María José Ramírez (Ciudad de México, 1982) es escritora e ilustradora. En 2011 ganó el Premio Internacional de Literatura Aura Estrada, otorgado a autoras menores de 35 años, y ahora debuta en la novela con Genética de los monos (Almadía, 2023), un relato de formación cruzado por el divorcio familiar, el aprendizaje literario, la maternidad y el patriarcado omnipresente.
Con una mirada inocente, que va complejizándose según la vida se echa encima, en este libro asistimos al intento de la narradora, María José Rangel —alter ego de la autora, y a quien su hermana apoda Cerebro de Mono—, por dar cuenta de la historia de su familia y sus complejidades. Como sostiene la protagonista, es difícil explicar una saga familiar que no sea una suma de historias individuales, así que asistimos a la conformación de un puzle en el que, más que ir encajando las piezas, estas van un poco a la deriva, tratando de buscarse a sí mismas y de acomodarse como mejor pueden en una galaxia de historias a medio contar.
El punto de inicio de la novela viene de la voluntad del padre de la narradora de que esta cuente la historia de la familia; una historia de la que él, empero, no suelta prenda. Así, la protagonista tiene que ir buscando (y buscándose) por los aledaños, fatigando pistas, tratando de encontrar sentido entre las costumbres de una sociedad (la mexicana) en la que el patriarcado omnímodo se presenta como algo solemne pero ya ridículo; dioses caídos que deambulan por una tradición en ruinas. De ahí que Genética de los monos sea, en última instancia, una búsqueda del origen de las cosas y tenga planteada su estructura en términos bíblicos. Como si el alumbramiento de la narradora —que, hacia el final del libro, está embarazada— fuese el símbolo para el nacimiento de otro mundo posible: más ecofeminista, más conectado con la tierra y con nuestros orígenes animales.
De visita en Barcelona para presentar su libro, conversamos con María José Ramírez.
- Genética de los monos parte de instancias autobiográficas para crear una ficción. ¿Cuál fue el disparador de la novela, y cómo, desde ahí, fuiste elevando los hechos reales a un vuelo ficcional?
- El primer detonante fue convertirme en madre el mismo año en que murió uno de mis amigos más cercanos. La operación mediante la cual llevé los hechos reales a la ficción tiene parecido con el exorcismo: las emociones derivadas de los hechos eran los “entes” que me poseían y que no permitían que la escritura fluyera. Se trata de una operación que no termina nunca de completarse, y que sólo es deseable en la medida en que se puede tomar la distancia necesaria para articular un relato.
- Siendo en su eje central una novela de formación, la de la escritora en ciernes en la Ciudad de México, Genética de los monos es también muchas otras cosas. Entre ellas, una reflexión sobre la maternidad y sobre cómo tratar de vivirla de una manera individual y autónoma, y las dificultades que eso entraña.
- En cuanto me embaracé, comencé a tener experiencias que evidenciaron las dificultades que tiene la sociedad para aceptar la autonomía del cuerpo de una mujer. No es que antes no hubiera experimentado esa forma de la misoginia, pero el embarazo y los primeros años de la crianza me lo dejaron ver de una forma más cruda. Para mí fue importante integrar en la historia del personaje principal hechos tan alucinantes como que un ginecólogo te diga que no puedes saber nada acerca de lo que estás experimentando en carne propia, o que asegure que una mujer no sólo no puede gestionar su propio cuerpo —por carecer de los conocimientos médicos que él sí posee—, sino que la desincentive a informarse al respecto.
Sobre qué debemos hacer y qué no debemos hacer en el embarazo, sobre cómo debemos criar a nuestros hijos, todo el mundo tiene una opinión, y no hay forma de ganar. Cada decisión que tomamos (si deseamos ser madres o no, si continuamos o no un embarazo, si damos fórmula o si lactamos, si llevamos en los brazos a los bebés o si los ponemos en la carriola), de un modo mágico y siniestro, juega en detrimento de la calidad de la persona que somos. A lo largo del desarrollo de Cerebro de Mono observamos una expectativa social respecto a su propio cuerpo, cómo debe comportarse por ser una niña, por ejemplo. Esa expectativa se dispara en cuanto tiene su primera menstruación: se espera que sea madre y que tenga un cuerpo que agrade a los otros, se espera que ese cuerpo de hembra sea obediente. La capacidad que tenemos de gestar se revela contra la obediencia por ser un acto absolutamente animal.
- Genética de los monos es, en ese sentido, una novela que también nos de cómo habitar nuestros cuerpos, en particular el femenino. Y así es una suerte de novela de aprendizaje corporal.
- Sí, el personaje de Cerebro de Mono vive en una constante búsqueda de libertad y de autonomía respecto a su cuerpo que, paradójicamente, se resuelve, en parte, cuando se convierte en madre, porque convertirse en madre hace patente su rebelión. Aunque resulta que el cuerpo de una embarazada trabaja para otro, para ese ser que se alimenta de ella y que crece dentro como el Octavo Pasajero, es importante entender que la libertad y la rebelión radican en el poder de decisión sobre el deseo.
- La narradora del libro se siente frustrada porque no consigue más que llenar a su padre de preguntas que este no responde, y las cuales debe ir tratando de solucionar con el resto de la familia cercana. ¿Cómo confrontaste esta dificultad a la hora de elaborar esa historia familiar?
- Aceptando que el silencio también es una respuesta. Y que lo que conocemos de los otros no sólo proviene de lo que ellos se cuentan y comparten de sí mismos, sino de la observación y de la indagación de los múltiples vínculos que sostienen con otras personas.
- Ahondando en lo anterior, la novela pretende reclamar una voz propia para las mujeres, afuera del patriarcado y es, en ese sentido, burla y crítica a los dogmas imperantes del mismo.
- No creo que se pueda vivir fuera del patriarcado, si lo entendemos como una estructura de la cual formamos parte todos (todas y todes) y que alimentamos en conjunto. Pero dado que lo sufro (lo sufrimos), necesito burlarme de él, jugar a ponerlo en una mesa de disección mediante la historia de un personaje que es mujer, a ver si así podemos comprender algo de su podredumbre y empatizar.
- En el libro, los hombres apenas hablan sobre sí mismos, como si no hubiese nada que decir sobre el particular (o no le diesen mayor importancia), en tanto que las mujeres se autocuestionan constantemente.
- Los cuestionamientos del personaje femenino son una respuesta al mutismo voluntario de otros personajes masculinos que, pese a su silencio, dictan las “leyes” que rigen el mundo. El personaje Cerebro de Mono no parece dar por sentado que los hombres no tengan nada que decir, sino al contrario, quiere saber qué piensan y qué motiva sus acciones, de ahí que cuestione al padre. Por otro lado, el personaje de José, que es amigo de Cerebro de Mono, es un hombre bastante autorreflexivo, quizás excepcionalmente, por eso resulta una buena compañía, otro mono intrigado por la existencia y por las relaciones entre primates.
- La estructura de la novela es bíblica y juega con la idea del origen. ¿Cómo llegaste a conformarla?
- Mientras avanzaba en la escritura tenía constantemente en la cabeza la idea de los primeros humanos y las primeras formas de relato en la historia de la humanidad. Pensaba mucho también en el origen de la misoginia y de todas las teorías que han colocado a las mujeres por debajo de los hombres, como Adán y Eva. Me gustan mucho las historias que narran el origen del universo, el origen de la vida animal y humana, particularmente el Popol Vuh. Fui educada como católica y en mi casa había una Biblia. Siempre disfruté del catecismo porque me resultaban muy entretenidas las historias bíblicas.
Como yo tenía una serie de fragmentos bastante desordenados, pensé que usar como referencia la Biblia podía ayudarme a organizar la vida de Cerebro de Mono. En el camino me fue pareciendo divertido jugar a reescribir algunos de los hechos narrados en los distintos libros que conforman la Biblia, pero tampoco quería ahondar demasiado o que la intención de la escritura se volcara en el ejercicio intelectual de jugar con textos que son sumamente complejos y que no tienen nada que ver con la historia que quería contar.
- En el libro se cuestiona la idea de la historia familiar, o acaso se nos habla de la dificultad de darle orden y sentido a la misma. Aquí hay unos padres que se resisten a concluir su historia en divorcio, pero también hay familias paralelas, ya que el padre tiene otra mujer y otro hijo.
- Quise mostrar la estructura familiar bifurcada por el padre sin juzgar a los personajes. La dificultad estuvo en mediar los juicios del personaje infantil —porque los niños también juzgan— con los de la narradora adulta.
- A la narradora, su hermana la llama “Cerebro de Mono” porque a su padre le inyectaron “hormonas de mono” para que pudiera ser capaz de engendrarla. Así, la idea de la animalidad humana es central en el libro. Ese dilema entre aceptar o no nuestro origen animal en contraposición con lo racional humano.
- Considero que separarnos del resto de los animales debido a lo evolucionado de nuestra inteligencia, al final, no fue tan inteligente de nuestra parte. Ver el mundo como un jardín que Dios no otorgó para que nombremos todo y hagamos y deshagamos nos hace mirarlo como algo utilitario, algo al servicio de nuestras necesidades. En la medida en que nos asumamos como animales que forman parte de un entorno complejo, que ha evolucionado a lo largo de miles de años para perfeccionar sus delicados mecanismos —esto incluye nuestra propia inteligencia—, podremos mejorar nuestra relación con el resto de las especies y con el planeta entero. Y en una de esas, disipamos la neurosis del fin del mundo y empezamos a comportarnos de un modo más responsable. En ese sentido, Cerebro de Mono está conectada con todas las contradicciones de su padre, porque ambos son monos. Ser todos Homos sapiens sapiens posibilita nuestra conexión por encima de las diferencias, incluso entre machos y hembras.
- Respecto de lo anterior, en el libro es destacable también la aparición por doquier del instinto, que en ocasiones mueve a la narradora en direcciones que no es capaz de articular con el lenguaje.
- Tiene que ver con lo poco que sabemos acerca de nuestra naturaleza, lo complejo que es el desarrollo del cerebro. Damos por sentado que, como somos adultos, son obvias las causas —no siempre razones— de nuestros actos o de nuestras emociones. Me intriga el funcionamiento del cuerpo humano. Así como es una muy mala idea separarnos del resto de la naturaleza, parece una pésima idea separar mente y cuerpo, como si la primera no formara parte del segundo. El instinto es un recordatorio de que nuestros pensamientos y sensaciones están unidas al cuerpo.
- En la novela también se vive con intensidad la aceptación de la muerte (que se presenta sorpresiva, ya que mueren dos jóvenes), la cual se percibe no como algo que concluye, sino como algo que se renueva constantemente.
- Me gusta cómo lo dices, y tiene que ver con la idea de narrar la muerte. Si escribimos la vida de los muertos, podemos jugar a “burlar” el haberlos perdido, porque la historia de su vida se puede volver a leer desde el principio infinitamente. El duelo se comporta también como los textos frente a la relectura: siempre cambia, se renueva constantemente.
- En el libro también es muy importante el humor, quizá para balancear todo el drama. ¿Cómo lo has trabajado y cuál es, desde tu punto de vista, el mejor aporte de lo humorístico?
- Estoy convencida de que la realidad es muy absurda y caótica, pero somos muy pequeños para poder tener cotidianamente una visión “aérea”, nos sumergimos demasiado en el minúsculo universo de nuestra individualidad. Yo traté de sacar al personaje de su individualidad para que no se estancara en la autoconmiseración, que no es nada graciosa ni simpática y, por lo tanto, no despierta empatía. Pero la comedia requiere de ciertos tiempos y ritmos, y funciona según el momento y el lugar. Si bien todo puede volverse cómico, nada es cómico en todo momento. Traté de conservar un equilibrio. No sé si es el mejor aporte humorístico, pero un buen principio es no tomarse con demasiada seriedad a una misma (ni que fuéramos señores).
- En Genética de los monos se contempla una idea muy reverencial de la literatura, sobre todo por parte del padre de la narradora. Me gustaría que nos hablaras de ello, y también sobre cómo es tu acercamiento personal a la idea de lo literario.
- El padre es reverencial y, al mismo tiempo, realiza actos amorosos, como leerle cuentos a su hija antes de dormir o llevarla a elegir publicaciones libremente a las ferias de libros. Lo reverencial se relaciona con la concepción de la lectura como parte de una educación académica —queremos que los niños lean porque consideramos que la lectura mejorará su capacidad de aprendizaje y los hará “cultos”—, y también con una idea muy solemne acerca de quienes escriben y hacen literatura —esos señores “elegidos”—. Luego está el acto íntimo de sentarnos junto a un niño y leerle una historia mientras cierra los ojos y se empieza a quedar dormido.
- En tu biografía de cuando ganaste el Premio Aura Estrada, en 2011, se decía: “A los 18 años se dio cuenta sin melancolía y sin cinismo de que ya no tenía fe”. La idea de la fe justo es muy importante en este libro.
- Ahora tengo la fe atada a la imaginación. A los 18 años me di cuenta en un curso universitario que ya no creía ni en Dios ni en nada de lo que me habían enseñado a creer. Mi madre —que es creyente pero no católica— pensaba que se trataba de una especie de rebeldía o revancha adolescente, pero yo no alardeaba de mi pérdida de fe ni la vivía con amargura, sino como un fenómeno natural, como algo que me había ocurrido; supongo que por eso no me consideraba una cínica.
Conforme pasaron los años, descubrí que de niña había disfrutado mucho del universo imaginario que la religión había posibilitado dentro de mí, y comencé a valorar profundamente la fe como vehículo de la imaginación. No concibo que contemos historias, dibujemos, hagamos cualquier tipo de arte sin tener algo de fe. Y no tiene que ver con Dios, no con un Dios barbón y de túnica blanca sentado en las nubes, sino con la voluntad de relatar la existencia y de preservar el asombro frente a lo que no podemos explicarnos ni terminar de conocer.
- Ganasta el Premio Aura Estrada con 29 años, ¿qué significó en tu carrera?
- Es un premio que surge del dolor por una pérdida. No creo que haya una forma más generosa de honrar la memoria de la joven escritora que fue Aura Estrada. Cambió radicalmente mi vida, por primera vez me atreví a nombrarme escritora.