Cuando se es pequeño y se envidian cosas como la libertad de los pájaros, cuesta comprender que exista algo como las fronteras. Sin embargo, de adulto, las fronteras resultan un concepto tan evidente, tan inscrito en la piel, que el pensamiento infantil resulta una estupidez. Mientras nuestros cuerpos y mentes envejecen, la escritora colombiana María Ospina Pizano (Bogotá, 1977) propone un ejercicio literario inverso, con rumbo a la visión no antropocéntrica de la infancia: se trata de volver a cuestionar todo lo que no sea la vista del pájaro o del perro.
En su segunda novela, titulada Solo un poco así (Random House, 2023), la autora trenza cuatro relatos en los que los protagonistas son distintos animales —dos perras capturadas, un ave tángara, un puercoespín y un escarabajo— cuyas vidas se mezclan con las de varias mujeres en tránsito. La narración pone en el mismo plano a humanos y animales sobre un tablero de puro movimiento, en el que nacen parentescos en la búsqueda de un hogar. Todos son cohabitantes de un mundo bajo los efectos de las FARC, el narcotráfico, la miseria, el expolio, la contaminación y las leyes de extranjería.
Con este libro, María Ospina Pizano ganó el año pasado el prestigioso premio Sor Juana Inés de la Cruz, otorgado en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Una distinción que la novelista aprovechó para reivindicar a la autora que da nombre al galardón en una poderosa nueva clave ecologista y anticolonial. En su discurso, Ospina Pizano dijo: “He querido en este libro cuestionar la fantasía antropocéntrica de que otros seres vivos son irrelevantes o inferiores o deben estar siempre al servicio de las lógicas humanas, como la lógica de la propiedad privada, de la ganancia y del Estado-nación con sus fronteras. Como bien lo han notado las pensadoras ecofeministas, los discursos que presuponen la superioridad humana sobre lo que se ha sabido llamar la ‘naturaleza’ están íntimamente ligados a las nociones patriarcales de la jerarquía de género que fueron precisamente las que silenciaron a Sor Juana”.
En los últimos meses, en COOLT hemos entrevistado a autores como el chileno Simón López Trujillo, el mexicano Jorge Comensal, y las colombianas Pilar Quintana y Sara Jaramillo, cuyas obras constatan que, en la escena literaria latinoamericana actual, existe una tendencia hacia una narrativa ecologista (y feminista) en lucha con el antropocentrismo. Dos elementos que diferencian a Ospina Pizano en esa tendencia son sus personajes secundarios femeninos y una prosa impregnada de ternura de la que quiero hablar con ella. La entrevista con la autora coincide con una estancia temporal en Madrid, adonde la ha enviado a dirigir un curso la universidad estadounidense en la que enseña, circustancia que ella aprovecha para presentar su libro en España, conocer a nuevos lectores y atender a periodistas como yo.
- ¿Cómo nace la novela?
- Nace de muchos sitios, experiencias y preguntas, pero quizás la más grande, la pregunta que he mantenido desde la infancia, es la medida en que los animales no humanos son partícipes de la vida del mundo y la vida nuestra. ¿Cómo nos configuramos mutuamente animales no humanos y humanos? Eso teniendo en cuenta que los animales participan del mundo usando dimensiones del espacio tiempo que nos trascienden, que nos rebasan. Esa es una pregunta que siempre me ha fascinado. También su sufrimiento, cómo lo tenemos en cuenta, cómo lo narramos. Llevo pensando en esas preguntas mucho tiempo, desde que en la infancia caminaba por zonas rurales de Colombia.
- ¿Y hay elementos más recientes que influyeron en la escritura?
- También, entre ellos, un interés muy grande que tengo por las aves migratorias y que surgió de la visita de una tángara escarlata que se posó en mi balcón en un apartamento de Bogotá hace quince años. Estaba muy aturdida, era muy bella. Me fui preguntando cómo había llegado hasta allí, luego descubrí que estaba emigrando hacia el norte, hacia Estados Unidos. Yo en ese momento era una emigrante que iba y venía de Estados Unidos cuando podía, entonces me empezó a fascinar la dimensión migratoria de las aves, siendo yo también migrante de una manera distinta. Me volví pajarera, desde entonces llevo observando pájaros con binóculos en distintos lugares y reflexionando un poco en la dirección de las migraciones. Escribí un libro para niños que no ha sido publicado hasta ahora y empecé a pensar en un texto para adultos. Ya había escrito sobre perras, me interesaba el movimiento de los animales y los modos en que circulan y les impedimos circular, y en medio de ese interés me pregunté qué pasaría si la ficción adulta se llena de animales también. Evidentemente, no soy la primera que hace eso, hay una tradición milenaria de literatura de animales, pero sí pensé que este tema tenía que ser un territorio de ficción no solo para niños; eso detonó la escritura.
También esta novela viene de un momento de mi propia vida en que yo acababa de perder un lugar que siempre fue el centro de mis viajes a Colombia, una tierra rural en la que crecí, el altiplano con bosques de Simijaca. Era el lugar al que yo, como emigrante de Estados Unidos, siempre retornaba para pensar, para reencontrar mis energías. Y en ese momento que perdí ese lugar surgió la pregunta del hogar y el cómo vivimos o cómo nos movemos. Esa pérdida me hizo pensar en la naturaleza transitoria del hogar. Pensar en un hogar implica pensar en los animales no humanos que no dejamos entrar, como los insectos. Esa domesticidad tiene que ver con múltiples factores.
- Me ha parecido que hay mucha ternura en la narración, tal vez en una clave muy próxima a Donna Haraway.
- Mucha gente ha leído el libro y ha sentido una gran tristeza, entonces me gusta que preguntes por la ternura. Fue algo deliberado, esa es mi sensibilidad vital con respecto a los animales no humanos, no solo la curiosidad. Lo dice Haraway: si vivimos en hábitats con múltiples especies, nuestra obligación ética es la curiosidad con esas otras especies. Mi actitud vital no solo está relacionada con esa curiosidad profunda, también hay una pregunta ética de cómo los animales viven el mundo a nivel afectivo, cómo viven el mundo como personas no humanas. En el centro de ese concepto está la ternura. La gran mayoría de personajes humanos de la novela sienten el interés por estar cerca de los animales y plantearse cómo los miran de vuelta, como diría Haraway otra vez. De alguna forma, me interesaba pensar en los afectos que sienten ciertas personas hacia algunos animales, y cómo eso determina a los humanos. La ternura cruza a muchos de esos personajes y en la narradora también hay ternura en el acto deliberado de no proyectar sobre los animales sus perspectivas humanas, de preguntarse por su vida sin esta actitud violenta de asumir que los conoce del todo.
- En la novela, hay como un intento de representar el mundo holísticamente, ¿cómo te entrentaste a ese reto de representar el mundo a lo grande?
- Se podría leer el libro como cuatro relatos, pero el lector atento se da cuenta de que todo se conecta no porque siga una trama humana, sino porque todos esos relatos se conectan históricamente. Está Bogotá y el bosque de niebla, que queda en los Andes colombianos. Muchos de los movimientos tienen que ver con un ecosistema. Es una época muy particular de la historia de ese hemisferio marcado por grandes migraciones de sur a norte, por los desastres de la guerra contra las drogas, también por el interés de las personas por el orden natural. Siempre me pregunté cómo iba a decir que esto es una novela, si siempre ha sido el territorio de la humano. Yo quería descentrar lo humano, a menudo me preguntaba si sería posible que eso funcionara como narración y si molestaría mucho a los lectores. Es como una novela fallida, en el buen sentido de la palabra
-¿Te sientes parte de una corriente o tradición de literatura ecologista?
- De algún modo, soy heredera de escritores muy anteriores a mí. Durante todo el siglo XX, la literatura latinoamericana ha estado obsesionada con la relación de las especies y la naturaleza, los espacios que son fronteras naturales y la tensión que se genera con los espacios urbanizados. Mi escritura viene de un lugar muy vital, aunque hay mucha resonancia de otros textos, como la literatura de José María Arguedas, el escritor peruano, que me ha marcado profundamente. En la literatura colombiana hay una gran tradición de pensar en los espacios naturales y me parece interesante que tantas personas estemos pensando en estos temas a la vez, pero creo que es resultado de que Colombia es un país profundamente marcado por dinámicas extractivistas a nivel colonial, profundamente marcado por conflictos relacionados con la tierra como recurso. Sí, me siento parte de una movida. Este libro está configurado de esas lecturas, pero también es muy importante para mí decir que la experiencia vital del cuerpo fue crucial. Solo con mis lecturas no hubiera podido escribir el libro.