Katya Adaui, el oficio de la contemplación

Defensora de la lentitud, la escritora peruana habla de la vida en Buenos Aires, la importancia del error y los ríos que recorren su ‘Geografía de la oscuridad’.

La escritora peruana Katya Adaui. ALEJANDRA LÓPEZ
La escritora peruana Katya Adaui. ALEJANDRA LÓPEZ

Nuestra entrevista comenzó creando puentes desde el pasado al presente: con la escritora Katya Adaui superamos las barreras del tiempo y el espacio y nos conectamos a cuatro horas de diferencia: ella a las 12 del casi mediodía en Buenos Aires; y yo desde el pasado, a las 8 de la mañana desde el El Paso, Texas.

De origen limeño, Katya nació en 1977 en el distrito de Pueblo Libre de la capital peruana, donde se encuentran muchos parques y museos. De allí se mudó al distrito de Lince a los 24 años, luego de un breve período de un año en Alemania, donde trabajó en un periódico. Tras cursar en Buenos Aires la maestría de escritura creativa en la Universidad Tres de Febrero, dirigida por la poeta y ensayista María Negroni, hace dos años Katya se mudó definitivamente a la capital argentina. Una ciudad que ella intuye que fue construida de espaldas al río, a diferencia de su Lima natal, donde el mar es más imprevisible, salvaje y con acantilados y playas prohibidas. El Río de la Plata, en cambio, es como una masa de agua inmutable, de la que no se ve la otra orilla y que ella disfruta cada vez que puede escaparse para pasear por la Costanera Sur.

Mucho de este mar limeño oscuro y, en ocasiones, violento, aparece en los cuentos de Geografía de la oscuridad (Páginas de Espuma, 2021), un conjunto de 16 piezas donde, con un brillo propio, Katya demuestra su capacidad para concentrar historias de gran calado emocional con una sugerente sensibilidad poética: “Alguna vez visitó una cárcel en la costa, atisbó el martirio del preso de recuperar en sueños el mar de la infancia y contemplar desde el patio cada rayo de sol”.

Desde su casa, ubicada en la frontera entre los muy idiosincráticos barrios de Constitución y San Telmo, Katya afirma que la experiencia de cursar la maestría fue determinante para ella, ya que marcó un antes y después en su obra y en su relación con el lenguaje y la escritura. Además de la cultura literaria porteña, a la autora le encanta la vida animada que se despliega por las librerías de Buenos Aires, ciudad de la que también admira la extendida difusión del psicoanálisis, terapia a la que recurre desde muy joven “para romper improntas familiares”. Otros aspectos que valora de la capital son el clima de tolerancia y, sobre todo, la cultura de la conversación, un rasgo tan argentino, donde la gente parece estar pensando simultáneamente con los demás. En relación con esto, la escritora explica que en un taller al que asistió sobre decolonización del lenguaje advirtió la conducta de pensar con el otro en el trabajo de la antropóloga y activista feminista Rita Segato. Una práctica que implica evitar un pre-pensamiento, la formulación de una idea previa al intercambio a través del diálogo.

Adaui también afirma disfrutar el ritmo pausado, contemplativo. La experiencia de que el campo literario se maneje a una velocidad diferente ante la transición digital, más en slow motion que otras disciplinas artísticas, como la música, las artes audiovisuales o el cine. Y que el libro, “como los tenedores, sigue siendo una tecnología que no pasa de moda”. Por lo tanto, esto nos lleva al hecho de que el hábito de leer siga siendo una actividad pausada, detenida en el tiempo, que Adaui define citando a la escritora estadounidense Ursula K. Le Guin como una actitud contemplativa y, en su origen filológico, “unida al templo”. Una poética de la lectura y la escritura que aparece resumida en una de las sentencias de su último libro: “Un linaje de la lentitud: lo que articula envejeciendo a destiempo”.

Portada del libro 'Geografía de la oscuridad', de Katya Adaui. PÁGINAS DE ESPUMA

Además de su amor por la lectura detenida y atenta —y como actividades paralelas a la escritura—, Adaui se ha dedicado al guion, a la edición y la coordinación de talleres. El año que viene se publicarán dos libros infantiles dedicados a su sobrino Lorenzo, así como una nueva novela. Por otro lado, Aquí hay icebergs (Literatura Random House, 2017), su libro anterior de cuentos, ha sido editado en inglés recientemente por el sello británico Charco Press. De este género, a la autora le interesa particularmente la captura del instante. Con el origen de Geografía de la oscuridad le pasó algo así. Como una epifanía, luego de ver una foto del planeta Tierra desde el espacio exterior, Adaui advirtió el contraste entre zonas iluminadas y regiones con apagones, y ese juego de luces y sombras le sugirió el título del libro. Una constelación de historias donde la familia aparece como un accidente doméstico, una fractura omnipresente pero que nunca concreta su movimiento sísmico determinante: “Habíamos olvidado el repelente en la otra casa. También velas y linternas. La geografía de la oscuridad. Mi madre nos alumbró con un fósforo. En sus ojos, un fulgor animal”.

De esta manera, cada relato es, como lo define su autora, “un hábitat único, como un puquio, un río subterráneo”. Concepto derivado del quechua, un puquio designa un manantial, una corriente de agua invisible en la superficie, una grieta imperceptible que hace tambalear sin llegar al drama, sobrevolando el trauma en los cuentos de Adaui. De esta manera nos encontramos con la violencia latente entre un hijo y su padre, en una sutil analogía sobre la anatomía interior de los invertebrados y los tres corazones de los pulpos (“Descender a un fondo abisal y escapar a los designios del padre. Si uno de los corazones del pulpo falla, todos colapsan”); así como a una mujer que de visita en la casa de sus tíos es engullida y arrojada a la playa por la fuerza del mar; o como esa pasivo-agresividad latente en las dinámicas familiares en los diálogos entre una madre y su hija (“Sus palabras son jabalinas. Cruzan el aire, contra el viento, rompen. Se clavan. Dejan en la espalda una hendidura. Removerlas es cortar piel”).

Adaui afirma que su búsqueda a través del lenguaje no tiene el único objetivo de contar historias. Al contrario, intuye que en la exploración del error puede haber un mundo. No le gusta corregir a los niños. Nos confiesa que de niña sufrió dislexia y que la corregían mucho. Sin embargo, como su padre era profesor de inglés, y corregía exámenes todo el día, y su madre taquígrafa profesional, ella siempre le pedía que le hiciera dictados porque quería “pertenecer al mismo club” que ellos, un exclusivo club de escribas profesionales. Así también recuerda que su primer contacto con la lectura fue arrastrarse gateando hasta un mueblecito coronado por una botella de Anís del Mono y una colección de cerámicas donde su madre guardaba los libros que compraba a un vendedor ambulante para sus hijas. Eran cómics y libros ilustrados que despertaron una vocación muy temprana que la llevó a leer sin establecer jerarquías de calidad, leyendo al mismo tiempo las novelas eróticas de su madre que a Harper Lee, la autora del clásico Matar a un ruiseñor.

Una vocación lectora que se prolongó durante la escuela, años formativos en los que leyó a autoras pensando que eran hombres, como Enyd Blytton o Pearl S. Buck, ya que el canon peruano hasta hace muy poco era eminentemente masculino. Luego de su paso por la escuela de monjas, vinieron las lecturas de la juventud y la mediana edad y los sucesivos descubrimientos de Virginia Woolf, Clarice Lispector, Jamaica Kincaid, Unica Zürn, Anne Carson, Sara Gallardo y Vivian Gornick. Autoras donde la poesía, la ficción, el ensayo personal y la continua pregunta sobre el yo y la representación se reproducen como ecos en la narrativa de Adaui. A pesar de estos referentes de la literatura universal, quienes dejaron una huella única en su vocación literaria son la nouvelle Montacerdos de Cronwell Jara y la obra de Carmen Ollé, dos autores peruanos centrales en el canon personal de Adaui porque en sus obras convergen dos de los temas que más le atraen: el cuerpo (Ollé) como vector de la experimentación con el lenguaje (Jara).

Desde las genealogías del pasado y también las proyecciones a futuro, como tallerista y atenta lectora de la ficción del presente y las generaciones emergentes, Adaui nos llama la atención sobre una nueva generación de jóvenes autores peruanos: Miluska Benavidez, Fiorella Moreno, Tadeo Palacios, Ulises Gutiérrez y Dina Ananco, escritora del primer poemario en la lengua wampis en la Amazonia.

Según Adaui, este momento tan prominente para la literatura latinoamericana, que está teniendo una especial atención en las autoras, no es un nuevo bum ni una explosión, sino una implosión. A diferencia del bum, con su carencia de genealogías y exceso de adanismo, la situación de efervescencia actual responde a algo que siempre estuvo pero que no era visible. Entre estos referentes del presente, Adaui menciona a Gabriela Cabezón Cámara, Selva Almada, Sonia Kristoff y Camila Sosa. De acuerdo con la autora peruana, las escritoras siempre estuvieron ahí, aunque no tuvieran visibilidad como ahora: “Una rareza sofisticada, una nueva disidencia desde la que se piensa el yo y la identidad superando el binarismo de género, una escritura inteligente de autoras que no escriben solo un libro, sino que están construyendo obra”.

Por todo lo anterior, conversar con Katya Adaui Sicheri provoca una experiencia similar a la lectura de sus cuentos, historias que se desarrollan con serenidad, como cursos de ríos hundidos en la memoria del trauma, la tensión y las violencias más íntimas. Una superficie aparente, ya que atrapa la profundidad de una manera muy sutil. En una relación casi ritual con la lectura y la escritura donde la magia de la exploración poética está sólidamente atada con las causalidades de la narrativa. Así es como esta autora practica la literatura como el oficio de la contemplación.

Escritora. Colaboradora de medios como El País, Letras Libres y El Mundo, entre otros. Autora del libro de poemas Este es el momento exacto en que el tiempo empieza a correr (2015), el libro de relatos Constelaciones familiares (2020), el ensayo Érase otra vez. Cuentos de hadas contemporáneos (2021) y las novela La puerta del cielo (2018) y Hemoderivadas (2022).

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