Libros

Gonzalo Maier, el escritor y sus fantasmas

El autor chileno publica ‘Piña’, donde el espectro de una crítica cultural acosa a un artista. Y charla sobre columnismo, neurosis y mediocridad.

Santiago de Chile
El escritor chileno Gonzalo Maier, autor de 'Piña'. LORENA PALAVECINO

En una época en que la crítica cultural parece un ejercicio fuera de tiempo —en parte, gracias a los cambios en la forma en que accedemos a la información, a la crisis del periodismo y también por el devenir de relaciones públicas en el que han caído la mayoría de las secciones culturales de los medios—, aparece Horacio Piña, un artista del montón perseguido por el fantasma de Ingrid Mora, una curadora y crítica de arte. Lo de perseguir no es exageración: las apariciones de este espectro suceden una y otra vez en Santiago de Chile.

Esta es la acción que mueve Piña (Literatura Random House, 2022), la última novela del escritor y docente chileno Gonzalo Maier (Talcahuano, 1981). Y la primera pregunta es ineludible: ¿Está muerta la crítica cultural?

“Yo creo que sí, que está muerta como la entendíamos, al menos. Me parece que está apareciendo una nueva crítica, quizás por redes sociales o en otros formatos. Creo que está en ese punto, como decía Gramsci, donde lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Está en esa tensión”, dice en conversación con COOLT.

Para Maier, la crítica en medios es “una cosa medio arqueológica, medio museológica incluso”. Y toma como ejemplo su propia experiencia: “Yo era un lector de críticas de música, cine, ópera, de cualquier cosa; me interesaba el género, pero le pasó como a la hípica ¿no? Cuando era chico, en el diario estaba la sección de Hípica, y claro, son cosas que van desapareciendo, que quedan en el pasado”. Al escritor le sigue gustando mucho la crítica, pero tampoco quiere romantizar esa disciplina: “El ejercicio crítico está bien, pero no puede ser gratis. Hay ciertas condiciones estructurales que, si se dan, pueden hacer reaparecer la crítica, pero en estos momentos veo que esas condiciones estructurales son súper pobres, delicadas y precarias”.

En ese sentido, Maier, quien también es columnista del periódico generalista chileno Las Últimas Noticias (LUN), creía hasta hace un tiempo que en su país los diarios “iban a renacer”, que se iban a empezar a pagar suscripciones y “que se iba a poder hacer un proyecto como CTXT o elDiario.es en España”. Pero, al final, los medios digitales que han aparecido en Chile “son súper de periodismo-periodístico”, como Interferencia o Ciper. “En Interferencia al comienzo intentaron hacer columnas culturales, pero claramente no era lo que les interesaba y eso se nota mucho en donde ponen la plata al final”. 

Ese es un fenómeno interesante. Desde hace años, las únicas columnas que sobreviven en los periódicos chilenos son las que están sometidas a la contingencia política y, por supuesto, escritas por un número muy reducido de personas. Una y otra vez, las mismas perspectivas sobre un tema en específico. Lejana y vanguardista se siente aún ‘Ojo de loca no se equivoca’, la columna de Pedro Lemebel en la contratapa del extinto diario La Nación Domingo.

“Lo último que queda es un poco la columna de [Roberto] Merino en LUN y la de Leo Sanhueza, y me da la impresión —no tengo datos— que estamos todos colgando de un hilo ahí”, explica Maier. “Y tampoco se ve mucho interés por el ejercicio de la crónica. Yo me eduqué con el ejercicio de la lectura del diario, que es casi como una imagen de Mad Men, Don Draper tomando desayuno y leyendo. Esa cosa de leer columnas de cualquier cosa y, si está interesante, seguir leyéndola. En ese sentido, creo que se ha empobrecido un montón el mundo intelectual. Está todo reducido a la política contingente incluso, porque ni siquiera es política en un sentido amplio. Es una cosa muy partidista y del momento”.

* * * *

Piña aborda con humor e ironía una variedad de temas y sentimientos alrededor de lo que significa perseguir una carrera artística. Dos de los conceptos que aparecen son la mediocridad y la idea del genio. Esta última, para Maier, es algo que “ha hecho mucho mal”.

“Es una idea muy del romanticismo alemán”, dice. “Esta imagen de un señor que está mirando por la ventana, que está caminando por la naturaleza —porque siempre es por la naturaleza— y tiene una idea genial y se encierra solo. También es un hombre —siempre es un hombre, alemán, por supuesto— que crea esta cosa genial. Es una idea que todavía persiste mucho y que a mí me molesta bastante y con la que me siento incómodo incluso”.

Una incomodidad que el autor traduce en acciones y pequeñas grandes decisiones también a la hora de escribir o publicar.

Piña es una novelita que no está dedicada. Casi ninguno de mis libros está dedicado, porque me parece que el acto de dedicar un libro es darle una cierta solemnidad nerudiana. Es como la página de las dedicatorias de las crónicas de la Conquista, eso de ‘muy señor mío, le dedico esta crónica al rey no sé cuánto, blablablá’. Hay una posición subjetiva que me queda mucho más cómoda, que puede ser mucho más ligada a cierta cosa argentina como Belleza y Felicidad, cierta poesía argentina de los noventa que viene del do it yourself, de las vanguardias, de ‘estamos haciendo libros, vamos a pensar los libros como libros’, no como una novela o crónica necesariamente, ni como una gran obra. Por eso me gusta también ir sacando libros a medida que van saliendo, no esta cosa de ‘uh, saqué un libro el año pasado, tengo que dejar pasar más tiempo, porque es algo muy importante y ceremonioso’”.

Me acomoda mucho alejarme del ideal romántico del escritor que tiene destellos de genialidad

En ese sentido, Maier destaca a autores como César Aira o Sergio Bizzo, que van publicando “a medida que salen por aquí y por allá”, e insiste en desacralizar su trabajo: “Para mi neurosis es muy importante convencerme de que no estoy haciendo algo importante, de que no estoy siendo leído casi. Me acomoda mucho alejarme del ideal romántico del escritor que tiene destellos de genialidad. Me gusta mucho más la idea calvinista de levantarse, trabajar y escribir. Y hay días en que sale bien y otros mal, y ya está”.

En esta construcción autoral, reconoce, también ha influido el ejercicio de columnista y de escritura en prensa, que define como enriquecedor y educativo: “Por ejemplo, a mí me interesa mucho la columna y esta semana me quedó pésima, bueno, hay que enviarla, la siguiente será mejor. Y ese ejercicio de ir soltando cosas que uno no quiere soltar, pero que al hacerlo te permiten pasar a otra, me permite aceptar esa no obligatoriedad de estar haciendo cosas buenas todo el tiempo. Porque se vuelve algo súper paralizante”.

A Maier no le interesa escribir libros en particular. Lo que le importa es su obra en cojunto: “A fin de cuentas, es mi vida. Y mi vida se trata, o quiero que se trate, de leer y escribir. En ese sentido, no es muy razonable pensarlo en términos de libros o proyectos individuales, lo veo todo como parte de un mismo proyecto, incluso las clases que puedo hacer en la universidad o la columna en LUN, lo veo todo parte de un mismo proyecto que dialoga, que se nutre entre sí”, dice. “Esa visión con más distancia, diacrónica, me parece que es mucho mejor como inversión, y además es mucho más saludable para la neurosis”.

Al escritor, ese diálogo de diferentes momentos de uno mismo inscritos en la obra le parece muy propio del arte contemporáneo. “Como a partir de las vanguardias se trabaja mucho en serie, en procedimientos, permite que Mondrian pinte muchas veces un cuadro que para uno es el mismo. Si tú no estás acostumbrado a todos los Rothko, todos te van a parecer iguales. Recuerdo que en 1995 estaba escuchando un casete de Nirvana y mi abuela me decía: ‘Sinceramente, yo escucho todas las canciones iguales’. Hay una cosa con el procedimiento, con verlo en retrospectiva, o con más distancia, que ayuda a eso. Javiera creo que se me está yendo el hilo…”.

- Eso está muy bien, Gonzalo. ¿Quién o qué representa la fantasma de Piña, Ingrid Mora, para ti?

- Creo que es el otro. Es esta idea media neurótica de estar siempre pendiente de lo que va a pensar el otro, lo que va a decir, cómo va a asumir tal cosa el otro. Y ese otro puede ser una crítica del diario, que a estas alturas es un poco absurdo, pero también puede ser tu mamá, tu mejor amiga, tu enemiga... No sé, uno siempre tiene ciertos fantasmas que le andan rondando en la cabeza y que puede ser gente muerta, gente que no existe o el profesor del colegio, que quizás fue una figura muy autoritaria. Creo que es eso, el enfrentamiento de este artista con cierta autoconciencia, lo que quiere el resto, pero que en realidad es lo que quiere él.

Mi vida se trata, o quiero que se trate, de leer y escribir

- Ingrid Mora es una fantasma muy insultona. Y el primer insulto que le propina a Horacio es “ahueonao penca”. Es un insulto interesante porque toma dos chilenismos que por separado no son tan fuertes como sí lo son juntos ¿Como se supera recibir un insulto así en la vida real? Si te ha sucedido ¿te ha afectado o no te importa?

- Hasta ahora creo que nadie me ha dicho ahueonao penca, pero pensé mucho qué era lo que le tenía que decir Mora. Y creo que el penca es muy bueno, apunta precisamente a todo lo contrario de las aspiraciones de Piña, a esta cosa de ser mediocre en el peor sentido, de ser invisible, de no tener los seguidores que hay que tener, de no ocupar el lugar, no tener el capital cultural y político que hay que tener y cómo se toma… Mira, voy a hablar como viejo. Creo que antes, cuando era chico, me importaba; pero cada vez importa menos. Y me importa menos porque, cuando uno está en un proceso de formación más incipiente, aunque esté muy seguro de lo que está haciendo, está inseguro. Pero, cuando eres más viejo, nada te importa mucho, todo te empieza a dar lo mismo, que es una cosa que uno ve en sus papás cuando pasan cierta edad. 

- Ese estereotipo del abuelo o abuela insoportable que dice pesadeces, que no tiene filtro, me aparece como algo muy liberador. Es como el último personaje del videojuego.

- Sí, es el último. Y le da lo mismo moralmente todo. Puedes decir cosas que te hubieran espantado hace cuarenta años y ahora dan lo mismo. Hay un camino que se va siguiendo hacia allá, que en el budismo debe tener algún nombre, como un estado previo al nirvana, donde todo resbala completamente.

El escritor Gonzalo Maier. LORENA PALAVECINO

En la obra de Maier, la ironía y las referencias siempre están muy presentes, y Piña no es la excepción. A él, como lector, es algo que también le gusta, y no le importa no captar todas las referencias cuando se acerca a un libro: “A mí no me gusta entenderlo todo. En esos espacios hay cierto misterio, incluso en las traducciones mal hechas. La típica traducción de Anagrama con mucho ‘coño’, ahí se entiende muy bien que al traducir hay mucho que se está yendo, pero da lo mismo. Como lector me acostumbré a convivir con esa incertidumbre, que es algo que pasa mucho en la poesía también. Y en el arte contemporáneo. O sea, piensas ¿esto es un mamarracho o no? ¿Lo estoy entendiendo bien? Ese ejercicio me gusta y no me molesta”.

Maier ha publicado tres libros en España con Editorial MinúsculaEl libro de los bolsillos (2016), Otra novelita rusa (2019) y Leer y Dormir (2021), y no tiene miedo de que al otro lado del Atlántico su lenguaje sea menos entendible: “No me problematiza mucho publicar allá y llenar las cosas de chilenismos, creo que hay un valor ahí también. ¿Quién quiere leer algo tan higiénico? A mí no me molesta leer literatura argentina y perderme un par de cosas o ver una película mexicana y perderme. Es parte de la experiencia, de la gracia de enfrentarse a ciertas obras que no sean comprensibles completamente”.

Ese poco interés por querer controlarlo todo puede sorprender en alguien que alude con frecuencia a su carácter neurótico. ¿Ansiedad y neurosis no van siempre de la mano entonces?

“Claro, y la gracia, te lo podrá confirmar mejor mi psiquiatra, es que el neurótico está pendiente del resto siempre; el otro es un fantasma que está siempre encima de tu cabeza y te importa mucho. Puedes ser neurótico sin ser ansioso”, dice Maier.

* * * *

Piña es una novela fragmentada, construida con pequeñas piezas que Maier, explica, no ha determinado. “Así me sale, fragmentado, por textitos. Otra novelita rusa fue el único texto que yo me propuse hacer de corrido, que fuera uno solo y era por llevarme la contra”, dice. “Creo que tampoco tengo la concentración y el músculo para hacer una novela de 350 páginas, no hay cosa que me interese menos, además. Como lector, por otra parte, soy muy feliz leyendo cosas que sé que no me van a someter. Quisiera hacer libros así también, un poco amables, un poco felices y que no te exijan tanto tiempo”.

- En una parte del libro aparece la pregunta: ¿la comedia es arte?

- Es el gran arte. En una buena comedia cabe todo. El chiste es una forma de arte, la conversación irónica también. En la tradición chilena está: si tomas a Nicanor Parra, luego pasas por Raúl Ruiz. Se puede ir marcando una tradición. Es que ni siquiera es un chiste, sino una disposición vital hacia cierto descreimiento, es como una ironía que raya con el cinismo un poco, esta cosa de no estar seguro de nada, siempre tanteando, dando vueltas en círculos. A mí me parece que es una forma de arte con un asiento en la cultura chilena muy importante, y no sé si se cultiva mucho en la literatura chilena actual. Además, hay una cosa que imagino que se me da en Piña: el humor se presta mucho para la ironía correctiva. Contar esta historia desde otro punto de vista es medio insufrible. Esa distancia ayuda bastante a poder hacer de Piña una suerte de cuento moral. 

- En Piña pasas por alto la pandemia. ¿Fue una decisión, un escape?

- En un momento, cuando empecé a escribirlo, todavía no había pandemia. Y luego, en un momento se me hizo súper raro hacerlo no pandémico y no estallado, por el estallido social, pero después me hizo mucho más sentido. Creo que lo del estallido puede estar, hay ciertas condicionantes políticas, en el sentido de formas de vida, que sí se pueden leer desde esa tensión; pero no quiero leer ningún libro sobre la pandemia, no me interesa. Si tu novela pasa en la pandemia que la lea otro. No tengo ganas de escribir sobre la pandemia, solo quiero que se acabe. Que nos pongan muchas vacunas y que hagamos una fiesta grande y linda, ya está. Me parecía que era ceder también a lo que había que hacer. Y si se supone que es lo que hay que hacer, no lo quiero hacer, precisamente. Creo que fue una buena idea. El solo hecho de no nombrarlo lo problematiza, te pone en un lugar.

Periodista especializada en música pop y feminismo. Directora de la revista digital POTQ Magazine y fundadora de la web Es Mi Fiesta. Organizadora del festival Santiago Popfest. En 2020 publicó Amigas de lo ajeno, libro que da voz a algunas de las artistas más representativas de la música chilena.