Sentados al fondo de una cafetería céntrica de Madrid, buscando una tranquilidad y un silencio imposible en las terrazas de la capital, le cuento a la escritora Mariana Sández (Buenos Aires, 1973) que, sin ningún tipo de pretensión, últimamente no paro de leer a autores argentinos. Mariana Travacio, Romina Paula, Eduardo Berti, Andrés Neuman, Eduardo Sacheri, Valeria Alonso... ¿Hay un boom literario argentino en España en paralelo al boom de los comercios de empanadas?, le pregunto. “Se te olvidaron los puestitos con dulces argentinos”, responde entre risas, haciendo gala del sentido del humor que caracteriza su escritura. Luego, ya más seria, añade que considera que en Argentina en particular y en Latinoamérica en general siempre se escribió mucho, pero que tal vez ahora las mujeres encuentran más posibilidades de ser publicadas y que las redes sociales han facilitado la visibilidad internacional de los autores. Para ella, no obstante, lo fundamental ha sido el crecimiento de las editoriales independientes, un “estallido” que, en su opinión, permite que en el circuito literario español ingresen más autores de otros países y que, incluso, pequeños sellos argentinos puedan distribuir en España. “Tengo la sensación de que, más que la cantidad de escritores, lo que creció fue esa posibilidad de llegar”, sintetiza.
Mariana, precisamente, es un claro ejemplo de ese incremento en las posibilidades de llegar. Su primera novela, Una casa llena de gente, ha sido publicada en España, donde reside desde hace dos años y medio, por una editorial independiente, Impedimenta, tras ser editada previamente en Argentina por Compañía Naviera Independiente, que también ha reeditado su libro de cuentos Algunas familias normales.
Gestora cultural, escritora y madre de una niña de 13 años completamente adaptada a la vida en Madrid pese a la pandemia que todo lo cambió apenas unos meses después de su aterrizaje en la ciudad, Mariana Sández ha creado en Una casa llena de gente una novela de aquellas en las que quedarse a vivir. Una historia repleta de personajes inolvidables sobre los entresijos y los secretos de una comunidad vecinal que, con maestría, la escritora articula en torno a los textos que deja escritos una madre recientemente fallecida (Leila Ross) y los recuerdos que su hija Charo va recogiendo casi con aire detectivesco de otros vecinos y familiares. Estos últimos entran y salen de escena al compás que marca la hija, dramaturga para más señas, en esta novela claramente teatral, recorrida por un fino sentido del humor y que encierra un precioso homenaje a los actos de leer y escribir.
- “La satisfacción de escribir cuatro horas diarias es el logro que he conseguido. Partí como escritor de domingo”, decía Alejandro Zambra en una entrevista.
- Yo sigo luchando por no robarle tiempo a la escritura para otros trabajos, por tratar siempre de defender ese espacio de escritura, las cuatro horas de la mañana que tengo bloqueadas para no hacer otra cosa. Cada vez me sale mejor porque, como tengo tanta necesidad de escribir, lo peleo a muerte. Es algo que te diría he conseguido no por fuerza de voluntad, sino por pura necesidad, casi por amor. Me siento mal el día que no respeto esa rutina, porque esa rutina me hace bien.
- Recientemente, El Periódico de España publicó un reportaje que, bajo el título ‘Un escritor gana para un café por cada libro vendido’, ahondaba en lo difícil que es vivir de la escritura. Larra decía que “escribir en España es llorar”. No sé si en Argentina es igual.
- En Argentina es igual o incluso peor que en España.
- En ese reportaje citaban el caso de Marta Sanz, que en las páginas de Clavícula hizo algo poco habitual: detallar los royalties que ingresaba mes a mes por sus libros.
- En el mundo de las letras y en el del arte en general, a las personas nos cuesta mucho hablar de dinero. No porque sea un tema tabú, sino porque en general nos cuesta negociar, pedir, cobrar. No sé cuántas presentaciones podemos hacer por amigos y ni se nos ocurre cobrar. Es algo que en Argentina se está debatiendo, se está intentando poner como una lista de precios fijos por determinados trabajos que hacemos en paralelo a la escritura. A mí lo que me llama poderosamente la atención de esta época es que el escritor ya no solo tiene que escribir, sino que tiene que estar en todos lados. La presencia física es muy impresionante. Y eso ya es un trabajo. Porque mientras fue únicamente escribir, yo ni me planteaba el tema del dinero. Escribo porque quiero y porque lo necesito para mi bienestar físico, mental e intelectual, así que trabajo de otras cosas para poder hacer eso. Ya cuando tu vida está todo el tiempo intervenida por participaciones, cosas mediáticas, el trabajo que tienes que hacer en redes, etcétera, la cosa cambia.
- Si arranco una entrevista literaria hablando de economía es porque Leila Ross, una de las grandes protagonistas de tu primera novela publicada en España, escribe y escribe, pero publica poco, y nadie sabe bien qué hace cuando escribe. “La escritura es algo que siempre tienes que estar justificando”, decía el propio Zambra.
- Sí, es una rueda. Una vez que publicas y los primeros libros más o menos funcionan, te das más permiso, porque es como si eso te justificara. Hasta que eso no pasa, o al menos hasta que eso a mí no me pasó, yo no me lo permitía, porque me preguntaba si todo lo que estaba haciendo era una pérdida de tiempo, una locura. Hasta que no vi que lo que hacía también tenía sentido para otras personas, no fui capaz de explicarme ese sentido a mí misma.
- Leila es la cabeza de una familia reconstituida que se muda a un edificio nuevo en el que empiezan a configurarse unas relaciones vecinales muy estrechas y a partir de las cuales vas dando forma a la novela. ¿Qué hace literariamente tan atractivos a los vecinos?
- A mí siempre me gusta mucho la pequeñez que hay en las relaciones. Y en los vecinos se da una particularidad: te parece que están muy lejos, pero a la vez están cerca. Hay una especie de ambigüedad ahí. Parece que no sabes nada sobre ellos, pero empiezas a saber por lo que escuchas, por lo que interpretas, por lo que infieres a partir de lo que ves. Lo mismo pasa cuando vas a comprar siempre a la misma farmacia o si cada mañana vienes a desayunar a esta cafetería. Ahí se empieza a gestar una relación invisible en la que ves un recorte de la persona y empiezas a inferir y a interpretar por lo que ves. Me impresiona cómo los objetos, los ruidos, las voces te dan cierta información de los sujetos a partir de la cual nosotros construimos el resto.
- Pasa un poco lo mismo que con los buenos cuentos.
- Cortázar decía que un cuento es una foto y una novela, una película. Como sucede con una foto, el cuento te da un marco, te sugiere. Y si el cuento es bueno, genera ondas expansivas a través de las cuales el lector empieza a inflar la información por fuera de esa imagen estática.
- Hay algo muy caricaturesco e hiperbólico en muchos personajes de Una casa llena de gente. También mucho sentido del humor. ¿Está poco valorado en la literatura?
- Lo primero que pasa con el humor es que es difícil escribirlo, porque hace frontera con la tontería. Pasa lo mismo con el amor y el riesgo de caer en la sensiblería. Todos le tenemos miedo a esa frontera. Y los editores también. Mi sensación es que el humor abunda poco; y a mí me da mucha pena, porque yo lo valoro mucho. Me gustan el sarcasmo, la ironía, el cinismo, esos juegos.
- “La vida es juego. Y la literatura es un cubo mágico, es todos los juegos en un juego. Eso es lo que la vuelve tan adictiva”, escribe precisamente Leila.
- He leído dos tipos de críticas a mi novela. La primera es que no doy voz a personajes masculinos como Fernando y Martín, que podrían dar otra información sobre la intriga que recorre la novela. La segunda es que, según algunos lectores, inflo una intriga que luego no es tal. Y la verdad es que las dos cosas son voluntarias. Yo quería ir contra lo previsible, quería sacudir las expectativas, porque a mí me divierte escribir para jugar. A veces tengo la sensación de que el lector quiere que el escritor le dé toda la información acabada, cerrada y bien empaquetada, pero la vida real no es así y en la literatura debería serlo aún menos. Al final, la realidad y la literatura son como un queso gruyere con muchos agujeros por rellenar y que quedan libres a la interpretación de cada cual.
- Tengo entendido que eres una fanática de leer teatro. Y eso se nota muchísimo en Una casa llena de gente, en su estructura coral. Por momentos es una novela muy teatral, que uno se imagina sin mucha dificultad sobre un escenario.
- A mí me gusta más leer teatro que verlo. Y sentí que como el personaje de Charo era dramaturga, había cosas que se empezaban a unir: el hecho de que cada personaje contara su versión, que hubiese entradas y salidas. En un momento sentí que Charo era como una directora de orquesta que va dando paso a cada instrumento. En realidad, cuando era muy joven y estaba haciendo la carrera de Filología, una de las ideas que tenía era escribir algo que mezclara novela y teatro. Una casa llena de gente me permitió cumplir ese sueño de juventud veinte años después. Es algo que pasa mucho con la escritura, es como si te trajese al mundo consciente cosas del inconsciente, te hace emerger cosas que no sabes de dónde salieron.
- Una casa llena de gente es muchas cosas, pero desde luego es también un homenaje a los libros, a los actos de leer y escribir. Hay reflexiones bellísimas al respecto. “Escribir es corregir. Es corregirse. La vida perfecta es la vida corregible”, escribe Leila.
- Me he dado cuenta de que para Leila, lo que en la vida real es impotencia —por cómo le marcó su infancia, por la falta de tiempo de la que dispone—, en la escritura es potencia. Al final la escritura se puede corregir, en la escritura puede incluso funcionar el “si hubiera…”. La escritura ofrece un alivio que a veces en la vida es imposible.
- Sobre la escritura, también, Leila escribe que a veces se siente “el más lamentable de los gusanos haciendo pozos en lo más inmundo de las excrecencias” sin encontrar el menor sentido a lo que hace, mientras que por momentos se cree “un halcón afilado en alguna cima inaccesible para los sujetos desapasionados”. No sé cuánto de Mariana hay en Leila.
- Por lo general nunca me llego a sentir tan arriba (risas). Lo más normal es sentirse abajo o en el medio. Con la escritura nunca estás tranquila, porque mientras vas escribiendo te estás cuestionando todo el tiempo: ¿Servirá? ¿Se publicará? ¿Me valdrá de algo todo el tiempo invertido en esta historia? No siempre te sientes tan abajo como Leila, pero lo que es seguro es que nunca tan arriba.