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Kike Ferrari: alta suciedad

El autor, un referente de la novela negra que trabaja de limpiador en el metro, señala la podredumbre de la burguesía porteña en ‘El significado del fuego’.

El escritor argentino Kike Ferrari. UTEDYC/CLAUDIA MARTÍNEZ GRECO

Kike Ferrari (1972) es un porteño que se ha ganado la vida durante años como limpiador en la línea B del metro de Buenos Aires. Pero, cuando se quita el uniforme y se sienta al escritorio, le gusta seguir señalando la podredumbre de la sociedad. Lo hace mediante la novela negra, de la que se le considera un importante exponente argentino. Y de él puede decirse que es un autor que ha bajado al barro, que se ha ensuciado. No es un escritor acomodado que habla desde una tarima, no: Ferrari es más bien un detective; no, mejor todavía, él es el tipo con traje que aparece tras el asesinato del capo para limpiar la escena.

Publicada originalmente en 2012, Que de lejos parecen moscas situó a Ferrari entre las nuevas voces del policial argentino. Explosiva, feroz y turbia, aquella novela giraba en torno a un personaje tan despreciable y odioso como inolvidable: el señor Machi, un empresario que hizo su fortuna bajo la dictadura militar; un representante de la burguesía argentina sin ápice de moral; un tipo drogadicto y putero, dueño de un BMW, trescientas corbatas, diez millones de dólares y una larga lista de enemigos temibles. La aparición de un cadáver en el maletero de su coche de alta gama le complicaba la vida, ya de por sí agitada. De ese libro se llegó a rodar una película, Moscas (2023), dirigida por Aritz Moreno y protagonizada por Ernesto Alterio, merecedora de la Mención Especial en la 56ª edición del Festival de Sitges.

El significado del fuego —que se editó en Argentina en 2022, pero que este 2024 ha llegado a España de la mano de Alfaguara— se sitúa 10 años después, y en ella descubrimos que la desaparición repentina de Machi nunca fue aclarada. El misterio despierta el interés de un escritor desnortado, Fer, tras reencontrase con una de las hijas del empresario, con la que había mantenido una relación sentimental. Confiando en obtener material para su próximo libro, Fer arranca una investigación que lo llevará a entrevistar a un amplio y ecléctico círculo de personas que trataron al esfumado: jueces, prostitutas, comisarios, guardias de seguridad, la esposa y los hijos, el suegro, los secuaces...

El atribulado Fer es, de algún modo, el alter ego del propio Ferrari, quien ha señalado que lo que le impulsó a escribir la novela fue descubrir “qué pasó con el hijo de puta de Machi”. En palabras del autor: “Que de lejos parecen moscas era pura presencia, la mirada desquiciada y paranoica de un único personaje. Entonces, la contrapartida lógica era la completa ausencia, lo fantasmal. Una novela que se haga con los bordes, las siluetas que dibuja la yuta en el piso. Un lugar donde no hay contenido, solo hay frontera del personaje”.

- ¿Por qué creó el personaje de Machi?

- Yo, como todos los escritores más o menos novatos, había escrito varios relatos en los que los personajes eran versiones de mí mismo o de mis amigos, o personajes que me gustaría ser. Me había propuesto generar una novela en la que no tuviera empatía con el protagonista, y a poder ser, con ningún personaje. Un libro como los de Patricia Highsmith o Jim Thompson, donde todos parecen ser títeres del mal. Además, lo que quería contar en ese libro requería de un villano, así que concentré energías en crear el ser más vil que pudiera y hacérselo pasar mal por unas horas.

- ¿Qué le interesa señalar de la hipocresía y secretos de la sociedad porteña?

- En ambos libros lo que quiero contar es una historia y un personaje. Entiendo que un ser tan vil, tan canalla, da fe de la maldad de todo su círculo social, que no es tanto el de la ciudad de Buenos Aires como el de su clase social.

- Pasaron 10 años entre una novela y la otra, ¿es por eso que antes decía que se sentía como un novato?

- Trato de plantearme para cada libro un desafío, algo que me permita aprender. Quiero salir del libro sabiendo cosas que no sabía cuando entré. Como un viaje iniciático. Siempre hay una parte de ser un novato, de la hoja en blanco, porque me propongo algo que no hice en un libro anterior. En la carpintería, vos conocés los materiales con los que vas a trabajar y las herramientas, y podés hacer cien mesas y las cien mesas van a salir bien. En cambio, en la literatura, conociendo más o menos bien los materiales y las herramientas, cada libro es una aventura que puede fallar. En mi última novela, me encontraba trabajando sobre una historia que ya conocía y había funcionado, pero había la posibilidad de romper algo, así que fue un desafío lindo y extraño.

- ¿Le gusta la etiqueta de la novela negra o preferiría que lo encasillaran en la tradición argentina?

- Uno vive todo el tiempo en una doble tradición. La tradición grande, profunda, de la literatura argentina está ligada no necesariamente a la literatura policial pero sí al crimen. Su base juega con los géneros populares y hay una novelística del crimen social. Facundo de Sarmiento, El matadero de Echeverría, Martín Fierro... Todos los relatos fundacionales de la historia de mi país tienen que ver con el crimen político, que es el sino de la novela negra. Así que son dos tradiciones que combinan bastante bien, y en las dos me siento bastante cómodo.

- ¿Cómo compagina el interés por la clase trabajadora con unos personajes burgueses?

- Al ser novelas de villanos, era más cómodo que fuera la burguesía la que estuviera en primer plano, pero en las dos novelas hay espacio para que la clase obrera hable. Acá mismo habla el chófer, y en la anterior hay un portero al que echan del trabajo. No quiero hacer realismo socialista, no quiero hablar de la heroicidad de la clase ni nada; simplemente, dejar sentado en algún momento del relato que existimos y que somos los que movemos el mundo con las porquerías que contiene. Para que los Machis del mundo puedan subirse a los BMW alguien debe abrirles las puertas del auto, y está bien que ese alguien no sea invisible.

- ¿Todavía trabaja de limpiador en el metro?

- Así es, trabajo en la línea B, está bastante difícil el panorama laboral. Hace cinco o seis años que los ascensos en la empresa en la que laburo están parados, no me puedo mover de ese puesto desde hace muchos años.

- ¿Le gustaría retirarse con la literatura?

- Me gustaría ascender en el trabajo, no irme del subte, pero sí trabajar de otra cosa. Estoy harto de tantos años con lo mismo. Es un problema que no se me plantea, así que no me preocupo por eso. A veces pienso en si la literatura me retirará, pero entonces debería convertirme en un best seller. Yo escribo lo que me da la gana, y si a la editorial le interesa y lo puedo vender, me pone contento. Pero si no le interesa y no lo puedo vender, estoy tranquilo, porque vivo de otra cosa. De momento aprovecho el dinero que me entra de la literatura, pero sé que lo que paga el alquiler y la comida de mis hijos es otro trabajo.

- ¿Hay planes de película para el segundo libro?

- Todavía no tenemos nada. Me gustaría muchísimo que la hiciera el mismo director, porque me encantó el trabajo que hizo de adaptación de la novela. Hay cosas que son muy parecidas y hay cosas que son muy distintas, y eso también es interesante y asombroso: ver cómo alguien a partir de un material de trabajo tuyo puede transformarlo en otra cosa bella y emocionante.

Periodista, traductor y guionista. Autor del ensayo Panero y la antipsiquiatría (2017) y de las novelas Samskara (2019) y Díptico Espiritista (2022).