Preguntarle a la entrevistada, nada más empezar, que describa de qué va su libro puede parecer descortés, pero ante una obra tan abrumadora como Metamorphosis (Edhasa, 2023) está más que justificado.
Su autora, la escritora y periodista Emma Riverola (Barcelona, 1965), reconoce que, incluso a ella, le es muy difícil describir de qué trata este libro, para el cual ha necesitado más de seis años de trabajo. Una obra que cruza líneas temporales —la Barcelona de 1937, en plena guerra civil española, y la del presente— a través de una fragancia, dos personajes femeninos ficticios y la sombra de una figura muy real, Mercè Rodoreda, uno de los grandes nombres de la literatura catalana.
Pese a la complejidad que supone resumir el libro en una frase, la autora se anima a sintetizar el espíritu de su nueva novela, la sexta en una carrera que incluye títulos com Sal (2021) y El hombre que mató a Messi (2015): “Para mí sería la lucha para mantenerte humano cuando todo se cae”, dice en conversación con COOLT. “Es algo abstracto, pero creo que al final va de eso”.
- Metamorphosis engloba muchos temas, hay una labor inmensa de documentación. Para empezar, Lali, la protagonista del presente, es perfumista. Entiendo que no sabías sobre perfumes antes de ponerte a escribir...
- Sabía poquísimo. En mi vida anterior, trabajé como creativa publicitaria, y recuerdo con mucho cariño una vez que pasé un día entero encerrada con una perfumista de una marca de ambientadores. Me iba trayendo muestras y me las iba explicando: de repente, se me abrió la mente y empecé a notar cosas. Tenía ese recuerdo de haber pasado un día interesante, aprendiendo cosas que desconocía.
Busqué un mundo simbólico para Lali, y quería un mundo que fuera un poco el bien y el mal. A través de la química y de los olores, encontré ese punto. El mundo del perfume es la belleza, el glamour, el lujo, lo bonito, pero detrás hay una industria en la que también se hacen barbaridades. Tiene muchísimas capas.
- Otro tema sobre el que te has tenido que documentar es la época de la guerra civil española.
- El año 1937 ya lo toqué en otro libro, en el segundo que escribí, Cartas desde la ausencia (2008), por lo que es un periodo de tiempo que tengo un poco estudiado, pero evidentemente me metí aún más.
- Evocas a la escritora Mercè Rodoreda a través de unas cartas dirigidas a ella, pero de las que nunca podremos leer las respuestas. Al principio se hace un poco raro: te gustaría leer esas réplicas, pero acabas por no echarlas de menos...
- Me gusta el tema de las cartas porque supone la aparente desaparición del narrador. La persona habla desde una profundidad, pero a la vez es la voz del personaje. Me gusta jugar con eso. Y para abordar a Rodoreda, me pareció que era el modo con el que podía volcar más de ella no solo de su vida, sino también de su mundo narrativo y literario. Hay un juego ahí, el de ser el embrión de Rodoreda.
- Las cartas que leemos son las que escribe su amiga Roser, en la ficción.
- Roser es el personaje de la mujer en el papel de madre, el de la cuidadora a la que después se zampan entre todos. Ella admira a Rodoreda porque la ve capaz de hacer muchas cosas.
Empecé a escribir el libro en catalán, pero me cambié al castellano porqué no quería caer en la imitación [del estilo de Rodorerda]. Era una manera de distanciarme y de coger solo la esencia. Por eso recurrí también a las cartas de una amiga que no escribe tan bien, para no caer en la tentación de imitarla demasiado.
- No se echan de menos las cartas de Rodoreda y, en cambio, a la escritora se la siente muy presente.
- Y es una mirada a la vez cercana. A veces tendemos a sacralizar a gente que admiramos. Me gusta este juego de que Rodoreda probablemente hizo cosas que no admiraríamos o con las que no estaríamos de acuerdo. Es maravilloso.
- Vemos a una Rodoreda que también se equivoca. Una mujer joven que hizo lo que pudo…
- De hecho, ni siquiera comete un error. Ella tomó unas decisiones. Al fin y al cabo, dejó a su hijo con su padre y con sus abuelos.
- Que es lo que hace Lali con su hija…
- Sí, porque Lali, muy distinta, es un paralelismo de Rodoreda.
- La maternidad es un tema importante en la novela. Tanto Rodoreda como Lali abandonan a sus hijos.
- Quería mostrar otro tipo de maternidad. Lali actuó como actuó, sintió que no tenía otros caminos, ya tiene la culpa encima, pero, al fin y al cabo, Mila, su hija, lo lleva bien y se ha sentido querida también a su manera. A partir de ese momento, establecerán otra relación, más de alianzas, más desde la madurez, más desde ‘oye, nos caemos bien’. Hay otras maneras de enfocar las relaciones.
- Tras el abandono, pueden pasar mil cosas…
- Exacto, no está todo perdido y ya eres mala madre para toda la vida.
- Lali no tiene el perfil de ‘personaje típico femenino’, si es que este existe.
- Se la suele ver como una persona antipática. Pero yo me iría a tomar unas copas con ella. Estamos muy acostumbrados a leer personajes masculinos rudos o que no nos caen bien, y yo quería crear un personaje femenino así. Lali no tiene por qué caerte bien.
- No cae ni bien ni mal, tiene sus historias…
- Es complicadilla, pero a veces a mí también me hacen gracia algunas de sus respuestas…
- Pero no es un personaje femenino al que compadecer
- Estamos con una sobreabundancia de personajes femeninos que sufren, que son débiles, que nos dan como penita…
- O todo lo contrario: que están superempoderadas.
- Quería hacer un personaje poco empático.
- Defendiste que la novela se titulara Metamorphosis hasta el último momento, ¿no?
- Sí, porqué la metamorfosis lo es todo en el libro. Hicimos listas inmensas dando vueltas al título con los editores y mi agente. Yo defendía que, aparte de elementos concretos —el perfume, las transformaciones de los personajes, la misma Rodoreda—, hay un prólogo de un libro de Rodoreda que explica cómo la metamorfosis es un rasgo muy diferencial de su obra. Y, por otro lado, hay algún estudio que ha relacionado el mundo de Rodoreda con el de Kafka, hablando de cómo ambos utilizan los animales o el mundo vegetal en sus obras y cómo logran crear una especie de mundo simbólico a partir de un lugar así como inquietante.
Y antes de Kafka, estuvo Ovidio con Las metamorfosis. Hay como una tradición de literatura ahí. Y a mí me parecía que, pese a que Kafka esté ahí, podíamos utilizar el mismo término para el título, ya que al final era la clave del libro. También nuestro mundo está en transformación. Me parecía que se ajustaba todo. Para la propia Rodoreda, 1937 fue un año de transformación total. La guerra le dio estas alas. Ella misma lo expresaba en las entrevistas: fue entonces cuando, en plena guerra, empezó a destacar y a ser más libre.
- Al empezar la novela no sabes a dónde te va a llevar la lectura, pero al final todo se va encajando y colocando.
- Reconozco que, a mí, tanto en libros como en películas, me gusta mucho este punto que al final te lo ligan todo.
- Seis años escribiendo…
- Seis o más… Entremedio escribí una novela en catalán y una obra de teatro.
- ¿Vas a hacer más teatro?
- Si todo va bien, el año que viene se estrena una obra en castellano. Me gusta el teatro. Me gusta escribirlo, me gusta verlo y me gusta el hecho de que es algo un poquito más coral que estar tú sola escribiendo. No había pensado nunca en escribir teatro.
- Y, ¿cómo surgió?
- Surgió por la idea de la primera obra. Es sobre los atentados de la sala Bataclan de París. En esa época escribía un artículo diario. El atentado fue el viernes, tenía que escribir artículo para el lunes. No sabía muy bien cómo enfocarlo porque ya se habían dicho muchas cosas. Me llamó la atención el hashtag de ‘#puertasabiertas’: como hubo muchas personas que se quedaron encerradas en el centro de París y no podían ir a sus casas, hubo vecinos que invitaron a la gente a sus casas. Me imaginé una historia de una chica que vive sola, abre la puerta y entra un chico árabe. Y todo lo que pasa a partir de ahí: los prejuicios, el miedo…. Como estaba escribiendo la novela Metamorphosis, pensé en hacerlo en formato de obra de teatro. Lo probé y salió.
- A veces solo se trata de probar…
- Escribir también fue un probar. Yo estaba trabajando en publicidad…
- ¿Por qué la dejaste?
- Quizás la primera pregunta sería: ¿por qué me metí en publicidad? Estudié Ciencias de la Información y me atraía mucho la propaganda política, por eso me metí en la parte de publicidad. Pero al final no he trabajado nunca en propaganda política, ¡no lo he conseguido! Pero enseguida encontré trabajo. La creatividad me daba cosas buenas y malas, aunque no me sentía especialmente a gusto trabajando en publicidad. Cuando mis hijos eran pequeños, yo ya me ahogaba, sentía que ya había desaparecido…
- ¿Dejaste la publicidad para escribir?
- No me atreví. Lo añadí. Me levantaba a las cinco de la mañana para escribir. Y no tenía ni idea si lo publicaría. Tenía la necesidad de salir de aquello. Escribí esa primera novela [El amuleto de papel] y conseguí que me la publicara Plaza & Janés. Fue entonces cuando dije: ‘Esto es lo que quiero hacer’. Hacía tiempo que intentaba pactar un despido; necesitaba el despido y el paro para intentarlo. Entonces vino la crisis y cerraron la división. Conseguí empezar a colaborar con El País con artículos de opinión, pero era muy poca cosa. Luego Enric Hernández pasó a ser director de El Periódico y me encargó un artículo diario. La verdad es que he llegado muy tarde a todo.
- Pero ¿igual lo has disfrutado más?
- Sí. Lo que he tenido muy claro es que trabajé en publicidad y estuve muchos años haciendo lo que no quería. Y que, por lo tanto, en mis novelas iba a hacer lo que me saliera de las narices.