Cuando Sangre joven se publicó por primera vez no existía Instagram. Hace 13 años el feminicidio no estaba tipificado en Argentina y la perspectiva de género no era masiva. El cronista Javier Sinay se sentó una tarde frente a su primer libro y su par de cafés, y comenzó una revisión en la que fue consigo mismo el editor duro que le enseñaron a ser sus maestros en la crónica Leila Guerriero y Julio Villanueva Chang.
Otro referente, Jon Lee Anderson, firma la faja de la reedición de la obra y dice de su autor: “Es un cronista de quien todos estamos orgullosos”. En una década, Sinay (Buenos Aires, 1980) se ha situado como una voz imprescindible de la no ficción en español con cuatro libros publicados, sin dejar de trabajar como periodista en un medio de lunes a viernes.
Sinay es parte de la plantilla de RED/ACCIÓN, da talleres de crónica, prepara su siguiente obra y edita a otros autores. Ahora presenta su nuevo-viejo libro Sangre joven (Tusquets, 2022), que incluye las seis crónicas originales reescritas y dos nuevas. También, ‘Rápido, furioso, muerto’, con la que ganó el Premio Gabo en 2015. Todos los que matan y todos los que mueren en ellas son jóvenes.
- ¿Por qué sentiste la necesidad de reeditar tu primer libro?
- Lo de reeditarlo fue una propuesta de la editorial y me pareció buenísimo porque el libro tuvo sus 15 minutos de gloria cuando salió en 2009, y en 2010 ganó el Premio Rodolfo Walsh de no ficción en la Semana Negra de Gijón. El libro habla de una generación que ahora somos gente de entre 30 y 40 años, pero cuando salió éramos adolescentes y veinteañeros.
- Has dicho que reescribiste bastante.
- Apenas comencé a revisarlo, me pareció que había que actualizarlo por dos cosas. Por un lado, la escritura, que era más juvenil y urgente. Con la distancia, me pareció que había que hacer algo más alejado de una fecha exacta. En el libro había palabras y frases que estaban de moda en 2009 y ahora no. Me pareció que tenía que cargarle más solidez a la escritura. En algunos lugares, la mirada era muy de un cronista juvenil que ya no soy. Siento que ahora puedo mirar un poco distinto sin hacer grandes cambios, con pequeños toques.
- Por otro lado, ahora hablas de los feminicidios.
- El feminicidio no se tipificó en Argentina hasta 2012 y el libro es de 2009. Hablar de feminicidio entonces no era algo tan extendido y ahora es muy común, hay una conciencia mucho mayor sobre la violencia de género. En el libro hay un caso que es un claro feminicidio y otro en el que está la perspectiva de género. Hice ajustes para actualizar.
- ¿Cómo de duro has sido con tu escritura de hace más de 10 años?
- Es increíble todo lo que cambió el mundo en 13 años y también nuestras percepciones de la realidad. He sido un editor muy duro conmigo mismo, el editor que gente muy grande en este género, como Leila Guerriero y Julio Villanueva Chang, me enseñaron a ser. En el PDF quedaron más de 1.000 marcas, en un libro de 300 páginas, y hubo cuatro versiones hasta que ya la editorial me dijo basta de corregir. Es usual que pase esto con un libro nuevo, pero no con una reedición. Me parecía que todo lo que cambió el mundo exigía esto. Algunas líneas no representaban una visión actualizada sobre violencia de género o temas juveniles, y otras estaban escritas con una urgencia hormonal.
- ¿Es más fácil o más difícil hacer la crónica de sucesos ahora que tiene más reglas?
- Ahora que es más difícil es más constructivo para el periodista. Cuando hay más exigencia es más difícil, pero te deja un capital mayor en tu persona. Creo que es más valioso ahora.
- ¿Eres consumidor de crónica de sucesos en tu vida diaria?
- Un poco menos que antes; antes consumía mucho, ahora un poco menos.
- ¿Por qué te empezó a llamar la atención?
- Porque mi formación como lector cuando era adolescente tuvo mucha novela negra. Primero de Estados Unidos, tipo Raymond Chandler; y después mucha novela negra de España, con Juan Madrid, Andreu Martín, Manuel Vázquez Montalbán. Y también mucha novela negra de Argentina, que fue un género muy grande en los ochenta. Me eduqué literariamente leyendo sobre muertos, homicidios, robos, falsificaciones.
- Después te hiciste periodista.
- Sí, empecé haciendo notas de rock y cultura joven, pero me fui volcando en lo que los jóvenes hacían con el delito o con la ley; cruzar o no cruzar la ley o estar muy cerca del límite. Como que fui buscando ese tipo de historias. Cuando tenía 25 años, trabajaba en un programa de televisión sobre asesinatos. Era productor y tenía que buscar historias, pero ninguna era de los jóvenes de entre 15 y 25 años, que era el tipo de gente sobre la que yo había estado escribiendo. Tenía muchas ganas de hacer un retrato de mi generación a través de los crímenes. La violencia tiene que ser como una compuerta impactante a través de la cual podamos entrar a la vida cotidiana de una generación, ese fue mi proyecto de libro.
- ¿Por qué decides aproximarte a la cotidianeidad de una generación a través de los sucesos, que no dejan de ser una excepción?
- Había un elemento personal en que yo eligiera estas historias, una pregunta existencial sobre la vida y la muerte. Siempre me llamó la atención este tema, cómo una persona está viva y después de un minuto puede estar muerta. Y aunque es una obviedad y algo que ocurre todo el tiempo, en realidad nunca lo vamos a terminar de entender. Y después se abren todas las preguntas sobre qué es la muerte y lo que hacemos como sociedad sobre eso: pericias policiales, psicológicas, médico-forenses; noticias en los medios de prensa, novelas. La sociedad empieza a fabricar una cantidad de discursos infinita sobre un hecho puntual y muy breve, que es la muerte de alguien. Eso siempre me generó un montón de preguntas.
- ¿Cómo cuentan los crímenes una generación?
- El crimen es una excusa para contar otra cosa. Si primero haces tu trabajo periodístico sobre el crimen, entiendes cómo pasó y por qué pasó, después tenés mucho más camino para recorrer, para preguntar cómo vivían los agresores y las víctimas, qué consumos culturales tenían, por dónde se movían, con qué palabras hablaban, qué música escuchaban. Todo esto los va retratando como personas y ahí es donde se empieza a formar un mosaico que es el retrato generacional. Empezamos trabajando sobre lo individual y a la larga tenemos esta cuestión sociológica casi sin buscarla. No es que consulté estadísticas, sino que se va creando un nuevo sentido cuando leés un capítulo detrás de otro.
- Dices en el libro que la línea que separa lo habitual de lo atroz es muy delgada. Hay otra fina línea en la crónica de sucesos: la del respeto a la intimidad de la víctima y su familia.
- Te voy a contar algo que cuento en el epílogo del libro. Me pasó en Carmen de Patagones, donde nace la Patagonia. Allí, en 2004, un menor entró en un instituto con una pistola y disparó: hubo tres muertos y cinco heridos, un shock nacional muy grande. Fueron muchísimos medios de prensa a ese pueblo, asediaron a los padres y a todo el mundo. Yo fui cuatro años después y entrevisté al padre de un chico que había sido asesinado. Quedamos en seguir hablando al día siguiente y cuando volví me dijo: “sabés qué, no tengo ganas de hablar, porque ustedes los periodistas vienen acá, vienen como una plaga, hacen sus entrevistas, se llevan sus historias y después ya no vuelven y no les importa nada sobre nosotros y nos dejan sumidos en el dolor”.
- ¿Qué respondiste?
- Fue muy impactante para mí, porque obviamente tenía razón. Le pregunté cómo me recomendaría escribir para hacerlo de una manera respetuosa. Y me dio una verdadera lección: “Tú cuando escribas pensá que mi hijo te está mirando desde el cielo, que está detrás de tus hombros”.
- ¿Y cómo lo llevas a la práctica?
- La palabra respeto es la fundamental con las víctimas y con el lector. Otra palabra fundamental es complejizarlo. Las historias de crímenes las cubrimos de una forma maniqueísta, diciendo este es el bueno y aquel es el malo. Tenemos que complejizar nuestro relato, dando contexto, mostrando los grises. La gente no es blanca ni negra, es tridimensional, y creo que esa es la responsabilidad que tenemos, que la conversación pública no caiga en posiciones tontas y sencillas.
- ¿Cómo puede ayudar la crónica de largo aliento a esa misión?
- Hay una frase de Leila Guerriero que es: “Hay historias que no se pueden contar en poco espacio, la crónica está para estas realidades complejas”. Es difícil contar cualquier crimen en poco espacio, por la complejidad. Por más que estén motivados por la codicia o la política, son historias netamente humanas, historias complejas, por eso necesitamos espacio.
- ¿Para qué sirve contar los sucesos?
- La crónica de sucesos nos muestra un espejo de quiénes somos como personas y, en ese sentido, apela a algo muy primario del lector o consumidor de medios, que es identificarse para bien o para mal con la víctima o con el agresor. Y creo que eso se intensifica mucho más si el hecho ocurrió cerca de donde estás. Si conocés la esquina donde sucedió un asesinato, la historia te cautiva y te sentís identificado al pensar “podría ser yo”.
- En el libro alguien te dice “dame una razón para rebobinar”. ¿Por qué volver a sucesos que ya se contaron?
- El tema ahí es la mirada. Si miramos esos mismos sucesos de una manera nueva y original, y los hacemos repercutir con lo que está pasando en el presente, creo que ahí está el sentido de volver a contar esas cuestiones que ya pasaron hace tanto tiempo.
- ¿Cómo convencer a los familiares?
- Cuando escribí el libro hablé con varios familiares y con algunos de los homicidas, y me preguntaba por qué hablan. Y la conclusión a la que llegué es que quieren hablar en busca de justicia, o por un tema de afecto, amor y memoria o, en el caso de los homicidas, para justificarse, limpiar su nombre o dejar un mensaje a alguien. Uno no puede convencer a nadie de que hable, aunque los periodistas tenemos nuestros recursos y trucos. Uno de los míos es mandar una carta escrita. Se la mandé al policía de ‘Rápido, furioso, muerto’ y él me llamó y habló. Más allá de esos trucos, la gente ya de antemano ha decidido si hablar o no. No hay mucho que podamos hacer.
- ¿Por qué crees que te llamó?
- Cuando el policía empezó a hablar era una catarata. Este tipo quería hablar, quizás solo faltaba que llegara alguien que le diera un poco de confianza, alguna garantía de que iba a ser escuchado fielmente. Creo que tenemos que mostrar cuáles son nuestras cartas y qué es lo que queremos hacer y ser sinceros con la persona que queremos entrevistar.
- ¿Cómo manejas convivir con historias tan duras?
- Es difícil, porque hacer entrevistas es la parte del periodismo donde se pone más en juego nuestra condición de humanos, nuestra conexión con el otro. Sentir empatía por una persona durante una entrevista no creo que sea un problema, sino una virtud de un periodista. La entrevista hay que hacerla a fondo, sin concesiones. El que uno entre en confianza con otra persona no lo hace menos profesional, sino más humano.
- En tus talleres, ¿qué les dices a quienes no pueden dedicarse solo a escribir crónica?
- Si estás en un medio y no tenés tiempo ni espacio, has de pensar que la crónica vive también en formatos más breves. Podés ejercer tu mirada, hacer una investigación certera y no muy desplegada, pero bien enfocada. Y podés trabajar con el lenguaje en un texto que sea una columna o tres cuartos de página, no hace falta tener quince.
Si sos un freelance y estás trabajando en una crónica larga pero lo tienes que hacer en tu tiempo libre y pasan semanas y meses, te diría que no te lo tomes mal, porque el tiempo también le agrega mucho a una historia. Mi crónica ‘Rápido. Furioso. Muerto’ llevó ocho meses. Yo entonces trabajaba como editor en Rolling Stone, no tenía esa crónica como asignación principal, tenía un montón de tareas que yo consideraba distractoras, pero que eran el trabajo de un editor. En ocho meses pasó de todo, más malo que bueno; si yo hubiera hecho esa historia en 15 días o un mes, habría sido bastante mas plana, mas chata, sin tantos niveles de sentido, una sola cuestión y ya.
- Años después de publicar esa crónica, ¿cómo compaginas ahora todas tus labores?
- Haciendo malabares. Tengo mi trabajo, soy staff de RED/ACCIÓN, esa es mi ocupación principal del día de lunes a viernes. A la vez, dos días por semana doy talleres en diferentes lugares, estoy trabajando en una historia larga, en un libro, asesorando a un cardiocirujano de trasplantes infantiles que está escribiendo unas grandes memorias. Esos son los malabares, en nada de eso avanzo rapidísimo, pero lo voy como manejando. Lo bueno de ir direccionando una carrera es tratar de que todas las cosas que uno va haciendo y que componen el mosaico diario pertenezcan a un mismo mundo. Al final veo mi lista de tareas y es larguísima pero armónica.
- Mencionaste antes una de las enseñanzas de Leila Guerriero. ¿Cuáles son las de Javier Sinay?
- Yo empiezo mis talleres hablando del poder de las historias, porque a veces como periodistas estamos muy seteados en hacer periodismo informativo. Pero siempre por debajo hay una historia y eso es lo que hace que la información llegue al público. Tengo dos mantras: las historias importan, y tienen que ser más grandes que sí mismas, el contexto y lo que significan. Y ahí es donde van adquiriendo los distintos niveles para arriba. Hay que pensar en un edificio: los sótanos y los pisos son los niveles de significancia de una historia.