Al escritor cubano Marcial Gala, que vive en Argentina desde 2016, COOLT le ha pedido empezar esta entrevista por “el final”, por el éxito que ha representado en los últimos años ver sus libros traducidos al portugués, al italiano, al polaco, al francés, al alemán y al árabe, siempre con excelentes críticas.
El diálogo se concreta por correo electrónico. Pero las respuestas de Gala (La Habana, 1963) conservan una llamativa sencillez, esa iluminación sin pretensiones que ha contribuido también a que sus novelas Rocanrol (2019), La Catedral de los Negros (2012), Sentada en su verde limón (2004) y, especialmente, Llámame Casandra (2019) encuentren una excelente acogida en un centro cultural tan exigente como Buenos Aires. Y no solo en el sur, atraído siempre y de distintas formas por Cuba: Call Me Casandra, la traducción que Anna Kushner hizo de Llámame Casandra, ha sido recomendada al menos dos veces en The New York Times como una obra “deslumbrante” y fue finalista en 2023 del prestigioso PEN Award en traducción.
- ¿Qué sigue para Marcial Gala?
- Lo de siempre, común a todo escritor: tratar de escribir algo digno y tal vez un poco mejor que lo ya escrito y tratar de colocarlo en un mercado cada vez más menguante. En el caso del escritor cubano, es aún más difícil. Ya sabes la dificultad de acceder a editoriales cuando eres cubano, y si a eso le sumas la negritud, la dificultad se hace aún mayor.
- ¿Cómo llegas a las historias que quieres contar?
- Bueno, respondo mucho a retos, a impresiones y a lecturas. Creo en el fondo que las lecturas son las que más desencadenan la maquinaria narrativa. Tengo tres novelas inéditas y las tres responden a retos literarios de distintos tipos. Me interesan mucho la estructura, la técnica narrativa, y sobre todo me fascina la elección del narrador, su punto de vista y la posición que ocupa en lo que se narra. Contar a Cuba también siempre ha sido un reto para mí, como para todos nosotros. Ese “cómo se jodió Cuba”, parafraseando a Vargas Llosa, nos interesa mucho.
- Los pensamientos suicidas de Casandra, pero también su historia de violencias, en Llámame Casandra; el asesino protagonista de La Catedral de los Negros... Tus personajes parecen definirse siempre con más exactitud en situaciones límites. ¿Dirías que solo desde o en los límites se puede crear?
- No, admiro mucho a los escritores que escriben desde la paz, desde el intelecto y desde y para la belleza. No creo mucho en las fórmulas ni en los límites, supongo que habrá en mí algo que me lleva a tratar de entender la violencia y sus desencadenantes. Tal vez lo vivido en Cuba tenga algo que ver, pero si puedo escapar de contar algo violento, lo haré con mucho gusto. Por otro lado, siempre me gustó mucho esa frase de Kafka: lo bueno termina siendo desconsolador. Esa falta de consuelo en lo bueno siempre me pareció reveladora. Siempre quise mirar debajo de la alfombra, y cuando miras ahí, encuentras diminutos monstruos, gente rota, condenada.
- Te han considerado heredero de Virgilio Piñera y Alejo Carpentier. Encuentro en tus novelas, sin embargo, una universalización del lenguaje y una simplicidad en las estructuras narrativas que me parecen alejadas de estos autores. ¿Cuáles dirías tú que son tus influencias?
- Soy un gran admirador de los escritores que fabulan y cuentan: Bulgákov, Kafka, Borges, Arundhati Roy, Tolstoi, Vonnegut Jr., Yourcenar, Duras y muchos otros, Vargas Llosa y García Marquéz, por ejemplo, y por supuesto Toni Morrison, Junot Díaz, Agualusa y los autores cubanos que mencionaste y muchos otros como Marlon James y Proust.
Soy un autor negro, caribeño, cubano, muy metido dentro de la traducción occidental; y aunque soy nacido en La Habana, soy un autor cienfueguero, o sea, de provincia, y cada vez más latinoamericano. O sea, somos muy difíciles de definir nosotros, los cubanos del exilio.
- ¿Consideras tus personajes y las historias de tus novelas críticas al ideal del hombre nuevo cubano o aspiras a que vayan más allá de una geografía?
- Me interesa mucho el tema del mal, la relación hombre-mujer, negro-blanco, y saber qué somos, qué hacemos en este mundo; y claro, durante mucho tiempo, el tema del hombre nuevo, de qué es ser cubano, tuvo gran interés para mí. Ahora me siento un poco alejado de ese asunto, pero en mi último trabajo lo veo desde afuera, de una manera extemporánea. Lo cubano forma parte del pasado del personaje principal, alguien que deambula en Buenos Aires.
- En 2018, y apenas dos años después de emigrar a Buenos Aires, recibiste el Premio Ñ por Llámenme Casandra. Tu nombre se convirtió en el primer ejemplo de autor cubano que se mencionaba en los clubes de lectura de esos años. ¿Qué se siente al ser sinónimo de “literatura cubana” en un país tan prolífico como Argentina?
- Modestia aparte, no me siento representante de nada. La literatura cubana es tan grande y diversificada que uno se da cuenta de que es nada o menos que nada. Trato de escribir y que a alguien le guste y lo lea, cosa muy difícil porque en Cuba no tenemos lugar y en el extranjero somos siempre el otro, así que estamos en el horno sin exagerar. Pero, bueno, ya que escogí escribir y no boxear —que también se me daba bien—, trato de seguir escribiendo y, sobre todo, de mejorar lo escrito para que no responda a fórmulas, de encontrar uno que otro hallazgo narrativo que nos haga creer que valió un poco la pena pasar noches insomnes y renunciar a tantas cosas.
- ¿Qué piensas del quiebre entre la literatura cubana que circula dentro de Cuba y la que circula fuera? ¿O habiendo sido también Premio Alejo Carpentier en 2012 esta es una idea con la que no estás de acuerdo?
- Sin dudas ese quiebre existe y cada vez se hace más amplio. Exceptuando lo que escribe la poeta Shinere Gala, mi hija mayor, no sé de qué va la literatura de los cubanos de dentro de la isla; tampoco sé muy claro de qué va la de los que estamos afuera, exceptuando los nombres muy conocidos.
En Portugal, en [el festival] Corrientes de Escritura, me encontré con Karla Suárez. He estado en varios festivales literarios en Europa y Brasil y uno nunca ve a un cubano, solo esa vez la vi a ella, y fue un hermoso encuentro de intercambios de libros y esas cosas. Pero estamos muy aislados, y los que están en la isla, más. Vienen a la Feria del Libro de Buenos Aires y me huyen, me invitan a vernos en lugares donde la parte oficial de la delegación no los vea. Es raro, pero es lo que hay. De manera que no los leo, y ellos no me leen mucho a mí, exceptuando las muy dignas excepciones que considero mucho.
- “Ahora todos somos marxista-leninistas, ateos, y si ves muertos es que estás loco”, le dice la madre de Raúl cuando aún solo él sabe que quiere llamarse Casandra. Es una frase que ilustra muy bien los límites a la imaginación que impuso en Cuba la llamada revolución. ¿Qué piensas de las deformaciones que generaron esos límites?
- Nos partieron al medio. No sé decir si en el caso del arte para bien o para mal. En un montón de países no hubo ese acontecimiento y la literatura también es un caos. Pero el vivir nos lo hizo añicos.
En el caso de la literatura, muchos autores traspasaron esos límites, y la prueba es lo prolífica y diversa que es la literatura de la isla. Lo complicado es la parte editorial, la censura, pero burlar la censura siempre fue posible para los autores más destacados.
- Racismo pero también sexualidades disidentes e injusticias están al centro de tus obras. ¿Por qué es importante para ti que tus discursos artísticos giren en torno a estas transversalidades?
- Solo sé que me interesan mucho. Soy un progre por definición, un tipo de persona que, aunque ama la democracia, quiere lo mejor para todos, y que se da cuenta de que el mundo es de una falsedad atroz. Por otro lado, la sexualidad, la represión de cualquier asomo de disidencia sexual, siempre estuvo en la agenda de la llamada revolución cubana. Nunca he pretendido tener ceguera voluntaria y esos temas son importantes para mí. Aparte, estamos en el siglo XXI, somos la mezcla de muchas cosas.
- ¿Has regresado a Cuba desde que te fuiste? Sé que ahí viven tus hijas.
- Fui una vez en 2016. No he vuelto, pero no crítico al que vaya. Ir a Cuba es caro y yo he publicado muchas cosas en Clarín y otros medios internacionales exigiendo libertad y democracia y no estoy seguro de que, si voy, me dejen entrar. No lo sé. Además, hay un montón de jóvenes presos por salir a exigir libertad durante los sucesos del 11 de julio [de 2021] y en otras fechas, y esos jóvenes fueron apoyados desde el exterior y sería algo triste aparecerse en Cuba como si nada hubiera pasado. Esos jóvenes están mucho peor que nosotros, la coherencia es necesaria.
- ¿Te consideras un emigrante, un exiliado, un disidente? ¿O algo más?
- Soy las tres cosas, y las tres son muy difíciles y exigen cierto grado de compromiso. No milito en ningún partido pero, cada vez que tengo oportunidad, alzo la voz para denunciar la falta de democracia en Cuba y pedir libertad para los tantos presos políticos. Eso me ha cerrado varias puertas acá en la Argentina, me ha afectado, tengo que reconocerlo. No soy ingenuo, pero lo asumo.