipo no es absolutamente nada. Cuando pienso en toda la gente que no ha podido entrar a un hospital a despedir a alguien, se me rompe el alma. Es muy duro, y estoy convencida de que tiene que dificultar más el proceso de duelo. Ver, por ejemplo, a tu padre saliendo andando de casa al hospital a hacerse una PCR y que no vuelva más, hace que se te quede su imagen en una especie de limbo.

Álvaro, el padre de Gabriela Consuegra. TEMAS DE HOY
Álvaro, el padre de Gabriela Consuegra. TEMAS DE HOY

- Afirmas que se aprende a convivir con el dolor y que vivir tu vida a través de tu padre es una manera de no perderlo del todo. “De alguna manera, aunque tus neuronas ya no existen, tú renaces en las mías; la ciencia nos permite esa reencarnación. Y así la muerte se vuelve una mudanza. El amor es un hotel de lujo: un buen lugar para desaparecer y permanecer”, escribes. Es muy difícil poner palabras al duelo, y tú lo consigues. 

- Hice el esfuerzo de ponerle palabras y de entender lo que pasaba para estar bien yo. Dicen que la literatura salva. No sé si llega hasta tanto, pero desde luego sí que te da herramientas para hacerlo. Yo necesitaba encontrar un hilo del que agarrarme y ponerle palabras a ese proceso para continuar viva. Y no te exagero ni una palabra. Era algo desesperado. En la novela Ordesa, de Manuel Vilas, el aceite de oliva es lo que le hace encontrarse con su madre, y estas pequeñas cosas, si no estás muy atenta, te las pierdes.

- El libro se estructura como una narración en primera persona con algunas excepciones: el último capítulo lo narra tu hermana, y hay otros dos capítulos relatados por tu padre. Entiendo que los has escrito tú, dándole voz a él.

- Mi padre y yo teníamos muy buena comunicación, pero hubo cosas puntuales que él no sabía cómo decirme y yo las entendía sin necesidad de hablarlo. Son ese tipo de conexiones que suceden y que no puedes explicar, pero están ahí. Sabía perfectamente lo que estaba pasando, lo veía agobiado. Y mi manera de tener esas conversaciones que para él eran muy complicadas fue escribir estos textos desde su voz y preguntarle qué le parecían. Los leyó y lloró muchísimo. Escribir por boca de mi hermana también me dio la oportunidad de decirle que la entendía. Estos capítulos escritos desde sus voces se convirtieron en un puente entre la gente que quería y yo. Y eso nos alivió un poco a todos.

- También hay tres capítulos que consisten en cuestionarios que le haces a tu padre. Dos de ellos en 2011 y el otro en 2016. ¿Son entrevistas reales?

- Los dos primeros los hice cuando estaba en la universidad estudiando Periodismo. Tenía que empezar a hacer entrevistas y, como no sabía hacerlo, practicaba grabando a mi padre. Con él estaba mucho más relajada y así, cuando tenía que enfrentarme a un entrevistado de verdad, sentía que tenía “un poco más de experiencia”. Cuando recuperé esa grabadora y me encontré con estas entrevistas, sentí que tenía que incluirlas. Lo bueno de las dos primeras es que las respuestas no están determinadas por la enfermedad, por el cáncer, por la muerte; y, por lo tanto, tienen un aire totalmente diferente. En la última, ya es muy consciente de todo y ya afirmamos que es nuestra última entrevista.

Necesitaba encontrar un hilo del que agarrarme y ponerle palabras a ese proceso para continuar viva

- En los últimos años, se han escrito muchos libros sobre el duelo. No sé si has querido leer alguno de ellos para ayudarte a escribir y a superar el duelo.

- Cuando comencé a escribir y entendí que quería hacer un libro, hice tres lecturas; no quise leer demasiado para no perder mi propia voz. Estas fueron El enterrador de David Lynch, El año del pensamiento mágico de Joan Didion —no se puede atravesar el duelo sin leer ese libro; fue un gran regalo— y También esto pasará de Milena Busquets. Una vez el libro estuvo ya en imprenta sí que empecé a hacer todas las lecturas de duelo que tenía pendientes, entre ellas, Ordesa de Manuel Vilas, El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince y Salvatierra de Pedro Mairal. También hay un libro fantástico que leí recientemente. Es del periodista y autor gallego Luis Pousa. Se llama El cielo invisible. Con esta obra no es que me pasara un camión por encima, es que me atravesó directamente. En ella, el autor escribe a su padre muchos años después de su muerte en menos de 100 páginas y es una barbaridad.

- Es que da igual el tiempo que pase. El dolor sigue ahí.

- Es un poco lo que pasa con los perros. Dicen que no distinguen cuanto tiempo pasa y sufren igual si te vas cinco minutos o una eternidad. Para mí es eso. Desde que muere alguien, el tiempo ya no cuenta. Simplemente ya no está. Da igual si han sido cinco minutos da igual si han pasado cinco años. Lo siento exactamente igual. Simplemente aprendes a convivir con ello.

- ¿Qué planes tienes de futuro; te planteas seguir escribiendo?

- Sin duda. Sigo muy interesada en la cotidianidad y el estar atenta a ella es la manera de no pasar a trompicones por mi vida. Esto también me lo ha dado el hecho de ver que mi padre ha muerto tan joven. La necesidad de ser muy consciente de todo lo que me pasa. De manera que seguiré escribiendo con la ilusión de que le siga interesando a alguien.

Periodista. Colabora con medios como RAC1 y La Vanguardia y ha trabajado para El País, El Periódico y ADN, así como en el sector editorial. Creadora de los pódcast I mare, també, en el que aborda el tema de la maternidad, y Nuestro turno, en el que mujeres de referencia de distintos ámbitos hablan de los temas que más les afectan.

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