Con una extensión de más de 3.000 kilómetros a lo largo del Río Grande o Río Bravo —nombre variable dependiendo de en qué margen se ubique uno—, hablar de una única frontera entre Estados Unidos y México es casi como comparar el muro de Trump con una chocolatina Hershey's o un dulce enchilado. Un reduccionismo geopolítico que no tiene en cuenta que lo que a veces es visto como un límite y otras, como un lugar de tránsito que no ha estado allí desde el principio: hace poco más de un siglo, estados como Texas, Nuevo México, Utah, California y Nevada eran territorio mexicano.
Esta idea también ignora que los cambios en el paisaje “colonizado” han dado lugar a varias formas de literatura fronteriza tanto en Estados Unidos como en el norte de México. Un fenómeno que es fruto de dos procesos que parecen contradecirse.
De un lado del río, está la necesidad de tender puentes con el origen para construir una identidad híbrida de la que poder sentirse parte y defender sus derechos, incluso teniendo que apropiarse de lo que en origen era un insulto: “chicano”. Un apelativo racista que, con la lucha por los derechos civiles del Movimiento Chicano en Estados Unidos, cambió de significado. Es decir, la border literature o literatura chicana.
Del otro margen del río, aparece la urgencia por reivindicar aquello que los diferencia tanto del resto de México como del coloso consumista que convirtió sus ciudades en salón recreativo, cantina, el sumidero de droga de toda América Latina y, claro está, un limbo en el que esperar para ir al trabajo, hacer compras o rozar el sueño americano. A este último imaginario, propio de las regiones de Tijuana, Mexicali y Ciudad Juárez, se lo conoce como literatura fronteriza y, también, “narrativa del desierto”.
Un espacio que la literatura norteamericana casi logró eclipsar convirtiéndolo en escenario de los peores vicios y peligros: desde el locurón de porno y carcajadas con cameos de superhéroes de las biblias de Tijuana, a la novela policial hard boiled o la rave perpetua de Burroughs y sus amigos.
Sin embargo, si algo tienen en común los autores transfronterizos, ya sean chicanos o escritores de la frontera, es que comparten río y resistencia.
Al sur del Río Grande
‘The Devil's Highway’ - Luis Alberto Urrea
Definida por su autor como su “disco de heavy metal”, este libro de no ficción sobre la migración en la frontera aparece citado a menudo como referente del periodismo. De hecho, fue finalista del Premio Pulitzer. The Devil 's Highway (Little, Brown and Company, 2005) narra la historia real de un grupo de 26 hombres mexicanos que cuatro años antes habían iniciado una peligrosa travesía a los Estados Unidos atravesando uno de los tramos más inhóspitos del desierto de Arizona, conocido como la Carretera del Diablo. Un lugar tan mortífero que la Patrulla Fronteriza se lo piensa dos veces antes de internarse en él. Solo 12 de estos hombres lograron salir con vida, a los 14 restantes los medios los llamaron “los 14 de Yuma”.
Nacido en Tijuana en 1955 aunque residente en Chicago, el escritor y poeta mexicoamericano Luis Alberto Urrea —autor también de La casa de los ángeles rotos (Alianza, 2018)— arrastra literalmente al lector junto a esta veintena de viajeros desde los pueblos y ciudades polvorientas al sur de la frontera, a merced de contrabandistas con oscuras promesas. Y los escupe con un estilo surrealista, alucinado, en mitad de un paisaje sediento y bipolar luego de que el grupo fuera traicionado por un coyote con un olfato desastroso para ubicarse en la nada del desierto.
A pesar de haber transcurrido veinte años desde la tragedia que cuenta, The Devil’s Highway se ha convertido en un relato imprescindible para entender la realidad humana tras la política migratoria de Estados Unidos, que vive una de las crisis de migración más feroces de su historia. Por supuesto, no la única. Ni siquiera, la última.
‘Borderlands / La frontera’ - Gloria Anzaldúa
Para la activista queer y escritora chicana Gloria Anzaldúa, la frontera entre Estados Unidos y México es “una herida abierta en la que el Tercer Mundo colisiona con el primero y sangra”. La mezcla de la sangre de esos dos mundos forma, en opinión de esta autora nacida en 1942 en el Valle del Río Grande y fallecida en 2004, un tercer país metafórico. Una suerte de “border culture” o cultura fronteriza creada en torno a una línea divisoria vaga y artificial que delimita lugares seguros e inseguros, en un estado de tránsito constante. “Los prohibido y la prohibición son sus habitantes”, sostiene. “Los atravesados viven aquí”.
En 1987, cuando escribió Borderlands/La frontera (Capitán Swing, 2016), Anzaldúa amplió el concepto de frontera más allá de un límite físico para hablarnos de cuerpos fronterizos e identidades fronterizas tanto sexuales como culturales e históricas, donde la experiencia migrante está muy presente al tiempo que la escritora, a la que siempre le resultó extraño leerse en español a pesar de esta prodigiosa traducción de Carmen Valle, reivindicaba lo que llamó “una conciencia de las fronteras”. Un vivir en los “intersticios”. Entre dos naciones, dos lenguas y dos culturas.
‘Sangre en el desierto. Las muertas de Juárez’ - Alicia Gaspar
Ganadora del Lambda Literary Award y con traducción de Rosario Sanmiguel, esta novela publicada en 2005 por Piñata Books es hija de la border culture anunciada por Anzaldúa. Su protagonista es Ivón, una académica chicana y queer que realiza una tesis sobre la intersecciones entre el género y la clase estudiando los graffitis de los baños. Cuando Ivón y su novia regresan a El Paso para adoptar a un bebé que va a dar a luz una joven mexicana, descubren que la chica ha muerto y el suyo es uno de los cientos de feminicidios que se producen de forma cotidiana en Juárez. Al desaparecer también la hermana menor de Ivón, la protagonista, que enfrenta un duro estira y afloja con su familia por su condición de lesbiana, se ve inmersa en la investigación de una conspiración silenciosa en la que todo el mundo está manchado, incluso la Patrulla Fronteriza.
Sangre en el desierto es una máquina de moler el sistema patriarcal, analizando los múltiples vínculos que existen entre la clase, la raza, la identidad de género y la globalización. Otra forma de decir que lo personal es político y lo público, privado. Y todo colisiona en una herida abierta en la que Alicia Gaspar (El Paso, 1958) mete el dedo:
“Los hombres mexicanos no estaban acostumbrados a ver mujeres en pantalones cortos de hombre, a menos que fueran cholas o lesbianas. Cualquiera de ellas era una mala noticia en Juárez. En lo que respecta a los mexicanos, significaban lo mismo: traidoras. Como americanas americanizadas y mimadas por las libertades y comportamientos del Primer Mundo, las cholas traicionaban su propia cultura. Las lesbianas, aunque eran el sueño húmedo de todo macho —para voyeurismo o para conquistar— por supuesto, traicionaban no sólo su cultura, sino su género, sus familias y su religión”.
* * * *
Al norte del Río Bravo
‘Señales que precederán al fin del mundo’ -Yuri Herrera (Periférica)
Desde que publicó su primera novela, Trabajos del reino (Periférica, 2004), Yuri Herrera ha tenido que bregar con quienes definen su literatura como “narconovelas”. Si bien su prosa ha saltado géneros y abordado el fenómeno del narcotráfico y la violencia que existe en la frontera entre México y Estados Unidos sin nombrar ni una vez a ninguno de los dos países, ni tan siquiera la palabra “narcotráfico”. Porque el territorio en el que Herrera se mueve como pez en aguas del Río Bravo es la alegoría a través de la que reflexiona sobre el poder y los poderosos.
En Señales que precederán al fin del mundo (Periférica, 2009) la protagonista, Makina, es otra cross border. Una joven trilingüe que inicia un viaje en busca de su hermano desaparecido al otro lado de la frontera y debe cruzar un territorio de arena y mitos aztecas, el infierno del Mictlán, para llegar a un lugar de muerte y resurrección. Sobre todo, de cambio:
“Nosotros somos los culpables de esta destrucción, los que no hablamos su lengua ni sabemos estar en silencio. Los que no llegamos en barco, los que ensuciamos de polvo sus portales, los que rompemos sus alambradas. Los que vinimos a quitarles el trabajo, los que aspiramos a limpiar su mierda, los que anhelamos trabajar a deshoras. (...) Nosotros, los bárbaros”, resume Herrera a través de Makina.
‘Los niños perdidos’ - Valeria Luiselli
El pasado mes de abril de 2021, unos 17.000 menores no acompañados cruzaron la frontera con Estados Unidos. Con los refugios colapsados y en plena crisis migratoria, el mundo parece haber despertado hoy a las escandalosas políticas de separación de familias y niños “enjaulados” del país. No obstante, el fenómeno ha sido largamente reporteado por muchos. Entre ellos, la escritora mexicana Valeria Luiselli quien, aprovechando su condición de traductora en la Corte de Nueva York oyó de primera mano las historias que contaban estos miles de niños y las recogió en Los niños perdidos (Un ensayo en cuarenta preguntas) (Sexto Piso, 2016). Un libro en que Luiselli convierte su prosa en altavoz de un drama humanitario utilizando como hilo conductor el cuestionario que se les realizaba a los menores durante el proceso legal para decidir su situación.
Más tarde, Luiselli llevaría su ficción al Desierto sonoro (Sexto Piso, 2019) —en realidad ‘de Sonora’, en Arizona— para documentar a través de un matrimonio en crisis que viaja en coche con sus hijos la diáspora de los niños que llegan a la frontera sur en busca de asilo y el genocidio de los pueblos nativos americanos. Entretejiendo a través de la imaginación de los hijos ambos dramas —genocidio y crisis migratoria— y ligándolo al paisaje y los sonidos.
‘Porque parece mentira la verdad nunca se sabe’ - Daniel Sada
Criado en un pueblo desértico del norte de México donde sus habitantes estaban “más muertos que vivos”, Daniel Sada fue el padre de la literatura norteña y algunos llegaron a compararlo con un Balzac del desierto o un Lezama Lima con un barroquismo de secano que él mismo rechazaba. Virtuoso en universalizar lo local, en 1999 Sada publicó en Tusquets una novela que había de revolucionar las letras en habla hispana y cuyo título oyó en un bus: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe.
Con 90 personajes y más de 600 páginas escritas a base de versos, salpicados a su vez de los dialectos norteños y contaminados de neologismos “del otro lado”, Sada dibuja la violencia y el miedo a la verdad a través de las historias cruzadas de matones, asesinos, víctimas y familias corrientes que intentan sobrevivir en un paisaje tan imaginario como real.
Tal vez tuviera razón Charlton Heston cuando dijo en Sed de mal que las ciudades fronterizas sacan a relucir lo peor de un país. Solo que esta no es una historia de buenos y malos, sino de márgenes y marginados.