Libros

‘No fue penalti’: de fútbol y dioses

El escritor mexicano Juan Villoro fija su mirada en una jugada que marca dos vidas. “En la literatura hay más leñeros que en el área chica”, dice.

El fútbol es el eje del libro 'No fue penalti', de Juan Villoro. EFE/MIGUEL GUTIÉRREZ

Como en esto de la literatura la ficción, comparada con la realidad, es una mera aficionada, resulta que lo que le pasa a uno de los protagonistas de la última novela corta de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) lo cuenta el pensador vasco Javier Sádaba en uno de sus libros de memorias: tenía 16 años y estaba en cama, muy enfermo, mientras se jugaba la final de Copa entre su amado Athletic de Bilbao (Sádaba es filósofo oficial del club) y el FC Barcelona. Creyente en Dios y en su equipo, empezó a rezar al primero para que ganara el segundo, y entonces se le vino el mundo encima de pura lógica: si Dios era omnisciente  —porque para eso es Dios—,  ya sabía el resultado; entonces, ¿para qué rezar? Adiós a la creencia religiosa, no a la futbolera.

“Si Dios existe le pido que no nos anoten. Es la única táctica que queda”, piensa desde la banda el Tanque en uno de los lances del partido. Es uno de los dos protagonistas de No fue penalti. Una jugada en dos tiempos, recientemente publicada por la editorial Almadía. A falta de dioses, llegado el momento de la jugada decisiva, el entrenador levanta los ojos al cielo en busca de justicia divina o de lo que diga el VAR, que viene a ser lo mismo. Hay una particularidad: en la cabina de videoarbitraje que imagina Villoro, quien decide es un viejo conocido del entrenador suplicante, un examigo, su par, su otrora hermano Valeriano, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, a quien lesionó en una jugada hace treinta años. 

“(…) te resbalaste, rodaste una vez, diste la vuelta y chocaste con mi pierna. La pierna del Tanque. Oí el crujido de tus huesos y fui el primero en ver la fractura expuesta, la maldita herida (…). Te llevaron al hospital con la camiseta de la selección todavía puesta. Fue la última vez que la usaste. La lesión te jodió la carrera. Pero también jodió la mía”.

Tres décadas después, uno se desgañita en la banda y otro se revuelve en los cielos: es el dios del VAR y tiene que juzgar una acción que decidirá el futuro del equipo y de su entrenador. Cualquier cosa que decida no será una mera opción, sino la liquidación de sus asuntos personales, rencillas pendientes: la pelota que esos dos se disputaron aún no ha parado de rodar.

El Tanque vs Valeriano

Más que once contra once, lo que se juega en el libro de Villoro es un uno contra uno. El Tanque nació fanático del fútbol y lo fue del jugar; de las estrellas, con su amigo Valeriano sobre todas las demás; y de su equipo, desde la banda, siendo entrenador. Fanático de la amistad en lo personal y un poco de la nostalgia, es presa del resentimiento y los fantasmas: cree que su examigo entró al videoarbitraje para perseguirlo, como venganza por la fatídica lesión que lo apartó del fútbol. Más tranquilo, Valeriano es —siempre fue— un jugador atípico, un jugador profesional que descubrió por casualidad y sin vocación que lo suyo era eso, pero podría haber sido otra cosa u otro deporte. Un indolente de la cancha. Un diletante del balón arrastrado a la pasión y convertido en Dios a su pesar.

“Valeriano es un caso extraño en el fútbol. Tiene talento natural para el juego, pero no ama este deporte”, explica para COOLT Villoro sobre el personaje, que tiene una referencia real: “Durante el Mundial de 2006 fui comentarista y compartí plató con Batistuta, el gran delantero argentino. Me sorprendió saber que prefería el tenis o el surf al fútbol. No era un hincha apasionado, pero sus excepcionales dotes físicas lo llevaron a destacar en ese deporte. Lo que sí apreciaba era el cariño de la gente y la forma en que se entregaba en los estadios. Valeriano es similar; es el único rasgo que comparto con él”. ¿Y con el otro, con la apisonadora, comparte alguno el escritor mexicano? “Con el Tanque, jugador sin talento que idolatra el deporte, comparto la admiración por los grandes futbolistas”.

Leñeros de la cancha y leñeros de la vida

Esos jugadores apisonadora tienen un nombre específico para designarlo: leñeros. El Tanque pertenece a su raza y comparte sus características: porte de armarios con piernas que desde el área propia saben ganarse el corazón de la afición a base de despejes, patadas contundentes, coditos, codazos y empujones en el área. Suelen ser temibles, pero solo para los contrarios y solo durante 90 minutos. Existe una gran ventaja con ellos: la fama que les precede y que pone en guardia a los demás, previniendo contra sus embestidas.

Otra cosa son los leñeros de la vida o de la profesión, cuyos golpes invisibles siempre llegan dónde y cuándo menos te lo esperas y te revientan y te dejan K.O. y se van sin que árbitro alguno haga amago de amonestación, porque en el partido de la vida no hay arbitraje, solo errores. Sería fantástico, como ocurre con los leñeros del campo, tener unas claves, alguna pista para reconocerlos, ¿no? “En la literatura hay más leñeros que en el área chica. He tenido la suerte de circular por ahí sin lesiones graves, pero podría escribir una enciclopedia sobre esa hoguera de las vanidades. En los deportes de conjunto, el que anota destaca más, pero lo hace en nombre de todos. En la literatura, abundan los individualistas; es fácil reconocerlos porque se ponen nerviosos cuando dejas de elogiarlos”.

Juan Villoro, autor de 'No fue penalti'. SOFÍA GRIVAS

Elogio del (buen) insulto

Con el campo como fuente primaria y la mochila de una vida dedicada a la literatura, Villoro se lanza al insulto, por boca y pensamiento del Tanque, para elaborar los mejores a base de categorizar: “Esos hijos de puta son como la gasolina, unos son Magna y otros son Premium. Los hijos de puta Magna benefician a los equipos grandes: los hijos de puta Premium son más especiales: quieren ser famosos; expulsan a Pelé, le roban la final a Maradona… Hoy nos tocó un hijo de puta cualquiera”.

Mención especial para el videoarbitraje, “lo peor”, se lee en No fue penalti. No es ninguna sorpresa, conocidas son las crónicas y las reflexiones de Villoro en contra de tan presuntuoso (e ineficaz) invento. Para COOLT reitera el escritor: “El pasado Mundial confirmó que no sirve para nada. Los árbitros se siguen equivocando, lo mismo que los videoárbitros. El error no se anula, sólo se pospone. Por otra parte, esto ha permitido un cientificismo absurdo. La cámara registra que un delantero adelanta en un centímetro a un defensa y se marca fuera de lugar. ¡Pero un centímetro de cuerpo no representa una ventaja! Al menos se debería ejercer un criterio de pollos rostizados, castigando a quien tuviera una pierna o una pechuga de ventaja”.

Odio eterno al fútbol moderno

¡Y a sus modernos futbolistas!, que “cargan dos celulares y tres tipos de bloqueador solar”, dice el entrenador de la novela, de nuevo, el Tanque. Su análisis es pintoresco, exaltado, no exento de graciosa mala leche y, al fin, como tienen que ser los que se hacen desde la banda en medio de un partido. El de Valeriano se interna por caminos más profundos y peligrosos, también como corresponde a su carácter y su posición más solitaria y privilegiada en la cabina. Él también tiene sus taxonomías: “Hay dos tipos de fanáticos, los que actúan por amor al equipo y los que actúan por odio al rival”, reflexiona Valeriano, el videoárbitro. “Los segundos son los más temibles, también los más importantes”. Con todos tuvo que vérselas para salvar a su amigo de entonces y luego examigo, pues, después de fracturarlo, los hinchas más exaltados querían lincharlo y él intervino. Les dijo la verdad, lo de que el campo estaba resbaladizo, que fue mala suerte… La verdad, ¿a quién le importa cuando existe la posibilidad de una buena conspiración? Sobre todo si coincide con las sospechas de uno.

La novela de Villoro es la historia de una amistad deshecha en dos tiempos: deshecha, pues, y redeshecha treinta años después. La primera vez con el maldito y desafortunado lance de la lesión, que a la postre terminó expulsando a sus dos protagonistas de la práctica del fútbol como jugadores. La segunda se dirime en la trama. Aquel que supuestamente desencadenó la tragedia dirige a un equipo que bajará a segunda división si pierde. Lo observa, lo juzga desde los cielos del estadio quien padeció la fortuita embestida y sus efectos. ¿Qué significa hacer justicia al pasado? Hay una acción en el área en los minutos finales del encuentro. “Todo el mundo lo vio y yo debo marcarlo”, se dice Valeriano. Pensando en el Tanque se pregunta: “¿Lo vas a entender tú? Tienes que entenderlo, esto no es una venganza”. ¿A quién le importa, si lo parece? ¿Dónde queda la verdad de lo que pasó cuando se puede fabular con los mismos ingredientes?

“Me interesa más escribir desde la crónica porque el fútbol es, en sí mismo, una narración llena de mitologías”, dice Villoro, autor de otros libros futboleros como Dios es redondo (2006) y Balón dividido (2014). “Contar con sorpresa lo ya sucedido y encontrar los misterios íntimos de las jugadas públicas es un desafío apasionante. Pero también me interesa agregarle algún enigma al juego. No fue penalti enfrenta a dos futbolistas cuyo destino cambió por una jugada que los retiró a ambos de las canchas. Eso ha pasado muchas veces. Pero deseaba explorar algo más: la posibilidad de que, al cabo del tiempo, los protagonistas de esa tragedia se encontraran en otra jugada decisiva. La realidad me brindó la primera jugada; al modo del cuarto árbitro, la literatura me brindó el tiempo extra para que ocurriera una segunda jugada”.

Tiempo extra o detención del mismo, repetición de la jugada y examen del instante suspendido… Inventamos para el fútbol lo que, en realidad, echamos de menos en la vida. Es la razón por la que no funcionan en el campo: siembran distancia entre uno y otra cuando, en realidad, se parecen tanto…

Periodista cultural. Colaboradora de medios como La Maleta de Portbou, El Salto y La Marea o de las revistas Diseño Interior y La Aventura de la Historia, con temas que van desde la filosofía y la poesía hasta la arquitectura y el diseño. Es autora de la novela La otra vida de Egon (2010) y los libros de relatos Siete paradas en el país de las sombras (2005) y La carretera de los perros atropellados (2012).