“Todo fue muy rápido y silencioso”, dice Lina Meruane (Santiago de Chile, 1970) al otro lado de la pantalla. Estamos hablando de la publicación de su libro de cuentos Avidez a través de la editorial peruana Caja Negra hace tres años y que este octubre llegó a España a través de Páginas de Espuma, con textos adicionales. Fue en medio de la pandemia cuando, a petición de los editores peruanos, comenzó a escarbar en su propio archivo de cuentos inéditos. “No tenía conciencia de que tal vez tuvieran una unidad. Pero cuando comencé a leer, me di cuenta que había una serie de relatos que tenían que ver con el hambre o, más genéricamente, con la avidez. Ahí fue cuando los reuní por primera vez”, cuenta.
Así comenzó el trabajo de artesanía de un libro de cuentos que, al final, resultó en una edición pequeña que no circuló fuera de Perú. “Fue un contexto difícil para la circulación de los libros”, dice la escritora chilena de ascendencia palestina. Pasó el tiempo y, luego de una “parranda literaria para comer” en Madrid, explica riendo, Juan Casamayor, de Páginas de Espuma, le preguntó si tenía cuentos. Ella le habló de Avidez. Repensó el orden y agregó dos que no aparecen en la primera edición.
- Me hace sentido lo que explicas. Cuando leí Avidez tuve la sensación de que se reunían temas que es posible encontrar en diferentes momentos o etapas de tu escritura, a lo largo del tiempo. No fue un libro escrito “en presente”.
- Sí, reflejan por un lado los temas sobre los que yo he escrito. Hay una contemporaneidad de ciertos cuentos con los libros que estaba escribiendo en ese momento en términos temáticos y estilísticos. Pero también hay algunos cuentos que regresan a temas que eran anteriores. Por ejemplo, pienso que ‘Reptil’ es un cuento que perfectamente podría haber estado en Las infantas (1998). Porque está la cuestión de las mujeres, porque está la cuestión un poco más, digamos, rara, surreal, del cuerpo. Siento que hay una especie de persistencia de mis obsesiones que reaparecen en este libro. Pero en efecto, como tú dices, hay relaciones de contemporaneidad de la escritura.
- En este sentido, Avidez me hizo pensar mucho en la consistencia a la hora de crear una obra. ¿Piensas sobre el cuerpo de obra que vas creando? ¿Tienes una conciencia de aquello?
- Creo que la persistencia de las obsesiones es lo que va generando una obra. O sea, al mismo tiempo que voy siguiendo las cosas que me interesan, esas cosas me persiguen a mí también un poco; no desaparecen porque el libro esté escrito. Por ejemplo, la escritura sobre Palestina es más que un libro. Es un proyecto constituido por Palestina en pedazos (2022), que antes fue Volverse Palestina (2013), pero a eso lo acompaña Palestina, por ejemplo (2018). Las ficciones son un poco más azarosas y menos planificadas, porque una vez que se termina una novela, para mí realmente terminó la novela, mientras que cuando termino un ensayo, no necesariamente está del todo cerrado. Siempre queda algún cabo suelto que puedo retomar a veces en otros textos o en un siguiente libro. Entonces, digamos que hay dos operaciones: una que es más continua y otra que, si hay alguna reincidencia, es porque yo no he terminado de resolver la pregunta que tengo.
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La de Meruane es una obra consistente, además de premiada. El último galardón que recogió fue el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso este mismo año. Pero también se trata de un trabajo que ha recorrido el camino suficiente como para poder analizar su universo. El elemento que cruza transversalmente ese imaginario es el cuerpo. Un tema que para la autora no se agota.
“El cuerpo, para mí, funciona como filtro de lo real y también como disparador de la imaginación”, dice. “Entonces, es una escritura que, por un lado, es con el cuerpo, porque materialmente la escritura sale de una persona que se sienta a escribir, le duele la espalda y se cansa; pero también es una escritura que atraviesa esa problemática, que piensa sobre los cuerpos. Eso me ha dado un punto de entrada para todos mis libros, pero de una manera que no está planificada, porque la preocupación sobre el cuerpo es algo que está presente desde muy temprano en mi vida. Es un lenguaje muy formativo para mí, como hija de médicos, como persona que tiene una condición crónica. Eso me acompaña y lo hace inevitable”.
Y comenzamos a hablar sobre lo que significa escribir con el cuerpo, más allá de los dolores de la espalda o la potencial tendinitis. Todo lo que es un poco más difícil de describir y que va más allá del acto de sentarse en una silla, posar las manos en un teclado o tomar un lápiz. Sobre la conciencia del cuerpo como lo definió Lina: un filtro de lo real. “Cuando tu cuerpo duele, cuando tienes frío o calor, cuando estás deprimida o contenta, todo se percibe diferente ¿no?”, dice la escritora. “El cuerpo está todo el tiempo traspasando, siendo el médium de la escritura. Entonces, entre la realidad y la escritura hay toda una transformación que pasa por tu propio sentido de espacio, de tiempo, por tu propia emocionalidad. Y creo que la imaginación, la imaginación erótica, pasa a través del cuerpo. Me parece que ahí hay una mediación que es muy importante y yo tengo, digamos, muy afinados mis sentidos en relación a todo eso”.
En Avidez hay imágenes poderosas que apelan a los sentidos. Hermanos comiendo pasta y ensuciándose la boca, migas de pan deshaciéndose entre los dientes. Estos cuentos son una experiencia sensorial. Pero también existe otra dimensión, la que tiene que ver con los cuerpos. La relación entre ellos. “Eso también opera en el libro”, dice Lina. “Hay una relación entre cuerpos que está ocurriendo constantemente, cuerpos que proyectan pero también reciben”.
Y pareciera ser que los cuerpos, sujetos o existencias que más seducen a Lina son las mujeres y las infancias. Existe allí un potencial literario evidente para la autora: “Las mujeres y los niños han sido los sujetos más enigmáticos de la literatura”, dice. “Me formé leyendo a autores hombres del canon y sentía que esa mediación que se hacía sobre la subjetividad de mujeres y niños estaba muy cruzada por esas otras experiencias. Supongo que eso me hizo pensar en la subjetividad de las mujeres, múltiple, diversa, cambiante, compleja. Y menos estandarizada de lo que me parecía en esos textos, donde ellas tenían unos roles fijos y muy castigados también”.
Lina cuenta que ha sido una gran exploración el hecho de ir descubriendo esa multiplicidad: “Me pasa también con los niños que, además de ser enigmáticos, también están cristalizadas sus figuras en torno a un afán social de que sean inocentes y separados del deseo. Y cuando una mira la realidad, no es eso lo que encuentra. Lo que encuentra es que hay crueldad en la infancia; hay desidia, traición y hay una libido que también está operando. A esos niños en la literatura yo no los estaba viendo y tenía la sensación de que ahí había un enigma”.
La escritora no tiene presente cuándo fue la primera vez que encontró una subjetividad que saliera del canon en la literatura, pero sí recuerda que leyó Mujercitas de Louise May Alcott y que no le gustó nada: “Sentía que era una infancia deslavada, no me interesaba”. También recuerda cuando, más tarde, llegaron a sus manos algunos libros de Yukio Mishima, un autor que la sedujo: “Trabaja la cuestión de la crueldad de una manera muy fina y muy feroz. Me voló mucho la cabeza, como cuando leí a Dostoyevski. Yo siempre estaba pensando que quería escribir y entonces iba un poco mirando qué es lo que escribían los otros y claro, en los textos que me fascinaban encontraba esa oscuridad”.
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Casi al final de Avidez está ‘Lo profundo’, un relato que reúne varios de los elementos que componen el universo literario de Lina. Allí se plantea la relación de la protagonista con su cuerpo, están presentes el hospital, la enfermedad, los médicos; y también lo erótico, con la idea de obtener el placer a través de la herida. Le pregunto a Lina sobre la construcción de este cuento y ya en la primera frase que emite lo deja claro: “¿Es que tú no encuentras que la vida es un poco así? O sea, ningún sentimiento, ninguna sensación está aislada de las otras”, dice. “Muchas de nuestras sensaciones tienen un pliegue”. La autora explica que le interesó mucho esa posibilidad de darle otro uso a una herida: “Ahí había también una imaginación sobre el cuerpo, algo con más posibilidades de las que nos dan la propia biología o anatomía”.
Además, cuenta Lina, estamos en un momento en el que se nos permite, gracias a la tecnología quirúrgica, “la reimaginación” del cuerpo. “Lo vemos en la cirugía plástica, pero también con la transición de género: yo decido sobre mi cuerpo”, explica. “Cuando pienso en esa frase, y en la idea de que las mujeres tenemos derecho a decidir sobre el cuerpo, pienso en que esto va mucho más allá de la cuestión del aborto. Tiene que ver con la identidad que imaginamos, con la productividad, incluso, que imaginamos para nuestro cuerpo. Y tiene que ver también con un desafío de la norma. Para mí, este personaje, esta persona que se convirtió en un personaje, permitió abrir una serie de interrogantes que me interesan muchísimo”.
Dice Lina que la protagonista de ‘Lo profundo’ le parece seductora, pero también transgresora, porque es quien continuamente toma las decisiones: “Ella es la que decide si ir o no a la intervención para cerrar el agujero en su cuerpo. Ella es la que decide qué hacer con él. También hay algo más que me ha interesado mucho en la exploración del sujeto femenino en mis cuentos y es el lugar de la mujer profesional, el de la mujer que tiene un oficio que le da dinero. Me interesaba quitar carga a una cierta moral que dicta cómo las mujeres usan su cuerpo”.
Las formas de vivir la vida, las emociones y también los personajes que se pueden llegar a construir en las ficciones son complejos. Hay capas y grises. No puedo evitar preguntarle a Lina por la simplificación que muchas veces se pueden ver en los análisis de las obras, ya sea en el cine, el teatro, la música o los libros. “Lo que pasa es que siempre estamos siendo acechados por una normatividad”, contesta. “Y en este momento, en la literatura, hay dos polos de norma. Por un lado, la norma conservadora de la derecha que quiere impedir que los libros habiliten el pensamiento crítico y las posibilidades que ofrecen tanto la realidad como la imaginación. La estrategia desde ese lado es la de impedir no solo que los hijos de esa gente lean ciertos libros, por ejemplo, sino todo el mundo. Una prohibición”.
Pero la escritora también ve conservadurismo en una izquierda que tiene “una misión de protección que pasa por la corrección política o higienización de los textos”. Eliminar palabras que pueden ser ofensivas o discriminatorias, por ejemplo. “Ahí también hay un riesgo, porque con eso borramos la historia política y social que nos precede. Me acuerdo que yo tuve esta discusión en una sala de clases, a propósito de Mark Twain y de Huckleberry Finn y cómo habían reemplazado la palabra ‘negro’ del libro. Y una estudiante afroamericana me dijo ‘bueno, pero es que, si quitamos todas estas palabras ofensivas, ¿de qué nos estamos quejando?’. Si la quitamos, se deja de hablar del problema que sigue ocurriendo en la realidad, por más que se quiten palabras de los textos”.
Lina cree que si no aprendemos a pensar “crítica y contextualmente” una creación artística “nos estaremos quedando ciegos” frente a las preguntas que los textos nos hacen. “Hay que ir caso por caso, teniendo mucho cuidado con que no se nos imponga una moral que acabe recortando los textos y haciéndolos desaparecer”, dice. “La literatura es una zona de interrogación, de crítica. Nos enseña a leer de otra manera. Entonces, quitarle esa dimensión es convertirla en un texto pedagógico deslavado que no conversa con la realidad”.
- Esto me hace pensar en algo que observé hace poco en Chile. Me sorprendió que no existiera una programación contundente frente a los 50 años de la muerte de Neruda. Por ejemplo, hubiese sido interesante un espacio de lectura crítica sobre su obra hecha desde los feminismos, que es desde el sector en donde ha habido críticas, más que un silencio total ¿Qué piensas tú?
- Recuerdo que hace unos años hubo un poco de escándalo ¿no? A propósito del relato que hace Neruda en Confieso que he vivido, sobre la manera en que él no solamente abusa sexualmente de la mujer encargada de la limpieza, sino que además la describe como una especie de estatua bella y exótica, digna de abuso por parte del hombre. Bueno, ahí lo que no se entiende es que realmente hay un contexto que habilita a los hombres de esa época no solamente a hacer lo que hacen, sino incluso a contarlo impunemente y embellecerlo de una manera bastante atroz, sobre todo pensando que es una memoria, no es ficción. Y esto también tuvo un cierto eco en la revisión de la obra del propio Alberto Fuguet, que en una memoria habla de una empleada doméstica y de la manera que se la ha tratado en términos sexuales. Estoy completamente de acuerdo contigo. Todo eso amerita una reflexión crítica más que una mera cancelación, porque la cancelación lo que impide es pensar. Tendría que haber habido una conversación más abierta, que nos hiciera pensar, por ejemplo, sobre lo que han sido las masculinidades tóxicas. Y también ver otras dimensiones, como que [Neruda] fue un poeta importante, posible víctima de asesinato de parte de la dictadura. O sea, hay mucha complejidad en torno a Neruda y todo eso ameritaba, creo, una recontextualización de su obra y de su figura.