En su narrativa convergen desde el miedo visceral que las escalas temporales no humanas producen en nuestra psicología hasta el imaginario de la catástrofe, así como elementos pulp y de mitologías latinoamericanas. Entre el vértigo cósmico y la intimidad localista, la escritora y editora boliviana Liliana Colanzi (Santa Cruz, 1981) ha construido Ustedes brillan en lo oscuro, una sugestiva colección de cuentos publicada recientemente por Páginas de Espuma y ganadora de la última edición del prestigioso Premio Ribera del Duero. Junto al balcón, con la ventana abierta, desde la que entra el ruido de fondo de la gente transitando por las calles de Madrid, aún afectada por el jetlag de su viaje transatlántico desde Ithaca, Nueva York, la autora conversa con COOLT sobre su obra.
La primera historia del libro tiene como inesperado protagonista a una cueva. Ante la pregunta de por qué decidió centrarse en ese personaje y escenario, invariable a lo largo del tiempo, Liliana responde que, en una primera versión, el relato comenzaba con unos dinosaurios observando atravesar el cielo el meteorito que destruyó buena parte de la vida en la Tierra hace 66 millones de años. “El meteorito se estrelló contra la península de Yucatán, así que yo tenía en la cabeza algún lugar de México —obviamente, lo que ahora es México—, en especial Oaxaca, donde hice una inolvidable residencia gracias al premio Aura Estrada”, dice la escritora. “En Oaxaca se han encontrado restos de gonfoterios, que son ancestros del elefante. Un lugar que no conozco pero que me resulta fascinante es Naica, la mina en Chihuaha que contiene barras de cristales gigantescos en los que están atrapados microorganismos que tienen 50.000 años. Es impresionante pensar que hay toda una historia de miles de años del planeta oculta en el subsuelo”.
Además de expresar esta memoria universal, cósmica pero también cercana, encarnada en la piel de los personajes del pasado prehistórico y también del futuro que pasarán por esa caverna, el relato que abre Ustedes brillan en lo oscuro también tuvo una influencia literaria directa: el cuento ‘La última pregunta’, de Isaac Asimov, uno de los favoritos de la autora, y que habla de una inteligencia artificial que tarda miles de millones de años en encontrar la respuesta a una pregunta formulada por los seres humanos. “El cuento te hace atravesar la historia del universo, solo que en el relato de Asimov lo que está detrás del Big Bang es una inteligencia artificial, que es una creación humana, mientras que en el mío lo humano es apenas un capítulo efímero en la historia del planeta”, explica la escritora, que agrega: “Cuando tenía 20 años, contrastar la pequeñez de mi propia vida contra la inmensidad del universo me daba pánico, la sensación de estar cayendo en un agujero negro. Podía estar estudiando o trabajando y de pronto caía a toda velocidad en el terror galáctico. Escribir ‘La cueva’ fue pensar en el tiempo desde un lugar más reconciliado con mi propia pequeñez: la idea de que los humanos seamos un grano de arena en el universo ya no me produce pavor sino asombro y maravilla”.
Esa conciencia de la pequeñez de nuestra especie también está presente en la ficción poshumanista de escritores contemporáneos como Ted Chiang, que ahonda en nuestra relación con lo no humano, lo abiótico. Una narrativa que muestra los cada vez más difusos límites entre naturaleza y cultura, del mismo modo que lo pueden hacer disciplinas como la antropología o la exobiología. De acuerdo con Colanzi, las literaturas de la irrealidad (ciencia ficción, fantástico, horror) han narrado desde hace mucho no solamente las criaturas no humanas (animales, plantas, extraterrestres, híbridos, monstruos, etc.), “sino también otras formas de pensar el tiempo en escalas más grandes que la vida humana”, así como sociedades alternativas. “Nuestra noción de otras eras geológicas o de sociedades del pasado, o nuestra imaginación del universo o del futuro son también ejercicios especulativos, son relatos en permanente construcción y disputa, y la ficción no realista ha sido pionera en imaginar esas posibilidades”, apunta la autora.
Otros cuentos del libro también exploran una narrativa más allá de lo humano, pero no necesariamente extraña a nuestra naturaleza e historia. Es el caso del relato que da nombre a la colección, ‘Ustedes brillan en lo oscuro’, en el que Colanzi presenta las voces de diferentes personas afectadas por la peor catástrofe de contaminación por radiación después de Chernóbil, ocurrida en 1987 en una favela en Goiânia, Brasil. “En sus inicios era un cuento de ciencia ficción, pero terminé por eliminar todo añadido especulativo porque los hechos eran de por sí increíblemente extraños: que unos gramos de polvo encontrados en un recipiente metálico del tamaño de un dedal sean responsables de la demolición de una parte de Goiânia, de la contaminación de cientos de personas y de la creación de un cementerio nuclear que permanecerá tóxico por 300 años, es muy terrible por sí solo”, dice la autora. “Vivimos en una época de catástrofes ecológicas provocadas por la acción humana”, añade, “como escritora me resulta imposible sustraerme de esa devastación a escala planetaria, que de una u otra manera aparece en lo que escribo”.
Entre la tradición y la modernidad
En la narrativa de Colanzi siempre emerge un elemento de storytelling pulp, con un imaginario muy pop, donde también convergen la mitología local y el folclore. Así sucedía en su anterior Nuestro mundo muerto (Eterna Cadencia, 2016), y también en ‘Atomito’, el nombre de uno de sus nuevos cuentos a la vez que el de la siniestra y cándida “mascota” de una planta de energía nuclear instalada en Bolivia. Sobre la mezcla de estos elementos la autora explica: “En 2019 acompañé a mi madre a visitar Riberalta, la ciudad amazónica en la que nació, y mientras caminábamos ella señaló unas casas a la orilla del río y dijo: ‘Acá es donde vimos de chicos el platillo volador’. Hay muchos miembros de mi familia que aseguran haber visto ovnis y yo crecí con esas historias, que convivían con historias sobre el diablo y con otros monstruos populares. Todo eso moldeó mi imaginación y mi sensibilidad”.
La autora dice que en su obra no quiere representar una Bolivia de tradiciones puras “que no existe más que en cierta fantasía sobre Latinoamérica”, sino más bien la mezcla de influencias que se da en el país: “En Santa Cruz están muy presentes los eventos de cosplay, en El Alto y La Paz hace furor el k-pop entre los jóvenes, en el carnaval guaraní en Itanambikua vi que algunos bailarines habían incorporado a la danza tradicional máscaras de muñecos pepones... Hay algo muy creativo en la forma en que nos apropiamos de elementos de la cultura global y lo adaptamos a nuestros propios usos, necesidades y significados”.
Esa confluencia entre lo local y lo global también está presente en su uso del lenguaje, en algunos pasajes, muy poéticos, como “bajo el ojo abierto de la noche helada y erizada de estrellas, entre perros callejeros y estrellas calcinadas”. Lectora habitual de poetas latinoamericanos como Blanca Varela, Marosa di Giorgio, Mario Montalbetti, a Colanzi le resulta extraño un escritor que no lea poesía, y cree que eso se termina notando en la escritura. Por eso no se preocupa mucho por mantener un castellano pulcro: más bien, desea que la lengua se contamine, que se tuerza. “El lenguaje siempre debe aparecérsenos extraño y no domesticado”, dice.
La experiencia como editora
Además de dedicarse a la escritura y la labor académica, Liliana coordina la editorial Dum-Dum, que ha reeditado clásicos olvidados como El occiso o Eisejuaz y también llevado a Bolivia a autores muy relevantes como Mónica Ojeda o Martín Felipe Castagnet. Pero la escritora no ve estas actividades como muy diferentes del oficio de la narrativa, sino como una retroalimentación constante. Editar, dice, es otro aspecto de su relación con la literatura, y uno que le da la satisfacción de compartir con los demás libros que le han maravillado. Le encanta todo el proceso de edición, desde la lectura del manuscrito hasta imaginar la portada y la circulación del libro. Además, explica que como escritora ha aprendido muchísimo de los autores que publica. Entre los títulos más recientes de su sello se encuentran Huaco retrato, de Gabriela Wiener, y Tres truenos, de Marina Closs. “Ambas son autoras extraordinarias con propuestas estéticas y políticas potentísimas: Huaco retrato es un libro indispensable y urgente para confrontar los estragos que el racismo ha hecho con nuestros afectos, nuestro deseo y nuestra autoimagen, y Tres truenos es un libro hermoso y complejo sobre la sexualidad femenina, el deseo y la violencia, escrito con una prosa magnética”, dice Colanzi.
Volviendo la mirada hacia atrás para mirar adelante, además de Sara Gallardo o María Virginia Estenssoro, autoras del pasado redescubiertas por Dum Dum en Bolivia, la autora coincide con que estamos viviendo un revival, un redescubrimiento y reedición de autoras como la chilena María Luisa Bombal o la mexicana Amparo Dávila. Colanzi agregaría también a la haitiana Marie Vieux-Chauvet, “de la que se habla muy poco; su novela Amor es de lo mejor que he leído en mucho tiempo”. Y, ante la propuesta de mirar atrás para enfrentar el futuro, ¿qué nombres emergentes en Latinoamérica cree que hay que leer en los próximos años? Ella recomienda Seúl, São Paulo de Gabriel Mamani Magne, La mata, de Eliana Hernández y también Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio de Andrea Chapela.
Por todo lo anterior, conversar con Liliana Colanzi induce una experiencia similar a la lectura de sus cuentos, historias que se desarrollan con buen ritmo narrativo, ilustrando paisajes que van desde la selva boliviana, una cueva en México o el futuro más lejano, provocando un sugestivo vértigo en sus lectores, a través de las preguntas sobre nuestros límites, sobre esas zonas liminares donde se asoma el abismo de nuestra propia extinción. Así es como esta narradora practica una exploración narrativa más allá de lo humano y más acá de lo extraño.