Cuando era pequeña, Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) creía que Argentina estaba en el cielo. Cada cierto tiempo se subía a un avión en Barcelona y volaba con sus padres a la tierra que tuvieron que abandonar por la dictadura militar de Videla. Allí estaban el resto de su familia y también algunos amigos de sus progenitores de los que oía hablar o había visto en fotos, aunque más bien eran personajes secundarios de la historia de sus vidas. Jorge y Simón ‘El Gordo’ eran unos de ellos: sus nombres aparecían en conversaciones y sus figuras, en las instantáneas de juventud. Lo habían pasado bien todos juntos. Muchos años después, con una grabadora en su mano sudorosa por los nervios, la escritora se presentó en su casa para preguntarles por su historia. Ellos son dos de los tres protagonistas de Casi nada que ponerte, un libro que se publicó originalmente en 2015 por Libros del Lince y que ahora Anagrama ha traído de nuevo a las librerías.
La biografía de Jorgeysimón —siempre juntos— es de verdad material de libro: dos visionarios, cada uno a su manera, que partieron de la nada y se hicieron absurdamente ricos gracias a su negocio de moda de lujo en el Buenos Aires de las últimas décadas del siglo XX. Y después, la decadencia. Una metáfora de La Gran Historia Argentina Contemporánea, como le vendió Lijtmaer a un editor en la barra de un bar barcelonés ya en los dosmiles. Un mes más tarde, la escritora está de nuevo en un avión que hace el mismo recorrido que en su infancia, esta vez para emprender su labor de documentación. Pero una vez allí, su libro cambia o más bien se expande, porque sus propias raíces entran en juego y el relato en primera persona se hace necesario. La autora se convierte así en el tercer personaje principal de esta crónica novelesca.
El recorrido de Casi nada que ponerte ha estado lleno de baches, todos superados. La multinacional que se lo compró en un principio decidió no publicarlo —“Es demasiado raro, demasiado literario”, le dijeron— y la escritora lo metió en un cajón. Años más tarde, cayó en manos de Enrique Murillo, el que todo lo sabe (si algún día publica sus memorias, se oirán gritos ahogados en el sector editorial español), y llegó, por fin, a las librerías. Y después de mucho tiempo descatalogado, regresa con la alfombra roja puesta. Además de periodista reputada, ahora Lijtmaer también es una escritora de prestigio con éxitos a sus espaldas como su última novela Cauterio (2022), que se encuentra en proceso de traducción a otras lenguas como inglés, francés, alemán e italiano; y el ensayo Ofendiditos (2019), sobre la libertad de expresión y el derecho a la protesta. Asimismo, es la responsable junto a Isa Calderón del pódcast feminista Deforme Semanal, ganador de dos Premios Ondas, que llena los teatros en sus grabaciones en directo y tiene una auténtica legión de fans.
La lluvia chafa la posibilidad de realizar la entrevista en la estupenda terraza que la editorial Anagrama tiene en su sede de Barcelona. Una mala casualidad, porque las nubes y las gotas no se estilan demasiado en la ciudad, pero no un mal presagio: la charla con la escritora de voz suave pero profunda es relajada y está salpicada de risas. Los temas serios también se pueden tratar de manera amena y ella domina la técnica.
- ¿Cómo ha sido volver a esta primera obra otra vez? ¿Cómo ha vivido el reencuentro con la Lucía de hace años?
- La verdad es que bien. Cuando tienes que hablar de un libro que ha salido siempre lo tienes muy presente y te cuesta distanciarte lo suficiente como para hablar teóricamente de él. Pero como con Casi nada que ponerte ya tengo una cierta distancia, creo que puedo hablar de él o dialogar con él con mayor propiedad que cuando salió en 2016. Cuando publicas el primer libro todo es una especie de sueño.
- Ahora se habla mucho de la autoficción, pero cuando publicó este libro quizá no tanto. Quizá los escritores no se exponían tanto en sus textos, pero usted sí que lo hizo. ¿Cómo lo sintió en ese momento?
- En ese momento, con una total inconsciencia. Una cosa es cuando tú escribes sola en tu casa, pero hay un momento, cuando lo ves publicado, que te da terror. Pensé, qué he hecho, por qué me he expuesto de esta manera cuando yo soy especialmente tímida.
Pero también es cierto que yo pasé muchos años trabajando ese libro y durante mucho tiempo me negué a explicar qué relación tenía con Jorge y Simón, qué tenían que ver con mi vida. O sea, por qué estaba hablando de ellos. Algunas amigas que leyeron los primeros borradores me decían que con la escena del autobús entendieron que algo me pasaba y que tenía que ver con esta tierra, con esta gente. Eso no me obligó, porque nadie te obliga, pero sí me pareció que era más honesto narrar algo que sí es verdad, que tiene que ver conmigo, porque también está en juego mi propia fascinación con esos dos personajes.
- Su exposición ha crecido un montón, entre otras cosas por el pódcast ¿Cómo lleva la fama?
- Era peor antes, porque yo no había trabajado en algo público, es decir, subiéndome a un escenario. Aunque las periodistas, depende de lo que firmemos, a veces nos exponemos; lo que se dice ‘poner el cuerpo’. Y más aún si tienes algún tipo de reivindicación o eres activista.
Hubo momentos más difíciles de poder reconciliar lo que yo pensaba que era escribir, que me parecía necesariamente un acto solitario, con lo que hago en el pódcast, que me gusta y disfruto mucho. Antes pensaba que no me iban a tomar en serio como escritora porque hago algo cercano al humor. Que es algo muy común, cuando en realidad yo no lo pienso de los demás. Trabajar con el humor me parece que exige una inteligencia, una vuelta de tuerca y mirarse a una misma de otra manera. Entonces, personalmente, me perdoné. La frivolidad también es buena, necesaria, divertida.
Y estoy muy orgullosa de lo que hacemos nosotras, y lo que yo recibo, generalmente, es muy positivo. Viene de gente que ha descubierto libros, a pensadores y pensadoras gracias a Deforme Semanal. También se crean comunidades con la gente que viene a los directos, tengo una amiga que dice que es el fútbol de las mujeres.
Tampoco tengo la problemática de alguien que sale en televisión. A mí como mucho me pueden parar de vez en cuando para darme las gracias por lo que hacemos y oye, un placer. No me parece que esté sacrificando nada en mi vida.
- ¿Jorge y Simón leyeron el libro? ¿Les gustó?
- Sí, les gustó, pero fueron muy cautos. Simón murió hace unos años y Jorge no es una persona especialmente tecnológica. Nos escribimos un par de cartas y me dijo que le había gustado y que entendía que el libro tenía que ver más con una visión sobre cosas que van más allá de su propio mundo.
- Claro, porque hablar de sus vidas es hablar de la Argentina que ellos vivieron y la que después vivió usted.
- Ese era el gran peso del libro, la gran responsabilidad. De todas maneras, mi aproximación a lo que ellos me contaban fue muy respetuosa. Es un libro que está extremadamente contrastado por mi pudor al hablar de otras personas. Es una responsabilidad muy grande. Yo verificaba con dos o tres personas más cada cosa que me contaban. También hay ciertas cosas personales, que tienen que ver con su vida, que no cuento porque creo que no añaden nada al relato. A mí lo que más me interesaba era que ellos entendieran que yo había visto que lo que ellos me estaban narrando también era una especie de juego.
- ¿Volvió a verlos en persona?
- No. Es que no he vuelto a Argentina, voy ahora en septiembre. Hace 15 años desde la última vez.
- ¿Qué espera encontrar allí? Han pasado muchos años y habrá cambiado, como todos los países.
- Pues no sé qué esperar realmente, creo que esto te lo puedo contestar cuando vuelva. Sí que tengo amigos y amigas que han venido a verme y también tengo relación con feministas, humoristas y escritoras argentinas. Además, veo muchas noticias sobre Argentina en YouTube, así que estoy al día. Pero el choque de llegar y comprobar cómo huelen las cosas, cómo está la calle, cómo está Buenos Aires, Santa Fe, Rosario, lo veré entre septiembre y octubre.
- En el libro hay un momento en el que dice que Argentina huele a jabón.
- Esto lo he hablado con amigas que también han vivido el mismo proceso de choque. Cuando llegas a cada país, hay olores que tienen que ver con los diferentes suavizantes, con los diferentes combustibles o con los diferentes ambientadores que hacen que huelan de una manera. Pero para mí es también la humedad de los espacios. Con una amiga siempre decíamos que cuando llegas a Argentina huele a cierto suavizante que está en todas las sábanas. También cuando vas por la calle a veces huele mucho a asado y, por ejemplo, para mí Santa Fe siempre huele a garrapiñadas porque se cocinan mucho.
- Escribió el ensayo Ofendiditos. ¿Le causó problemas?
- Es un libro del que estoy muy orgullosa. Se publicó en 2019 y ahora, en 2023, sigue teniendo vigencia. Yo quería hacer una fotocopia o una radiografía del presente que estábamos viviendo y la anticipación. Terminé el libro cuando Vox entró en las autonómicas de Andalucía y fíjate cómo estamos y cómo se han ido escorando también ciertos opinólogos hacia discursos de ultraderecha. Hemos normalizado ciertas cosas que cuando las escribí no las teníamos normalizadas.
Yo estoy orgullosísima de todos mis libros. Creo que ninguno responde a una idea de moda, sino a una construcción de pensamiento. En el caso de Casi nada que ponerte tiene que ver con la idea de la memoria y de la construcción de identidad. Ofendiditos tiene que ver con la libertad de expresión, pero también con el activismo y cómo se castiga, sobre todo con la ley Mordaza, cómo seguimos ahí. Y Cauterio tiene que ver con la idea de la superación del amor romántico.
Igual la gente me está poniendo a caldo y yo no me estoy dando cuenta. En Ofendiditos estoy escribiendo en contra de un cierto tipo de conservadurismo mediático que está ahí y que sigue estando ahí, pero vamos, que nos tendrán enfrente. No es mi obligación, pero moralmente y éticamente creo que hay cosas que hay que decir. Y Gonzalo Torné recoge esa idea y la trae al presente con La cancelación y sus enemigos (Anagrama, 2022). Me gusta muchísimo que estemos escribiendo una genealogía de nuestro presente.
- ¿Cómo ve el futuro inmediato desde Madrid? ¿Cuánto ha cambiado desde que llegó desde Barcelona?
- Yo me fui a Madrid en 2015, así que mi visión es de ocho años hacia aquí. A mí de Madrid me impacta mucho su incapacidad de entender que el espacio público es algo que tenemos que defender. Hablo ya urbanísticamente, porque es un tema que me obsesiona. Esa capacidad para privatizar cualquier lugar y que Ayuso ha sabido confundirla con la idea del disfrute y las cañas, cuando podría ser todo compatible. Es una ciudad tremendamente hostil urbanísticamente, no están haciendo nada para protegerla climáticamente de lo que viene; lo de la Plaza del Sol ahora es un delirio. También es una ciudad en la que se viven las dos Españas de una manera que yo no conocía.
- ¿Ha pensado en volver a Barcelona?
- Ahora mismo, no. Durante muchísimo tiempo eché muchísimo de menos Barcelona, los primeros cinco años especialmente. No con una nostalgia real, sino con una nostalgia espacial. Me resulta una ciudad mucho más amable en la gestión de su urbanismo y en su concepción también, no sé, de la solidaridad. Aunque Madrid también es una ciudad muy solidaria, lo mejor que tiene Madrid es su gente, que es estupenda. No tiene prejuicios y se relaciona entre sí. Puedes tener amigos de todo tipo.
- En la edición anterior de Casi nada que ponerte salía la actriz Carmen Yazalde en la cubierta y ahora aparece una foto suya de pequeñita.
- Sí, con el poncho [en referencia a un pasaje del libro]. Yazalde le daba una idea de lujo pop pero en el fondo el libro tiene unas capas que tienen más que ver con qué pasa después. O sea, casi qué pasa en la decadencia. La anterior portada me parece excelente, porque ella es bellísima, pero para la nueva edición saqué fotos de mi infancia. Cuando salió la primera edición, la gente se acordaba mucho del capítulo del poncho porque es también muy significativo de lo que vivimos mis amigas y yo con nuestros padres, es una reivindicación. Ahora una amiga argentina me dice que tenemos que crear el hashtag de comando ponchito. Me da ternura esta portada.