Escribir sobre el corazón conlleva el riesgo de que todo lo dicho termine haciéndose metáfora. Uno puede sostener que le duele el corazón e inmediatamente todos los que le rodean interpretarán que se está sufriendo por amor, que recién se vivió una ruptura. Pero nada de eso. En ocasiones el dolor en el corazón es real, sin vuelta de hoja ni alegoría: un dolor agudo que aprieta el pecho y lo hacer arder. Esta clase de dolor fue, precisamente, el que afligió a Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) mientras trabajaba en su última novela, Salvo mi corazón, todo está bien, recién publicada por Alfaguara. “Estuve en México escribiendo durante unos meses. En ese tiempo iba a nadar y, al hacer ejercicio, me daban unos dolores espantosos en el pecho”, relata a COOLT en un momento de la entrevista, que tiene lugar en el centro Madrid durante un día extrañamente caluroso de otoño.
Pero el escritor colombiano, autor de títulos tan elogiados y reconocidos como El olvido que seremos (Planeta, 2006), no quiso contar en este libro la historia de su propio corazón, sino que eligió narrar el padecimiento cardíaco de otro, alguien cercano y muy importante para él, sin duda, pero otro al fin y al cabo. En Salvo mi corazón, todo está bien, Abad Faciolince toma prestada la vida de Luis Alberto Álvarez, un sacerdote de Medellín experto en cine, amante del neorrealismo italiano y de las óperas de Mozart, que agitó la vida cultural de la ciudad antioqueña durante los años más duros y violentos del narcotráfico, y que falleció en 1996 como consecuencia de una grave enfermedad del corazón, ese músculo extraño y sagrado que flota en nuestro tórax como si fuera un planeta suspendido en mitad del universo.
Lo curioso es que ni siquiera el propio sacerdote, que en la novela Héctor Abad le ha asignado el nombre de Luis Córdoba, puede resistirse a las metáforas. Al hablar de su dolencia a sus amigos, Córdoba siempre explica que él tiene un problema de FE, que su enfermedad tiene que ver con una falta de FE. Empleando un divertido juego de palabras, el cura se refiere a la fracción de eyección, un término médico que expresa el porcentaje de sangre que es capaz de expulsar un corazón cada vez que se contrae. Lo que no sospechaban sus amigos, claro, es que tal vez Córdoba no solo se refería a su dolencia cardíaca, no, sino que bajo su comentario aparentemente irónico se hallaba, tal vez, un verdadero problema de fe. Al final va a terminar siendo cierto eso de que es imposible hablar del corazón sin pasar por el exigente peaje de lo simbólico.
- En este libro ha querido relatar la vida de dos curas buenos, Luis Córdoba y Aurelio Sánchez, en un momento en que la Iglesia no deja de perder credibilidad, poder e influencia. ¿Por qué razón quiso escribir esta historia?
- Quise escribirla un poco para ir contra la corriente. En los últimos tiempos, en todas las novelas que aparecen curas, estos son mostrados, irremediablemente, como pederastas o pervertidos. No niego la importancia de este problema, sé que existe en España, en Colombia y en todas partes. Además, no soy religioso, y en mis anteriores libros siempre he hablado bastante mal de los curas. Pero, no sé, me ocurrieron varias cosas: por un lado el fallecimiento de mi madre, que era muy católica y siempre sufrió mucho con mi irreligiosidad; y por otro, yo tenía el recuerdo de juventud de un cura que, durante los años duros de la violencia colombiana, me acercó a algo muy importante: al cine y a la música. Sabía además que este hombre, este sacerdote, había enfermado del corazón y se había ido a vivir a una casa con dos mujeres y tres niños. Y a mí esta situación tan rara, de un cura que de pronto comenzaba a vivir en una familia así, me parecía la semilla de algo, la semilla de una novela.
- Como ya ha dicho, en Salvo mi corazón, todo está bien se inspira en la vida de un sacerdote de Medellín que usted conoció, Luis Alberto Álvarez. ¿Cómo comenzó esa amistad y cuál fue la relación que mantuvo con él?
- Lo conocí en un curso sobre el neorrealismo italiano, durante mi adolescencia, cuando yo aún ni siquiera había viajado a Italia para estudiar en la universidad. En un primer momento no supe que él era sacerdote, porque nunca llevaba sotana ni se presentaba como cura. Luego, cuando regresé a Colombia después de haber trabajado y estudiado en Italia, nos volvimos a ver y nos hicimos amigos alrededor de una mesa, porque a él le gustaba mucho comer.
- ¿Qué le llamó la atención del personaje para querer transformar su vida en una novela?
- Cuando este cura, ya enfermo, se fue a vivir a esa casa con mujeres y niños, esa puerta se cerró y yo desconozco que pasó allá dentro. A partir de ahí, lo que quise hacer con la novela fue dar rienda suelta a mi fantasía de lo que pudo haber ocurrido. A decir verdad, es un libro que he escrito con las voces de los amigos de él, que todavía lo recuerdan muy bien. Muchos de los cineastas que acudieron a sus clases, y que hoy están entre los mejores directores de Colombia, estuvieron muy influidos por este sacerdote.
- Tengo entendido que la novela la escribió en dos etapas: una primera antes de una cirugía de corazón a la que se sometió y otra después de esa operación. ¿En qué varió el primer borrador del segundo? ¿Cómo se vio afectada su perspectiva de lo escrito tras aquella intervención quirúrgica?
- Digamos que cuando conocí al cura real en que está inspirada esta historia, en el siglo pasado, yo era una persona muy joven y él tenía ya 50 años y convivía con un grave problema cardíaco. Pero cuando eres joven la perspectiva de la muerte es una cosa muy poco real. A no ser que hayas tenido experiencias muy directas, la muerte es casi siempre una cosa que está por allá lejos y que solamente le ocurre a los demás. La perspectiva antes de la enfermedad es muy distinta a la perspectiva que posees cuando enfermas.
Cuando me enfermé del corazón, aunque al principio no era grave, comencé a acordarme muchísimo de él. Y luego, a medida que iba escribiendo el libro, fui enfermando más y más hasta que me comunicaron que debía operarme. Entonces pedí tiempo para terminar un borrador, por si acaso pasaba algo en la cirugía, y le mandé el libro a mi agente. Por suerte me fue bien y… claro, ¿qué cambia? Pues cambia que cuando te operan a corazón abierto más o menos te mueres. Es una experiencia muy dura, porque literalmente te paran el corazón con una solución de potasio helado, te colapsan los pulmones, te bajan la temperatura… es como estar muerto. Esta experiencia hizo que la comprensión del protagonista fuera, creo, mucho más profunda.
- Escribió la novela en México, en la casa donde vivió Gabriel García Márquez.
- No toda, pero una parte sí. Gracias a una beca estuve viviendo en la casa de México donde García Márquez escribió Cien años de soledad. Y, bueno, al principio me sentía muy intimidado. Pensaba: ¿qué voy a escribir yo aquí que no sean tonterías comparado con lo que él escribió? Te cuento una cosa curiosa: García Márquez creía mucho en los fantasmas. Yo no creo en los fantasmas, pero cuando llegué a esa casa el perro del vecino no hacia otra cosa que ladrar y ladrar. Entonces yo decía: ahí está García Márquez ladrando porque yo estoy aquí inmerecidamente.
- La cuestión del celibato es un asunto central en Salvo mi corazón… Los dos curas protagonistas reflexionan continuamente acerca de la idea de mantenerse célibes hasta el final de sus días. Ambos consideran que esta es tal vez una exigencia demasiado grande, una exigencia que no debería establecerse como norma universal para todos los sacerdotes.
- Esta cuestión se liga con tu primera pregunta. ¿Por qué en una época en la que no dejan de aparecer denuncias que señalan los abusos sexuales que cometieron muchos miembros de la Iglesia, denuncias reales y que hay que hacer, sin duda, decido escribir sobre dos curas que son distintos? Pues porque creo que estos dos curas se dan cuenta de que, por un lado, muchos sacerdotes, sobre todo del siglo pasado, que sabían que eran homosexuales escogieron el sacerdocio para no ser rechazados por la sociedad, para refugiarse en la coraza de la sotana y huir de sus inclinaciones sexuales. Pero, claro, muchos de ellos no lograron frenar sus inclinaciones, no fueron capaces, porque el cuerpo tiene exigencias muy, muy duras. Este es el caso del narrador, Aurelio.
Y por otro lado, como sucede en el caso del personaje principal de la novela, Luis Córdoba, he querido mostrar a un cura casto y virgen que al final de su vida se da cuenta de que le han faltado dos cosas muy importantes: la paternidad y que nunca lo han tocado. De pronto comienzan a tocarlo y eso es para él una revolución. Sin previo aviso, Córdoba comprende que el alma, el espíritu y el amor se sienten en la caricia, en el roce, en el contacto. Entonces es cuando aparece la cuestión del celibato obligatorio. Los dos sacerdotes se preguntan: ¿por qué debe ser esta una norma impuesta para todos los curas?
- Quería preguntarle sobre el tema de la homosexualidad en la Iglesia, que justo acaba de esbozar. Muchos curas se inician en la carrera sacerdotal en un intento de huir de su deseo hacia otros hombres, y es entonces cuando sucede algo paradójico: en la institución eclesiástica pueden toparse con sacerdotes homosexuales que, al mismo tiempo, son homófobos.
- Es verdad, y esto sucede sobre todo en los altos niveles jerárquicos. En la novela trato de diferenciar bien lo que es el cura raso, que padece unas instituciones muy férreas y verticales, de unos individuos que, desde su situación de poder, y siendo ellos mismos tan pecadores como cualquier otro ser humano, son los más fanáticos e intransigentes.
- ¿Qué ha leído para escribir Salvo mi corazón…? Se lo pregunto porque me han sorprendido ciertos pasajes en los que reconstruye el historial clínico de Luis Córdoba empleando términos muy técnicos acerca de cómo funciona el corazón y cómo se opera.
- Como ya dije, a medida que escribía la novela iba enfermando más y más del corazón, con más dolores y palpitaciones. Como consecuencia, me puse a leer libros de divulgación científica sobre el corazón. Leí mucho sobre el tema, me obsesioné. También leí la historia clínica completa de Luis Alberto Álvarez. Él dejó a un compañero suyo de la Iglesia como el único que podía leer esos documentos, así que le pedí a este sacerdote el favor. Me parece que una operación quirúrgica tiene algo de historia de suspense. Esto se relaciona mucho con los cuentos que mi padre, que era médico, nos contaba a mis hermanas y a mí cuando éramos pequeños. En sus relatos orales él no nos hablaba de monstruos y fantasmas, sino que todo lo que nos atacaba eran siempre bacterias, virus, bacilos, espiroquetas… Tal vez eso me quedó ahí: esa idea de que los cuentos y la medicina podían ir de la mano.
- Y sin embargo, a pesar de la precisión y meticulosidad de estos textos médicos, hay algo en ellos que hace imposible captar lo que es la muerte.
- Sí, el lenguaje médico es un lenguaje que, a pesar de ser preciso, posee mucha frialdad. Creo que te habla mejor de la muerte un réquiem, una canción, un poema que un historial clínico. Necesitamos otras formas para hablar de la muerte, no podemos limitarnos a la simple descripción científica. Cuando la muerte le sobreviene a una persona que queremos, o incluso a nosotros mismos, el lenguaje científico nunca podrá satisfacernos. La muerte entonces tiene que ser definida de un modo mucho más amplio; tienen que ser la poesía, la música y el arte las que logren definirla en toda su complejidad.
- En Salvo mi corazón... expone que no solo el narcotráfico fue el responsable de hacer de Medellín la ciudad más violenta del mundo en las últimas décadas del siglo pasado. En esa escalada de violencia, la Iglesia también jugó un papel importante. En la novela cuenta que el arzobispado de Medellín, en su enfrentamiento contra la Teología de la Liberación, terminó destruyendo el tejido religioso de los barrios más pobres.
- Así fue. Digamos que la Iglesia se dividió entre una facción que estaba muy en contacto con los barrios más pobres de Medellín y otra más relacionada con las altas esferas. En los barrios más desfavorecidos los sacerdotes actuaban como la figura paterna de muchos jóvenes, por lo que eran muy importantes en el tejido social de esas comunidades. Pero la jerarquía, y en particular un cardenal que hubo en la ciudad, un individuo que veía comunismo y maldad en cualquier sitio, apartó a esos curas de los barrios donde trabajaban. Este cardenal dejó abandonadas a las comunidades más pobres, sin Dios y sin ley, lo que ayudó a que los narcos y toda la gente de Pablo Escobar reclutara en esos barrios a muchísimos jóvenes que andaban perdidos y sin ninguna perspectiva y apoyo. Aunque, por suerte, en esa misma ciudad horrible y espantosa vivían y trabajaban curas como los que yo abordo en la novela, personas que trabajaban por la cultura y que hacían una labor encomiable, a pesar de ser perseguidos.
- ¿Cómo ve y entiende la situación de la Iglesia católica en Latinoamérica en la actualidad? Frente una influencia que no deja de menguar, como ya hemos dicho, aparecen, por ejemplo, los evangélicos, que en lugares como Brasil tiene muchísima influencia.
- Si te fijas, ahora mismo Daniel Ortega está metiendo presos a un montón de curas en Nicaragua. Y mientras tanto, en Colombia y en muchos otros lugares, en parte por ese vacío que ha dejado la jerarquía católica tradicional, están ocupando su lugar iglesias aún más conservadoras que los católicos. Muchos de estos evangélicos son tremendamente fanáticos, tan fanáticos que uno casi siente nostalgia por los católicos, y eso que yo soy una persona a la que nunca le ha gustado nada la religión. Los evangélicos, que apoyan abiertamente a Trump y Bolsonaro, son una gente de un conservadurismo primario y obsoleto. Aunque en una cosa sí tienen razón los evangélicos, y creo que han ayudado: en nuestros países hay gravísimos problemas de alcoholismo y adicción a drogas, y ellos han sabido manejar eso, han sabido sacar a muchos (hombres, en general) de sus adicciones. No voy a opinar demasiado sobre el catolicismo y los católicos porque ni pertenezco a su grupo ni soy creyente. Pero igual, si leen el libro, a lo mejor ellos pueden preguntarse si no es posible hacer algo distinto, si no pueden ser una religión un poco más compasiva, que evite dolores inútiles y que no le deje el campo a los evangélicos.
- Es interesante que en Luis Córdoba no hay una separación tan grande entre cuerpo y alma como sí puede haberla en un catolicismo más tradicional. ¿Puede ser un modo de reconducir el catolicismo esta idea de no repudiar el cuerpo, de no apartarlo, de no olvidarlo?
- El dualismo platónico y cartesiano hace una separación estricta entre cuerpo y alma. Esta separación puede llegar a ser muy dañina, sobre todo en la vida práctica, porque la distinción estricta entre ambas esferas conduce a distorsiones que generan muchísima neurosis. Luis Córdoba es más spinoziano, es decir, el cuerpo y lo que llamamos mente, pensamiento, alma o conciencia van juntos. La perspectiva de Córdoba, que consiste en gozar de la vida como un regalo y buscar la belleza del cuerpo, no tiene por qué ser rechazado nunca. Es muy triste cuando el cuerpo se ve como el enemigo y el depósito de la miseria, la suciedad y la bajeza. El cuerpo es también lo que nos genera alegría y amor por la vida.
- Entiendo Salvo mi corazón... como una defensa de la familia. Pero no una familia entendida en el sentido más estricto y excluyente de la palabra, sino como un espacio abierto y de libre unión donde compartir fragilidades y hacer la existencia algo más llevadera, en la medida de lo posible.
- Sí, aunque a decir verdad de la familia se puede hablar muy mal. La familia puede ser un sitio donde te destrozan, te manipulan, te castran. Aun así, creo que pueden existir muchos otros tipos de familia. Si uno admite muchos modos de familia, y amorosamente los tolera y respeta, puede encontrar ahí una gran fuente de felicidad. Dos hombres, dos mujeres, dos personas transgénero, con hijos, sin hijos… Si somos abiertos frente a la concepción de la familia creo que todavía podemos rescatarla como algo fundamental para que la vida sea menos dura y difícil.