Habrá muchas posturas en el debate sobre si puede escribirse desde la comodidad y la felicidad, pero bien seguro que Juan Pablo Villalobos zanja algunas de ellas con el método más práctico de todos: probando a escribir una novela. Peluquería y letras (Anagrama, 2022) es una entrega más en la carrera en la autoficción del autor mexicano, la tercera emplazada en Barcelona, y también, por encima de todo, un ejercicio de humor: un breve haiku novelístico para un chiste de comedia zen en el barrio de Gràcia.
Alternando la picaresca y el tejemaneje criminal, el autor nos presenta a una serie de divertídisimos personajes, empezando por una peluquera y un empleado de seguridad ecuatoriano que, junto al resto de su familia, formarán el retablo animado de una tarde de viernes. La tensión narrativa crece en los lugares más inesperados del relato y los recursos metaliterarios son pequeños dulces en el camino. Aunque el lector también debe desconfiar de la apariencia de paz, puesto que lo político también surgirá en el giro menos esperado.
Nacido en Guadalajara en 1973 y residente en Barcelona desde 2003, Villalobos ha publicado en Anagrama todas sus novelas, traducidas en más de 15 países: Fiesta en la madriguera (2010), Si viviéramos en un lugar normal (2012), Te vendo un perro (2015), No voy a pedirle a nadie que me crea (Premio Herralde de Novela 2016) y La invasión del pueblo del espíritu (2020). También es autor de un libro de no ficción sobre migraciones, Yo tuve un sueño (2018).
Quedamos para charlar de su nuevo libro por videollamada, y me atiende desde el mismo soleado escritorio donde he leído Peluquería y letras.
- Me ha hecho gracia la mención en el libro a las batallas de gallos del rap como un asunto adolescente, porque la verdad es que yo miro esos programas.
- Parece adolescente porque a mí me llega a través de mi hijo, que tiene ahora 15 años y es fanático de las peleas de gallos. Lo sabe todo, es una especie de erudito. La novela es una autoficción en el sentido más clásico, está basada en hechos reales, pero antes de enviársela a mi editora yo se la dí a leer a mi hijo. Para mí es importante: si yo estoy jugando a eso y los pongo como personajes, tengo que pedirles la opinión. Cuando mi hijo leyó en el momento en el que se dice sobre él que si tiene mucho vocabulario, aunque ya no lea, es gracias a las batallas de rap, me corrigió: “Gracias a las rimas multisilábicas de las batallas de rap”. Lo agregué porque me parecía perfecto con el tono de la novela, todas esas intersecciones entre realidad y escritura.
- Ya que hablamos de autoficción, parece que la gente la transita en modo sufriente. ¿Qué hay de esa postura tuya más jocosa?
- Llevó escribiendo autoficción desde 2016, cuando publiqué No voy a pedirle a nadie que me crea. Es una novela de un tono muy distinto, en la que ficciono la primera parte de la llegada a Barcelona, la mirada de un inmigrante que recién llega a esa ciudad. Un tipo como yo, que acude a hacer un doctorado y se reúne de un grupo de amigos filólogos, periodistas… Luego hay otra parte sobre actividades criminales con la que mezclo el estilo humorístico con el lado trágico de la actividad criminal en México.
No soy inocente al respecto. Mis estudios cuando terminé la carrera eran sobre literatura íntima. Trabajé la autobiografía y los diarios. Así que llevo más de 20 años consciente de que hay algo llamado autoficción. Me interesa más desde un punto de vista paródico. La idea de poner mi nombre tiene que ver con cuestionar mi lugar y el del escritor establecido. Creo que es muy perjudicial para uno mismo creerse un gran escritor. La parodia me parece sana porque es una estrategia de marginación, de separarse de un lugar de poder, consciente de que esa posición es nociva. Hay que ir a otro lugar en el que pueda reírme de mí mismo.
- Creo que tu novela ya se posiciona sobre si se puede o no escribir sobre la felicidad. Yo quería preguntarte más bien si lo ves recomendable.
- Evidentemente, la escritura que surge del conflicto, la crisis o la indignación es necesaria. La gran mayoría de la literatura se escribe desde ese lugar de incomodidad, desde la insubordinación contra una realidad que te quiere aplastar. Sin embargo, también me parece que es más raro partir de otro lugar, el del aburguesamiento, que es lo que cómicamente se plantea en la novela: ¿si estoy tan a gusto, por qué escribo?
Lo que yo no quería era colocarme en ese lugar de la decepción o la tristeza cuando no estaba ahí en ese momento; me parecía una impostura. Pensé que había cierto valor en escribir desde ahí, porque sí creo que faltan relatos sobre cómo narrar la felicidad, más allá de los relatos de la burguesía. De hecho, la burguesía ha definido tanto los ingredientes de la felicidad hasta ahora que habría que repensarlos. Si piensas en la triada de riqueza, fama y poder, son lugares jerárquicos. Son lugares que, cuando llegas allí, tu única opción es defenderlos. Surge así un relato violento, el del filisteo, el que debe defender que nadie se meta en su espacio. Quizás necesitemos otros relatos que no sean jerárquicos, ni individuales. Necesitamos relatos colectivos de una felicidad que se pueda compartir.
- Hay un momento en el libro en el que no me queda claro si quieres establecer una distinción entre felicidad, comodidad y aburguesamiento...
- Lo que sucede es que otra característica de los relatos de la felicidad es que uno de sus valores es la estabilidad. Esa es la base del conservadurismo: que nada cambie. Volver a casa cada noche y que todo esté igual. Esa parte del relato burgués habría que repensarla. Por eso, la gran pregunta de la novela es si se puede escribir estando feliz. No hay respuestas en el libro, porque la literatura como yo la entiendo plantea más preguntas. ¿Es posible otro relato de la felicidad en el que continúen sucediendo cosas? Por eso los libros terminan cuando son felices. Eso me interesa porque me evoca una cosa que dijo Georges Perec el año que yo nací, lo que tomo como una especie de señal mística. Perec cuestionaba si solo puede ser literario lo espectacular o extraordinario. Dice que los trenes solo existen cuando se descarrían, y se pregunta cómo narrar lo cotidiano justamente, la vida de verdad que está en las cosas que repetimos mil veces.
Necesitamos relatos colectivos de una felicidad que se pueda compartir
- Me parece certero que en la biografía se mencione que vives en Barcelona, porque la ciudad resulta una inmensa influencia.
- En las tres novelas en las que he retratado Barcelona, la ciudad tiene que ver con una crisis de escritura que atravesé hace unos años. Me di cuenta de que estaba incómodo con mi posición como autor mexicano. Llevo años viviendo fuera del país casi 20, me parecía una impostura seguir escribiendo de México. Había el peligro de la nostalgia, de volverme extranjero en mi propia patria buscando lo exótico. Además, México me quedaba ya lejos en términos intelectuales, y me costaba más interpretar su realidad. Me ha surgido una necesidad de escribir de aquello que tengo cerca y que disfruto cada día, estoy cansado de hacer un esfuerzo para reconstruir en la distancia. Entonces, en esas tres novelas me sentí muy cómodo. Mi realidad cotidiana es ya Barcelona. No voy a dejar de ser mexicano ni seré ya catalán o español, pero respecto a la ciudad soy menos ambiguo y no tengo problema en decir que narro desde aquí.
- La influencia de César Aira, del que en 2019 se publicó una antología de novelas seleccionadas por ti, también parece muy evidente.
- No es ningún secreto que yo he sido un lector fanático de Aira. Este libro es una especie de respuesta a un ensayo de Aira, Evasión, que es un tanto… provocador. Cuando lo leí, algunas ideas me resultaron chocantes. Él decía que los escritores de ahora no tenían conflicto y que por eso se lo inventaban, aunque lo único que no hay que inventar en la literatura es precisamente el conflicto. Por una parte, me interesa la parte de la impostura: hay gente que se inventa cosas y ocupa lugares que no le corresponde. Por otra parte, eso me llevó a esa idea muy clásica de la literatura de que no hay novela sin conflicto. Yo pensé que sí podía haberla, que puede haber una novela que no plantee el conflicto pero que lo explore, que es lo que pasa en Peluquería y letras al final. Así, esta novela surgió de la inspiración con ese texto de Aira, que merecía otra respuesta.