Dice el escritor Montero Glez (Madrid, 1965) que su último libro, La vida secreta de Roberto Bolaño (Navona, 2024), en realidad debería llamarse La vida secreta de Montero Glez. Y razón no le falta. En él, a través de diferentes encuentros con novelistas como el propio Bolaño, Enrique Vila-Matas o Juan Marsé; pintores como Luis Claramunt, Ceesepe o Miquel Barceló; y cantaores de flamenco como El Agujetas; el autor —una de las firmas más singulares del panorama literario español, con una larga carrera al margen de los focos— construye una obra sobre esos referentes que le hicieron escritor, que le enseñaron a pervertir la verdad.
Y, como buen discípulo de los narradores citados, Glez ofrece en este homenaje un juego entre la realidad y ficción, donde también hay espacio para la física cuántica. Un anecdotario muy bolañesco —“Es una trama que [a Bolaño] seguro le hubiera encantado escribir”, dice el autor en esta entrevista a COOLT— a medio camino entre la crónica periodística, el cuento y la invención con el que el lector podrá acercarse a estos artistas desde otra perspectiva.
- ¿Por qué escribir un libro así? ¿Es esto lo que buscas con el arte, convertir la realidad en magia?
- Yo me dedico a pervertir la realidad. Y me gusta juntarme con gente que hace lo mismo. Para mí, es un alimento haber pasado tiempo con Ceesepe, una persona que ha sido un maestro más que un amigo. Con él he aprendido que todo vale, siempre y cuando los elementos se encuentren en una armonía adecuada. Él podía juntar a Manolete con el payaso de McDonalds y con Irma la Dulce, y todo casaba porque había una relación armónica.
Esto supuso un salto cualitativo en mi trabajo. En música sería el free-jazz, el improvisar encima de una partitura. La historia que he escrito nace de la forma en que esa historia se va a contar: aquí fondo y forma no son distintos. Por eso esta historia sólo tiene una forma de contarse. Mi relación con los artistas me la he llevado a mi terreno para mi aprendizaje.
- De esta manera, nos podemos acercar a grandes artistas de otra forma: a través de la ficción.
- El libro se titula La vida secreta de Roberto Bolaño pero en realidad debería ser La vida secreta de Montero Glez, porque es mi punto de vista. Es mi manera de relacionarme con la gente que se expresa y pervierte la verdad. Eso es lo que me ha salido.
- Es también una especie de homenaje a muchos de tus creadores favoritos. ¿Qué le debes a Juan Marsé?
- Todo. Cuando escribo, pienso cómo lo haría Faulkner o Conrad. Pero también cómo no lo haría Juan Marsé, porque está muy pegado a mí. Él me hizo perder la inocencia. Cuando era joven, leía a Salgari, a Julio Verne y a escritores del estilo. Pero a mis 16 años, un vecino me dejó Si te dicen que caí. Esa novela me abrió los ojos a otras formas de contar. Una explosión carnal que me llegó con el autor catalán, no con las revistas del destape.
- O a Roberto Bolaño, quien en tu libro sigue vivo y no es más que una invención marquetinina. Una historia muy bolañesca.
- Estoy seguro de que esta historia le hubiera gustado mucho, es una trama que le hubiera encantado escribir. Lo hice con todo el respeto hacia él y su obra, por ello prefiero no revelar nada más. Es triste que un hombre al que no se le hacía ni caso de repente se convierta en un icono pop una vez muerto. Pero bueno, por lo menos algo le ha quedado a sus hijos.
Los escritores mueren dos veces: una con su cuerpo y otra como artistas. Por eso defiendo que Bolaño sigue muy vivo. También estoy seguro de que en vida este éxito no le hubiera pasado, porque la sociedad del espectáculo es así. Con la obra he guardado mucho respeto a Bolaño, no como a muchos otros.
- ¿A Vila-Matas, por ejemplo?
- Me gustan muchas cosas suyas, pero otras no. Tengo derecho a ello. Su Historia abreviada de la literatura portátil y los dietarios me parecen muy interesantes. Me cae muy bien, es muy divertido y me río mucho con él, algo positivo en este mundo tan aburrido y tan gris.
- Aparte de literatura, escribes sobre otras artes, como el flamenco. ¿Una vez que entras en este tipo de música ya no sales?
- El flamenco te atrapa y, una vez que llegas a ese punto, es imposible no ver que a los otros tipos de música les falta sustancia. Si te engancha, es difícil que escuches otra cosa. A no ser que sea música a la altura, como el jazz o la clásica. Pero el pop es muy complicado que lo escuches de la misma manera.
El flamenco es un arte de fatiga, son cantos de libertad de los esclavos. Pero igual que hay tragedia, hay fiesta. Bascula de un lado al otro, siempre desde el alma. Yo sentí el flamenco con 19 ó 20 años. Desde entonces, ya no volví a escuchar la música anterior de otro modo. Puedo oír a Bob Dylan, y aunque sé que sabe escribir muy bien y me gusta, musicalmente siento que le falta algo.
- También hay espacio para la física cuántica en el libro. ¿Por qué es tan importante en tu obra?
- Porque fue muy importante para el arte. En el Congreso de Bruselas de 1927, adonde acuden Einstein y las mejores cabezas de la física, se desbanca la física clásica a favor de la de partículas. A partir de ahí cambia el mundo. Algo que ocurre en el periodo de entreguerras y que acaba con los atentados terroristas de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Dos actos que tienen que ver con el edificio teórico de la física cuántica.
Todo esto tiene una gran importancia en las artes: de aquí nacen las vanguardias, de esa tensión entre política y arte. Aparecen el Ulises de Joyce, El ruido y la furia de Faulkner y un largo etcétera. En España tenemos a Valle Inclán y su Luces de bohemia. Todo esto tiene que ver mucho con la interpretación libre del mundo de partículas, del mundo invisible.
- Y tú haces el camino de vuelta: utilizas la física cuántica para desarrollar un libro...
- Sí, para desarrollar todas las historias. Del mundo invisible, bajo la apariencia de realidad, lo que subyace es más importante que lo que se muestra. Esto lo hago yo y cualquier artista: buscamos pervertir la verdad y conocerla a fondo. Entender lo que no se ve. Yo curioseo ahí y lo destapo, lo interpreto. Es lo que me da pistas para seguir escribiendo y seguir haciendo párrafos: me pongo a escribir y, a medida que avanzo, se me va apareciendo un mundo invisible.