El erudito alemán Aby Warburg (1866-1929) fue una figura fundamental en la historia del arte. Es muy famosa la anécdota de su biografía sobre cuando renunció a la herencia de primogénito a cambio que su hermano menor le comprara todos los libros que pidiera. Pero todavía es más famosa la historia de su sanación.
A Warburg le fue diagnosticado lo que entonces se llamaba depresión maníaca (que ahora forma parte de la bipolaridad) y esquizofrenia. Los doctores pensaban que su condición era incurable, aunque le dejaron salir del sanatorio en el que estaba internado para una estancia con una tribu indígena. Aquella experiencia le inspiraría la redacción del ensayo El ritual de la serpiente, tras el cual a Warburg se lo consideró sanado de sus dolencias.
Hay un importante debate sobre esa sanación, pero sirva como germen teórico de distintas prácticas actuales destinadas a aliviar los problemas de salud mental. Hay que tener presente que, según datos de la OMS, el 9% de la población mundial padece algún problema de salud mental, y el 25% lo tendrá a lo largo de su vida. Se prevé que la salud mental será la principal causa de discapacidad en 2030, así que es lógico que se busquen alternativas en el diálogo social sobre esta cuestión que no pasen exclusivamente por el monopolio farmacológico.
Entre estas alternativas, destaca la lectura. En las páginas de un libro uno no sólo puede practicar la higiene mental de enfrentarse a otras identidades: la ciencia nos dice que leer, aunque sea durante poco rato, ayuda a reducir los niveles de estrés de forma sustancial, y estimula la mente de tal forma que puede contribuir a retrasar la pérdida de memoria.
Coincidiendo con el Día de la Salud Mental, que se celebra cada 10 de octubre, hay iniciativas que buscan poner en valor el papel de los libros en la vida de las personas. Es el caso de la campaña #LibreríasDeGuardia, impulsada por la editorial Planeta, que desde la semana pasada ha llevado a diversos autores del sello a las librerías españolas para dialogar sobre temas como la depresión, el autonocimiento o los trastornos alimentarios.
En COOLT hemos seleccionado a cinco de los participantes de esta iniciativa para preguntarles por la relación entre la literatura y la salud mental. Son el novelista Miguel Ángel Oeste, autor de títulos como Arena (2020) y Vengo de ese miedo (2022); la terapeuta Anabel González, autora de Lo bueno de tener un mal día (2020) y Las cicatrices no duelen (2021); el escritor y periodista Isaac Rosa, reciente ganador del premio Biblioteca Breve por Lugar seguro (2022) y gran exponente de la ficción social; el pediatra, editor y dramaturgo Eduardo Vara, responsable de libros científicos como Érase una vez en tu cerebro (2022); y la psicóloga Cristina Llagostera, autora de Morir con amor (2022).
Libros para encontrar la calma
Cristina Llagostera explica que puede encontrar la calma leyendo libros de diferentes tradiciones espirituales, mientras que Miguel Ángel Oeste dice encontrarla en obras de cualquier género, pero, puestos a elegir uno, se decanta por el noir o negrocriminal, y empieza con una enumeración de autores que van desde Ross MacDonald y Georges Simenon hasta Raymond Chandler y Jim Thompson. “Me los bebo y me distraen mucho”, asegura.
A la hora de buscar cierta paz mental, Isaac Rosa prefiere no hablar de géneros literarios en concreto, sino de buenos libros: “Cuando tengo un mal día, confío en ciertos autores ya leídos y revisitados que son garantía y que no se agotan. En esos casos soy muy de cuentos, piezas cortas y de efecto inmediato. Kafka, por ejemplo, que bien seleccionado te puede alegrar el día; tiene mala fama de depresivo cuando en muchas páginas es divertidísimo”.
La opinión de Rosa coincide con la de Eduardo Vara, quien se declara lector “omnívoro”. “Ficción y no ficción me dan sosiego por igual”, dice.
Anabel González destaca por su parte que “una buena novela nos puede ayudar a entender muchas cosas de nosotros mismos”, mientras que los libros más específicos, por ejemplo sobre gestión emocional, “nos aportan herramientas concretas para cambiar nuestra manera de funcionar”.
Lecturas que verbalizan problemas
Todo lector ha tenido alguna vez esa extraña sensación de reconocer sus preocupaciones cotidianas en escenarios lejanos. Esa habilidad de los libros para bautizar los problemas de uno, primer paso para solucionarlos, es la que la terapeuta Anabel González destaca: “Todo lo que nos ayude a reflexionar nos ayuda a regularnos”.
Isaac Rosa certifica que todos hemos pasado por ese proceso de identificación: “A veces encuentras las palabras para tu malestar donde menos lo esperas. Pasa mucho con los clásicos, que suelen ser radicalmente contemporáneos. Me pasó en una ocasión con un problema amoroso, que implicaba celos y decepción. Encontré quien me entendiera en Proust, en las prodigiosas páginas en que cuenta la relación de Swann con Odette. Cualquiera que haya vivido un desamor o haya sentido el mordisco de los celos, se reconoce punto por punto en una historia en principio tan lejana y ajena (un burgués en el París de los salones un siglo atrás)”.
Miguel Ángel Oeste habla de Nada se opone a la noche de Delphine de Vigan como “referente”. Explica que la lectura de esa obra le sirvió de modelo para su novela Vengo de ese miedo, en la que hurgó en sus recuerdos y los de sus familiares y conocidos para elaborar un testimonio sobre el maltrato doméstico. Asimismo, destaca los libros de Carson McCullers, otra escritora que le fascina.
Eduardo Vara explica cómo ciertos libros le acompañaron en la adolescencia durante su despertar homosexual: “Viví mi adolescencia en un entorno católico que me inculcó una visión de la sexualidad muy sesgada donde lo gay era pecado y debía reprimirse. Así que recuerdo leer El Mercader de Venecia, de Shakespeare, e identificarme al instante con el atormentado Antonio, que nunca reconoce estar enamorado de Bassanio, pero cuyas acciones y malabarismos verbales lo predican a los cuatro vientos. También me ayudaron en esa exploración emocional De profundis, de Oscar Wilde; Memorias de Adriano y Alexis o el tratado del inútil combate, de Marguerite Yourcenar; Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima; Las personas del verbo, de Jaime Gil de Biedma; Carol, de Patricia Hightsmith…”.
Libros que acompañan
Un libro puede ser un buen regalo para alguien que está atravesando un momento de confusión y estrés mental.
Cristina Llagostera, que es psicóloga especialista en cuidados paliativos, psicooncología y atención al duelo, explica que muchas veces ha regalado libros para acompañar “procesos naturales pero difíciles como el duelo, la vivencia de la enfermedad o el proceso de morir”. Miguel Ángel Oeste y Eduardo Vara también hacen referencia al duelo: El año del pensamiento mágico, de Joan Didion, y Diario de duelo, de Roland Barthes, son los libros que han regalado en esos casos, respectivamente. “En los libros uno encuentra un refugio”, dice Oeste, mientras que Vara valora la “compañía cómplice y reconfortante” que puede proporcionar una lectura adecuada al momento que estamos viviendo, como la pérdida de un ser querido.
Anabel González recomienda por su parte “cualquier libro, no importa la temática, que nos haga preguntarnos cosas que nunca nos habíamos preguntado”, e Issac Rosa apunta: “He regalado muchos libros contra la tristeza, en todas sus formas. Libros que son una invitación a leer como principio de una conversación posible, una forma de decir ‘estoy aquí, si quieres hablar’. Algunos libros de Julian Barnes, por ejemplo”.
Equilibrio anímico
¿Y qué relación hay entre las actividades escritora y lectora y el estado de ánimo?
Para Miguel Ángel Oeste, estos hábitos permiten alcanzar “el estado perfecto”, así como “conocer los fantasmas que nos rodean y hacerles frente, mantenerlos a distancia”.
Eduardo Vara habla en términos científicos: “Sólo el hecho de leer nos desconecta de los apremios y problemas de la vida diaria y reduce nuestro estrés, que es uno de los factores asociados con mayor claridad tanto a patologías cardiovasculares y psicológicas como al deterioro cognitivo”.
Isaac Rosa matiza: “No me gusta hablar de la literatura en términos terapéuticos, porque individualiza problemas que suelen tener una dimensión colectiva. Me interesa más lo que tiene de posibilidad de hacerte sentir menos solo, de conectar tus malestares con los de otros, ponerlos en común, saber que otros (autores, personajes, lectores) han sentido lo mismo antes”.
Y Cristina Llagostera añade que leer o escribir “puede ser una parcela que preserva la parte sana de la persona incluso en los momentos más difíciles”.
Autores que disparan la imaginación
Nos despedimos preguntando por autores favoritos: aquellos que dan más rienda suelta a la imaginación y que querremos también en nuestra biblioteca. ¿Cuáles son?
Rosa responde que tiene “una deuda enorme con Cortázar” y “toda una estirpe de autores cortazarianos tras él” que exploraron las posibilidades imaginativas del lenguaje: “Esa forma de desvelar lo que de fantástico hay en la realidad nos ha puesto a escribir a muchos”.
Vara no duda: Virginia Woolf. “Su prosa es tan preciosista, envolvente y rica en metáforas que despierta un sinfín de asociaciones en mi cerebro. Su obra es un espejo poético, nada complaciente en realidad, pero que refleja una imagen del mundo y de nosotros mismos más profunda, más humana. Su Orlando me fascina”.
Y Oeste dice que estamos ante “una pregunta imposible, inabarcable”, pero señala a dos firmas que ya ha mencionado durante la entrevista, Delphine de Vigan y Carson McCullers, prueba de que, con el tiempo, además de todo lo dicho, el lector forma su propia cosmogonía mental.