“En un extremo del banco, bajo una Biblia con páginas fileteadas en oro, vislumbré un libro con tapas amarillas que llamó mi atención: Juana Eyre, por Carlota Brontë”. La niña que fue olvidada durante un par de horas en una iglesia —a la que había ido por primera vez, casi por error, a finales de los años sesenta—, descubrió así un amor que iba a atravesarla de por vida: la literatura de mujeres del siglo XIX.
Laura Ramos (Buenos Aires, c. 1960) fue haciéndose a sí misma entre sus pasiones románticas y los ideales de su padre, un militante revolucionario, y los de su madre, una feminista precursora, que tenían ideas en principio más modernas y progresistas que las de ella. Pero se volvió a hacer a sí misma cuando se emancipó y le dio rienda suelta a investigar sus pulsiones: se convirtió en periodista y trabajó durante años en el mítico Sí!, el suplemento joven del diario argentino Clarín. Y se volvió a construir cada vez que en sus libros recreó su propia vida, las razones que la impulsaron a estar diez años investigando la vida de las hermanas Brontë o a perseguir por todo el mundo un dato de alguna de las maestras que Domingo Sarmiento llevó de Estados Unidos a Argentina en 1869, con el fin de abrir escuelas de formación docente por todo el territorio de una nación en construcción.
Entre los prólogos y los epílogos de sus libros, Laura Ramos deja pequeñas huellas para que el lector atento linkee —tanto de su vida como de su obra— un mapa de consumos culturales victorianos y modernos que le resultan apasionantes. Es que ella es como una mamushka, una muñeca rusa, que hace un doble movimiento. Por un lado, en cada libro hay varios dentro, capas y capas de datos, miradas, documentos, incluso siglos —en Infernales, por ejemplo, une a las Brontë con Victoria Ocampo y Gabriela Mistral, pero también con una tradición más evidente, con Virgina Woolf—. Y a la vez, como ella es la artesana de su propia muñeca, en cada obra deja pistas para seguir descubriéndola, como si el trabajo de leerla también implicara la posibilidad de leer esa segunda historia, la de ella, la de la niña que quería ser romántica, la fanática de Jane Eyre y Mujercitas, la que luego fue periodista de rock, la que se fascinó con las chicas extrañas y se dedicó a escribir. “Tras esa obsesión latía el orden del coleccionista que acopia sus piezas; mis piezas, en este caso, resultaron ser los fragmentos de mi imaginación infantil, que es lo mismo que decir los de mi propia vida”, dice sobre sí misma en el comienzo de La niña guerrera (2010).
En la obra de Laura Ramos queda en evidencia un enorme amor por la investigación. Apenas se abre, por ejemplo, alguno de sus dos últimos libros, Infernales (2018) y Las señoritas (2021) —pequeños booms en Argentina y en España, publicados por Taurus y por Lumen respectivamente—, se nota que hubo una búsqueda exhaustiva por el detalle, por una carta original de hace 200 años que confirme un dato, o una recorrida por un museo de un pueblo remoto de Inglaterra para hablar con el guardia y que le diga algo, o las visitas incontables a universidades para revisar los archivos y ver fotos, documentos oficiales, bibliotecas donadas. “La pasión por encontrar las cartas, los certificados de nacimiento o de defunción, es lo que más éxtasis me produce”, dice la escritora.
Si estuvo diez años investigando a las Brontë fue por su ansias del detalle y por la necesidad de su cuarto propio fuera del hogar, aunque ese trabajo obsesivo, sobre todo, presenta el dilema de cuándo es el final de una búsqueda que puede ser eterna: “Solo empiezo a armar la estructura del libro cuando tengo la investigación central hecha. Después me van llegando nuevos datos, pero el tren ya está en marcha y esos datos vuelan por sobre los vagones, incorporándose a uno u otro, mientras vamos atravesando los Cárpatos, con el viento y la nieve azotándome la cara junto a mis personajes”. Cuando habla, Laura también está escribiendo.
Es que la literatura estuvo en ella desde antes de encontrar ese ejemplar de Charlotte Brontë traducido como Juana Eyre en ese banco de la iglesia. Ni bien supo leer, Laura aprendió a esconderse en su propio mundo, en los libros de Jane Austen, en los de su “mentora” Louisa May Alcott y, por supuesto, en las historias de las hermanas Brontë. Dejaba pistas para que la encontraran, un diario íntimo escondido entre discos con mentiras y mundos imaginados donde tenía amigas de su edad y una vida tan dramática como la de sus personajes preferidos.
Llegar al periodismo parecía lo lógico en la primavera democrática argentina, cuando lo único que quería hacer era escribir y encontrar alguien que le pagara por investigar lo que le gustaba. En el suplemento Sí! de Clarín tenía dos columnas, de ahí surgieron sus primeros dos libros. En 1991 publicó en coautoría Corazones en llamas, un texto fundacional en la literatura de música en Argentina. Se trata de una crónica subjetiva de la explosión cultural y musical del rock nacional en los ochenta. Es tan importante que lleva 11 ediciones y más de 60.000 ejemplares vendidos. El segundo es Buenos Aires me mata (1993), la recopilación de esas columnas tipo aguafuertes porteñas, como si Roberto Arlt hubiera tomado unas líneas de cocaína antes de ver a Los Violadores en la discoteca Cemento y saliera con su anotador por el bajo de Buenos Aires.
En el epígrafe de ese último libro aparece la primera pista de la Laura Ramos que hoy vemos. Es de Jeanette Winterson, la autora inglesa que fue echada de su casa a los 16 años cuando le dijo a su madre que era lesbiana y que plasmó esa experiencia en Fruta prohibida, su aclamada ópera prima. “Les estoy contando historias. Créanme”, reza la cita de Winterson, pequeña en una primera hoja blanca de un libro que experimenta la noche de los noventa con sed de euforia en los ojos y la precisión drogada de registrar un tiempo que se extinguió. Tan solo un fragmento:
La chica se fue corriendo y él entró al lavabo. Cargaba con media botella de ginebra y sentía que el mundo cedía bajo sus pies. Adentro se encontró con Fito Páez.
—¿Nunca te pasó sentir un cuac en el cerebro? —le preguntó.
Fito la miró a los ojos y le dijo:
—Sí, muchas veces. Es cuando fisurás, cuando ya no podés más.
El club Eros, a esa hora, mostraba un paisaje áspero.
Las escenas de una noche que terminó hace mucho, en los sitios emblemas de una generación que ahora es abuela, se retratan con la ferocidad con la cual vivieron esa juventud: live fast die young. Personas como Laura lo documentaron para no olvidar, para ejercitar una bitácora íntima a diario abierto. Buenos Aires me mata llegó al cine en 1997 en una adaptación que ella misma guionó y que tuvo el protagónico de Imanol Arias. Y le siguió Ciudad Paraíso (1996), otra colección de sus columnas en el suplemento Sí!, pero esta vez ya aparece en su portada una estética que no se irá más, la romántica.
Laura también escribió una novela, la única ficción en su bibliografía: Diario íntimo de una niña anticuada (2002). Luego, La niña guerrera (2010), un libro precursor y hermoso. Una serie de textos que podrían considerarse perfiles periodísticos, pero que ella llama “álbum de niñas”. Las retratadas son lesbianas y mujeres bisexuales reconocidas en Argentina y el mundo, que cuentan su niñez, su época de formación como persona. Laura desplegó su curiosidad: preguntó por sus uniformes escolares, por sus muñecas. En la foto de la solapa se la ve de cuerpo entero en un jardín en el principio de una primavera, se nota porque sobre su cabeza hay una glicina florecida que cae como una lluvia lila sobre ella, y en el suelo, un colchón de hojas secas. Viste un tweed oscuro, un uniforme de varios siglos atrás, y en una de sus manos sostiene un libro que no se llega a leer. Una pista para quien esté mirando bien, para quien quiera encontrar ahí el hilo invisible que une las partes que la componen como persona.
“Yo soy feminista como soy bípeda o nieta de mis abuelos, el feminismo forma parte de mí. No me lo cuestiono ni dialogo con él”, le dice a COOLT en una breve entrevista. Pero es que en su universo conviven un camafeo y una entrada a un concierto de punk, un casamiento entre amigas y un vestido de volados. Sigue: “Sí me interesa el mundo interior femenino, la costura, la literatura escrita por mujeres, la vida doméstica de las mujeres del siglo XIX como me interesa algo que está muy fuera de mí, como si fuera un extraterrestre mirando, asombrado, la Tierra”.
¿Se puede ser feminista hoy y añorar esas historias “románticas” de Jane Austen, de Louisa May Alcott, de las Brontë? Se puede, porque, como Laura dice, hay que mirar muy bien.
- Cuando hiciste la investigación para Infernales y fuiste a Haworth, el pueblo de las Brönte, dijiste que ese lugar “parasitaba y vampirizaba” a las hermanas. ¿Hay una búsqueda de justicia en tu libro?
- Digo que el pueblo las parasita porque extrae (no solo el pueblo, el mito bronteano en general) un espíritu sentimental y edulcorado que no corresponde con su literatura. Ya no se trata de una verdad histórica o de sentimentalismo: se trata de cómo leer a las Brönte. No es posible leer Cumbres borrascosas como una novela sentimental porque es una novela demoníaca, que habla sobre el cielo y el infierno, sobre el bien y el mal, sobre la construcción sangrienta de la cultura (Linton) por encima del lado salvaje (Heathcliff). Jane Eyre habla también de una pulsión salvaje y maligna, que es la de la tía Reed, el reverendo de Lowood School y el señor Rochester, pero que al final alcanza a la misma Charlotte Brontë, cuando debe enceguecer y debilitar a Rochester para que Jane Eyre pueda tomar las riendas de la novela, al final. Entonces, hay una vampirización mercantilista que aparta y niega estas capas oscuras de las Brontë para convertirlas en mercaderías aptas para absorber el mercado de las consumidoras de la cultura “tacita de té” (en el que me incluyo).
Ese gesto suyo de intentar reparar una lectura incorrecta, machista o mercantilista de cierto tipo de literatura lo lleva a todos los planos de su escritura. ¿Cómo puede unirse Mujercitas con la historia real de unas maestras estadounidenses que emprenden una mudanza audaz a los confines del mundo para educar a los argentinos? No sé cómo, pero Laura Ramos lo logra. En Las señoritas, ella cuenta que en 2017, ni bien entregó la biografía de las hermanas Brontë, se encontró casi por accidente en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, Estados Unidos. Ahí descubrió “unos documentos exquisitos”, dice, con un diario íntimo de la prima de dos de las maestras que emprendieron esa aventura. Después encontró más y más cartas, libros y diarios de las protagonistas y sus familiares. La aventura volvía a ocurrir. “Gran parte de mi investigación transcurrió entre bóvedas y monumentos funerarios, mientras desempolvaba antiguas actas de defunción”, dice. ¿Y la unión entre Louisa May Alcott con Sarmiento? Cuando el expresidente argentino visitó Boston, conoció el pensamiento de Margaret Fuller, una figura destacada entre los trascendentalistas y precursora del feminismo moderno. Ella fue influencia directa para crear a Jo March, porque el padre de la autora de Mujercitas pertenecía al grupo alrededor de Ralph Waldo Emerson y de Henry David Thoreau.
Ese vínculo entre corrientes de pensamiento político y las obras de estas autoras no fue profundizado por la academia, y menos por la divulgación. “Algunas novelas podrían inscribirse en ese género (tacita de té), pero no las abarca completamente. Es el mismo mercado de las lectoras de Jane Austen y Edith Warthon, que por otro malentendido son leídas como autoras románticas cuando eran en realidad inteligentísimas e irónicas”.
Si miramos como ella miraría, podemos ver en las fotos de prensa que su editorial compartió una muestra de esa Laura Ramos rockera en un cinturón de tachas, y también podemos ver en la pila de libros de su escritorio, o lo que se deja ver en su biblioteca: están Cartas entre seis hermanas, de las Mitford; y Nobles y rebeldes, de Jessica Mitford. Tal vez ahí haya una pista para su futuro.
“Estoy trabajando en dos libros. Uno sobre una mujer del siglo XX cuya vida transcurrió entre Rusia, España, Francia y América Latina. Otro, sobre unas mujeres del XIX que viajaron entre Inglaterra, Irlanda, Alemania y Escocia y los países hispánicos”, revela.
El final es abierto, pero el detalle del dato y la prosa está garantizado.