De los cinco millones de venezolanos que han dejado su país en los últimos años, decenas de ellos son narradores quienes, contra todas las adversidades, han logrado revivir con su arte y llevar consigo no solo lo que les cupo en el equipaje, sino también sus apuntes, poemas e historias para cosecharlos en un escenario desconocido, extraño; con la paciencia y la convicción de que todo es posible. Muchos han sido comprendidos y han visto cómo se les han abierto las puertas de sus nuevas casas al lograr publicar con editoriales en los lugares de destino.
Algunos de esos narradores son jóvenes que habían logrado reconocimiento en Venezuela y renacieron en lo desconocido. Otros con más experiencia en la literatura han ampliado su visión del mundo y encontrado nuevos caminos para su arte de narrar. En todos hay un punto en común: ser parte de la diáspora masiva que le ha tocado vivir a Venezuela. Algunas palabras interpretan el concepto compartido como oscuridad, miedo, expulsión, dolor, y pérdida. Pero el sentimiento que más comparten es la capacidad de reencontrarse, superar la nostalgia y poner en marcha el teclado del que emana una parte de la vida anterior que se funde con la nueva.
El trabajo de estos autores fue uno de los ejes de la sexta edición de la Feria del Libro del Oeste de Caracas, que, bajo el lema “(Re) encontrándonos y descubriéndonos en la literatura de la diáspora”, se celebró desde la última semana de noviembre hasta el pasado 4 de diciembre en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB).
Contra todas las limitaciones que vive Venezuela, a las que se suman las restricciones derivadas de la pandemia, en los jardines de este recinto pudimos ver a importantes figuras de las artes y la escritura, historiadores y catedráticos; pero, en especial, a jóvenes que buscan respuestas en la literatura. También fue posible encontrarse con escritores venezolanos que han emigrado. Entre ellos, mediante las bondades de la tecnología, con una de las autoras más destacadas de los últimos años, Karina Sainz Borgo, quien reside en España desde 2006 y que fue la encargada de ofrecer el pregón inaugural de la feria, que este año distinguió con la Orden UCAB a la poeta Yolanda Pantin por su extensa y laureada trayectoria en las letras.
La elección de Karina Sainz Borgo para inaugurar la Feria del Oeste no fue casual. La primera novela de esta escritora venezolana, La hija de la española (Lumen, 2019), ha sido traducida a 26 idiomas y ha recibido galardones como el Gran Premio de la Heroína Madame Figaro de Francia y el International Literary Prize. A través de Sainz Borgo, la Feria del Oeste quiso reconocer la persistencia de los autores de la diáspora. Su debut literario es un símbolo de esta condición, con una narración que emana del desarraigo y dolor de la autora, pero que también ofrece la mirada desde aquella Venezuela que existió antes del chavismo.
Desde la pantalla de la videoconferencia y ante un auditorio al aire libre dispuesto en uno de los jardines de la UCAB, Sainz Borgo, egresada de esta universidad, comenzó su intervención expresando que “leer es un acto de insurrección. Un riesgo. Un contagio. Gracias a su lenta acción de riego se han declarado independencias; defenestrado élites religiosas y políticas. Leer es traicionar a las versiones más precarias de nosotros mismos. Leer, como dice el italiano Alfonso Berardinelli (Roma, 1947), el agitador cultural más indómito y polémico de Italia, es un riesgo”.
Los escritores de la diáspora hablan
Hace unos días un joven que traspasaba la última frontera venezolana hacia Brasil, envió en un video su despedida. El joven, cargando un abultado morral en la espalda, mientras caminaba miraba hacia las verdes montañas que separan al sur de Venezuela con el norte de Brasil y decía conmovido: “Estoy mirando por última vez ese que fue mi país. Allá he dejado la vida que conocí y ahora camino sobre éste que no sé a dónde me conducirá. Hice todo lo que se puede para cambiar las cosas; pero no pude más, me rindo. Me he marchado por mis hijos y para buscarles una nueva vida”.
Esta imagen que se ha repetido de diversas formas en tantos venezolanos tiene también una forma de permanencia, de testimonio en la literatura a través de los diversos escritores que se han ido del país. Durante la Feria del Oeste, se logró que cuatro narradores por día ofrecieran sus relatos y compartieran sus experiencias. En este texto ofrecemos la vivencia de tres de ellos que participaron en uno de estos encuentros virtuales. Hablaron del nebuloso camino de la migración y contaron su tránsito y cómo han logrado renacer aferrados a su escritura.
Fedosy Santaella: “Lo que importa es decir que volví”
Nacido en Puerto Cabello en 1970, Fedosy Santaella es uno de los más experimentados del grupo. Este licenciado en Letras en la Universidad Central de Venezuela y antiguo profesor de Semiótica y Publicidad en la UCAB ganó en 2004 la Bienal internacional José Rafael Pocaterra en Narrativa y obtuvo en 2016 el premio internacional Novela Corta Ciudad de Barbastro (España). Entre sus obras destacan Los nombres (2016) y El dedo de David Lynch (2015), publicadas por la editorial española Pre-Textos.
Asentado en México desde 2017, Santaella explicó, vía Zoom, que ha tenido la fortuna de ubicar y publicar la mayoría de las cosas que ha escrito, lo cual agradece profundamente.
- A lo largo de los años he desarrollado un trabajo en el que no necesariamente el cambio de país te va a modificar, te va afectar o anular. Si eres consecuente con la obra que vienes haciendo, uno continúa por ese camino, por ese lugar por donde uno se ha adentrado. Esa línea, ese esqueleto que recorre tu trabajo, va recibiendo influencia de lo que va pasando en tu vida. El cambio no es radical, no. No es un corte de lo que vienes haciendo. No vengo acá a llorar ni a lamentarme o a quejarme, pero, evidentemente, tener que salir de tu país, y dependiendo del momento que lo hayas hecho, no es agradable y produce desesperación, tristeza y frustración; y te encuentras como en el vacío. Cuando llegas a un país como México, un país gigantesco con una producción literaria importante, impacta; cuando en tu país eras alguien conocido, tenías contactos, gente y periodistas, académicos, editoriales —las pocas que quedan— y tus lectores.
- Llegas a México y te encuentras en un absoluto vacío. Esa debe ser la situación de todos, no es exclusiva de México. Y la frustración, la desesperación de vivir esa oscuridad, está allí presente. Sin embargo uno no deja de escribir, y la necesidad de producir la alimenta también esa ira, esa desesperación, ese pesimismo; y después que los exorcizaste, ves si los publicas o no. Lo que importa es decir que volví. Si bien en aquellos primeros momentos, hace cuatro años, escribí algunas cosas un tanto desesperadas, tristes, melancólicas e iracundas, luego volví a mi tronco original y al camino que venía recorriendo, que es mío, que forma parte de mí. Lo importante es volver al camino que tiene trazada tu obra.
- ¿Me ha influido México? desde luego. Estoy leyendo autores mexicanos. Estoy leyendo a Guadalupe Nettel, Antonio Ortuño Sahagún, investigando sobre Leonora Carrington, que es una pintora surrealista y escritora inglesa nacionalizada mexicana. Estoy estudiando la obra de Elena Poniatowska, he estado adentrándome en la poesía, he vuelto a leer a Juan Rulfo, sus cuentos que son magníficos, es un maestro excepcional y nunca dejaré de leerlo. En este momento tengo una novela corta que espero publicar pronto que gira en torno a su obra, aunque es un trabajo de ficción.
Gabriel Payares: “La odisea tiene sus momentos en que se llora”
Nacido en Londres en 1983 pero criado en Caracas, Gabriel Payares decidió emigrar a Argentina hace siete años. Los fuertes conflictos que se protagonizaron en Venezuela en 2014 y cierta frustración colectiva luego de fuertes tiempos de represión lo llevaron hacia el sur. Payares buscaba tiempo y espacio para continuar con su escritura afectada entre tanta incertidumbre. Licenciado en Letras de la Universidad Central de Venezuela, magíster en Literatura Latinoamericana por la Universidad Simón Bolívar y magíster en Escritura Creativa por la Universidad Tres de Febrero de Argentina, debutó con el libro de relatos Cuando bajaron las aguas (Monte Ávila, 2009). Después de publicar sus narraciones en diversas antologías, en 2014, su relato Las Ballenas recibió una mención en el XIII Concurso Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar de La Habana, en 2014.
- Ya tengo siete años en Argentina y es un país que puede ser un poco cerrado. Cuando me vine me traje mis últimos escritos y los terminé de corregir acá y tuve la fortuna de publicarlos con la gente de la editorial Corregidor de Buenos Aires. Fue una experiencia bien interesante. Me favoreció el exotismo de la cultura latinoamericana porque los argentinos nos perciben como si fuéramos algo distintos. Para ellos es como si existiera América Latina y está Argentina al final, como si fueran entidades separadas. Fue muy interesante porque aprendí mucho sobre Argentina y sobre quiénes somos. Pero lo que siguió a eso fue un proceso muy largo en el que no escribí nada. Digamos que uno siempre tiene ganas, tiene ideas. Pero me faltaba cierta idea de conectividad. ¿A quién le escribe uno? Siempre se escribe para alguien o de algo. Y ese vacío, como decía Fedosy, es la sensación de emigrante, de desaparición de la vida reciente, de lo que uno había acumulado a lo largo de tantos años, especialmente para quienes son mayores, debe ser más dramático.
- Cuando yo me vine en el año 2014 todavía no existía la ola de emigración tan masiva como ahora. Y acá en Argentina éramos pocos los venezolanos. Fue difícil, la sensación de soledad fue muy intensa, la desconexión, sobre todo la nostalgia, la idea de que mi vida anterior había desaparecido. Es como si uno perteneciera a un circuito eléctrico y de pronto te desconectan. Esa sensación de soledad se traducía en una especie de silencio y dejé de escribir. Comencé a leer la literatura argentina y a tratar de entender los referentes. Ahora estoy terminando un libro de cuentos y, naturalmente, refleja esa experiencia que no necesariamente es traumática. La odisea tiene sus momentos en que se llora, y ese periplo es imposible que no refleje lo que uno va a ser o está haciendo. Lo que ha reflejado estos foros de la feria UCAB es la diversidad de experiencias migrantes que estamos teniendo los escritores que a pesar de que podemos encontrar muchos puntos comunes, y desde luego tenemos la literatura como un punto en común, en el fondo estamos viendo una serie de experiencias radicalmente distintas. Eso tendrá que influir en el futuro de la literatura venezolana.
- Mi experiencia ha sido una especie de muerte y resurrección. Reencontrarse es volver a lo que a uno le gusta decir. Hay una expresión de un escritor surcoreano, Byung-Chul Han, que dice “escribir es siempre escribir a casa”, que nos calza perfectamente.
Enza García Arreaza: “Expulsión es la palabra que me calza a mí”
La joven escritora y poeta Enza García Arreaza nació en 1987 en Puerto La Cruz, ciudad de la costa oriental de Venezuela muy apreciada por sus playas. En 2004 obtuvo el VII Premio Literario Cuento Contigo: Nuevas Voces Literarias de Casa de América de Madrid, y tres años después ganó el concurso para obras de autores inéditos de la editorial venezolana Monte Ávila con el libro de cuentos Cállate poco a poco. Entre sus libros de poemas destaca Cosmonauta (Fundación La Poeteca, 2020), en el que aborda como espectadora el tema familiar que no termina de descifrar. “Escarbar en la nada” es su recuerdo más sentido de sus últimos años en Venezuela, para más tarde saltar hacia el vacío de la migración. Desde el sur de Estados Unidos, Enza conversó en la Feria del Oeste.
- Ha sido fabuloso reencontrarse con los amigos y me permite seguir imaginando otras tertulias porque este es un tema inagotable y se pueden seguir invitando autores que están en la diáspora como por ejemplo: Manuel Gerardo Sánchez y Felipe Calvo en España; María Dayana Fraile en Estados Unidos; Marianne Díaz Hernández y Jacobo Villalobos en Chile; José Urriola y Julieta Omaña en México. Y uno se entusiasma porque estos temas no se agotan y no nos agotamos nosotros.
- Expulsión es la palabra que me calza a mí. Y para mí comenzó cuando estaba atascada en Puerto La Cruz en 2014, cuando ni siquiera imaginaba poner un pie fuera de allí y lo que prevalecía era sobrevivir. Expulsión entonces era decidir entre comer o comprar un libro. Allí creo que se estaba formando esa “región”, ese no lugar como escritora. Gracias a mi participación los programas de escritura en Estados Unidos tuve la oportunidad de experimentar una expulsión más materializada. Una de las cosas más impresionantes que me han pasado es cuando llegué en 2017 al Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa, en el que te enfrentas a otros 34 escritores que vienen de otros contextos sociales y políticos, y te mueres de envidia porque no todos caminan entre ruinas y no todo tiene que explicarse en el sentido de cierta tragedia, porque vienen de comunidades literarias establecidas, con patrocinios, con editoriales, con vidas más allá del estado de supervivencia permanente. Eso para mí fue una suerte de aniquilación, de mucha vergüenza y ansiedad. Pero la idea no era conectarse con ese sentido infinito de tragedia, porque eso no produce nada. Luego tuve la oportunidad de regresar a Estados Unidos con una residencia y me quedé porque me tocaba hacer mi vida sentimentalmente.
- Es difícil hacer una vida en Estados Unidos, porque es un país donde las blancuras te arrasan y te señalan, donde [en el sur] ves la bandera confederada todos los fines de semana porque tienen esta idea de una infinita guerra civil. Hay momentos en que es muy abrumador. Pero, al mismo tiempo, me recuerda lo que era estar en casa, en Venezuela. Lo que era estar escondida escarbando entre la nada en Puerto La Cruz, incapaz de proyectar un futuro. Entonces siento por momentos que todo lo que había vivido antes me preparó lo suficiente para enfrentar esta no existencia. Pero también hay días en que todo es maravilloso y me siento a leer cosas que ya había leído hace una década: Emily Dickinson, Robert Gross, etc. Siento que de nuevo vuelvo a casa y sigo con mis temas de siempre. La familia que tanto luché para entender y que finalmente dejé atrás. Y entonces digo: ¡qué fastidio, ahora no tengo familia! ¿De qué me quejo ahora? Me puedo quejar de mi familia nueva. Al final uno siempre escoge sus propios monstruos y fantasmas. Estoy tratando de terminar una novela que pasa por la otredad y que ahora puedo ejercer con propiedad.
Los que se fueron
La última Encuesta Nacional de Juventud (ENJUVE 2021) realizada por la UCAB indica que en los últimos 8 años la población venezolana de entre 15 y 29 años se redujo un 38%. Esta reducción evidencia que la mitad de los 5 millones de venezolanos que se fueron del país pertenecen a ese grupo. Es de destacar que gran parte de quienes emigraron completaron estudios técnicos o universitarios. El 30% de la población joven venezolana culminó sus estudios en 2013 en esas dos categorías. Gran parte de esa juventud con formación de nivel profesional conforman estos escritores, poetas, músicos, artistas plásticos y otras profesiones en las que comienzan a destacarse en distintos países. Sus historias están siendo reflejadas por aquellos que encontraron en la literatura, el ensayo o el periodismo, una forma de renacer.