No todas las playas pueden verse reflejadas en ventanas de hoteles. Existe otro tipo de playa paupérrima, rodeada de residuos o de selva, en las que se sobrevive al margen del vampirismo simbiótico con los turistas de clase media y alta. Un ejemplo es la zona de Juanchaco, en el Pacífico colombiano, donde residió la escritora Pilar Quintana (Cali, 1972) durante nueve años. Lejos de las playas de arena suave del Atlántico, de los comercios y los restaurantes. Su obra de culto La perra, publicada en 2017 y reeditada recientemente por Alfaguara, se sitúa precisamente en ese escenario, en un pueblo sin nombre que consta de una sola calle de arena con casas destartaladas que fueron abandonadas por los blancos. Allí donde la naturaleza se muestra sin ambages, rebosante de ansia de supervivencia.
En esa otra Colombia encontramos a la protagonista de la novela, Damaris, una mujer negra y pobre que vive bajo el peso de la culpa de no poder ser madre. Sometida primero a su marido y luego a los antiguos dueños de una casa de señoritos que limpia como una esclava, Damaris adopta a una perra a la que llama Chirli, nombre de la reina nacional de belleza con el que le hubiera gustado bautizar a su hija. Todo se tuerce cuando la perra escapa para escuchar la llamada de la naturaleza. Damaris la busca desesperada, hasta que Chirli vuelve preñada, luego se come a dos crías. Eso es el colmo para la protagonista, quien cree que la maternidad es sagrada.
En estos seis años desde su primera edición, La perra ha obtenido todo tipo de reconocimientos como reflejo de la reacción del público: fue finalista del Premio Nacional de Novela y del National Book Award en Estados Unidos, y ganó el premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, entre otros galardones. La reedición del libro viene justificada por la actualidad del tema que aborda, la maternidad en su vertiente más cruda, que la hace formar parte de una tendencia literaria actual sobre las buenas y malas madres.
Más allá de la obra que la catapultó como una de las voces más sólidas de la narrativa latinoamericana contemporánea, Quintana también ha escrito las novelas Cosquillas en la lengua (2003), Coleccionistas de polvos raros (2007) y Conspiración iguana (2009), y la colección de cuentos Caperucita se come al lobo (2012). Su último libro es Los abismos (2021), en el que retorna de nuevo al tema de la maternidad, esta vez con una madre que se replantea el amor a su hijo, y con el que ganó el XXIV Premio Alfaguara de Novela.
- ¿Cómo se siente con la reedición de La perra?
- Muy feliz. Muy contenta de que salga en Alfaguara, además, que es mi sello después del premio, y tengo mucha emoción porque creo que ahora puede llegar a nuevos lectores.
- ¿Cómo era vivir en la zona de Juanchaco?
- Las personas que se leen La perra y conocieron mi casa me lo dicen: “Hiciste exactamente tu casa”. Fue una vida con muchos retos; el clima es inhóspito, la selva es difícil, hay mucha humedad y bichos. Es una zona tremendamente difícil, pero a su vez hermosa. Es una de las regiones más biodiversas del mundo. Las ballenas jorobadas van a aparearse a la bahía de Málaga, que es donde está Juanchaco, entonces tienes las ballenas enfrente durante una temporada. Yo estaba en mi casa y alzaba la vista y había una ballena saltando enfrente de mi casa. Hay unos pájaros increíbles, unas variedades de colibrís absolutamente maravillosas. Las mariposas morfo, que son las más grandes, de color azul tornasolado absolutamente maravilloso. Pero, así como hay eso, hay malaria, hay leishmaniasis. Si te haces una pequeña herida y no te la cuidas se te va a infectar terriblemente, si te descuidas cinco minutos vienen las termitas e invaden tu casa para comértela, hay serpientes con un veneno atroz que son muy territoriales y agresivas. Entonces, estás todo el rato en alerta y maravillado ante la riqueza de la zona.
- ¿Y cuál es su relación con los animales?
- Yo tuve mascotas. Dos gatas cuando vivía en la ciudad. Luego, cuando viví en la selva, tuve perros y gatos. No era lo mismo criarlos en la ciudad que en la selva, que había la llamada de lo salvaje. Creo que eso me inspiró mucho. Especialmente, una perra que murió porque por accidente. Se comió un veneno, fue muy duro verla morir. Luego tuve una gata que tuvo leishmaniasis y tuvimos que sacrificarla en el veterinario, también fue una muerte muy dura. Esas relaciones con las mascotas en una época en la que no tenía hijos eran entrañables, pero fueron muy dolorosas para mí.
- ¿En qué se diferencia La perra de Los abismos?
- En Los abismos se trata la maternidad desde un punto de vista absolutamente diferente. En La perra tenemos una mujer cuyo deseo más grande es tener un hijo, y al comienzo de la novela se da cuenta de que va a cumplir 40 años, no lo ha conseguido y decide adoptar una perrita. Es una historia sobre una persona que quiere ser mamá y no lo logra. En cambio, en Los abismos la protagonista tiene una hija, pero si vos le preguntas quizás te va a decir que si hubiera podido elegir no la hubiera tenido. Así, tenemos dos caras de una misma moneda.
- ¿Y cómo se relaciona La perra con Yerma, de Lorca, con la que comparte el tema de la infertilidad?
- Leí Yerma en la selva y me fascinó. En ese momento dije que me gustaría ver una obra escrita por una mujer sobre el tema de la infertilidad. Lástima que no fuera yo quien la escribiese, porque en ese momento no tenía hijos y no quería tenerlos. Esto se me borró de la mente. Varios años después terminé La perra y se la pasé a un amigo que es editor y que estaba editando a García Lorca. Él me llamó la atención. Evidentemente, me di cuenta entonces de que había reescrito Yerma.
- ¿Cómo ha sido la sensación de recibir tantos premios?
- Muy impresionante. Cuando a la novela le empezó a ir bien, un amigo me preguntó si sabía que le iría así de bien. Le dije que claro que no: la protagonista es una mujer negra, gorda, nacida empobrecida, cuyo único deseo es tener un hijo. Nunca pensé que fuera a gustarle a la gente, me contentaba con que le gustara a mis dos amigos y a mi marido. Ha sido una sorpresa muy grande, la verdad.
- ¿Qué proyectos tiene ahora?
- Estoy trabajando en una novela cuyo primer borrador ya terminé, lo que pasa que para mí terminar el primer borrador no es terminar la novela, ahora viene la etapa de reescritura, que es bastante intensa también. Estoy editando la segunda entrega de la Biblioteca de Escritoras Colombianas, es un trabajo muy intenso. Tengo planes de escribir Los abismos para cine, con mi compañero Antonio García Ángel, mi coguionista de siempre.
- ¿Cuáles son sus lecturas apocalípticas favoritas?
- Mi favorita de todos los tiempos es La carretera de Cormac McCarthy. Y hay una serie inspirada en un libro que se llama Station Eleven que me parece también extraordinaria. Luego te voy a decir algo que no me vas a creer: uno de mis libros favoritos es La hora gris de Eduardo Otálora Marulanda, que es mi esposo. Me encanta porque es ficción apocalíptica en los Andes. Ganó el Premio Ciudad de Bogotá durante la pandemia, como La perra, aunque los libros que salieron en esa época no tuvieron tanta difusión.
- ¿Qué es la literatura para usted?
- Uff... Te voy a contar algo que me pasó cuando estaba casada con mi exmarido. En una pelea, no sé por qué, me dijo: “No lo entiendo, ¿qué es más importante para ti, yo o la literatura?”. No tuve ni un solo momento de duda. Obviamente, la literatura. Y eso le respondí, la literatura estaba antes de vos y estará después de vos. Creo que eso es fundamental. Esa es mi relación más larga y estable, no solo como escritora, también como lectora. La literatura es la manera en que yo entiendo el mundo.