¿Cómo es el escritor Kirmen Uribe, qué piensa, qué opina del mundo que vivimos? No resulta difícil esbozar una respuesta a partir de la lectura de sus libros. Él incluso se esmera en facilitarnos la tarea, incorporando alguna parte de sí mismo en cada nueva entrega.
Lejos de cierta actitud omnisciente que las gentes de letras suelen adoptar cuando están promocionando sus novedades o impartiendo algún taller didáctico, Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) se mueve cómodo, satisfecho con ese traje de escritor que ya ha terminado su trabajo. Tierra y mar lo sitúan en el mundo. “Vivo feliz en la línea que las une”, reza el tercer verso de su poema ‘No puedo elegir’ (Vida y ficciones, 2014).
Este escritor goza de un genoma aventajado, legendario y terrenal, pues creció en pueblo costero mirando la mar que traía su padre a casa, esa mar llena de dicha y miedo, que permitía soñar con expediciones en busca de otros mundos, los que un joven Kirmen descubrió zambulléndose en libros, braceando al mismo tiempo en una realidad inestable, y asido a sus raíces vascas. De ese hilo fino, el autor ha sacado atunes y ballenas, leyendas ancestrales, crudos sucesos, versos, letras y memoria. Y ha compartido en su obra todo el conjunto, mezclándolo con sus experiencias en busca de sí mismo. Unas veces en tierra de nadie, otras en aguas internacionales. Ahora, en otra localidad costera más grande —la ciudad de Nueva York— ha escrito un nuevo libro: La vida anterior de los delfines (Seix Barral, 2022). En él y para él se ha sumergido en archivos, despachos y demás rincones singulares de la Gran Manzana, aireando su vida de escritor con los asuntos que ocupan a sus otros yoes, el inmigrante, hijo en la distancia, compañero sentimental, padre de familia. Y en su afán por honrar a referentes olvidados que persiguieron los ideales universales del ser humano, Kirmen ha dado con nuevas personalidades que podrían definirnos en toda circunstancia y época, mientras continúa mostrándonos al humanista que hay tras el escritor que ya creemos entender.
Tuve la fortuna de conocer a Kirmen en Nueva York, en la primavera de 2019, en una cena para tres organizada por mi amigo James D. Fernández. En aquel encuentro que acabó en copas tuvimos ocasión de charlar, entre otras cosas, de este libro cuando aún estaba cociéndose.
Desde entonces, hemos intercambiado algún correo, hemos colaborado en un proyecto expositivo de emigrantes españoles en los Estados Unidos de América y atravesado una triste pandemia. Y, de pronto, recién comenzada la primavera de 2022, llegó la nota de prensa que anunciaba la inminente publicación de aquel libro en ciernes. Y luego llegó el mensajero con el libro, que ya está en librerías.
Leída la novela, recibo un WhatsApp de Patricia, la responsable de prensa de Seix Barral que, reloj en mano, gestiona la segunda jornada de entrevistas de promoción de La vida anterior de los delfines. Me dice que me llamará. Suena el teléfono. Dos timbres. Saluda la voz de Kirmen, entre risas.
-¿Empezamos por el fondo o por la forma, Kirmen?
- Este es un libro muy de forma, diría.
-Pues empecemos por el fondo, si no te importa, así llegaremos con claridad a la forma.
FONDO
-Yo diría que sigues buscando saber quién eres tú. Y ahora recurres a un escritor que trata de aproximarse a la vida de Rosika Schwimmer, figura olvidada, mujer de acción, clave en la historia del pacifismo y el feminismo de hace 100 años. Y se arrima a través de la novela inacabada que la secretaria y biógrafa de Rosika, Edith Wynner, escribió como legado que quedaría archivado en la biblioteca donde tú te refugias en Nueva York. Y allí has creado a Uri, ese alter ego que nos lleva a tus recuerdos de finales del siglo XX, al no a la OTAN, la defensa del aborto legal, la desobediencia civil, la juventud echada a las calles de pueblos como el tuyo, en la España de los noventa. En esta búsqueda de quién eres tú, corrígeme si me equivoco, en esta manera de mostrar un pasado de acción ante las injusticias que te rodean, tu alter ego también nos permite verte como padre y compañero sentimental, y como escritor que en 2020, en plena pandemia, encuentra las voces que defienden que el siglo XXI es un tiempo de hablar.
- ¿Sabes cómo acabó la pandemia Nueva York? Con una manifestación. De repente, la gente salió a la calle. Fue por la muerte de George Floyd, el afroamericano que murió en manos de la policía. Después de meses de estar metidos en casa, Nueva York se llenó de gente, gente que estaba expresando su malestar por la muerte de Floyd. Entonces, sí es verdad que el siglo XXI y todos los movimientos como el #MeToo y el #BlackLivesMatter fueron iniciativas de decir, de hablar, de no quedarnos callados ante lo que esté pasando. Y, en cierta medida, mi literatura también tiene esa vertiente de recuperar vidas silenciadas. Y vidas olvidadas. Al final, la palabra es la que ha conseguido que esas vidas silenciadas pasen a estar dormidas, más que muertas.
¿Por qué Edith, la secretaria de Rosika Schwimmer, escribió o trató de escribir una biografía sobre ella y metió en cajas documentos, fotos, cartas etc.? ¿Por qué utilizó las palabras como cajas para guardar la memoria? Ahora, gracias a ese gesto, podemos hablar de Rosika. Pero también está la parte activista, claro está. La de denunciar, de hacer cosas y plantarse ante la injusticia. Creo que ambas cosas van muy unidas. Primero, el hecho de hablar y no callarse; y segundo, el hecho de actuar.
- En un momento del libro, Nora, la pareja de Uri, afirma que la palabra puede ser una manera de actuar. La palabra es un hecho, dice. Pero ricemos el rizo. La palabra puede reportar una verdad universal o una mentira, según el fin que persiga. Hoy, en el siglo de hablar, se miente más que se habla. Quiero que me comente este asunto un escritor que usa la palabra para “ficcionalizar” su propia vida, la memoria de la vida…
- Sí, claro que se usa mucho la palabra para mentir, y eso es muy peligroso si hablamos de política. Todos sabemos lo que pasa si se recurre a la mentira en política. Es lo que hizo Hitler. Por eso, el escritor está para contar cómo vive una persona los acontecimientos históricos… Por un lado, estaba Hitler. Por otro, el escritor Stefan Zweig, con esas novelas maravillosas, tan humanas, sobre todo cuanto sucedía en Centroeuropa en aquella época. De cómo comenzó la Primera Guerra Mundial, casi desde una anécdota; de cómo surgió el nazismo a partir de un loco que sufría burlas de todos… El escritor va a los matices, a esas historias humanas, a relativizar todas estas mentiras que vienen de los autoritarismos y de los políticos que siembran el odio entre la gente. El escritor está en contra del odio, plantea preguntas, hace que vivas otra vida. El lector, de repente, se puede meter en el cuerpo de un personaje y vivir otra vida. Así es capaz de sentir empatía por ese personaje. Eso es, buah, la gran revolución que hace la literatura: trabaja la empatía. Trabaja la cercanía a otro. Y es todo lo contrario a lo que hacen los políticos locos que plantean el odio al diferente, el rechazo al diferente.
- Supongo que te habrán preguntado ya por la guerra de Ucrania, incluso también por el minuto de gloria de Will Smith dando esa hostia a Chris Rock… ¿Verdad?
- Jeje, sí.
- Habla Rosika en tu novela, página 108: “No puede haber gloria ni patriotismo ni amor ni nobleza si por medio hay también sangre inocente, asesinatos y violaciones. Porque la guerra es eso. No es otra cosa que destrucción”. Es una máxima del pacifismo. Parece que, de Hollywood a Bruselas, se debería leer un poco más a aquellas mujeres del Partido de la Alianza por la Paz.
- Jeje, y Putin, también.
-En la novela, la sufragista estadounidense Carrie Chapman Catt discute con Rosika cuando esta prioriza el pacifismo y relega a un segundo plano el sufragio femenino. Habría que jerarquizar varias máximas para ir construyendo un mundo mejor, ¿no? Los principios de justicia, de igualdad, que persiguieron esos antepasados nuestros, tantas Rosikas olvidadas, y que nuestros padres y madres recogieron a la hora de movilizarse en los años setenta, y que luego recogimos con nuevas protestas en los noventa, como la insumisión, el ‘no a la guerra’… ¿No crees que ahora vamos atomizando y haciendo las luchas cada vez más específicas? ¿No implica eso ir alejándose de aquellas máximas universales?
- Sí, estoy de acuerdo en que no hay que perseguir solamente una cosa, hay que tender hacia la justicia global. Rosika buscaba la armonía entre todos los países del planeta, tenía ese sueño loco de la Republica Federal de Países, sin ejércitos, claro, porque aspirar a un solo Estado haría innecesario el ejército, salvo que nos atacasen los marcianos… Ella veía el pacifismo vinculado al feminismo. Creo que todas las luchas van en la misma dirección. Si uno quiere un planeta más diverso, igualitario, plural, todo va de la mano en ese sentido.
La igualdad y la búsqueda de una nueva masculinidad por parte de los hombres es un tema que está por debajo de la novela, porque al final es un escritor hombre quien está contando la vida de Rosika, de su tía feminista, de las abortistas de Bilbao. Luego se mete en la piel de Nora, su pareja, y de repente el propio escritor hombre se convierte en mujer… Ese es un ejercicio que deberíamos hacer todos los hombres: dejar nuestros privilegios, nuestros roles destructivos —que también nos han sido impuestos—, y acercarnos a cómo piensan las mujeres y dejarlas hablar. Estas historias de mujeres, este querer entender a las mujeres, es un alma de la novela.
Por otro lado, está el pacifismo, que es lo que buscaba Rosika, y que atraviesa toda la novela: la búsqueda de la armonía de los seres humanos sin ninguna violencia. Puede ser una utopía, bueno, pero me da igual. Yo creo en eso. Y luego en un planeta diverso, como sale en el último poema, donde todos los seres humanos somos diferentes, únicos, y hay que respetarlos a todos. Creo que todo va en la misma dirección. Uno: armonía entre todos los seres humanos. Dos: respetar o sentirnos bien en este planeta. Tres: ser libres para decidir el propio futuro y además el derecho a una segunda oportunidad. Los seres humanos, al amar a las lamias, esos seres mitológicos parecidos a las sirenas, no fueron devorados, como sí ocurría con las sirenas, sino que se convirtieron en delfines, tuvieron una segunda oportunidad.
- Se convertían en delfines sin posibilidad de cambio, no había marcha atrás, cuentas en el libro.
- El cambio siempre es positivo, ¿no crees? Lo que hay que hacer es ir en la buena dirección, tratando de pensar que todo este mensaje no es para siempre, que podemos vivir de otra manera.
- A Rosika le habría bastado pronunciar la frase “sí defenderé a Estados Unidos con las armas si así se requiere” para obtener la ciudadanía que, años después, durante la Segunda Guerra Mundial, le hubiera permitido salvar de la muerte a varios familiares. ¿Qué habría hecho Uri ante esa pregunta?
- Uri creo que habría hecho lo mismo. Yo me identifico con Rosika. Ella no estaba pensando en el momento posterior. Pudo ser un error, exceso de idealismo, pero ella se atuvo a sus ideas y dijo “no, yo no defendería al país con las armas”. Ella no era consciente de lo que estaba haciendo, porque sus familiares judíos tuvieron que huir del país después, cuando estalló la guerra. Ella no pudo acogerles… Y sufría. Esa es la gran tragedia de una persona con unos ideales muy claros que está viendo que el mundo no funciona como pretende, lo hace de otra manera. Y eso mismo viví en mi niñez, cuando me inculcaron unos valores tan positivos. Luego se producía una fricción total con el mundo. Y esos valores me hicieron sentir muy diferente, porque al mundo le faltaban años para ir enderezando su dirección.
- ¿Sirve hoy el antimilitarismo?
- ¡¡¡Hombre, 100%!!! Tenemos ahí esa tentación de los gobiernos que pretenden armarnos hasta los dientes, y no se puede aceptar. Las guerras son lo peor que existe, lo decía Rosika y lo estamos viendo ahora mismo. La solución no está en la guerra, nunca.
FORMA
- En esta novela se van desdoblando tus voces, para diferenciar, sin contar el último poema, tres partes: el primer libro está escrito por Uri; el segundo, por Nora; el tercero, por los hijos; y luego…
- Y luego vuelve Uri.
- Bueno, yo diría que el poema es obra de Kirmen, tuyo, más que de Uri.
- Eso es, sí, jeje.
- ¿Cómo llegas a esta estructura? ¿Te documentas y luego vas trazándola, añadiendo los primeros textos, o mezclas cualquier etapa?
- Yo tenía muy claro que la novela debía tener tres perspectivas diferentes. A mí no me interesaba escribir una novela convencional sobre la vida de Rosika, no. Porque no. No me llenaba como escritor. Quería esas tres perspectivas teniendo en cuenta los personajes de la familia, que son Uri, Nora y los niños. Ya tenía claro eso desde el principio, cuando planteé el argumento de la novela. Además, hay sufragistas, abortistas, las mujeres importantes que han pasado por mi vida, etc. Y en la segunda parte debía aparecer una renuncia por parte del escritor hombre a hablar, para dejar la voz a la mujer, a Nora. Meterme en otra piel, tratar de sentir cómo piensa una mujer. Ese cambio de voz era fundamental. Toda la novela con la voz de Uri habría sido demasiado… mmmm, distante, viendo algunas cosas desde lejos, y no, había que desnudarse, meterse en la piscina, de ahí que ese cambio a la voz de Nora sea significativamente importante. Luego la tercera parte me llevó a ser niño otra vez, a regresar a aquellos niños que una vez todos fuimos, y que tanta violencia estructural sufrimos. Entonces decidí dar el poder a los niños, empoderarlos: que ellos hablen. Son una nueva generación de niños que ven la vida de otra manera.
- Se percibe bien el esfuerzo estilístico para reforzar ese cambio de personajes. Nora frasea de una manera más corta, por ejemplo.
- Cambiar de voz es fácil. No lo es tanto cambiar de estilo, y ese era el reto. La de Uri es voz de escritor de frases largas, con bucles de historias que se van imbricando, muy buscadas. La “novela” es esa primera parte. La siguiente parte es una carta que escribe Nora a una amiga, y el lenguaje es mucho más claro, sencillo, directo. Quería que el lector y la lectora se dieran cuenta de ese cambio de voz y de estilo. Sigo siendo yo, Kirmen, pero manejo otra voz. Es cercana a la de Natalia Ginzburg, a esta escritura de Ginzburg tan desnuda, tan clara, que a mí me encanta… La voz de Nora es parecida.
- A tu mujer, ¿qué le ha parecido el resultado?
- A ella, bien. Se ha visto reflejada. Bueno, he tenido muchas conversaciones con ella sobre el personaje, sobre cómo siente… Nora nace de escucharla mucho a ella, sí.
- Hay un momento en el que Nora te saca de esa ficción. Si en la “novela”, como tú dices, podemos medir al escritor que ficcionaliza a Uri, en la siguiente parte Nora nos muestra a la persona que hay detrás del escritor de la novela, sea Uri o sea Kirmen. Ahí aparece el “hombre de los quizás”. Hay dos o tres quizás en la novela, pero hasta que Nora no apela al hombre de los quizás, el que siempre es optimista y cree que hay opciones de salir adelante en Nueva York, el que quizás aboga por la desobediencia, parece haber un escritor habilidoso… Es Nora la que nos desvela la parte de una personalidad que no es rotunda, segura. Y esa es la parte difícil, creo, sobre todo porque en realidad estás escribiéndola tú.
- No, pero me creí que era Nora. Me lo creí. Esa época de escritura fue maravillosa, porque me creí otra persona, completamente. Sí. Es que cambiar de narrador implica un cambio total. Una cosa es que hagas ficción, que te inventes personajes, yo qué sé… tus personajes como si fueran marionetas. Pero cambiar de voz ya implica un cambio brutal. Y hacerlo para hablar de ti mismo… eso ya es demencial, jaja, porque es como YO visto por mí, pero desde la mente de otra persona. La verdad que me lo pasé muy bien. Me olvidé de mi voz, de quién era, y sirvió de ejercicio muy positivo verme desde fuera.
- Algunos escritores lo han hecho.
- Sí. Eso ya lo hizo Coetzee, en Verano, que es una novela que me gusta mucho. Se mira a sí mismo como poliédrico, después de muerto, desde diferentes perspectivas y a través de distintos personajes. Me acordé de Verano al escribir desde la voz de Nora.
- Esa búsqueda constante que haces de ti cuando escribes, de saber quién eres, requiere mucha armonía. De hecho, hay varias frases que lo reflejan: “Escribir es un placer, pero también un sufrimiento”, “perderse en la vida era empezar a morir”. Tú no estás perdido, tú desdoblas a Kirmen Uribe porque estás haciendo todo lo contrario a perderte, que es encontrarte. Y se ve que disfrutas con tantos desdoblamientos.
- De hecho, la reflexión sobre la pérdida la tomé de Tomas Tranströmer, que tiene unas glosas sobre su infancia muy interesantes. En ese tumulto, cuando pierdes a tu referente, uno es capaz de salirse un poco de la vida. Y esa experiencia quería llevarla al libro…
Yo creo que Uri se siente perdido en la segunda parte de la novela, cuando nos lo enseña Nora, en la parte de la pandemia, cuando entra en crisis total, deja de escribir, porque tienen dificultades económicas, crisis de pareja… Ahí brota esa sensación de pérdida. Pero ese “quizá” o ese “tal vez” está todo el rato en Uri, aunque esté perdido tiene esa esperanza de seguir adelante, aunque es Nora quien lo guía y lo saca del agujero, incluso es ella quien consigue que supere esas cicatrices con el pasado.
- Hay un símil muy bello que haces con la pintura que me lleva a recordar a pintores que pintan en su cabeza cuando no están pintando. La escritura es como el secado del lienzo. Tú escribes sin escribir, no dejas de escribir aunque no estés ante el teclado.
- Yo estoy escribiendo todo el rato. Todo el rato. Y al revés, también sucede algo curioso. Cuando escribo, me callo y doy espacio a los silencios, a todo aquello que no está. Para mí eso es importante. En la Universida de Nueva York digo a los alumnos: no contéis todo, hacerlo es uno de los grandes fallos en literatura. Hay que contar solo partes, para que el lector pueda imaginar y completar la novela. De lo contrario, el artefacto literario no funciona, no toma vida en la mente del lector.
-T ú afirmas que hay dos clases de escritores…
- Los que tienen oficio y los que aprenden el oficio para luego destruirlo. Yo soy de los segundos. Me encanta plantear nuevas formas narrativas, hacer que mis novelas sean de género fluido, que pasen de la ficción a la no ficción, con partes poéticas, experimentales. Libre.
- Te va la desobediencia civil y narrativa.
- Exacto.
- Hablemos algo de cuestiones musicales.
- Me dice Patricia que tenemos que ir acabando.
- OK. Vale. Me llama la atención una cosa formal. Las estrofas que incluyes, por ejemplo, de Bill Withers o David Bowie, están traducidas y dejan fuera la estrofa original, en inglés. Pero no ocurre así con estrofas en euskera.
- Me gusta que se conozca el acento del euskera. El de David Bowie o Patti Smith, el inglés, ya es de sobra conocido. Yo trato de meter el color del euskera al escribir en castellano para que el lector se familiarice con la lengua y no le resulte tan extraño el idioma.
- Así incorporas esas múltiples identidades que conviven en la vida de uno y las combinas con la universalidad que persigue Rosika.
- Exacto, creando empatía, curiosidad, hacia todo, y hacia la lengua. Hace falta empatía hacia las lenguas.
DESPEDIDA
La tradición vasca está asumida de tal forma por Kirmen que en sus libros no suena ni moderna, ni funcionarial. Suena universal, al menos aquí en Gijón/Xixón, desde donde hablo por teléfono con él. Pero ya no nos da tiempo a incorporar este asunto del euskera, ni al personaje a quien se dirige Nora por carta, su amiga Maider, porque Patricia nos avisa nuevamente que estamos fuera de tiempo, que hay más periodistas citados y la jornada de promoción debe continuar. Nos despedimos con ilusión de vernos pronto. Me quedo con ganas de comentarle cuánto me gustó eso que escribió en Bilbao-New York-Bilbao: el idioma que no conoces es como un mapa del tesoro, marca una ruta hacia lo desconocido. Se lo dejo escrito en este artículo, en un final que apenas es una nueva encrucijada.