Como cada año, el 24 de marzo pasado se realizó en el centro de Buenos Aires, y en el de otras capitales de provincia, una marcha en conmemoración por un nuevo aniversario (el 48°) del golpe militar de 1976 en Argentina. De acuerdo a las estimaciones de la organización, y de acuerdo al “ojo” de algunos participantes cercanos, fue la más multitudinaria hasta hoy: más de 100.000 personas reunidas en las estribaciones de Plaza de Mayo.
Ese mismo día, el Gobierno de Javier Milei, a través de su cuenta de la Casa Rosada, publicó un video en las redes sociales en el que dio su versión de la historia. En él, quienes aparecen son familiares de las víctimas atacadas por las organizaciones armadas de izquierda, todas ellas muertas antes de 1976. El corto en ningún momento hace mención a las atrocidades cometidas después de aquel golpe. Nunca había sucedido eso en democracia.
En ese contexto, es decir, en ese clima social actual en el que, impensadamente, se vuelve a discutir no solo si fueron o no 30.000 los desaparecidos, sino, a juzgar por la narrativa del corto, se reivindica lo que sucedió en la dictadura más sangrienta de América Latina, es que salió a la venta el nuevo libro de no ficción de Leila Guerriero (Buenos Aires, 1967), el impactante La llamada. Un retrato (Anagrama). Reimpreso ya en España —donde va por la cuarta edición— y en Argentina, su protagonista central es Silvia Labayru, quien entre 1976 y 1978, con solo 20 años y embarazada, estuvo detenida y desaparecida en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), el ominoso centro de detención ubicado en el norte de la Ciudad de Buenos Aires, manejado por algunos de los caballeros de la muerte más temidos de la Junta Militar.
En la ESMA, Labayru, además de ser torturada y violada, dio a luz —sobre la misma mesa de tortura— a su hija Vera, que luego fue entregada a sus abuelos. Después de un año y medio, Labayru, perteneciente a la agrupación Montoneros, hija de un militar y dueña de una belleza deslumbrante, quedó en libertad y se marchó al exilio español. Al margen de las heridas físicas y emocionales, el exilio trajo otras atrocidades, no solo por el destierro, sino porque hubo toda una colonia de argentinos sobrevivientes del golpe que la señalaron como colaboracionista. Dentro de la ESMA, su hermosura e inteligencia le fraguaron la preferencia de algunos conspicuos integrantes de la comandancia, lo que derivó en que tuviera alguna que otra salida vigilada. Pero esas salidas eran un nuevo pasaje al infierno: su sistemático violador, el capitán de navío Alberto “Gato” González, la conducía a un departamento donde abusaba de ella junto a su esposa. Por esos hechos, González, que mantiene contactos con la actual vicepresidenta argentina Victoria Villarruel, fue condenado a 20 años de prisión hace tan solo tres años.
Cronista mayor y de fama internacional, para llevar adelante su monumental obra, Guerriero, además de convertirse en el sidecar de la protagonista, entrevistó a más de 90 personas, entre amigos y personajes que orbitaron y orbitan alrededor de su extraordinaria vida. La peripecia de Labayru atraviesa algunos de los tópicos emblemáticos del melodrama argentino contemporáneo: militancia juvenil, sueños revolucionarios, dictadura, desaparecidos, exilio, psicoanálisis, retorno, juicio de reparación. Todos esos elementos están atravesados —intoxicados— por el viento huracanado de la pasión, a esta altura, parte del genoma vernáculo. Y también por el amor, porque finalmente La llamada es una gran historia de amor, la que protagonizan Silvia y Hugo, efímeros novios en los electrizantes setenta, encendida pareja hoy, desde hace tres años.
El libro es muchas cosas, pero sobre todo es un largo (420 páginas) y descarnado documento sobre la honestidad y el bajo fondo de aquel averno. Esa es la atmósfera que palpita en la página 125, por caso, donde se lee en boca de Labayru: “Para mí es un orgullo decir: ‘No he entregado a nadie’, pero también tengo perfecta conciencia de que no he entregado a nadie porque no me torturaron suficiente. (...) Me dejaron catorce días ahí (en un cuarto), con grilletes, escuchando los alaridos de los que torturaban. (...) Creo que los tipos tenían interés en la mercadería y decían: ‘A esta no la vamos a hacer abortar, a ver cómo la podemos joder’ (...) Tenía cascaritas en las uñas, inflamadas las encías, lagañas en los ojos, marcas en la espalda. Lo que no me acuerdo es si llevaban el balde para mis necesidades a esa habitación. Ponían la música a todo volumen, para tapar los alaridos. (...) El sentimiento más fuerte es el de soledad e indefensión. Y que te ibas a morir para nada. Me decía: ‘Silvia, pero qué gilipollas. ¿Cómo puedes haber sido tan gilipollas? Si lo sabías, lo sabías. ¿Por qué no te fuiste antes, por qué no te escondiste, cómo puede ser que te vayas a morir a los 20 años, embarazada?’”.
La llamada, finalmente, hace referencia a la comunicación telefónica que, desde el corazón mismo del espanto, es decir desde la ESMA, realizó Silvia a su padre que, sorpresivamente, le salvó la vida. En diálogo con COOLT, sentada en un bar del centro de Buenos Aires, Guerriero desenreda algunos de los nudos que debió atar para construir la historia.
- Además de relatar pormenores de lo que fue la militancia en Montoneros y luego lo que fue el exilio, además de albergar una larga historia de amor, el libro es el retrato de una protagonista casi colosal, alguien cuyo pulso vital (por ende sexual) es fuerte, una pulsión que ni la ESMA pudo neutralizar.
- A mí me parece que lo que ella tiene es como un apetito vital muy fuerte. Obviamente, no es lo mismo que te pase eso, como ella dice, a los 20 años, a que te pase cuando tenés 50 y te destruye, porque difícilmente te puedas recomponer de una cosa así. Pero, sí, siempre fue una tipa con mucha vitalidad. Pensá que era una generación que tampoco estaba atravesada por el HIV. Había una sexualidad mucho más despreocupada, más libre. En ciertos ámbitos había esta especie de cosa de doble moral, que varias mencionan, que es que en el colegio se suponía que sí podías tener sexo o relación con tu novio, pero si estabas con uno y con otro y con otro te hacías mala fama. No dejaba de ser prejuicioso, a pesar de ser bastante libre también. Y después todos esos cruces de parejas en esa cosa endogámica de la militancia, que fulana de tal se acuesta con fulano de tal que es el novio de su mejor amiga. Todos esos cruces parecían, por lo menos en el relato de estas personas, algo muy presente en la época. Esa pulsión vital está representada por ahí en la idea del sexo, pero también en la idea del disfrute, de los amigos, siempre estuvo como muy despierta.
- Esa pulsión, además, acompañada por una belleza y una inteligencia deslumbrantes.
- Sí, está esa pulsión en ella, pero también toda esa belleza. Y la inteligencia, que por supuesto nunca le jugó en contra. Es muy, muy lúcida y observa las cosas siempre desde distintos ángulos, pero yo creo que la belleza también fue un estigma para ella. Le pusieron el ojo encima, en un punto uno puede decir: “Bueno, capaz, entre otras cosas, la salvó de que la mataran”. Su amiga Lidia lo dice, que la estigmatizaron, que le hicieron pagar el costo de ser bonita y rubia y de ojos claros. Dentro de la ESMA, porque era una mujer sumamente llamativa, y fuera de la ESMA, porque esa misma belleza les hizo pensar a sus excompañeros las peores cosas de ella. “Te aprovechaste de eso para no sé qué”. Es un arma de doble filo.
- También aparece cierto espíritu rebelde que, aún hoy, la hace sentirse incómoda en casi todos lados. Es alguien que no termina de encajar. Va hoy a la ESMA invitada por una charla o un homenaje y no se siente del todo partícipe, no quiere ser eso, no quiere ser una exESMA.
- Eso está muy claro. Con esas situaciones de la ESMA ella tiene una postura dual. Por un lado, cuando la convocan, ella va. Le interesa estar en esa conversación porque sabe que esas conversaciones se dan desde adentro, no le vale de nada ir a hablar de estas cosas en un bar. Ella sabe que el lugar para dar esa conversación es la ESMA, es el Museo de la Memoria, es ese núcleo de gente que está ocupándose de eso. Y por el otro lado, sí, claro, se choca todo el tiempo con con situaciones como la que vive con el fotógrafo, que la fotografía de cerca a ver si se le cayó una lagrimita. Entonces tiene una visión muy crítica. Es una tipa que es muy rebelde, en términos de que no quiere que se le ponga el sello de víctima eterna porque siente que hizo de su vida muchas otras cosas, además de haber pasado por eso.
- Te convertiste en la sombra de Silvia y, como sabemos, de cerca nadie es perfecto, lo que determina que en el libro ella aparezca, también, con sus limitaciones y defectos.
- Como que es prejuiciosa…
- Claro ¿Qué te pasaba a vos con eso? ¿Cómo es señalar los defectos de una víctima de este calibre?
- Bueno, pero eso es el trabajo que yo hago. Uno sabe que cuando uno tiene que hacer un perfil lo que tiene que hacer es tratar de ver de muy cerca para después contar de lejos. Y en ese mirar de muy cerca, sabés que te vas a encontrar con cosas incómodas. No es que las busques, no es que digas: “Ahora tengo que buscar la parte en la que ella es mala, ahora tengo que buscar la parte en la que ella…”. Si sabés mirar y sabés escuchar, todo eso está ahí. El tema es no tener temor a retratarlo por pensar que si vas a poner alguna cosita que es una mácula en una persona que fue víctima de eso vas a quedar vos como victimario. Entonces, no es que vas poniendo la lupa y buscando a ver dónde está el defecto. Es que dejás venir, y cuando eso viene, viene todo. Y además, durante una tarea de observación y de entrevistas tan larga, desde abril de 2021 hasta noviembre de 2022. Más todos los mensajes que intercambiamos durante cuatro meses mientras yo estaba leyendo el libro de datos.
- La impresión, además, es que lograste destapar algo que estaba profundamente oculto, no solo en la memoria de Silvia, sino en la de quienes fueron sus compañeros y compañeras de ruta. Es el caso de Alberto, su expareja, el padre de Vera.
- Sí, él no había hablado nunca con un periodista.
- Y por momentos la apertura es descomunal, pareciera que una vez que arrancaron, después ya no pararon. Es de suponer que, a medida que uno hablaba, el resto se iba enterando y relajando también.
- Sí, por ejemplo, en el caso de Hugo, su pareja actual, cuando él habló conmigo sostenía esta idea de que él creía que yo no tenía que escribir el libro, y eso lo sostuvo hasta el final. Pero conmigo siempre tuvo un trato respetuoso, nunca fue hostil. Cuando lo entrevisté era febrero o enero de 2022, y yo había empezado con Silvia en abril, imaginate todos los meses que él tuvo para verme ahí en peregrinación a su casa, a la casa de los dos. Estaba más o menos claro que yo no era una periodista que se iba a ir con su grabadorcito, con tres horitas de entrevista, a escribir un libro. Y creo que eso también provoca una sensación de, por lo menos pensar: “Esta tipa se lo está tomando en serio, ella está haciendo el esfuerzo. Capaz vale la pena que yo le dé una chance de que conversemos. Y además está hablando con mi mujer, mi pareja, no está hablando con una persona que no se da cuenta, que es poco inteligente; está hablando con una mujer brillante que por algún motivo decidió abrirle esa puerta. Bueno, debe ser que a lo mejor yo también tendría que dejar abrir esa puerta”.
Y con Alberto, bueno... Silvia fue muy generosa, ella misma hizo el contacto, se hablan a menudo. La relación tiene conflictos y todo, pero no es alguien que bajó la persiana y nunca más, es el padre de su hija. Y ella estaba en Madrid y le pidió a Alberto, se juntaron y en la conversación le dijo: “Mirá, estoy haciendo esto con esta persona”. Y Alberto conocía mi trabajo. Tenía mis libros.
- Y es cariñoso con vos.
- Es muy cariñoso, sí. Tiene sus matices, sus dobleces. Por momentos es muy cariñoso con Silvia, pero también por momentos es muy duro con ella. Y es muy generoso con lo que me muestra y con lo que me dice. Hugo también. Yo creo que un tipo que es psicoanalista y me dice lo que me dice es un tipo con un coraje importante.
- Totalmente. Se desnuda.
- Se re desnuda. Es un tipo enamorado, básicamente. Y yo siento, además, como vos decís, esa puerta que se abrió. Yo creo que a Alberto lo podría haber seguido entrevistando semanas. Sentí que ya estaba, que no era necesario. Pero hicimos tres entrevistas larguísimas como de tres horas, por Zoom. Fue una locura, pobre hombre, lo tenía ahí en un horario después que él terminaba de atender el consultorio.
- También aparecen dos o tres personajes secundarios, o muy secundarios, pero que lanzan frases que terminan siendo cruciales para la historia. Uno de ellos es el fotógrafo Dani Yako, excompañero del Colegio Nacional de Silvia. Cuando ella le dice que Hugo, con quien se reencuentra después de muchos años, estaba celoso porque en todo este proceso habían aparecido nombres del pasado que de algún modo habían ocupado su lugar, Yako le dice: “Nunca sabés. Por ahí la relación en ese momento duraba un mes”.
- Sí, hay un tema en el libro que es un tema bastante triste, que es ese tema justamente, “qué hubiera pasado si”. Qué hubiera pasado si ella se hubiera ido, qué hubiera pasado si... Me parece que ella trabajó mucho para tratar de desanclarse un poco de esa especie de adicción a la adrenalina que tenía. Quién sabe, también podrían haber seguido cada uno por su lado y no reencontrarse ahora o nunca. Pero creo que en esa entrevista que hacemos en casa, cuando a ella se le llenan los ojos de lágrimas, es el único momento en el que siento que tocamos un punto ahí, que justamente cuando ella me dice: “Qué pasaría si ahora esta pareja con Hugo no funciona, no es lo mismo ahora que a los 20 o a los 40 años”. Ese mantra que se repite todo el tiempo que dice algo así como que: “Las cosas que no pasaron; y por qué pasaron las cosas que pasaron”. Entonces todo eso es un tiempo incógnito, un tiempo perdido. Yo siento que eso se vive más como congoja en la vida de ella. Más que todo ese tiempo perdido, toda esa vida no vivida. Y sí, claro, entre ellos hay hoy un apresuramiento. Yo lo veo, hacen muchísimas actividades todo el tiempo, viajan todo el tiempo, es como si se quisieran comer un poco la vida por todo ese tiempo en el que no hubo esa vida juntos. Hay una aceleración, como un amor acelerado.
- Otro personaje interesante es su tercera pareja, el Negro Osvaldo Natucci, que tiene una gran espesura. Y es quien le da el marco teórico al libro, cuando dice algo así como: “Nosotros somos hijos del guevarismo del 67, del Mayo francés del 68, y de Woodstock del 69”. Resulta difícil interpretar la época desde otra época, y esa apreciación aparece como un puente directo hacia el clima de ese momento.
- Sí, ella le tiene mucho respeto. Me parece que hay distintas miradas también sobre eso, incluso desde el presente. Hay gente que puede tratar de comprender un poco la utopía, la idea de querer cambiar el mundo y la sensación real de que sí podían ganar; que visto desde hoy es un poco... Para ella Natucci fue un tipo muy importante. Un tipo que viene de la izquierda. Muy respetado por todos, por la izquierda, por los montoneros, por el PC, etc. Muy crítico, ya en aquel momento, y que de alguna forma la ayudó a encajar por qué era que le pasaba todo esto. O sea, le hizo ver cosas que ella no estaba viendo, como el puritanismo moral de la organización y todo eso. Pudo entender la política con otra mirada y, a su vez, pobre, viviendo todo...
- El libro es un mosaico de fechas y escenas que termina siendo fascinante, pero lo que se intuye es que para conseguir encajar todas las piezas, la tarea debió haber sido ardua. ¿Fue así?
- Fue muy difícil. La estructura fue muy complicada de resolver. Yo tenía la historia clara en la cabeza, pero eso no importa nada, lo que importa es el material de soporte que tengas para contar esa historia. Y tenía una cantidad de material que era descomunal. No había manera de apresurar el proceso, había que ir muy despacio y no perder la paciencia. Yo veía que esa pila de transcripciones bajaba todos los días un poquito, un poquito. Estuve como un mes más o menos montando toda la roca madre del libro y después a partir de ahí empezar a pulir, a encontrar la verdadera estructura.
* * * *
Diseminados sus pormenores a lo largo del libro, el exilio de Silvia Labayru es también una historia incómoda, a su modo no menos cruel que los tormentos físicos. Ya no por la presencia de los dientes del abuso clavados para siempre en su psiquis, o por el creciente murmullo de autocrítica de parte de los exmilitantes, sino por la consolidación de una memoria binaria que se apropió de la liturgia alrededor de las víctimas de la dictadura. Impulsados por el dolor o el horror, en los ánimos colectivos de los sobrevivientes crecieron, además de las necesidades de reparación y justicia, ciertos prejuicios, ciertas verdades relativas que se convirtieron en absolutas, en dogmas. Entonces, cualquier sobreviviente de la ESMA (en donde se entraba pero no se salía) era sospechoso de haber intercambiado su vida a cambio de la delación de sus compañeros. Silvia tenía todos los números de ese boleto picado: linaje militar, salidas con el “Gato” González mientras estaba en cautiverio, belleza y, sobre todo, la presencia de un episodio tan estremecedor como inquietante, en el que ella es obligada a acompañar a otro príncipe de la muerte, el capitán de navío Alfredo Astiz, quien la presenta como su hermana mientras se infiltra en una asociación de víctimas para seguir marcando futuros secuestros. Los estertores de ese encuentro son padecidos por Silvia hasta hoy.
Así lo recuerda Norma Susana Burgos, que estuvo detenida en la ESMA junto a ella. Desde Valencia, donde vive, le dice a Guerriero: “Yo tengo una explicación de por qué estoy viva. Mi respuesta es que el roce, dicen los españoles, hace el cariño, y la culpa opera sobre los más locos. Al tenernos tanto tiempo y al consultarnos sobre la política, tuvieron una relación con nosotros. Les era difícil matarnos. (...) Esa pregunta me la hicieron constantemente: ‘Y usted, ¿Por qué está viva?’. No me la hacían de mala leche. La mala leche es de las organizaciones de derechos humanos. ¿Pero cómo no voy a entender a Hebe de Bonafini, que fue una de las personas que más nos hizo la cruz? ¿Cómo no voy a entender que me viera y pensara: ‘Ella está viva, ¿y mis hijos?’? La gente nos veía a los sobrevivientes y cruzaba la calle. Pero era lógico. No podemos pensar que esa gente es mala. (...) Pero yo de esto no hago una defensa cerrada: si no hubiera sobrevivientes no habría juicios. No sé si te has fijado que en ningún lado figuramos los sobrevivientes, como sí figuran las Madres, las Abuelas, los Hijos de los desaparecidos”.
- En el libro, además de la autocrítica, aparece otro tema tabú, que es el de las violaciones. No solo que antes no se mencionaba el asunto, sino que Silvia señala que en una violación de esas características podía suceder cualquier cosa, incluso hasta tener impensadamente un orgasmo.
- Ella dice: “Si te violan y tenés un orgasmo, ¿deja de ser una violación? No, no deja de ser una violación”. Muy valientemente plantea todas las posibilidades, incluso las más extremas, de lo que pasa cuando una persona está en un lugar en el que no puede elegir o consentir absolutamente nada. Es extremar eso, y en ese sentido me parece muy valiente y muy inteligente. Eso lo puede hacer, primero que nada, porque le pasó a ella, y después, porque es una tipa muy formada y que ha leído un montón de cosas acerca del asunto. Y además ha sido interrogada de todas las maneras posibles en juicios, en testimonios, lo tiene muy elaborado.
- ¿Y cómo está Silvia con el libro?
- Bien, pero conmocionada. Pensá que todo esto también para ella es muy fuerte. El libro lo leyó en diciembre.
- ¿Y qué te dijo?, ¿cómo fue la devolución?
- Muy ella, muy linda devolución. Hablamos rato largo por teléfono y al final de todo lo que conversamos me dijo: “Me pillaste”. Como que le había sacado la ficha.
- La descubriste.
- Yo pensé que algunas cosas la ponían incómoda. El libro la muestra también como una mujer con ciertos prejuicios, con cierta tendencia a la reiteración, con despistes, con sombras, con luces, lo que decías vos al principio. Y yo dije: “Bueno, no voy a cambiar nada de todo esto”. El corolario fue ese: “Me pillaste”, como decir: “Me vi reflejada ahí, me encontraste, a pesar de todos los esfuerzos que hice para que no”.
- Para evadirte.
- Pero también [está conmocionada no sólo] por haber leído testimonios de personas con los que se sorprendió y se le removieron cosas, sino porque han empezado a aparecer fantasmas de una vida pasada: gente que de golpe hacía años que no veía, conversaciones intrafamiliares más complejas, más conflictivas, amigos que se han enterado de cosas leyendo el libro sin que supieran determinadas cosas. [Está] conmocionada, pero creo que más conmocionada ahora en la Argentina que con todo lo de España. Porque en España nos hacíamos bromas todo el tiempo acerca de que salían un montón de artículos por día y entonces el día que sólo salían cuatro yo le escribía: “Che, somos dos fracasos”.
- ¿Y el entorno de ella, los otros protagonistas?
- También, muy bien. Viste estas cosas que en el libro aparecen como que no se hablan. Gente cercana a ella me dijo: “Hace 40 años que la conozco y nunca le había preguntado todo lo que pasó en la ESMA, o nunca le había preguntado por lo de Astiz”. Enrique, un amigo suyo, me escribió un mensaje precioso, diciendo: “Te escribo esto llorando, no puedo creer por todas las cosas por las que pasó, hace 10 años que la conozco”. Lidia Vieyra me escribió un mensaje que me puso los pelos de punta. Lidia, que la súper conoce y que encontró y descubrió cosas gracias al libro. “Antes la quería pero ahora la respeto y la admiro de una manera increíble”, me dijo.