Hannah Arendt y el eterno forcejeo con el mundo

Una pensadora indomeñable y humana, demasiado humana. Es lo que dibuja Ken Krimstein en la biografía 'Las tres vidas de Hannah Arendt'.

La filósofa Hannah Arendt, dibujada por Ken Krimstein. SALAMANDRA GRAPHIC
La filósofa Hannah Arendt, dibujada por Ken Krimstein. SALAMANDRA GRAPHIC

La referencia a la obra de Nietzsche Humano, demasiado humano (1878) sirve de introducción a la vida y al pensamiento de Hannah Arendt, una mujer excesiva, pero ¿qué no lo fue en el siglo XX que le tocó vivir? ¿Se podría haber afrontado de otra manera más tibia?

Quizá, pero eso no iba con Arendt, que estaba allí para vivir y protagonizar las tres vidas a las que hace referencia el título de la novela gráfica Las tres vidas de Hannah Arendt, que publica ahora en español Salamandra Graphic: como víctima del nazismo, como intérprete de sus causas y como revulsivo del pensamiento que engendra un mundo nuevo. Se le pueden añadir unas cuantas más —como amante, exiliada, paria, como pionera en el filosofía política, en el periodismo filosófico— hasta convertir la vida de Arendt en un caleidoscopio exuberante que por primer vez se puede disfrutar no solo con la lectura de las líneas, sino a través de los dibujos. Han salido de la mano, la imaginación y la investigación del estadounidense Ken Krimstein, un autor, profesor y colaborador de medios como The New Yorker, Punch o The Wall Street Journal.

La visión de Krimstein de la vida de la pequeña Hannah Arendt la sitúa entre dos conflictos; uno personal y otro social. El personal es crecer familiarmente junto a un padre enfermo de sífilis. El segundo, hacerlo en un medio donde también crece el odio contra los judíos. Si algunas de las preguntas de los niños son siempre delicadas, las de Arendt batían récords: Mamá, ¿somos judíos?;  Mamá, ¿qué es ser judía?; Mamá, ¿qué es la sífilis?; ¿Se puede morir de sexo?

En Las tres vidas de Hannah Arendt, editado originalmente en 2018, Krimstein imagina una niña inquisitiva y una madre que apenas sabe qué responder, una niña que pronto entiende que los balbuceos de los adultos no incluyen la verdad —o no toda la verdad— y corre a la biblioteca a buscar las respuestas. También husmea en la de casa, donde encuentra los textos clave de la literatura y del pensamiento. Krimstein dibuja a una Arendt de 14 años sentada sobre las obras completas de Kant. Las ha leído todas, pero no está satisfecha: “Aún no he logrado todas las respuestas, así que se me ocurre leer a toda la gente a la que Kant leyó”.

Página de 'Las tres vidas de Hannah Arendt', de Ken Krimstein. SALAMANDRA GRAPHIC
Página de 'Las tres vidas de Hannah Arendt', de Ken Krimstein. SALAMANDRA GRAPHIC

Medirse con la realidad

Mientras finaliza la Gran Guerra, Arendt libra otras batallas: en la escuela se enfrenta a sus profesores y es expulsada. Lo que no se resienten son sus ganas de saber. Prosigue su formación autodidacta y pasa el examen de acceso a la universidad: quiere ir a Marburgo, porque allí se habla de un profesor, un tal Martin Heidegger, que un fenómeno, un “mago”, y Arendt quiere comprobarlo. Ese gesto, ese arranque, es el sello que la convierte en una filósofa distinta. Ella está alerta, investiga, sabe pero, en último término, quiere confrontar sus ideas con la realidad yendo a su encuentro. Así, Arendt va a ver quién es ese Heidegger, igual que muchos años después iría a Jerusalén a ver cómo reaccionaba ese otro nazi, menos cultivado, y que tanto dolor y muerte había causado: Adolf Eichmann. En clase de Heidegger, Arendt pronto destaca: es la extraña para los demás y es la igual para el profesor. Entre ellos comienza una relación amorosa y un duelo filosófico que la marcaron de por vida.  

Los amores clandestinos se saldan con un distanciamiento sin explicaciones. Arendt está confusa y molesta. El resultado inesperado de ese periodo será su boda con el también filósofo Günther Anders, primo de Walter Benjamin, que asiste a esa celebración. El diálogo que el autor de Las tres vidas de Hannah Arendt imagina entre los dos primos achispados por los schnapps da lugar a páginas memorables. Benjamin, uno de los pensadores más lúcidos y menos ortodoxos del siglo XX, da un repaso a algunos de los intelectuales de la época, como el propio Heidegger o como la pareja artística que formaban Adorno y Horkheimer: a estos los llama comadrejas y los pinta como caprichosos evaluadores del grado correcto del comunismo; básicamente, el suyo.

Portada de 'Las tres vidas de 'Hannah Arendt'

Juntar, relacionar autores, imaginar sus conversaciones es uno de los logros de la novela gráfica de Krimstein. Por mucho que se estudie una época y sus protagonistas, siempre es difícil vincularlos. Es más fácil —y más divertido— si los ves, si te los pintan como el artista estadounidense en este cómic, en los puntos de encuentro neurálgicos del momento: el Romanisches Café de Berlín, por ejemplo. Por allí desfilan pintores, músicos, intelectuales y cineastas haciendo lo que el personal hace cuando se reúne y pasan las horas: meterse con otros, contar chismes y hacer bromitas donde el sexo suele ser bienvenido. 

En ese contexto, Krimstein imagina una Arendt distante que, en tono grave, conversa con Albert Einstein… Da igual porque tanto la broma como el drama de existir explotan en 1933 en Alemania y, si eres judío, para poder seguir bromeando o conversando trascendentalmente, lo que hay que hacer es largarse. Hannah Arendt, junto con su madre, preparan la huida. Su marido lo había hecho antes.

Página de 'Las tres vidas de Hannah Arendt', de Ken Krimstein. SALAMANDRA GRAPHIC
Página de 'Las tres vidas de Hannah Arendt', de Ken Krimstein. SALAMANDRA GRAPHIC

París: la vida triple de Arednt

En París es donde Krimstein ubica la triple vida de Arendt como amante, como pensadora y como trabajadora. Allí se divorcia de Anders y se casa con el poeta, filósofo y activista Heinrich Blücher. Allí la imagina en nuevas conversaciones con Walter Benjamin y su inabarcable proyecto filosófico. Allí trabaja organizando la salida de niños judíos fuera de Europa. Allí es donde le pilla el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y allí, en el velódromo de invierno, es donde acaba junto con miles de mujeres y niños, gente —como dice la propia Arendt en una las viñetas— “a la que han metido en campos de concentración sus enemigos y en campos de internamiento sus amigos”. El siguiente traslado efectivamente es a un campo de concentración, Gurs, del que logra escapar aprovechando la confusión política y las órdenes contradictorias. En Marsella, esperando el visado que les permita acceder a la libertad en forma de viaje a Estados Unidos, Hannah se reencuentra con Benjamin, con  su madre, con Blücher y con un grupo muy variado de personas que buscan salir de Europa.

El porqué del totalitarismo

Tras unos comienzos duros como lo son siempre, la suerte de Arendt en Estados Unidos cambia al publicarse un artículo en la revista Aufbau, dirigida a judíos refugiados. En él, la filósofa defiende la creación de un ejército judío mundial para luchar contra Hitler, un paso más en la línea de su conocido: “Si a uno le atacan como judío, debe defenderse como judío”. Son ideas polémicas que llegan a oídos de Salo Baron, catedrático en la universidad de Columbia y considerado el mayor historiador judío del siglo XX. Este la anima a seguir escribiendo y poco a poco, a golpe de artículo, Arendt ocupa su lugar entre la intelectualidad neoyorquina. Escribe sin descanso cuando llegan noticias primero y luego pruebas sobre las industrias de exterminio al otro lado del Atlántico. Arendt se pregunta ¿por qué? Escribe todavía más. Su reflexión da lugar a una de sus obras maestras: Los orígenes del totalitarismo. En las viñetas de Krimstein, donde no solo se dibujan la biografía de Arendt, sino también su pensamiento, se lee:  

 “El oxígeno del totalitarismo es la falsedad”.

“Antes de que los líderes del totalitarismo puedan encajar la realidad en sus mentiras, su mensaje destila un desprecio cruel hacia los hechos”.

“Viven convencidos de que la realidad depende por completo del poder del hombre que se la inventa”.

Revolucionario en su época y vigente hasta hoy, el libro es un best seller que se traduce a 40 idiomas. Heidegger, al otro lado del océano, no es capaz de leerlo; guarda silencio. Silencio tras su adscripción al nazismo, silencio ante la carrera de la brillantísima antigua alumna… El silencio y la distancia se hacen patentes cuando, de visita en Europa, Arendt se encuentra con Heidegger y señora. ¿Qué podría salir mal? Años después de esa cita, Krimstein imagina a los Heidegger frente al televisor (e insultándola) mientras ven la célebre entrevista que el periodista Günter Gaus le hizo a Arendt después de que esta afirmara que lo suyo no era filosofía, sino la teoría política.

Entrevista a Hannah Arendt realizada por Günter Gaus en 1964. YOUTUBE

La filosofía les unió y la filosofía les enfrentó porque para Heidegger el ser humano es un ser para la muerte, mientras que Arendt hace de la natalidad, la acción y la pluralidad conceptos clave de su teoría. Los expondrá con detenimiento en La condición humana, publicada en 1958. En Las tres vidas de Hannah Arendt esta explica: “(…) El verdadero milagro, el verdadero sentido no procede de la muerte, sino del nacimiento. De lo nuevo. De los hombres nuevos. De las mujeres nuevas. De las ideas nuevas. A eso lo llamo ‘natalidad’. A eso lo llamo ‘pluralidad’”.

Mirar a los ojos al enemigo

En mayo de 1960, agentes del servicio de seguridad israelita atraparon en Argentina al criminal de guerra nazi Adolf Eichmann y lo llevaron a Jerusalén para enjuiciarlo. “Tengo que mirarlo a los ojos”, dice en una viñeta Hannah Arendt. Es la encargada de cubrir el juicio y romper con su crónica todo lo que podría esperarse de un encuentro entre víctima y verdugo. “Por mucho que lo intento, no logro ver a un monstruo en la jaula de cristal. Veo a un pesado, a un arribista, a un antiguo vendedor de aspiradoras que declama monsergas publicitarias vacías. Es un hombre normal y corriente, lo cual hace que sus crímenes sean aún más horribles que si se trata de una fantasía digna de Frankenstein.  Si convertimos a Eichmann en un monstruo demoniaco, en cierto modo lo absolvemos de su crimen, y nos absolvemos todos de nuestro crimen potencial, el de no pensar las cosas detenidamente. (…). El término ‘banalidad’ no hace referencia a la insignificancia, sino a la inconsciencia”.

Cuando aparece el artículo Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal sosteniendo esas ideas, la enjuiciada —y condenada— es ella. Se la acusa de culpar a las víctimas y disculpar a los nazis, se la aísla, la rechazan no solo los críticos, sino algunos buenos amigos… Es lo que más duele, porque por lo demás ella prosigue su camino, independiente, testaruda. Hacia el final de libro, que también lo es de su vida, Arendt echa la vista atrás y se presenta: “en cuanto alguien trata de encasillarme o etiquetarme, me sorprendo. Por eso las feministas me adoran y me detestan. Los libertarios me aplauden y me censuran. Defiendo a Israel y a los árabes y a todos los demás individuos (…), apoyo con fervor el derecho de todo ser humano a tener derechos”.

Es, sin duda, demasiado largo, pero sería un buen epitafio para definir el paso de Hannah Arendt por el mundo. Así, caminando sobre la Tierra la dibuja Krimstein en una de sus últimas ilustraciones, en la que se lee: “Estar viva y pensar son una misma cosa”. Su influencia llega incluso más allá: el asteroide 100027 lleva su nombre.

Periodista cultural. Colaboradora de medios como La Maleta de Portbou, El Salto y La Marea o de las revistas Diseño Interior y La Aventura de la Historia, con temas que van desde la filosofía y la poesía hasta la arquitectura y el diseño. Es autora de la novela La otra vida de Egon (2010) y los libros de relatos Siete paradas en el país de las sombras (2005) y La carretera de los perros atropellados (2012). 

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