La mayoría de los aviones que salen desde Buenos Aires rumbo a Europa aterrizan en Madrid. El tiempo promedio de vuelo para atravesar 10.000 kilómetros de cielo azul, blanco y negro es de 14 horas. La empresa española Air Europa tiene tres vuelos semanales. El trayecto lo hacen en un Boeing 787-9 Dreamliner, con una capacidad para 333 ó 339 pasajeros. Uno de esos asientos está reservado por el escritor Juan Sklar (Buenos Aires, 1983). “Despacho la valija y seguimos”, dice por audio de WhatsApp.
Sklar está en la Terminal A del Aeropuerto Internacional de Ezeiza, Argentina. A pesar de haber realizado el check in online, llegó con el tiempo suficiente para tomarse un café (aunque está intentando dejarlo) y continuar la entrevista con COOLT que se fue goteando en las últimas semanas de febrero. El intercambio por audios de WhatsApp, que empezó para coordinar un encuentro, terminó siendo la plataforma por donde se desarrolló la conversación.
“Disculpame”, escribió Sklar ante la dificultad de acordar un espacio y un lugar, “pero vengo de días caóticos”. Las últimas semanas fueron de arena y tierra movedizas. A la antesala del viaje a España, se le sumó la grabación de varias columnas radiales, la organización de los talleres en la escuela de escritura que fundó y, sobre todo, juntar las partes sueltas de la vida familiar luego de la implosión de un divorcio con hijos. Partes sueltas que, en algún rincón de la cabeza, de su cuerpo, de las pantallas y cuadernos que Sklar llena con caracteres, consciente o no, ya se deben estar juntando para transformarse en literatura.
* * * *
En la escuela secundaria, Juan Sklar tenía un ruido en la cabeza. Un ruido que empezó a tomar claridad, gracias a la voz, al consejo de la profesora Carrasco, de Lengua y Literatura. Casi al final del año, cuando Sklar solo pensaba en aprobar las materias con lo mínimo e indispensable para poder tener un verano largo, de ocio y aire acondicionado, Carrasco le dijo: “La inteligencia es la responsabilidad”. Un latiguillo con sonido de sentencia ricotera, de frase grafiteada en la pared de un baño, de tinta derramada en una remera blanca.
—No sé por qué me hice cargo de sus palabras —dice Sklar, sentado en la sala de arribo, con un pasaje de Air Europa en la mano y el celular en la otra—. Supongo que en ese momento me creía inteligente, y asocié la responsabilidad con algo que tenía en la cabeza, con un dictado, con algo de lo que me tenía que hacer cargo y trabajar.
El modo de purgar el ruido fue sentarse a escribir los cuentos que rebotaban en su cabeza. En sus palabras, “francas imitaciones de procedimientos borgeanos, pero ejecutadas por un chico de 16 años. Cuentos de enigma donde no se entendía muy bien de qué estaba hablando. Pero en el fondo, detrás de un lenguaje un poco enrevesado, queriendo imitar la prosa borgeana sin éxito, desplegaba un mundo o personajes en clave”.
Esos personajes, percibió con el tiempo, estaban vinculados con las primeras lecturas de juventud, con los libros que fue sacando de la biblioteca ecléctica de sus padres: Juan Forn, Henry Miller, Paul Auster.
—Una lectura fundamental fue El Palacio de la Luna. Lo encontré en la biblioteca de mi papá, a los 18 ó 19 años. Y eso cambió mi vida, porque me conecté con la literatura de un modo visceral y metafísico, algo que no me había sucedido antes.
Una lectura que, en sus primeras novelas, Los catorce cuadernos (Beatriz Viterbo, 2014) y Nunca llegamos a la India (Emecé, 2020) devino en estilo, en una escritura a medio camino entre el cuerpo y el cielo, entre lo que se toca y lo que no. Una literatura basada en hechos reales inventados; escrita con la mano, la boca, las manos y la nariz. Una ficción impúdica, hecha de sangre, sudor, semen y lágrimas.
* * * *
Decidido en convertirse en escritor, cuando terminó la escuela secundaria, Juan Sklar no se anotó a estudiar ni Cine ni Letras: estudió Filosofía, en la Universidad de Buenos Aires. “Quería una formación teórica sólida”, dice. Sin embargo, en el medio de la carrera tuvo la posibilidad de cursar niveles de latín, griego antiguo, gramática y literatura norteamericana.
—Me di cuenta que lo mío era más la narrativa que la teoría dura —dice—. A la vez, quería vivir de la escritura. Y ahí empecé a estudiar guion como una manera de ganarme la vida
Como guionista, Sklar trabajó en el canal Telefe, en un programa que se llamaba Ver para leer, que conducía el escritor y actual director de la Biblioteca Nacional Juan Sasturain recomendando libros. También participó en la serie El hombre de tu vida, dirigida por Juan José Campanella, y en los programas infantiles ZTV y Capos, en la TV Pública.
El primer cuento que publicó Juan Sklar fue ‘La historia del Power Ranger rojo’, protagonizado por un guionista que, mientras intenta poner líneas de diálogos en la boca de actores y actrices de cuerpos calientes, debe lidiar con el llanto de un bebé en el departamento de al lado. Como sabemos, toda historia cuenta otra historia. Sklar, valiéndose de esa premisa, suma capas geológicas y narrativas a un relato triste, tierno y divertido. El cuento salió en la primera temporada de la revista Orsai.
—Era fanático de la revista —dice Sklar, entre otros elogios al proyecto de Casciari—. Le llevé el cuento a Hernán porque era el lugar donde soñaba publicar.
El cuento nace de un ejercicio de teatro, en un taller donde Sklar se estaba formando como actor. El profesor les había pedido que escribieran una historia real y una de ficción, y que las juntaran en el escenario.
—No lo sabía en ese momento, pero después iba a usar el mismo procedimiento en mi ficción. El germen de mi literatura estaba dentro de ese ejercicio de teatro. Es decir, tomar elementos de la vida real y utilizarlos para contar una historia que quizás no sucedió.
* * * *
El taller de escritura el Cuaderno Azul nace de una tirada de tarot. Juan Sklar estaba pasando un momento de extrema escasez económica, “un poco autoinfligida”, dice. “Yo estaba decidido a ser artista, a ser escritor, entonces no agarraba ningún tipo de laburo que no tuviera que ver con eso. Al mismo tiempo no lograba pagar las cuentas”.
Una amiga suya, Galia, tiraba las cartas. Sklar le preguntó por qué no tenía plata. Su respuesta fue: “Porque estás amarreteando el don”. Entre las cartas que bajó Galia, salió una que es el Papa, que tiene que ver con el Señor, con Dios. Levantó la vista de la carta y, tras una breve pausa, le dijo: “¿Por qué no enseñas, si a vos te gusta y se te da bastante bien?”. En ese entonces, Sklar daba clases de guión. Juan volvió a su casa en San Telmo, pensó un nombre para el taller y lanzó un flyer a las redes como una botella desesperada al mar. Una escena similar, cuenta sobre el final de Los catorce cuadernos, una novela breve que narra el verano y la confusión de ocho mujeres y hombres sub 30 en la isla del Tigre, mientras fuman marihuana, andan en canoa, comen asado, se desean y se putean.
—Lo que hice en el Cuaderno Azul fue aplicar técnicas que tienen que ver con la improvisación y la creatividad en acto, que yo había aprendido como actor, clown y cantante, todas cosas que no me salen demasiado bien pero de las cuales tomé muchísimos cursos. Es un taller particular, porque no es de corrección de textos únicamente, sino donde vas a producir, a escribir en vivo. Un taller en el que no nos ocupamos sólo del hecho artístico consumado, sino del modo en que se produce la literatura.
Hace 10 años que Sklar tiene grupos y ramificaciones de sus talleres con distintos docentes que en algún momento fueron alumnos suyos. Durante 2022, llevó el Cuaderno Azul de gira mágica y misteriosa por España. Anduvo por Barcelona, Madrid, Mallorca y Valencia, alentando escrituras ajenas y, también, presentando su último libro, Garche, editado por Orsai, que compila siete novelas sobre sexo. Este mes de marzo, la gira española tiene la segunda vuelta, con cinco talleres en distintas modalidades abiertos a todo el mundo con ganas de escribir, tenga experiencia o no.
—Disfruto mucho de los talleres —dice—. La pasó muy bien, en todos los niveles. Es una experiencia enriquecedora, desde lo artístico, lo expresivo-catártico, lo social, lo afectivo. El Cuaderno Azul es el lugar donde me encuentro en el mundo. Donde aprendo también ayudando a otros a escribir.
* * * *
El ensayista Juan Sodo dice que en la literatura argentina está predominando el “Modelo Casciari”, es decir el escritor que lee por radio, en bares, en teatros; el modelo de narrador adaptado a un lector que, teniendo saturada su vista en las pantallas, se muda al hábito del pódcast, del audiolibro. Juan Sklar por ósmosis, es discípulo de ese modelo. Además de escribir y publicar libros, tiene la columna radial ‘El cazador solitario’ en el programa Todo Pasa de FM Urbana Play, uno de los más escuchados de la radiofonía argentina (de hecho, este martes, coincidiendo con la gira española, Slkar emitirá una columna en vivo desde el Espacio Mumuki de Barcelona). También organiza la Escuela de escritura creativa el Cuaderno Azul, oficia de librero online y es editor de la revista Orsai. “Cada lugar de enunciación tiene sus beneficios y sus problemas. El que más quiero, el que más me satisface, es la literatura, que es el centro de todo. Es también el más solitario, el que más esfuerzo genera y el que tarda más en recompensarte. Me encantan la radio y las redes, pero lo que sucede con alguien que leyó un libro es, sin dudas, la reacción, el contacto, más íntimo, más profundo, más duradero, de todo lo que hago.”
- ¿Qué te atrae de participar como escritor en la radio?
- La radio tiene otro encanto. Es un lugar común, pero tiene la magia de ser una voz. Que uno pueda contar historias en la radio tiene otro alcance y me saca un poco de la soledad de la escritura. Al mismo tiempo, la radio es, de todos los medios de comunicación, el más parecido a la literatura. Es el más sencillo en estímulo, un lugar donde tenés que generar sentido, conexión; tenés que ser gracioso o inteligente o profundo o algo, porque no hay mucha espectacularidad. Quiero mucho a la radio porque me obliga ir a lugares que tienen que ser verdaderos o profundos, sino no funciona.
- ¿Y en las redes?
- Las redes tienen el poder de la inmediatez y de la viralidad. Un texto de 2.200 caracteres lo leen 100.000 personas en un día, es insólito para un libro. Las redes tienen la posibilidad de darle la puerta de entrada a tu mundo a los lectores. Las personas que van a las redes tienen una invitación a la columna en la radio, a los libros, a los talleres. Las cuatro cosas van juntas, son una forma de expresión artística. Redes, radio, literatura, docencia. Eso se completa con mi trabajo de librero y de editor.
- La última, antes de despegar. Por el taller estás rodeado de escritores y de gente que quiere serlo, ¿qué te convierte en escritor?
- Escritor es el que escribe. No hay transformación ontológica. No hay una forma de escribir que te haga escritor. Hay de los buenos, de los malos, de los profundos, de los superficiales. Profesionales, amateurs. Hay escritores que me gustan y otros que no, pero todos son escritores.