La niña y sus tres hermanos acaban de ser desalojados de su casa. Entre policías, agentes de la justicia y algunos tipos prepotentes, sacaron sus pertenencias a la calle y los dejaron allí, con lo que tenían puesto, mientras sus padres no estaban. Colocaron un candado en la puerta ante la mirada impotente de los niños y las protestas de algunos vecinos solidarios. Cuando el juez daba su misión por cumplida, la niña desahogó su frustración: cogió una piedra de la vereda y empezó a golpear el candado. Una, tres, diez veces, hasta que logró romperlo. Sacó las cadenas, abrió la puerta y se metió a su casa junto a sus hermanos.
“El juez, muy ceremonioso, colocó un candado en el portón de entrada y se quedó mirándonos a los cuatro huérfanos que habían sido arrojados de su casa. No me contuve. Con una piedra y entre gritos de rabia, rompí el candado en presencia del juez que no supo qué hacer”, recordó años más tarde. Aquel fue el primer gesto de orgullo y rebelión frente al mundo de esa niña. Aquel día de 1907, en una tibia calle de El Callao, a unos kilómetros de Lima, María Magdalena Julia del Portal Moreno dejó de ser solo una pequeña de 7 años y empezó a convertirse para el mundo en Magda Portal.
Aquel día nació la mujer líder que sería en el futuro y para el futuro.
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“¡Magda!, ¡Magda!, ¡Magda!”, se oyó entre los aplausos cada vez más potentes y entusiastas.
Las mujeres presentes en el auditorio vitoreaban a otra de ellas que parecía visitarlas desde un tiempo inmemorial. El público que asistió aquel día al auditorio de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas del Perú reconocía en la venerable señora que entraba al escenario a una luchadora cuya huella habían seguido todas ellas, cada quien como podía, enfrentando circunstancias casi siempre adversas para ser mujer. Las asistentes a lo que fue la Primera Convención de Mujeres Peruanas, celebrada entre el 7 y el 11 de junio de 1983, reverenciaron a Magda Portal con su aplauso porque no solo celebraban su llegada, sino toda una vida de lucha persistente, de sacrificio y consecuencia. Más allá de los límites de la poesía con que encendía sus páginas, Magda portaba aún, a sus 83 años, la flama ardiente de la rebeldía.
“La mujer está despertando a la reivindicación de sus derechos y lo hace sin pretensiones de prepotencia. Ella reclama su igualdad con el varón, que es la única forma de reclamar su dignidad como ser humano dotado de inteligencia y voluntad”, dijo la poeta a una concurrencia integrada por las principales organizaciones feministas y femeninas del país que, con su aplauso y entusiasmo incesantes, la hicieron revivir escenas ocurridas casi 40 años antes, cuando presidió la Primera Convención Nacional de Mujeres Apristas, un evento fundamental realizado en el Perú de la década de los cuarenta, ante una sociedad atada aún a muchos de los convencionalismos y las postergaciones del siglo XIX. Aquella cita sirvió además para que Portal comprobara que Víctor Raúl Haya de la Torre, el amigo junto al que fundó el Partido Aprista, que ella creía sabio y aliado, era en realidad otro hombre conservador que las quería quietecitas, dóciles y en casa.
“Tuve la gran decepción —ya estábamos mal con Haya— cuando invitamos al jefe para que hablara. Él les empezó a hablar del hogar, de la atención al marido, de la armonía conyugal, que solo podía haber armonía ‘cuando la mujer comprendiera la situación del hombre’. Ellas habían venido a hablar de política (…) y Haya les vino a hablar de cómo ser buenas madres de familia”, contó Portal en una entrevista de 1978. Aquel fue un gesto que, junto a otros, marcaría el devenir reaccionario del Partido Aprista —que dejó de lado su cariz revolucionario— hasta su casi nula representatividad actual.
“Cuando se habla de mí, se habla en voz baja, como si hicieran daño las palabras”, escribió Portal en ‘Madrugada en la cárcel’, uno de sus poemas icónicos, escrito durante algunos de los 475 días —de una pena de 500— que vivió encerrada en la cárcel de Santo Tomás como consecuencia de su militancia política. “500 días, 500 martillazos/ hora a hora, sobre el yunque del alma./ Madrugada. Una de tantas madrugadas/ en que es inútil llamar al sueño,/ en que es inútil botar, como a una mosca/ al pensamiento”, escribió la poeta durante su encierro. No sería ni la primera ni la última vez que pagaría caro por defender sus ideales. Varios de estos episodios son recordados en Magda Portal, mujer insurrecta (Academia Antártica, 2023), libro en el que la socióloga y docente Linda Lema Tucker la recuerda con cercanía y admiración.
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“Esta criatura será algo grande en la vida. Yo ya no lo veré, pero tú sí”. Pedro Pablo Portal Ortega sostenía con las manos, en un gesto de dulzura, el pequeño rostro de su hija de cinco años, mientras le decía a la madre, a manera de promesa o predicción, lo que intuía sobre el futuro de la niña, segunda de cuatro hermanos. “Tenemos que hacerla estudiar para abogada”, le dijo en otra ocasión a su compañera.
“Es posible que a esa edad intentara yo hacer valer mis infantiles argumentos, lo que le producía a mi padre cierto orgullo y satisfacción”, recordó Magda años más tarde en La vida que yo viví, su autobiografía. “Eran los inicios de mi actitud de protesta ante lo que consideraba injusto por parte de los mayores. ¡Cuántas veces más tendría que hacer valer mis objeciones y mi rechazo ante los zarpazos de la justicia!”.
Tal como él mismo sospechó, Pedro Pablo no vería crecer a quien él llamaba no Magda, sino “Julita”, pues una enfermedad pulmonar lo derribó pronto. Además del desamparo emocional que significó para ella su fallecimiento, fue también el inicio de la inestabilidad económica de la familia, lo que marcaría el pensamiento y la acción en la vida de la futura activista, narradora, poeta y política.
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“El inicio de su vida coincide con un tiempo clave en la historia del Perú. Son los primeros años del nuevo siglo y se están gestando los frentes intelectuales que más tarde se convertirían en la más clara expresión del surgimiento de una nueva conciencia peruana”, escribe Lema Tucker, quien tuvo oportunidad de tratar a Magda Portal durante los últimos 10 años de su vida, tiempo en el que pudo disfrutar de largas pláticas en su casa. Sentada en su mecedora, una tarde la poeta le contó la siguiente anécdota: “Tocaron a mi puerta, era una delegación de líderes apristas encabezados por Villanueva del Campo. Me visitaban para pedirme que volviera a militar en las filas del partido. Me opuse tenazmente y les respondí: ‘Yo avanzo, nunca retrocedo’”. Así que tuvieron que irse”. Aquel episodio ocurrió en 1985, durante el primer gobierno aprista, con Alan García a la cabeza.
A Magda Portal siempre se le identificó como una de las fundadoras de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), pero lo cierto es que se alejó del partido en 1948, tras sucesivos desacuerdos con Haya de la Torre. Uno, el ya mencionado: cuando el líder aprista evidenció su posición machista mientras intentaba aliarse a las luchadoras sociales. Otro, un episodio ocurrido en el segundo Congreso Nacional del APRA, cuando Haya de la Torre no la dejó intervenir para solicitar oficialmente que las mujeres fueran consideradas también integrantes del partido con plenos derechos y no solo como simpatizantes. Ante la intransigencia del líder, Magda abandonó la reunión al grito de “¡Esto es fascismo!”, y nunca más participaría en actividades del partido.
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“Mi mayor deseo era aprender cuanto estuviera a mi alcance a fin de trabajar. No era entonces fácil, eran muy pocas las mujeres que trabajaban (…). Estoy segura de que había muchas muchachas como yo que deseaban lo mismo, aunque el medio social de esa época era de cerrada discriminación de la mujer”, recordó Portal en La vida que yo viví. Así, siendo joven ya, estudió lo que era conocido como media comercial, con cursos utilitarios para afrontar la vida laboral, e ingresó a trabajar atendiendo al público en un estudio fotográfico. Más tarde estuvo en una agencia de comisionistas, pero dejó el trabajo por las insinuaciones del jefe. “Estos primeros fracasos me hicieron recelar y pensé que todos los jefes eran unos aprovechadores”, recordaría.
En la ruta de ida y vuelta a uno de sus trabajos en Lima pasaba cerca de la Universidad de San Marcos, que ejercía en ella particular fascinación. Un día ingresó por curiosidad a una clase de filosofía y se dio cuenta que nadie le decía nada. Así, comenzó a participar como alumna libre en clases de diversas materias. Al mismo tiempo, se consolidaba una afición por escribir que se inició en su infancia. Eran tiempos de la dictadura de Augusto Leguía y Magda Portal había vivido ya, en 1919, la huelga general por el reconocimiento de la jornada de ocho horas de los obreros y la reforma estudiantil impulsada por los mismos estudiantes, además de la formación de las Universidades Populares Manuel González Prada, institución clave para consolidar los vínculos entre los obreros y los futuros profesionales.
Para 1922, Portal sumaba entre sus amistades a personajes como el filósofo y periodista Antenor Orrego, los poetas Alcides Spelucín y Gonzalo More, el músico Alfonso de Silva o el insigne César Vallejo. “¡Qué bien suena tu nombre, Magda Portal! En cambio, el mío, Vallejo, ni siquiera Valle…”, le decía entre risas el futuro autor de Poemas humanos.
Por esos días, Portal mantuvo una relación con el poeta Federico Bolaños, con quien tuvo a su hija Gloria en 1923. Sin embargo, cansada de los golpes y malos tratos que el vate huancaíno le profería en la intimidad, lo abandonó. Tiempo más tarde se enamoraría de su hermano Reynaldo, también poeta y más conocido por su seudónimo, Serafín Delmar. Él se convertiría en un padre para Gloria. Sin embargo, una tragedia marcaría la vida de la familia en 1947: tras una decepción amorosa, Gloria se suicidó, dejando a Magda con un dolor profundo que no se extinguiría jamás. Aunque casi nunca quiso referirse públicamente al tema, en 1965, en su libro Constancia del ser, la poeta le dedicó estos versos: “Nadie abrirá la rosa/ de tu llanto callado/ ni la roja corola de tu sangre/ caíste ahí en la justa/ mitad de tu destino/ como se quiebra el agua de los lagos (…) No dejo que te rocen las palabras/ ni que digan tu nombre en voz baja/ porque eres solo mía ahora/ mía sin muerte y sin distancia”.
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En 1923, Portal se presentó a los Juegos Florales de la Universidad de San Marcos y resultó ganadora. Sin embargo, la tradición mandaba que el vencedor le dedicara sus poemas a una dama, por lo que el jurado no le permitió que se llevara el premio. A la ya grave falta de respeto propia de una cultura patriarcal y de perenne postergación de los logros femeninos se sumó una ofensa adicional: el premio de consuelo que le concederían sería entregado por el dictador Augusto Leguía. En protesta contra su régimen, que había reprimido con violencia las marchas estudiantiles, Magda Portal se retiró del lugar. “Yo no estaba dispuesta a continuar la comedia”, recordaría más tarde.
A pesar de la polémica que suscitó su decisión, aquella ofensa y su posterior indignación configurarían tan solo el inicio de su carrera literaria. En 1928, José Carlos Mariátegui publicó 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana y le dedicaría varias páginas a la poeta. “Magda Portal es ya otro valor-signo en el proceso de nuestra literatura. Con su advenimiento le ha nacido al Perú su primera poetisa”, escribió. “Magda es esencialmente lírica y humana. Su piedad se emparenta —dentro de la autónoma personalidad de uno y otro— con la piedad de Vallejo”, continuó. “En su poesía Magda nos da, ante todo, una límpida versión de sí misma. No se escamotea, no se mistifica, no se idealiza. Su poesía es su verdad”.
Para entonces, Magda había publicado un libro de prosa, El derecho de matar (1926), y otro de poesía, Una esperanza y el mar (1927). También había sufrido exilio en Bolivia junto a su esposo, con quien después compartiría destierro en Cuba y México. Fue en ese último país donde participó en la fundación del APRA. Estuvo también en Argentina, y vivió más de siete años en Chile, entre 1938 y 1945. Como política, recorrería todo el continente durante los siguientes años para compartir su visión indoamericanista y su fe en los movimientos nacionalistas, en la unión latinoamericana y en la emancipación económica y cultural de la región respecto a Estados Unidos.
En 1957 publicaría su novela más conocida, La trampa, objeto de censura. En ella habla del asesinato del director del diario El Comercio Antonio Miró Quesada de la Guerra y su esposa a manos del militante aprista Carlos Steer Lafont. “Es la representación simbólica de los personajes que participan en los contubernios, acomodos oscuros, discursos oficiales y no oficiales, ejecuciones sumarias de jóvenes, traiciones entre partidarios, la realidad carcelaria, el uso de las masas, así como también la violencia de género y el acoso sexual a aquellas mujeres que intentaban sobresalir y escapar del patrón patriarcal asignado para ellas”, afirma Linda Lema Tucker en Mujer insurrecta.
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“El gran ruido del mar estrellándose en las paredes de mi cráneo/ En cuyos frontales golpea la idea/ De las más libre libertad/ Para extender mis manos afiladas y firmes/ A los muros cerrados de la muerte”, escribió Portal en su célebre ‘Poema 11’. La idea de libertad plena recorrió su vida hasta los últimos días. Prueba de ellos es su participación en la mencionada primera Convención de Mujeres Peruanas de junio de 1983. Retirada de la política, pero no de la actividad social o literaria, entre 1958 y 1971 dirigió la filial en Perú del Fondo de Cultura Económica de México.
“Yo, que he vivido toda la vida entre hombres, he luchado con los hombres, no contra los hombres, he sentido la discriminación, he sentido la diferenciación. Que yo haya logrado superar todos estos aspectos es muy diferente a que no existan”, declaró en una entrevista de 1983 en la que también aseguró que “la libertad sexual de las mujeres es indispensable”, “el aborto es perfectamente humano” y “el feminismo es una revolución”.
Tras pasar sus últimos meses en el Hospital Obrero de Lima, acompañada de cerca por Linda Lema Tucker y otras activistas que se habían convertido en fieles amigas en sus años de ocaso, Magda Portal falleció el 11 de julio de 1989, a los 89 años.
“Magda es como una estructura de energía, dura y maciza, donde se albergan los sentimientos más puros de la nación”, escribió Lema Tucker.
Quienes la querían cumplieron su última voluntad, cremándola y arrojando sus cenizas al sereno mar de Barranco, haciendo realidad estos versos: “Un día seré libre, aún más libre que el viento,/ será claro mi canto de audaz liberación/ y hasta me habré librado de este remordimiento secreto/ que me hunde su astilla al corazón”.