El escritor Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) se recuerda como un niño que preguntaba mucho por el pasado. Tanto es así que su último libro, Lo demás es aire (Seix Barral), empezó a germinarse en esos años, cuando interrogaba a sus allegados sobre su vida, sobre la historia de su familia y sobre la pequeña aldea de Toñanes, en la región española de Cantabria, donde sus padres compraron una casa para pasar los fines de semana y los veranos. Una serie de inquietudes e investigaciones que fueron creciendo con él hasta que decidió llevarlas a su literatura hace cinco años.
En ese tiempo, el autor ha madurado un manuscrito complejo, lleno de recursos literarios. Saltos en el tiempo en una misma frase, cambios de registros en el lenguaje, entrevistas, ficción, historias reales o leyendas son solo algunos de ellos. Unas herramientas que ofrecen al lector una experiencia de contrastes a lo largo de los siglos, desde el Cretácico hasta la actualidad, y que convierten al libro en una obra coral con aspiraciones universales. Porque, si uno busca bien, todo ocurre en el mismo lugar y al mismo tiempo, aunque se trate de una aldea con 32 casas y más vacas que personas. Y es que, como dice el propio Juan Gómez Bárcena, hasta en los pueblos más pequeños cabe el mundo entero.
- En el libro das a entender que ya te preguntabas por Toñanes y por tu historia familiar desde pequeño, pero ¿cuándo te das cuenta de que hay una historia detrás?
- Fue un descubrimiento paulatino. De niño empecé rastreando fósiles de dinosaurios por mi aldea y en la primera adolescencia fui investigando la historia de esta. Por ello, cuando empecé a escribir mis otras obras, algo de estas búsquedas se filtraba en los textos. Aunque los libros estaban ambientados en otros lugares, los ubicaba en los tiempos de los documentos que yo analizaba. No fue hasta hace unos años, en 2016, cuando me di cuenta de que había gastado mucha energía en esas investigaciones de la historia de mi pueblo y la poca relación que tenía con mi literatura. Y ahí fue cuando me planteé por primera vez si no habría ahí la semilla de una novela. Y aun así, todavía tardé un año más en ponerme con ello.
- Cuentas tu historia, la de tu familia y la del pueblo, y las engarzas las tres con la historia de la humanidad.
- Mi idea es que hubiera esos tres niveles. Por un lado, que la novela durara lo que dura mi vida, que durara lo que dura el embarazo de mi madre, y lo que duran los documentos de la historia del pueblo. Mi objetivo no era hacer un libro localista, sino universal. Podría parecer curioso que haya elegido un pueblo de cien habitantes, pero creo que cuando uno profundiza mucho en un lugar pequeño, lo local se puede convertir en universal. Muchas veces intentamos hacer algo universal escribiendo algo neutro. Y lo neutro no es universal, al revés. No quería contar una historia difusa y no enraizada en ningún lugar, sino utilizar un lugar pequeño como símbolo de todo un país o incluso de nosotros.
- Dices que está basado en investigaciones sobre tu pueblo y sobre tu familia, es decir, en hechos verídicos, pero recreas muchos momentos a través de la ficción. ¿Por qué? ¿La necesitabas para contar vidas pasadas que no tienen grandes apellidos y, por lo tanto, poco se sabe de ellas?
- Efectivamente. A mí me interesan sobre todo las biografías minúsculas. Es una decisión literaria, ya que me quería encontrar esas vidas alternativas a las de las élites y a lo oficial. Pero el ejercicio de imaginación, más allá de eso, es sobre todo un deseo muy consciente. Puedo hacer un libro de investigación sobre el pasado, pero lo que me interesaba era fusionar lo histórico y lo imaginativo. Creo que, cuando nos falta tanta información del ayer, el único mecanismo que nos puede dotar de una ilusión de sentido es la ficción. Mientras escribía, disfruté mucho imaginando a mi antojo cómo fueron las vidas de personas anónimas para que sean compatibles con los pocos datos que se han conservado. Me parece algo muy divertido.
- Eso también te permite introducir leyendas y cuentos.
- Me parecía interesante incluir algo de esa tradición oral que era tan importante en la historia de los pueblos. Escuché sobre las hilas, estas reuniones de mujeres en las que, mientras hilaban la lana, se contaban cuentos y adivinanzas. Me di cuenta de que en mi pueblo ya nadie recuerda una sola leyenda autóctona. Por eso hice un ejercicio de reconstrucción artificial de cómo pudieron ser los cuentos que se narraban basándome en antiguas leyendas europeas que versioné y en la propia mitología cántabra, que es muy rica.
- Todo esto lo narras de manera coral. Vas fundiendo unas historias con otras, con saltos en el tiempo en el mismo párrafo. Así se pueden contrastar unas etapas históricas con otras.
- La simultaneidad te ofrece eso. Y es lo que más me interesaba. Si yo cuento muchas historias pero las ordeno cronológicamente, el lector no tiene demasiado cerca los elementos de comparación. Cuando llevas 200 páginas leyendo sobre el siglo XVII y pasas al siglo XVIII, ya se te ha olvidado lo que has leído. Me interesaba ordenar la información de tal manera que pudiéramos contraponer sucesos distantes en el tiempo simplemente porque el autor nos los muestra juntos. Al hacer esto, nos invita a una reflexión.
- Unos contrastes temporales que se hacen más fuertes a través del lenguaje: profundizas con diferentes registros.
- Es algo que ya había hecho en Ni siquiera los muertos y que me interesa mucho. Captar el lenguaje como un ser vivo que va mutando, y tratar de explorar las posibilidades narrativas y discursivas de esos diferentes castellanos. No en el sentido de impostar plenamente la voz de otros tiempos, sino para dar un sabor de época. Me parecía interesante que cuando estemos en el siglo XVII suene a ese momento y en el siglo XX, diferente.
- ¿Cómo fue ese trabajo de conseguir unir todo y darle un aire coral?
- Muy difícil. Yo sabía que tenía que tener diferentes tipos de textos. Unos parlamentos de personajes sacados de entrevistas, otros como relatos, otras escenas que fueran historias que aparecieran una y otra vez, saltos de época en época… Me resultaba muy difícil darle coherencia a todo esto. También cada capítulo tenía que tener relación con el anterior y el posterior, para así, dando pequeños eslabones, tocáramos todos los temas. La idea era saltar como de un recuerdo a otro. Pero era muy difícil encontrar un mecanismo que permitiera justificar que todos los elementos narrativos estuvieran juntos. Por eso fue importante encontrar la clave de contar mi propia historia y la propia génesis de mi amor por el pueblo, para sugerirle al lector que alguno de los recursos, como las entrevistas, están hechos por mí.
- Otro recurso que ayuda mucho a comprender esta estructura son las fechas que pones en los márgenes cuando das los saltos temporales.
- Esto se me ocurrió gracias al propio material con el que trabajaba. En los libros de bautismos y defunciones, los párrocos usaban a veces los márgenes como soporte para poner fechas y que el usuario pudiera así orientarse en los años. Yo cogí ese recurso con la idea de mostrar al lector pistas para situarse en esos saltos del tiempo, como una guía que puede usarse o no.
- Antes has dicho que el texto va sobre tu vida, pero no hablas de ti en primera persona. ¿Por qué quedarte en un segundo plano en una historia propia?
- Me interesaba que mi vida no se distinguiera de las otras. Es la más importante a nivel funcional, pero no quería darme peso. No me interesaba una historia de experiencias y vivencias, sino que se entendiera desde qué propósito e intenciones se había escrito la novela. También para justificar la presencia de las entrevistas. Haberlo puesto en primera persona habría sido meter otra novela dentro de la novela.
- En el libro dices que Toñanes es un pueblo pequeño, en el que no pasa nada, que tardas en cruzarlo lo que dura una canción. Sin embargo, obligas al lector a vivir allí.
- El libro empieza con un coche que llega y termina con uno que se va. Y vemos lo que supone detenerse en un lugar pequeño. La idea es mostrar visualmente cómo España y en general cualquier entorno están llenos de pequeños lugares en los que parece que no merece la pena detenerse pero que, si lo hiciéramos, descubriríamos una riqueza microscópica infinita.
- Como dices en el libro, en los pueblos más pequeños cabe el mundo entero.
- Intento trasladar la idea de cómo lo diminuto puede contener lo infinito. Y al revés. Abrirle al lector una serie de dimensiones y animarle a mirar de una forma exhaustiva cualquier lugar. Hay mucha gente que vive en un pueblo sin conocer casi otra cosa y no sienten que tengan una vida limitada. Y no lo es. Allí ocurren todas las experiencias que son indispensables para todo ser humano y, cuando se miran con la mirada cambiada del tiempo, se dan cita todos los tipos de personajes y de emociones.