Durante 337 días, entre el 1 de julio de 1898 y el 2 de junio de 1899, una bandera española confeccionada con telas de ropa de monaguillo y mosquiteras estuvo ondeando en el municipio de Baler, en la provincia filipina de Aurora.
Sus custodios fueron medio centenar jóvenes soldados españoles que habían llegado hasta allí para combatir en la guerra entre su país y Estados Unidos por el territorio de Filipinas. Permanecieron aislados, férreos en su defensa, pese a que el conflicto armado había terminado unos meses antes sin creer las noticias que les llegaban. Se los llamó los Últimos de Filipinas, unos héroes nacionales a su regreso a Barcelona que traían tras de sí no solo una derrota, también el fin de una era cultural y lingüística para el archipiélago asiático que, por entonces, ya había pasado a manos estadounidenses.
La épica historia de este escueto batallón, que fue utilizada políticamente décadas después, es una trágica anécdota dentro del relato de una batalla perdida por el mantenimiento del español como lengua oficial en Filipinas. Con el dominio norteamericano hasta 1945, el inglés se impuso en la enseñanza y en las instituciones oficiales y llevó prácticamente al ocaso a un idioma afianzado durante más de tres siglos. Filipinas, cuyo nombre incluso deriva del nombre del rey español Felipe II, volvió a perder parte de su identidad lingüística que hasta entonces había estado conviviendo con otros idiomas nativos.
“Filipinas es una invención hispánica, lo que se llama prehispánico es realmente prefilipino, lo filipino surgió con la presencia del conquistador, que unificó todas las tribus y las islas; a través de lo hispánico surgió una nación”, explica Macario Ofilada, secretario de la Academia Filipina de la Lengua Española.
Pero el legado del español es tan fuerte en el archipiélago, más allá de lo verbal o lo escrito, que también sigue presente en lo urbanístico, lo arquitectónico y lo social.
Una exposición, Na linia secreto del horizonte. El legado de Filipinas al mundo hispánico: la literatura hispanofilipina, en el Instituto Cervantes de Madrid, busca ahora rescatar esa memoria en papel de una lengua que trabajó de manera vehicular para unir dos mundos con más de 12.000 kilómetros de separación.
“La lengua española constituyó una fuente de emancipación y una lengua de comunicación entre las multilingües regiones del país durante un tiempo de protesta, de propaganda, de revolución y de guerra por la independencia”, explica el catálogo de la muestra, comisariada por Beatriz Álvarez Tardío, profesora en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.
Multilingüismo y revolución
Desde 1565, el conocido como Galeón de Manila cruzaba dos veces al año el océano Pacífico como vehículo comercial entre Filipinas y uno de los puertos claves de la Nueva España, Acapulco. Su valor iba más allá de lo económico, pues sirvió, junto con la Iglesia, para expandir el español en todo el archipiélago. Del galeón bajaban, en cada parada, cientos de frailes que adoptaron una posición integradora entre las lenguas nativas y el español, aprendiendo los idiomas locales que después utilizaban para instruir a las gentes. El multilingüismo se impuso, hasta tal mundo que incluso las lenguas oriundas filipinas terminaron organizándose gramaticalmente a espejo del español.
“En la realidad multilingüe del archipiélago filipino, se puede decir que arribó otra lengua más, el español, cuya difusión y enseñanza contribuyó a transformar conciencia lingüística sobre las lenguas vernáculas. Los vocabularios, las gramáticas, los impresos bilingües provocaron la traducción, la codificación y la reflexión sobre las lenguas, inclusive la española, que debía enfrentarse a ser vehículo de transmisión del pensamiento de las gentes que habitaban las islas Filipinas en toda su variedad”, explica la exposición que acoge el Instituto Cervantes de Madrid.
Fue la reina Isabel II quien terminó estableciendo en 1863 un sistema de educación gratuita y pública en español en Filipinas. Llegaron hasta aquí cientos de maestros y se abrieron colegios y escuelas que hizo nacer una clase media en el país, más educada, denominada por los historiadores como los Ilustrados, que tenían al español como primer idioma. Este grupo de población, paradójicamente, fue también responsable de la fallida Revolución filipina de 1896, que buscaba la independencia de España.
La muestra Na linia secreto del horizonte aborda todo ese legado que el español dejó en las letras filipinas, previo a la ocupación estadounidense. Incluye 94 libros y publicaciones procedentes del fondo del Instituto Cervantes de Manila que reflejan el uso del español como herramienta de búsqueda de soberanía del pueblo filipino y comunicación entre las multilingües regiones del país. Uno de esos volúmenes es el Nuevo diccionario manual Español-Tagalo de 1864, elaborado por Rosalío Serrano, “que contribuyó especialmente al aprendizaje del español como lengua de emancipación, de acceso al conocimiento y al pensamiento”, explica Álvarez Tardío. Tal fue el enraizamiento del español entre las clases intelectuales que incluso la Declaración de Independencia, el himno nacional y la Constitución de Malolos de 1899 se escribieron en español.
Y es que la conexión con la literatura española en esa época también fue mayúscula. “En el siglo XIX, Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán tuvieron mucho peso entre los intelectuales filipinos; también el Romanticismo tardío español fue muy importante, con autores como Larra o Espronceda”, añade la comisaria de la muestra. En el otro lado, también surgieron en Filipinas movimientos literarios en español, con nombres como Pedro Paterno, Rosa Sevilla de Alvero y Fernando María Guerrero, más ligados a los procesos por la Independencia; Jesús Balmori y Manuel Bernabé, conectados con el Modernismo hispanoamericano, y Adelina Gurrea que trajo la literatura hispanofilipina a España. Y, por supuesto, José Rizal, médico, escritor y lingüista filipino que murió ajusticiado por ser considerado instigador de la revolución de la independencia, y que mereció el pronunciamiento a su favor de Miguel de Unamuno.
Reparar el legado
Hasta la Segunda Guerra Mundial, el español continuó siendo una lengua importante, usada por sectores influyentes como la abogacía, la intelectualidad… Y eso pese a sufrir un proceso de desgaste y recesión.
“En el siglo XIX y en la primera mitad del XX había un conocimiento mutuo mayor que en la actualidad, pero la guerra nos separó mucho”, explica Álvarez Tardío. Manila fue una de las ciudades más arrasadas de Asia durante el conflicto bélico y esto cortó radicalmente la tradición hispana, además de causar la destrucción de numerosas bibliotecas y escuelas que llevaban siglos enseñando el español.
Pero existe, además, un pudor a reconocer desde una perspectiva histórica la injerencia que tuvo España sobre la cultura de sus colonias. “En el siglo XXI, la reconstrucción del pasado se realiza desde posiciones basadas en los derechos humanos y la democracia, con lo cual, para poder hacer esto, puede suceder que se oculte el pasado colonial compartido con Filipinas e Hispanoamérica, y por eso se haya terminado negando la existencia de este legado”, añade la comisaria.
Para suplir este déficit, faltaría con leer el poema En el pantalán, del que procede el verso que da título a la exposición, Na linia secreto del horizonte. Un texto escrito por el poeta Francis Macansantos en chabacano, esa lengua viva que mezcla el español con las lenguas indígenas de Filipinas, y que es un ejemplo de la hibridación y mestizaje que vivieron dos países durante varios siglos.