Libros

Notanpuan, la fiesta del libro

Nacida con la democracia argentina, la librería que Fernando Pérez Morales regenta en San Isidro quiere “sacar al escritor de la solemnidad”.

Buenos Aires
El equipo de la librería Notanpuan. CORTESÍA

Hace 40 años que la librería está en San Isidro, al norte de la ciudad de Buenos Aires, la misma cantidad de tiempo que la actual democracia en la Argentina. Su nombre original fue Boutique del Libro, un eslabón de la cadena de libros que distribuía locales a lo largo del país. En 2014 cambió su nombre a Notanpuan, una boutade, una chicana afectuosa a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, conocida por la calle donde está su entrada principal: Puan.

En la fachada de la librería predomina el color azul. La puerta a dos hojas no es sencilla de abrir. En el vidrio un cartel artesanal, dice: “Che, abran la puerta”. Del lado izquierdo de la librería, detrás del mostrador, hay un hombre con un suéter color mostaza. Lo escoltan dos chicas iguales a la distancia pero distintas, cada vez más distintas a medida que uno se va acercando a ellas. El hombre tiene anteojos de marco grueso verde y negro. Las chicas, rubias, visten ropa holgada, en un estilo que mixtura el grunge con el hippismo. El hombre se llama Fernando; las chicas, mellizas, Mili y Meca, como las conocen los clientes que escuchan con atención sus recomendaciones. Su apellido: Pérez Morales.

Fernando, el dueño de la librería, saluda con la mano y pide un segundo o dos o tres: el tiempo que va a tardar en recomendarle un libro de Diego Muzzio a una clienta. Después pide que lo siga hacia el fondo, por un pasillo rodeado de estantes entre los que sobresalen como un arcoíris festivo los 40 ejemplares publicados por la editorial Notanpuan. Fernando camina esquivando las mesas repletas de novedades, con la mirada hacia el frente, dando la impresión de que podría hacerlo con los ojos cerrados o de noche sin una lámpara encendida.

Al fondo de la librería hay una especie de bar que, a primera vista, se asemeja al quincho de una casona grande de San Isidro. En un rincón hay un piano vertical, corroído pero que aún afina en las noches de jam o cuando Julieta Venegas se sienta a tocar en funciones íntimas y sorpresivas que alteran el barrio. En las paredes, cuadros con fotografías de Olga Orozco, Juan José Millas, José Saramago, Vázquez Montalbán, Juan Gelman. Todas en blanco y negro, tomadas por el fotógrafo Alejandro Guyot en la misma librería. Al fondo del bar, detrás del ventanal, hay un patio con plantas, parrilla y mesas de hierro. Al sol, duerme el perro que aparece dibujado en las bolsas de papel de la librería, Marcelo.

Fernando invita a sentarse en una mesa celeste. En el medio hay un manuscrito con anotaciones. Entrenado en la gimnasia de recibir gente, ofrece café, cerveza, agua, vino o gaseosa. Luego se sienta y dice:

—Argentina es un país lleno de futuros escritores —señala el manuscrito—. Hay más manuscritos que calles. Mi mesa de luz explota. Hay calidad, lo que pasa es que no damos abasto. Cada vez puedo editar menos. Tengo que cuidar la librería.

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La librería Boutique del Libro de San Isidro, actual Notanpuan, abrió sus puertas el 1 de junio de 1983, el año que asumiría el presidente Raúl Alfonsín. Fernando Pérez Morales tenía entonces 23 años. Venía de recorrer varias carreras universitarias sin ningún éxito: desde Floricultura y Jardinería hasta Biología, pasando por el ingreso a Medicina. Lo hacía solo con el fin de que el padre, Francisco Pérez Moralez, un reconocido psiquiatra en Argentina, lo mantuviera económicamente.

—Nunca fui buen alumno —dice—. Ni en la secundaria ni en la universidad. Mi único vicio además de la marihuana era la lectura. Lo único que hacía era leer.

Los libros que le daban sentido a sus días, Fernando los encontraba en la Boutique del Libro de Martínez, una localidad al norte de la provincia de Buenos Aires. El dueño, Horacio Batellini, sabía de sus gustos literarios, de su trato afectivo con la gente. Lo veía moverse en la librería como si estuviera en el living de su casa. Un día le dijo que quería abrir una sucursal en San Isidro, que necesitaba un socio, alguien que trabajara fuerte sin importar el capital que tuviera para invertir.

—Así empecé —dice—. No tenía plata y Horacio me dijo: ‘Trabajá un año gratis’. En tres meses me di cuenta que estaba donde quería estar. Yo estaba condenado al fracaso. Me veía así. Salía todas las noches, tenía quilombos con mi padre, no me iba bien en la facultad. De los 18 a los 23 lo pasé muy mal. Reemplazaba con joda la frustración, pero la pasé muy mal. En la librería encontré mi lugar en el mundo.

Fernando Pérez Morales, cuando Notanpuan todavía era la Boutique del Libro, en los primeros dosmiles. ALE GUYOT

Durante ese año, a Fernando lo sostuvo su padre. Aprender el oficio de librero era otra de las carreras en las que probaba suerte. Pero esta vez fue en serio. Fernando atendía doce horas por día en la librería. Se ocupaba del público, de tratar con proveedores, hacer números, armar las mesas, ingresar libros. Durante muchos años trabajó solo, hasta que el negocio empezó a funcionar y pudo sumar empleados. Al cumplirse el año, Horacio Batellini cumplió con su palabra: lo hizo socio, cediéndole el 33% de las acciones.

—Todo el primer impulso fue poner el lomo, llegar quemado a mi casa y ponerme a leer —dice—. Yo no leo solo por placer, también leo por presión. Una mezcla entre placer y oficio. Para recomendar tenía que conocer. Thomas de Quincey, Raymond Queneau, autores que no eran un boom, pero te daban un panorama de que eras más lector que los libros sobre la mesa.

Fernando habla armando un decálogo involuntario del oficio del librero. El primer punto, en tono de trivia, podría ser: ¿qué diferencia a dos librerías que tienen los mismos libros al mismo precio? El librero que atiende, que te sugiere libros de los estantes y no los que brillan volubles en las mesas de novedades.

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A los dos años de trabajo, Fernando percibió que estaba instalado en el rubro. Sin embargo, tardó una década en dar el siguiente salto. En 1995 le compró a los socios sus partes y se mudó a media cuadra, a una casona vieja pero más amplía: la actual sede de Notanpuan. Vender solo libros no le bastaba. Inquieto, necesitaba algo más: armar un espacio donde haya música, lecturas, arte, cine, charlas. Dejó hasta el último centavo que tenía en la mudanza. Pero la librería empezó a tener el formato de espacio cultural con el que fantaseaba.

—Cuando armé este lugar tomó una personalidad definitiva, que se parece a mí para bien y para mal —dice con una voz calma pero galopante—. Para bien, en la interacción con la gente, en los libros que circulan, en las actividades, en la música. Para mal, en el manejo financiero, en no saber sobrevivir con un negocio que le iba muy bien. Yo vendí el auto cinco veces para cubrir agujeros. Nunca un auto nuevo.

Fernando es hijo del barrio de San Isidro pero una figura díscola en sus calles. Una zona conservadora, católica, pudiente, donde gobierna la familia Posse —abuelo, hijo y pronto la nieta— desde el inicio de la democracia. En 2022 una fuerte lluvia penetró en los techos viejos y rompió la zinguería, inundando la librería. Muchísimos ejemplares se mojaron. Además de la solidaridad de escritores, artistas, músicos, exempleados que se acercaron a colaborar, los clientes y vecinos del barrio fueron los que pusieron el cuerpo, las manos y su tiempo: llevaron secadores de pelo y se pusieron a salvar ejemplares pasados por agua.

—El barrio siempre respondió a pesar de nunca haber sido políticamente acorde al barrio —dice Fernando—. Tampoco soy un tipo que te voy a tirar el pensamiento en la cara. Tampoco me lo callo. Un barrio que me ha aceptado como soy, por más que a muchos no les guste como pienso.

En YouTube hay un video donde Mili y Fernando celebran los 40 años de la librería, en una mesa del Festival Literatura en el Río. Al comienzo de la conversación, Fernando nombra otro punto del decálogo incompleto del librero: “El 83 fue abrir todas las ventanas, las puertas, las ideas, poder empezar a tener diferencias, expresar lo que uno sentía. Siempre dije que un librero puede tener una ideología, pero una librería tiene que tener a todas”.

El periodista y escritor Antonio Dal Masetto, atendiendo a lectoras en la librería. ALE GUYOT

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Notanpuan no le teme al adjetivo familiar, a su mano cálida y a sus dientes afilados. Mili y Meca hacen una pausa en la atención al público y se acercan a la mesa. Se sientan a ambos lados de Fernando. Al igual que su padre, nombran a la librería como un negocio familiar, sea por los lazos sanguíneos que los unen como por el trato entre empleados y clientes. En la librería también trabajaron la madre de las mellizas, los hermanos de Fernando y varios de sus sobrinos. Laura, la hermana mayor de Fernando, aportó “un alto nivel de comunicación”, concuerdan Fernando y las mellizas.

—Empezamos a generar movidas, a sacar al escritor del lugar de la solemnidad —dice Fernando, mientras Mili y Meca, asienten con la cabeza tras haber escuchado el mismo relato ciento de veces—. Hacíamos presentación de libros. Sacábamos las mesas con rueditas a la calle para que entre más gente. Vinieron Saramago, Millás, Gelman, Bioy, Sábato, Lemebel, Abelardo Castillo, Vázquez Montalbán, Manuel Vincent, Rosa Montero, Quino. Empezamos a hacerlo y después nos dimos cuenta que todos querían venir.

Tras los encuentros a sala llena, Fernando cerraba la librería y hacía un asado en la parrilla del patio para veinte personas o más. Los escritores se iban “felices, borrachos y fumados”, enumera como si fuesen sinónimos. Los que llegaban de afuera acordaban con la editorial para presentar o tener una charla debate en la librería. Fernando se aseguraba de vender sus libros con anticipación y los lectores llegaban al encuentro con inquietudes, no solo a escuchar piropos de los presentadores.

—Me escribía Saer cuando vivía en París, y me decía: ‘Fernando, voy a ir a Buenos Aires, prepárame mollejas’ —dice sonriendo—. He visto cómo cambió la relación de los escritores con los lectores en el tiempo. Cuando empecé los escritores eran personas muy distantes. Nosotros rompimos esa barrera. Pusimos al escritor a la altura de los lectores. Que conversen desde el mismo lugar y no desde un podio. Lo que sucedía en los noventa y ahora que volvimos a hacer encuentros de escritores libreros por un día, es que los escritores quieren que los quieran. Tomar una birra y bailar, comer un asadito, que les preguntes la pasaste bien.

Otro ítem: “El laburo más grande que se hizo acá es cuidar al escritor y hacerlo interactuar con los lectores reales”.

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A principios de 2015, Fernando, Mili y Meca viajaron juntos a Nueva York. Las chicas habían terminado la escuela secundaria y fue la excusa perfecta para saldar un viaje prometido y pendiente que tenían desde su cumpleaños de quince, que se fue retrasando por cuestiones económicas. Las noches en Nueva York las pasaban en clubs de jazz.

—Papá volvió con ganas de hacer una jam de jazz en la librería, todos los jueves —dice Mili, que desde hace unos meses estrena el título de Licenciada en Artes de la Escritura—. Aprovechamos que estaba Pocho, uno de los empleados que además es músico. Antes había movidas nocturnas, pero lo teníamos que consolidar.

—Consolidar el concepto de fiesta —agrega Fernando entre risas—, de pasarla bien, de ¡diviértanse conchudos!

El ingreso de las mellizas coincidió con la venta de una sucursal en Palermo (actual Libros del Pasaje) que Fernando ayudó a instalar y, sobre todo, con la transformación definitiva de Boutique de Libro a Notanpuan, movimiento que fue acompañado del lanzamiento de la editorial. La presencia de las chicas terminó de completar la historia familiar de la librería, que se veía y sentía en su ambiente. Un vínculo que se arma día a día, en la humildad, en la valoración del deseo de lectura del otro sin importar qué lee. Una acción que las chicas incorporaron desde su adolescencia y que podría contarse como otro ítem no escrito del decálogo:

—Darle al lector el libro que viene a buscar, no el que el librero quiere que lea —dice Mili—. Nunca burlarse del gusto del otro, porque los lectores somos todos.

El escritor Bioy Casares (derecha), en una presentación en Notanpuan. ALE GUYOT

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La editorial Notanpuan surgió por un cliente, un lector, un lazo de confianza entre el librero y su clientela. Leonardo Pitlevnik es procurador y abogado, también escritor asiduo cliente de Notanpuan. Cuando terminó el manuscrito de Los murciélagos se lo pasó a Fernando porque confiaba en su criterio como lector.

—Este libro merece una editorial —dice Fernando que pensó cuando terminó de leerlo—. Ahí armamos la editorial. Eran otras épocas.

El catálogo de Notanpuan suma 40 títulos, incluídas las coediciones de Tamara Tenenbaum, Camila Fabbri y Julieta Mortati con Emecé. La gran mayoría son primeros libros de autores. Novelas, cuentos. Desde el vamos, asumieron la difícil apuesta de instalar un nombre.

—Arrancamos con Leo y Claudia Aboaf. Después vinieron Horacio Convertini, Camila Fabbri, Luis Mey. Muchos escritores que han pasado con nosotros ahora están perfilados en multinacionales.

Otro ítem, una rareza: un buen librero no solo sabe ver dónde hay un lector, sino que puede encontrar a un escritor, incluso una editorial.

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Buenos Aires es la ciudad de lengua hispana que más librerías tiene por habitantes: una media de 22,6 por cada 100.000 habitantes, según la lista difundida por The World Index. En escala mundial, está en el tercer puesto detrás de Lisboa y Melbourne. El estilo de Notanpuan, tanto en San Isidro como su experiencia en Palermo, marcó a las librerías que se abrieron en los últimos años en Argentina, luego del big bang de la edición independiente a principios del siglo XXI.

—Marcamos una forma del trabajo de la librería. No es que lo que hacíamos nosotros no lo hacía nadie, pero lo consolidamos. No era la constante. Hoy si abrís una librería tenés que considerar un espacio de movimiento —dice Fernando—. Uno de los grandes orgullos es que hemos hecho escuela. Muchos empleados siguen en el mundo del libro. Dos de nuestros exencargados tiene la hermosa Céspedes. Santi Lemoine, otra pieza clave, tiene dos librerías en Valencia.

Meca, que luego de estudiar cine y de pasar por varios rodajes retornó a la librería en plenitud, escucha con atención a su padre y, cuando finaliza, dice:

—Me gusta imaginarme a Notanpuan como una especie de organismo en un mundo de librerías, donde hay un montón y lo que hacen todas es conversar entre ellas.

En 2023, coincidiendo con su 40 aniversario, Notanpuan estuvo nominada en la Feria de Editores Independientes como una de las mejores librerías de Argentina. Era la segunda vez que aparecía entre las favoritas en las tres ediciones de un certamen que premia “la difusión del pensamiento y la literatura, su propuesta cultural como centro de reunión y su relación con la comunidad que la rodea”. En otras palabras, se valora otro de los ítems del decálogo no escrito que Notanpuan viene escribiendo en el aire: una librería no solo despacha libros, es un espacio cultural, abierto y plural. En palabras de Fernando, “un espacio donde entramos todos: el músico, el lector, el escritor y el que viene y no compra nada”.

Escritor. Colaborador en medios como Página/12, Gatopardo, Revista Anfibia, Iowa Literaria y El malpensante, entre otros. Autor de las novelas Un verano (2015) y La ley primera (2022) y del libro de cuentos Biografía y Ficción (2017), que fue merecedor del primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina (FNA). Su último libro, coescrito con Fernando Krapp, es la crónica ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD (2023), también premiado por el FNA.