En los relatos recopilados en el breve volumen Una casa en llamas (2015), el escritor bolivano Maximiliano Barrientos desplegaba su talento para representar situaciones de angustia, trauma y muerte. Su novela En el cuerpo, una voz (2017) nos trasladó a una Bolivia inspirada en situaciones reales que se llevaban al terreno distópico. Ahora Caja Negra publica Miles de ojos, editada originalmente por El Cuervo. Se trata de la primera novela netamente fantástica de su autor: una historia sobre cuerpos jóvenes sujetos a transformaciones imposibles, música black metal y sectas adoradoras de la velocidad que invocan a criaturas que viven en otra esfera de la realidad.
Miles de ojos puede remitir a los filmes de mutaciones corporales de David Cronenberg y al horror cósmico de H. P. Lovecraft y sus continuadores, pero lleva estas pesadillas a las calles y los coches de la Bolivia urbana. Su prosa es rotunda, precisa como los golpes de un luchador que sabe de anatomía, que sabe dónde pegar cuando se trata de hablar de violencia, de miedo, de personas que mueren. En nuestra charla, Barrientos (Santa Cruz de la Sierra, 1979) se revela como un conversador rico, que dedica palabras amables a compañeros narradores de ambos lados del Atlántico, pero que no solo habla de ficciones. Alterna las referencias a la filosofía de Hannah Arendt y el empleo de cierta retórica marxista, con el pensamiento de Walter Benjamin como nexo entre ambos mundos. “Pocos escritores pueden vivir de la literatura en Latinoamérica”, recuerda. El pequeño boom de la literatura latinoamericana de terror se sustenta sobre el esfuerzo de autores que raramente se ganan la vida con sus libros.
- Quizá porque tendemos a tener muy presente la cultura anglosajona, es fácil pensar en las obras de J. G. Ballard (Crash) o de H. P. Lovecraft (El horror de Dunwich) cuando se lee Miles de ojos. ¿Entiende que tengamos en mente esos referentes?
- Sí, porque son gente que ha creado unas mitologías que han quedado insertas en la cultura, que se han vuelto parte de ella. Así que tenemos que dialogar con ellas cuando nos adentramos en la ficción fantástica o de terror.
- ¿Y pensaba en ellos cuando escribía su nueva novela?
- En realidad, no les veo como influencias directas de Miles de ojos. Pensaría más bien en Thomas Ligotti, ese gran cuentista americano del horror cósmico. O en Jeff VanderMeer, escritor de una extraordinaria trilogía de weird fiction donde fusiona naturaleza, cultura y tecnología. También mencionaría a Vladimir Sorokin, cuya Trilogía del hielo me ha impresionado mucho por su tratamiento de la cultura de la secta.
- Su último libro es más rotundamente fantástico que su anterior novela, En el cuerpo, una voz. Ahora escribe sobre transformaciones inexplicables y monstruos extraños. ¿Esta incursión puede tener continuidad?
- No sé que vendrá en el futuro, pero creo que sí. La weird fiction me sirve para pensar de forma narrativa cosas que el realismo no me permite abordar. Me permite usar la imaginación para tratar la relación que mantenemos con el cuerpo, por ejemplo. Me interesa escribir sobre lo que no podemos representar, sobre lo que no podemos nombrar. También me interesa la vertiente política de la literatura de género, por haber tenido una cierta condición marginal.
- Hablando de marginalidad, algunas subculturas juegan papel importante en Miles de ojos, comenzando por un cierto culto organizado alrededor de los coches y la velocidad.
- Ahí entiendo que se piense en Ballard, porque en Crash exploró la importancia cultural que tenía el auto. Durante generaciones, en el imaginario preinternet, el coche ha sido un fetiche de la liberación, de la libertad.... Jean Baudrillard le dedicó unas cuantas páginas en El sistema de los objetos. No sé si el automóvil está tan presente ahora que podemos acceder a procesos de desterritorialización usando el teléfono. En todo caso, en mi novela me distancio de eso. No hay ordenadores.
- Más allá del culto a la velocidad, varios personajes de la novela son aficionados a la música black metal...
- En mi opinión, la última vanguardia del rock pasó por la segunda ola del black metal en Noruega. Más allá de la leyenda negra que se armó, fue algo extraordinario en el ámbito musical. Por mi parte, fui un metalero militante durante toda mi adolescencia. Y serlo en una ciudad como la Santa Cruz de los años noventa era muy diferente. La ciudad sigue teniendo una mentalidad muy conservadora, pero ahora hallas en ella una cierta pluralidad.
- ¿Y qué le interesaba de esa escena?
- Quería recuperar un cierto espíritu de disidencia. El metalero era un paria fuera del sistema, un tanto rebelde, que asumía cierto orgullo por estar excluido. Aunque posteriormente ha habido un giro conservador en esos ámbitos.
- Quizá el black metal ya no es contrahegemónico como pudo ser hace años, pero sigue fuera de la hegemonía cultural. ¿La literatura fantástica y de terror ocupa ahora un lugar más central gracias al cine de Hollywood?
- Se dice que la ciencia ficción se ha vuelto mainstream, pero creo que el fenómeno es un poco aparente. ¿A cuántos autores de género les han otorgado un premio Booker o un Nobel? Quizá ahora es más probable que alguien no iniciado lea un libro de Ballard o de Philip K. Dick, pero no sé si la cosa va mucho más allá. Un fenómeno interesante es el de Mariana Enríquez, que ganó el Premio Herralde. Muchos periodistas tuvieron que reseñar algo que no estaban acostumbrados a leer y eso es indicativo de que la literatura de género todavía no suele acceder a los canales de un cierto prestigio.
- Enríquez puede estar sirviendo de punta de lanza. ¿Qué opinión tiene sobre su trabajo?
- A mí me encanta su obra, la sigo desde que escribía sus textos periodísticos. El libro de relatos Los peligros de fumar en la cama… fue algo increíble. Me pone muy contento el lugar que está adquiriendo dentro de la literatura contemporánea. Quizá sucede un poco lo que sucedió con Bolaño, cuya irrupción supuso una reordenación del mapa de las letras. Escritores como Horacio Moya o Rodrigo Reyes Rosa fueron visibilizados gracias a él. Y Enríquez también está ayudando a dar visibilidad a una generación nueva, que no siempre mantiene un vínculo directo con el terror o con la ciencia ficción, pero sí con unas literaturas que problematizan el realismo tal y como se estaba cultivando.
- ¿Destacaría especialmente a alguno de estos autores?
- Rafael Pinedo, ya fallecido, publicó dos novelas extraordinarias: Plop y Subte. Frío también me parece maravillosa. Uno de mis escritores favoritos en activo es Roque Larraquy, de quien me encantó La telepatía nacional. Y hace poco leí Furia, de Clyo Mendoza, que es una novela que parece escrita en un estado de delirio. Es una sacudida de electricidad. Son los tres novelistas que me vienen a la cabeza ahora mismo, aunque haya más.
- Usted nació en Bolivia; Larraquy, en Argentina; y Mendoza, en México. ¿Existe algún tipo de comunidad de lectores vertebrada de manera más o menos informal en Latinoamérica o cada país tiene sus propios referentes?
- Depende de cada país. En Argentina tienen una tradición literaria enorme, podrían leer solo grandes novelas de sus escritores durante toda la vida. Bolivia tiene una tradición más pequeña, por ejemplo. Creo que las editoriales independientes que han sabido posicionarse en diversos países han contribuido a que haya una gran riqueza de opciones. Si no hubiese sido por su trabajo, seguramente no me hubiesen leído en Argentina, Colombia o España. En otras épocas, el mercado estaba más centralizado en las grandes editoriales españolas y lo que estas decidían publicar. Su plan no era muy arriesgado, estilísticamente hablando.
- Más allá de los casos particulares de afinidad personal o creativa, ¿cree que hay cierta voluntad de creación de sinergias entre los escritores latinoamericanos más o menos apegados a lo terrorífico?
- Es difícil de valorar, porque la literatura de género comenzó a visibilizarse hace poco. Sí diría que mi generación tiene una actitud más generosa. Y no lo vinculo solo a la literatura de género. Antes había muchas polémicas, muchas discusiones, que a veces eran interesantes y otras veces no lo eran tanto. Ahora hay una cierta hospitalidad, ciertas ganas de visibilizar qué están trabajando los demás, que vincularía también a la curiosidad por saber qué se está haciendo en otros países. Me parece muy positivo porque puede establecer redes de lecturas que van más allá de lo nacional.
- ¿Y cómo son las cosas en el aspecto material para un escritor de literatura de género en Latinoamérica?
- Vivimos de otros oficios. Yo vivo de dar clases, lo tengo claro desde hace años. Es algo que te da cierta libertad, porque desaparece la presión económica de escribir obras comerciales. Aunque hay que tener en mente siempre que, para que haya literatura, debe haber una cierta estructura que proporcione algunas comodidades o incentivos al autor. Creo que pocos escritores pueden vivir de la literatura en Latinoamérica. Y es algo que no se limita solo a la narrativa de género.
- Ante esta precariedad económica, puede resultar tentador fantasear con un mercado literario más integrado. ¿Lo ve deseable para los autores o las dinámicas de concentración empresarial y uniformización harían indeseable un proceso de este tipo?
- Ante todo, el escritor es un obrero cuya fuerza de trabajo es su utilización del lenguaje. Y las dinámicas del capitalismo nunca van a favorecer al laburante; el plusvalor difícilmente va al obrero. Yo prefiero un millón de veces trabajar con una editorial independiente. Nunca he trabajado con una editorial grande, pero no he escuchado cosas muy lindas sobre ello. Un sello independiente suele tener otra forma de pensar el oficio, aunque el libro no deje de ser una mercancía un tanto diferente.
- Parece un ciudadano politizado. A la vez, es un escritor que recela de la ficción discursiva, orientada a la generación de mensaje. ¿Ambas facetas conviven sin problemas?
- Este es un tema complejo. En La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, Walter Benjamin hablaba de la estetización de la política, que conduce al fascismo, de la politización del arte para que este sirva para pensar nuestra condición... Una pregunta que podemos extraer es cómo podemos hacer que una obra sea política. No creo que podamos hacerlo desde esa posición discursiva que dices, porque haríamos una especie de panfleto. Cuando Benjamin hablaba de politizar el arte, no creo que pensase en consignas simplistas. Diría que mis dos últimas novelas han sido novelas políticas, pero he intentado escapar de los discursos aleccionadores.