La crónica es maquinaria pesada de los géneros narrativos porque opera con una herramienta difícil de calibrar como es la realidad. Si esta realidad se complica, la crónica se torna en necesaria acción política, no debe caer en burocracias y conservar la tensión propia de un texto. Esa necesaria acción política desde la joie de vivre es la que encontramos en las ocho crónicas de Julián Herbert reunidas en Ahora imagino cosas (Random House, 2022), un libro en el que el escritor mexicano, además de plasmar sus obsesiones, emprende un viaje personal desde los excesos etílicos hasta la sobriedad.
Herbert (Acapulco, 1971) ya tiene su propia leyenda de artista atribulado alejado de académicos y escritores becados, la cual empezó con una complicada niñez errante por México con una madre prostituta que moriría de leucemia en 2008 y a la que dedicaría la estremecedora novela Canción de tumba (2011), merecedora de los premios Jaén y Elena Poniatowska.
El autor debutó en la literatura con la recopilación de cuentos Soldados muertos (1993) y luego escribió cuatro poemarios antes de publicar su primera novela, Un mundo infiel (2004), y una segunda compilación de cuentos titulada Cocaína (manual de usuario) (2006), entre otras obras.
Establecido desde 1989 en Saltillo, en el estado mexicano de Coahuila, Herbert ha alternado la carrera literaria con su faceta de vocalista de las bandas de rock Los Tigres de Borges y Madrastras, experiencia que narra en su texto Radio Difusión. Siguiendo con las conexiones musicales, el título Ahora imagino cosas proviene de una canción del grupo argentino Él Mató a un Policía Motorizado que a su vez da nombre a una crónica en la que el autor hace arqueología amatoria a partir del recuerdo del Mundial de Fútbol de 2006.
En las páginas de Ahora imagino cosas, Herbert también parte a la búsqueda de ese “algo recóndito que quedará del Acapulco arruinado y sin embargo glamoroso y romántico” que atisbó en su niñez, y no olvida que “no parece sensato obviar la violencia política e histórica cuando se analiza el recrudecimiento de la narcoviolencia”. Bellísima es sú crónica del turismo en Mazatlán: “Un food court de la mente, un paquete que ofrece animismo all inclusive para los hastiados, fiestas toda la noche y drogas excepcionales para los fanáticos de los antros, piscinas eternas para los niños, turismo-flaneur-relax para el vagamente interesado en el patrimonio cultural y arquitectónico, inversiones auspiciosas para el dinero bueno, escondites in plain sight para el dinero malo”.
- Ya había publicado dos libros de crónicas anteriormente, ¿cuál ha sido su evolución hasta llegar a los textos de Ahora imagino cosas?
- Yo he trabajado siempre desde el ámbito literario más bien. Hice periodismo cuando era muy joven, escribí reportajes antes de los 20. Luego me dediqué a dar clases. En 2015 escribí La casa del dolor ajeno, sobre la masacre de 303 chinos en Torreón, y desde esa época he merodeado la crónica. Parte del proceso ha sido acercarme cada vez más a los mecanismos periodísticos sin estar ahí de lleno. No he querido que mis crónicas estén escritas con el lenguaje tradicional de la crónica latinoamericana, me interesa más bien el desplazamiento de la crónica como género periodístico hasta la parte que tiene que ver con lo que se llama autoficción. Me interesaba narrar un proceso existencial. Este libro fue escrito en el intersticio de un momento muy importante en mi vida.
- Supongo que se referirá al tema de la adicción y la sobriedad. ¿Sigue sobrio desde 2018?
- [Risas] Llevo cuatro años y medio sin consumir nada. Me mudé al café. Yo de joven fui muy recatado, mis consumos son de vida adulta, de los 23 a los 47 años. Estoy en el periodo más extenso de abstinencia en mi vida adulta. Estos cuatro años y medio han sido súper interesantes. A diferencia de otras épocas de mi vida, ahora sigo un programa que me ayuda a mantenerme fuera del consumo.
- Me daría mucho apuro escribir sobre la adicción...
- La salud mental y la sensatez son lo más importante. Lo difícil es aprender que uno no tiene que demostrar nada. Ese es el mayor error de los que padecen adicciones: pensar que deben hacer algo porque los demás lo hacen. Hablar abiertamente de esto me ha servido como parte de mi proceso de rehabilitación. Siempre he hablado mucho de estos temas, escribí un libro sobre la cocaína enganchado a la cocaína. Creo que todo el tema de la rehabilitación está atravesado por el lenguaje, lo que no sé es cómo funciona para cada persona. A la mayor parte de las personas que conozco en rehabilitación les funciona el factor oral, la conversación o la terapia de grupo. El lenguaje es un mecanismo central para confrontar las adicciones, que solo son la punta del iceberg de la problemática.
- ¿Podría resumir en una frase qué es la droga?
- [Risas] Lo veo muy difícil. No me atrevería a definirla, pero te puedo decir que las drogas nos prestan un servicio durante una época de la vida. No soy la clase de exconsumidor que sataniza el uso. Lo que creo es que es un servicio que resulta muy caro, y que llega un momento en el que todo el mundo debe abonar esa cuenta.
- Las crónicas tocan más temas como el turismo y el lavado del dinero. Hay una sospecha constante frente a la arquitectura opulenta.
- La respuesta rápida, como diría Guillermo del Toro, es que soy mexicano. Tenemos una sensibilidad fuerte en los vínculos entre turismo, delincuencia organizada, lavado de dinero, etc. En México la corrupción y el lavado de dinero confluyen a través de la construcción.
- ¿Por qué inscribe tanto su cuerpo en las crónicas? Leyendo las ocho crónicas, uno también le conoce a usted...
- El desplazamiento del yo es muy importante para mí, comporta un punto de vista del yo que es móvil. Más que los datos biográficos, lo que más me interesa de la experiencia es cómo la realidad afecta al yo, y viceversa. El tono de Canción de tumba y La casa del dolor ajeno es muy distinto porque el yo cambia. Hay hasta una sintaxis distinta. Después de haber terminado empecé a practicar boxeo y escribí completamente distinto, desde la conexión con las neuronas espejo. La idea de lo gonzo me gusta, la idea de la autoficción no me molesta, aunque, para mí, las preguntas narrativas entran en una falsa complejidad. Yo vengo de escribir poesía, allí la voz del ego es mucho más proteica. Estoy acostumbrado a esa perspectiva en la que el yo es mucho más fluido. Ese sentimiento poético de un yo sin lugar fijo es lo que intento trasladar a la narrativa.
- Menciona la muerte de Claudio López Lamadrid, editor de Random House.
- Creo que con él se acaba una cepa de editor que las grandes industrias liquidaron. Hay una generación posterior que ha tratado de honrar ese legado, y algunos de ellos, por paradójico que sea, lo hacen desde los grandes medios corporativos. Mi editor aquí, Andrés Ramírez, es de la vieja escuela y trabaja en un medio corporativo: el catálogo que ha hecho en México es lo más que podría desear. Descubrió a Fernanda Melchor no más, una narradora estupenda, y le dio espacio. Creo que es difícil, pero hay editores ahí fuera que persisten.
- Las crónicas de Ahora imagino cosas las escribió en 2018, aunque en España se han publicado ahora.
- Para mí ha sido muy peculiar reencontrarme con el libro. Lo que veo es que es un libro prepandémico. Hay lenguaje conectado con otra parte de mi vida, mi reacción con el cuerpo es muy distinta. Para empezar, entre la primera crónica y este momento bajé 50 kilos de peso. El libro estaba escrito para el lector mexicano y ahora tengo mucho interés por la lectura que se pueda generar con una distancia de tiempo y espacio. Son textos que me siguen significando mucho como experiencia del lenguaje.