Antes de empezar la charla con María Florencia Freijo (Mar del Plata, 1987), me disculpo de antemano por las más que probables interrupciones de mi hija de tres años, cuya clase han confinado esa misma mañana.
“Estaba a punto de cancelar la entrevista pero he pensado que si hay alguien que podía entenderme eres tú”, le digo a mi interlocutora nada más conectarnos a través de videoconferencia, ella desde Buenos Aires y yo desde Barcelona.
“De eso también vamos a hablar hoy, ¿no?”, me responde, empática con mi situación. “Mi nene, esta noche, agarró fiebre y empezó con mocos a las tres de la madrugada. Así que también estuve con todo ese lío”.
María Florencia Freijo es la autora de (Mal) Educadas, libro publicado en Argentina en marzo de 2020 (Planeta) y que a finales de 2021 llegó a España (Temas de Hoy). Una obra que disecciona cómo la educación recibida durante siglos ha ninguneado, despreciado e invisibilizado a las mujeres a lo largo de la historia.
Licenciada en Ciencias Políticas y especializada en perspectiva de género en el sistema judicial, Freijo tiene entidad más que suficiente para exponer su discurso en este libro y en su anterior Solas, aun acompañadas (El Ateneo, 2019), del que ha vendido más de 50.000 ejemplares en Argentina.
(Mal) Educadas nace, según escribe la autora en la introducción, “para mostrar aquellos factores que determinaron el comportamiento de las mujeres y que son claves en nuestra condición actual: mujeres cansadas, tristes, sobrepasadas y/o hartas de los mandatos y exigencias sociales”.
“Y las mujeres que somos madres tenemos un plus añadido de culpa, de carga mental y de cansancio”, añade en conversación con COOLT. “Es imposible la cantidad de cosas que tenemos las mujeres en la cabeza. Si no fuéramos madres, probablemente, el síndrome de cuidadora se vería reflejado en nuestra relación con una amiga que lo está pasando mal, con nuestra madre o hasta con nuestra pareja. Hablo con mis seguidoras en las redes: tienen 20 años y el día de la madre le están comprando el regalo a su suegra porque su novio no sabe qué regalarle a su mamá”.
- Angustia mucho que las chicas de 20 años sigan estos patrones...
- La pregunta que hay que hacerse es: ¿Cómo llegás educada a los 20 años para hacer eso con total naturalidad? Puede que lo hagan por solidaridad. Efectivamente, podés hacer un favor a alguien y comprarle un regalo. Pero me gustaría saber cuántos varones le compran el regalo a sus suegros el día del padre porque sus novias no sabían qué regalarles. Si ocurriera de la misma manera, no me molestaría. Pero nunca es así. Y ese es el problema.
- En el libro hablas de reeducar también a los hombres. Ellos cada vez comparten más tareas tradicionalmente asignadas a las mujeres, pero la carga mental sigue siendo nuestra. También escribes que las mujeres cargamos con todo porque hay esa falsa impresión de que está en nuestra naturaleza, cuando en realidad no es así: simplemente, nos han educado para ello.
- Así es. En 2020, salió una campaña feminista sobre ‘Los Ayudadores’. Se trata de un espot que trata el compromiso de los hombres y la masculinidad en los cuidados. Habla de que ayudar no forma parte de repartir las tareas. Porque tener que decir constantemente al varón lo que tiene que hacer, educarle, delegarle tareas, también forma parte de la carga mental. La publicidad es en tono de humor. Pero llega un momento en que ya no te reís tanto. Lo que cuento en (Mal) Educadas lo dijeron un montón de feministas antes que yo. Lo que hago citándolas es mostrar que, durante años, la ciencia se ha encargado de construir una narrativa que permita sostener el mensaje de que, biológicamente, las mujeres tenemos más disposición para los cuidados.
- Repasas algunas definiciones de mujer de grandes nombres de la filosofía, como Aristóteles (“La mujer es más compasiva que el hombre, más llorona, y también más celosa y más quejumbrosa, más criticona y más hiriente”) y Rousseau (“Dar placer [a los hombres], serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, criarlos de jóvenes, cuidarlos de mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles agradable y dulce la vida, eso son los deberes de las mujeres en todos los tiempos”). Es escandaloso leer esas citas.
- Lo es. Hay una resistencia enorme a analizar el pasado con mirada de género. Es obvio que era otra época. ¿Quién espera que Aristóteles fuera feminista? El problema es que se esté utilizando la triada de Aristóteles, Platón y Sócrates para explicar la herencia del mundo en el pensamiento sin incorporar la mirada de género. Si hay algo que refleja la desigualdad desestructural y cómo se construyeron los arquetipos de género es justamente ese primer pensamiento. No digo que Aristóteles fuera un machirulo. Estoy comunicando que en estos filósofos, de alguna manera, están las raíces de un pensamiento que después se enquistó en base a la desigualdad.
Lo segundo que veo, no es solo la resistencia sino también el castigo de quienes hacemos esta revisión, tildándonos de poco profesionales. ¿Y quiénes hacemos esta revisión? Las mujeres. Porque somos a las que nos interesa deconstruir estas narrativas. El hecho de que seamos siempre nosotras las que hacemos el esfuerzo, y encima que después nos tachen de poco profesionales, es una manera de no recuperar lo que es básico en la historia: desnudar que hubo responsables. Seguimos sin querer encontrar a tales responsables. Y los hubo, hubo hombres implicados en la construcción de los arquetipos de mujer. Cuando cito a Menandro (“Dale conocimiento a una mujer y le darás veneno a una serpiente”), lo hago para demostrar que había un plan sistemático de excluir a las mujeres, en la formación y en la educación. No quiero seguir justificando más épocas. Ni comerme el castigo del desprestigio profesional por hacer esa revisión.
- Tienes más de 250.000 seguidores en Instagram. ¿Te molesta que te tilden de influencer?
- Me hice conocida como escritora y por eso tengo seguidores. He ido creciendo a través de los libros. Si bien hoy en día trabajo con algunas marcas, no lo hago con muchas. No podría estar todo el día mostrando productos. Me muero de la depresión. Trabajo con aquellas que tengan un propósito. Y sobre todo con emprendimientos de mujeres. Y hasta lo hago gratis.
- ¿Cuándo escribiste (Mal)educadas?
- Empecé en octubre de 2020, en plena pandemia y lo acabé en cuatro meses. Una puta locura, perdón la expresión.
- Y con un hijo pequeño en casa…
- Hace poco, dando una charla, me preguntaba por qué el modelo de éxito está tan presente. Muchas mujeres me escriben y me preguntan cómo logré tanto éxito. Y yo me pregunto: ¿en qué consiste el éxito? Alguien puede seguirme en redes y pensar: “¡Wow! ¡Qué exitosa!”. Lo que no saben es que, mientras escribía el libro, mi hijo y yo comíamos pizza y empanadas porque no había tiempo para cocinar healthy, que lo acabé con 10 kilos de más y que mi hijo va al psicólogo, entre muchas otras cosas.
- Y mientras tanto, en esos meses de pandemia, una parte de la sociedad se regocijaba del tiempo que tenía para hacer deporte y aburrirse…
- Por si fuera poco, tenía otros dos trabajos, porque tengo que mantener mi hogar ya que soy madre soltera. Hace poco expliqué todo esto en mis redes sociales y decía a las personas que me siguen: “No se crean, no sé si lo mío es un modelo de éxito. Las consecuencias de poder mantener un ritmo tan frenético se hicieron notar”.
- Tienes que dedicarle mucho tiempo a todo...
- Y nunca alcanza porque somos feministas tratando de cambiar el mundo. Cuando lo pienso, creo que todo el mundo tendría que estar abriéndonos las puertas. No tendríamos que recibir una sola crítica. Nunca alcanza como madre, porque si estás en un proyecto a full y lo quieres hacer con un propósito, dejas de lado aspectos de la maternidad, y ahí es cuando sientes culpa. Es como que nunca hay un lugar de residencia para nosotras que tenga que ver con el placer y el disfrute. Siempre hay una parte de nosotras que está en contradicción y disgusto. Dejemos de hablar de conciliación, porque no existe. Una compatibiliza cosas que puede coordinar en simultáneo. Acá no hay una coordinación en simultáneo. Hay un disgusto en simultáneo. Queremos ser profesionales y tener apoyo. Pero en vez de apoyarnos, recibimos críticas. Hasta nuestros mismos mandatos internos nos dicen que no somos lo suficientemente feministas ni profesionales. Y la realidad es que sos madre y estás cansada. Nunca hay un lugar de salida.
- Además de profundizar en la sobreexigencia en la maternidad, es muy interesante cómo diseccionas la publicidad en torno a la mujer. Mencionas ese marketing tramposo que habla de mujeres reales y das tu propia definición: “Las mujeres reales son las que están desbordadas por la carga mental de las exigencias diarias, no están con tiempo para sonreir excitadas ante un nuevo yogur”.
- Me fascina la obsesión publicitaria por retratarnos felices. ¿Puede alguien retratarnos sin sonreír? Necesito dejar de sonreír frenéticamente ante una toallita, ante un yogur, ante una crema...
- La publicidad afecta a las mujeres, pero también a las niñas: denuncias todos esos juguetes enormes, rosas y carísimos cuyo único target son ellas.
- El rosa y el violeta gustan mucho tanto a niñas como a niños porque es un color que a su edad, visualmente, llama mucho la atención. Lo que me pregunto siempre es por qué los niños no los eligen. Más que sean ellas las que los eligen, me preocupa la represión que están poniendo en los nenes para que no lo hagan. Es una hipótesis, pero siento que en esta represión se empieza a esconder el odio hacia la mujer. El inculcarles a los niños que los juguetes feminizados están mal puede hacer que empieces a ver con negatividad aquellos procesos que tienen que ver con lo femenino. Esto no pasa en las mujeres. A ningún padre le molesta que la nena juegue a la guerra o al fútbol. A lo sumo, hay algo de machismo, pero no del orden de la molestia.
- La cirugía estética es otro de los temas destacados de (Mal)educadas. Es devastador descubrir que cuatro de los 10 países con más operaciones de estética sean de Latinoamérica (Brasil, México, Argentina y Colombia).
- Además de ser el continente con más desigualdad del mundo, América Latina también lidera los índices de violencia de género. En países como México, Colombia y Brasil, las cifras son realmente muy altas. Entonces pienso: tiene que haber una correlación entre la exigencia de ser bellas como mecanismo de aceptación de la mujer a nivel social y los índices de violencia. No puede ser casual que en los países donde los índices de violencia de género son más altos también los son los de belleza.
- Es muy pertinente, también, la reflexión que haces sobre el dinero que gastamos las mujeres en gustar. ¿Realmente queremos hacerlo o es un mero dictamen social? ¿Debemos dejar de depilarnos para ser verdaderas feministas?
- El maquillaje no es el problema. Forma parte de un proceso cultural que existe desde hace miles de años, hay una historia. Las tribus de todo el mundo, antes de llegar a ser lo que conocemos como sociedades civilizadas, lo hacían. De hecho, lo hacían sobre todo los hombres, porque estaban en situaciones de poder: necesitaban de maquillajes o ropas para poder representar esa autoridad.
Las mujeres hoy lo hacemos para buscar esa representación social que va más allá del ser bellas. Lo hacemos para parecer que tenemos un mayor poder. Muchas veces vemos la carga negativa y no hacemos esa otra lectura que forma parte de procesos culturales. La pregunta es: ¿En qué momento el maquillaje y la vestimenta comienzan a dominar la atención de las mujeres? Y ahí cito, obviamente, El mito de la belleza de Naomi Wolf: en cuanto empieza a ser un elemento de distracción de las mujeres en posiciones de poder.
El otro día leía una entrevista muy interesante entre Hillary Clinton y Mary Beard. Clinton decía que antes de una reunión necesitaba tres o cuatro horas para peinarse y vestirse, porque cualquier cosa que se pusiera captaría la atención de los medios. Hubiera podido no ocuparse de eso, pero sabía que después, en los medios, en vez de hablar de su discurso y de sus propuestas, iban a comentar únicamente cómo iba vestida. Así que, mientras que los hombres tenían tiempo para generar debates políticos, ella tenía que estar pensando en el color de sus zapatos. Y esa es una exigencia social que tenemos las mujeres todo el tiempo.
- En el epílogo de (Mal)educadas dices que la síntesis a la que llegaste después de escribir Solas es que hay que romper los estereotipos. ¿Cómo lo hacemos?
- Cuando tenemos información, podemos tomar microdecisiones que van a ir mejorando la calidad de vida de otras mujeres. Por ejemplo, negocio conmigo misma la incomodidad de ir a una reunión sin maquillaje. Si lo hago, puede que piensen que soy una mujer con menos poder o que está masculinizando su imagen. Y eso puede tener un castigo. Pero también hay que entender que el castigo va a existir por el simple hecho de ser mujer, ya que si vas demasiado arreglada o maquillada, probablemente también te van a decir algo. Tenemos que trabajar internamente con estas exigencias y darnos cuenta también cuando nosotras mismas exigimos más a las otras mujeres. Hay que romper ese sesgo. Y es muy difícil de hacer porque está naturalizado y se activa automáticamente como verdad.
¿Qué podemos hacer? Leer mucho y tener mucha información para tomar buenas decisiones y poder cambiar el sentido de algunas cosas que vemos y decodificarlas de manera distinta. Eso nos va a ir construyendo ciertos niveles de libertad y empezar a hacer sentir segura a la otra. Ahora siento que no nos podemos brindar un lugar de seguridad. El feminismo, que tenía que ser un lugar de seguridad para nosotras, se ha convertido en un nuevo lugar de exigencia.
- No somos suficientemente feministas ni suficientemente ‘nada’. En el libro escribes: “Solo nos preguntamos por si hemos hecho las cosas bien, no por si las hemos disfrutado y hemos sido felices haciéndolo”. A las mujeres se nos exige más. Y nosotras mismas somos las primeras en hacerlo.
- En eso consiste el pacto de mujeres. En darnos cuenta de que tenemos una doble vara de medir, y de que en ningún momento estamos en un lugar de satisfacción. Y eso también va a hacer que tengamos argumentos contra esas mismas contradicciones que tenemos nosotras para callar nuestra cabeza y callar la cabeza de la de enfrente. Nos va a ir haciendo cambiar la cultura, estoy segura.