Nayareth Pino Luna: “Para escribir hay que estar vivos”

‘Mientras dormías, cantabas’ es uno de los debuts literarios más contundentes del panorama chileno. Su autora explica cómo llegó hasta ahí.

La escritora chilena Nayareth Pino Luna, autora de ‘Mientras dormías, cantabas’. DANIELA CANALES
La escritora chilena Nayareth Pino Luna, autora de ‘Mientras dormías, cantabas’. DANIELA CANALES

“Para escribir es muy importante tener claro el lugar de enunciación. Desde dónde una habla”, dice la escritora chilena Nayareth Pino Luna (Santiago, 1990). Explica que esa frase que se le quedó grabada la escuchó de la boca de su profesora Rubi Carreño, cuando estudiaba Letras.

Nayareth tiene perfectamente claro su lugar de enunciación. Es uno que tiene que ver con la clase, el cuerpo, con ser mujer y con los procesos sociales, reconoce. Estas también son las coordenadas por las que se mueve su novela, Mientras dormías, cantabas (Los Libros de la Mujer Rota, 2021). En este, su debut, nos asomamos a la vida de una familia en plena celebración de Año Nuevo, en un barrio obrero de Santiago. Con binoculares indiscretos conocemos secretos y a personajes que entregan diferentes reflexiones sobre la enfermedad, la muerte, el encierro, el amor y las dinámicas familiares.

La escritora, al inicio de esta conversación con COOLT, hace hincapié en una idea: “El primer factor que va a condicionar mi relación con la escritura es el cuerpo. Creo que para mí la vida siempre resultó amenazante, corporalmente, debido a un síndrome con el que nací. Entonces, cuando yo descubro que tengo la palabra y puedo escribir, creo que puedo empezar a armar un relato que no es necesariamente el que me imponía esta vida o la biología con la que nací. Es en ese momento en el que echo raíces en esta vida”.

Hasta ese momento, la palabra que definía su vida era “paciente”. “Y cuando una es paciente, es pasiva”, dice. “La vida te pasa por encima. Te hacen cirugías que tú no decides y te sacan huesos. En mi caso, sacaron costillas y cadera. Y yo no lo decidí. Muchas veces digo que mis palabras son mis costillas, ellas protegen mis órganos vitales. Fue cuando descubrí la cultura —no solo la escritura y la lectura, también descubrí a los Beatles, y con eso, la música— que encontré estos pedacitos de lugares que yo podía habitar siendo protagonista, tomando la palabra. Ya no desde la voz pasiva, sino que podía incluso hablar en primera persona. O, si quería, podía ser narradora omnisciente. Ese es el narrador que me gusta a la hora de escribir”.

En definitiva, resume Nayareth: “De ser paciente, de ser esta niña que llevan en camilla de un lugar a otro y que duermen sin que ella quiera, descubrí que podía también hacer algo con estos mundos que iba creando. Antes era una paciente. Hoy escribo”.

El otro lugar importante desde el cual se posiciona desde su escritura tiene que ver con quiénes son las personas que tienen la palabra en esta sociedad. “La palabra está monopolizada por cierto tipo de gente, entonces, cuando me doy cuenta de que en mi familia casi nadie ha tenido la palabra nunca, porque somos muchos primos, pero solo mi hermana y yo estudiamos algo, pienso que era un deber tomarla y hacer algo con ella”, explica la autora.

La chilena Nayareth Pino Luna ha debutado como novelista con ‘Mientras dormías, cantabas’. CORTESÍA
Nayareth Pino Luna, autora de ‘Mientras dormías, cantabas’, señala la importancia de saber “desde dónde una habla”. CORTESÍA

Expulsada por culpa de Manuel Rojas

Escribir y publicar nunca, nunca, son sinónimos. Aun cuando Mientras dormías, cantabas es su primer libro editado, Nayareth explica que siempre ha escrito —incluso— estudiando Letras: “Una carrera muy canónica en la que una tiene que leer todo el tiempo lo que se ha dicho que es lo perfecto, entonces, mucha gente deja de escribir ahí”.

También siguió escribiendo —aún— siendo profesora. “En ese tiempo escribía cuentos, pero no sé si hubiese podido escribir una novela. Yo ahora escribo en mis tiempos libres, pero siendo profesora de aula no tenía tiempo, por las condiciones de trabajo que tenemos los profesores en Chile”, dice.

En el libro aparece Natalia, una profesora que aporta los espacios dentro del relato para reflexionar sobre la educación, la escritura y la lectura. “Se nota que este libro fue escrito por una profesora”, le dijeron unos amigos a Nayareth, después de leerlo. Y ella reconoce que en ese personaje no solo se ve representada a sí misma, sino también a todas sus amigas profesoras. Sobre todo en un aspecto. “En lo que cuesta ser torpemente revolucionaria enseñando en los colegios, como dice el libro”.

“A mí me echaron de mi primer colegio por culpa de Manuel Rojas”, dice. Una gran frase para comenzar una anécdota. ¿Qué culpa tuvo el Premio Nacional de Literatura de 1957?

“Era mi segundo año de profesora y leímos Hijo de ladrón con el cuarto medio [segundo de bachillerato]. La evaluación de ese libro era un ensayo, lo que es aceptado por los colegios y lo otro que propuse, fue una intervención. Libre. Un grupo de estudiantes quiso hacer marcadores de libros; otros, afiches; y un grupo quiso representar la cuestión social con una marcha en el colegio. La directora estaba muy pendiente de lo que hacía y me pidió informarle de todas las propuestas de intervención. Leyó la de la marcha, me acusó de incentivar la toma del colegio y me echó. Lo bonito es que quedó un mural en la escuela con el texto de la herida”.

¿Qué puede ser más poderoso que elegir lo que va a leer un grupo de estudiantes? Cuando Nayareth entona esa pregunta en voz alta su voz cambia. Se vuelve más solemne. Como si una emoción muy fuerte le estuviese atravesando el pecho. “Natalia es un homenaje a la figura de la profesora comprometida. Esa que va a las actividades del curso fuera del horario de colegio. La que sufre también por sus estudiantes que se pierden”, dice. 

“Ciertos días amanece bonita; todos los días, torpemente revolucionaria. Encontraba las maneras de enseñar el lenguaje, la lengua, desde los lugares más inconvenientes. Si no la echaron de ese colegio fue porque lograba que sus estudiantes —alimentados a pan y fideos— estudiaran algo, lo que fuera. De tanto leer y escribir, de tanto entregarles la palabra. No la sagrada. Porque no hay dios en el terreno de la lengua o eso le enseñaron, enseñaba (...) Nos pertenece y no podemos hacer otra cosa que no sea tocarla, torcerla, capturarla, les decía Natalia”.

Aunque es ficción, Mientras dormías, cantabas nació de un espacio físico real: el piso de los abuelos de Nayareth. Se trata de un block —el nombre con el que se conoce popularmente en Chile a un tipo de vivienda social— ubicado en la comuna de La Pintana, al sur de Santiago. “De hecho, puse la dirección de ellos en el libro”, dice, riendo. “Frente a su casa estaba la cancha de tierra que se menciona en la novela. Si buscas la dirección en Google Earth se ve el peladero, pero ahora hay una cancha de pasto sintético que puso la alcaldesa”.

Pero el punto de partida fue otro. Un día, a Nayareth se le apareció la imagen de una mujer enferma a la que llamó Leonor. “Ella tiene escoliosis. Vi en mi mente la imagen de ella mirando por su ventana un huracán de tierra. Ahí comencé a escribir”, dice. Y lo hizo en un diario de vida, a mano.

Portada del libro 'Mientras dormías, cantabas', de Nayareth Pino Luna, editado por Los Libros de la Mujer Rota

La novela lleva por título una frase salida de una de las cumbias más populares de Chile: ‘Cumbia para adormecerte’, de Sonora Palacios. Una que está grabada en la memoria de diferentes generaciones. Una canción que es como ese tatuaje que, aunque crezcas, cambies e incluso ya no te identifique, no quieres borrar de la piel. Hasta el menos cumbiero presta atención cuando empieza a sonar en cumpleaños, bautizos y sobre todo, en Año Nuevo.

Este es un libro donde la musicalidad aparece desde sus entrañas. El ritmo está impregnado en su escritura. “Para mí, la ética y la estética de una obra son dos cosas que van de la mano. Cuando hablamos, en general, se disocia mucho lo de la forma y el fondo, pero quienes estudiamos el lenguaje sabemos que la forma dice mucho también. La forma habla. Y como esta es una novela que sucedía en Año Nuevo y la música iba a ser muy importante, tenía que tener también una musicalidad, porque los personajes están bailando. En estos movimientos que se realizan hay un baile. Incluso la muerte de Leonor (no es un spoiler) es una especie de baile de su propia respiración que se va. Esa era una característica que tenía que tener esta novela”, dice.

La contundencia con la que está escrita esta novela dice mucho de su autora. De su propia reflexión, de su oficio. Ninguna frase está puesta al azar. Y las referencias musicales no son simples guiños, tampoco una herramienta para mostrar onda o pavonearse con intertextualidades. Títulos de canciones y frases extraídas de ellas cuentan la historia.

“Yo escribo narrativa porque no puedo escribir poesía. Es una imposibilidad. A veces pienso: ¿me meto a un taller de poesía? Y digo no, la narrativa es lo mío. Creo que en todo lo que escribo está ese ritmo y, quizás, abuso del punto seguido. Cada párrafo para mí es muy importante y le dedico mucho trabajo. Soy muy detallista y a veces se me va un poco la vida en cada texto y el ritmo para mí en la literatura es fundamental. Traté de transmitir ese apego a la palabra con la que me comprometí cuando era niña y dije que quería escribir”.

La ficción para la sobrevivencia

Entrar con un ojo indiscreto a ver la vida de una familia es como presenciar una caja de Pandora que se abre y el espacio se llena de momentos en el que muchas emociones coexisten al mismo tiempo: instantes de fiesta en los que se celebra y al mismo tiempo se pelea. Secretos que todos conocen pero que están latentes, implícitos, mientras se brinda o se baila. Y también la construcción de una familia en base a una figura fundamental. A esa persona que existe en todos los clanes que funciona como pegamento y que, cuando desaparece, se genera una fractura muchas veces imposible de superar. Como si el grupo sufriera una pérdida de identidad.

“Siempre he sido muy apegada a mi familia materna, pero gracias a esta novela he generado un vínculo mayor. Si bien no es la familia de la novela, yo me alimenté de todas las cosas que se vivían en mi familia, en la música que se escuchaba en estas fiestas cuando yo era niña, en las relaciones que se construyen entre las mujeres, cómo bailan entre ellas, y, evidentemente, mi familia es mucho más luminosa que la del libro. Cuando escribía la novela no lo tenía tan claro, pero gracias a la escritura he valorado mucho más esas dinámicas y la idea de la familia a pesar de. A pesar de la muerte, por ejemplo. O pensar cómo cada familia celebra”, dice.

“Todas las familias tienen un velo, pero basta una cosa para que esto estalle. Además, en esta historia son las mujeres son las que van armando el relato de lo que ellas quieren. Son las mujeres las que enuncian la ficción para la sobrevivencia. Creo que nosotras también en nuestra vida diaria estamos creando ficciones para la sobrevivencia, cómo elegimos contar la realidad o qué nombres le damos a algunas cosas”.

—Hay una pregunta que Leonor repite constantemente a lo largo del relato: ¿Qué es lo que hay antes? Para ti, ¿qué es lo que hay antes de este libro?

—Cuando comencé a escribirlo yo estaba también empezando una depresión mayor. En este diario yo escribía porque quería sanar muchas cosas y me puse este desafío porque en una parte del libro digo —y con esto sí comulgo— “para escribir hay que estar vivos y para amar también”. Para mí, ahora, la escritura se asocia a esa vitalidad. Lo necesitaba. Necesitaba escribir este libro, necesitaba seguir viva a través de la palabra. Quise comprometerme con una novela porque sabía que me iba a mantener en eso mucho tiempo. Antes, cuando era niña, la escritura fue puro goce. Después, hasta esta adolescencia tardía de la que también hablo en la novela, de personas con veinte años que sufren mucho, la escritura me llevaba a lugares oscuros. Ahora la escritura me sigue llevando a un lugar, pero soy yo la que tiene las riendas. No me puede llevar sin control porque son mis palabras. Creo que escribir a mano me ayudó a eso, a sostener el lápiz y saber que yo puedo ir manejando la trama del texto. Eso es lo que hay antes: una necesidad por asociar la vitalidad a la escritura. Esa es mi consigna: para escribir hay que estar vivos.

Periodista especializada en música pop y feminismo. Directora de la revista digital POTQ Magazine y fundadora de la web Es Mi Fiesta. Organizadora del festival Santiago Popfest. En 2020 publicó Amigas de lo ajeno, libro que da voz a algunas de las artistas más representativas de la música chilena.

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